El 27 de junio de 2018, desde la cancha del Estadio Azteca, Andrés Manuel López Obrador pronunció un discurso en el que cristalizó los principales planteamientos de su larguísima campaña presidencial de más de 12 años. Al margen del obligado repaso de los lugares comunes del proyecto que desde hace algunos años se ha conocido como la Cuarta Transformación de México, el entonces candidato de MORENA aprovechó su dominio del escenario para sellar de una vez por todas su reclamo a ser el heredero de las variadas corrientes que durante el siglo XX constituyeron la historia de la izquierda en México.

La campaña de MORENA, dijo el hoy presidente, culminaba un proceso que venía “de lejos” y se había “fraguado con el esfuerzo y la fatiga de muchos compañeros, hombres y mujeres, de distintas clases sociales”. La inminente victoria electoral de MORENA, planteaba, marcaba el triunfo último de innumerables “movimientos sociales y políticos” encabezados por “campesinos, obreros, estudiantes, maestros, médicos, ferrocarrileros, y defensores de derechos humanos y de otras causas”. No satisfecho con estas afirmaciones, López Obrador se apresuró a presentarse como el continuador de la lucha de los más importantes líderes políticos y sociales de la izquierda mexicana del pasado, entre los que incluía a “los jóvenes del 68” y “dirigentes de oposición como Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Rubén Jaramillo, Othón Salazar, Alejandro Gascón Mercado, Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Salvador Nava, (…) Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y Doña Rosario Ibarra de Piedra”. En el frente de los intelectuales, el candidato resaltó su coincidencia con las agendas de figuras como José María Perez Gay, Arnaldo Córdova, Luis Javier Garrido, Hugo Gutiérrez Vega, Julio Schérer Garcia, Sergio Pitol, Carlos Monsiváis, “Elenita” Poniatowska, Fernando del Paso y Carlos Payán. En un par de minutos de ofensiva retórica, AMLO se arropó con el manto urdido por décadas de luchas sociales, institucionales, sindicales, armadas e intelectuales para anunciar con bombo y platillo que la izquierda había llegado, finalmente, al poder en México.

A pesar de la potencia de su discurso, pronto resultó evidente que el proyecto encabezado por el presidente distaba mucho de representar sólo a la izquierda. Durante la campaña se le unieron grupos de ultra-derecha —agrupados electoralmente en torno al Partido Encuentro Social— así como sectores del Panismo y el Priismo, por no decir nada del éxodo Perredista que desfondó a la agrupación del Sol Azteca. Al mismo tiempo, muchas de las medidas tomadas durante sus primeros 18 meses en el poder se alejan de los ideales de la izquierda y apuntan hacia la creciente militarización y precarización de la vida, al beneficio de oscuros intereses empresariales, a la promoción empecinada de megaproyectos enormemente impopulares, la creciente producción y uso de combustibles fósiles, y la generalizada austeridad del gasto público que, a pesar del esfuerzo de transferir dinero hacia sectores vulnerables, resultará en el empeoramiento de las condiciones de grandes sectores de la población. 

En los meses posteriores a las elecciones de 2018 en distintos medios se gestó una polémica en torno a la relación de la 4T con las ideas y los proyectos de la izquierda. Algunos comentaristas señalaron que la 4T se erigía sobre la negación de importantes sectores organizados de izquierda —que van desde comunidades y grupos cercanos al Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Congreso Nacional Indígena hasta las colectividades feministas que en las fechas previas a la pandemia sacudieron la vida pública del país en avenidas, salones de clase, plazas públicas y redes sociales— al tiempo que otros afirmaron que el nuevo presidente era, de plano, un conservador de derechas á la Donald Trump.

A medida que la crisis causada por la pandemia ha profundizado el panorama de crisis del país, a estas reflexiones se ha sumado una andanada de críticas lanzadas en contra del proyecto y el ejercicio de gobierno de la Cuarta Transformación. Gran parte de estas críticas, como se señala en un reciente artículo, son incapaces de generar más que abolladuras en el carro completo de la 4T, pues no vienen acompañadas de propuestas factibles sobre los grandes problemas de México y denotan una incapacidad de generar alternativas reales a la política del gobierno de MORENA. Esta incapacidad es compartida por grupos de oposición y círculos intelectuales de élite, como los que hace pocas semanas llamaron a la ciudadanía a aliarse con los “partidos de oposición” —es decir, el PRI, el PAN y el MC— con la finalidad de ofrecer batalla electoral a la aplanadora Lopezobradorista.

La mayoría de estas críticas provienen de la derecha y los sectores enfrentados al liderazgo de López Obrador y la plataforma de MORENA desde antes de las elecciones de 2018. Si algo ha logrado hacer el presidente es posicionarse como el enemigo de ciertos sectores de la derecha afines a las políticas y las estructuras de los anteriores gobiernos del PRI y del PAN. En este sentido, hasta la fecha, la ilusión retórica establecida por el discurso de izquierda de la 4T ha seguido legitimándose a partir de la oposición de sectores de larga tradición anti-lopezobradorista. Este tipo de críticas alimentan al proyecto del gobierno, y le suman legitimidad entre sus bases.

Por otro lado, lo que resulta más preocupante es la manera en la que la crítica al gobierno desde la izquierda es sistemáticamente atacada y deslegitimada a todos niveles. Tanto desde las mañaneras como a través de millones de cuentas de Facebook o Twitter, la crítica de izquierda es silenciada y equiparada con la de los “conservadores”, reiterando el movimiento hecho en el discurso del Estadio Azteca mediante el cual se plantea que en México hoy sólo se puede ser de izquierda en la medida en la que se es partidario y defensor del régimen de MORENA.  

Si, como decía Borges respecto a Kafka, cada escritor crea a sus precursores, en el 2018 AMLO no dudó en crear su propia genealogía fantástica de la izquierda. Se apropió de nombres, trayectorias y símbolos y aspiró a fagocitar su legado para apuntalar la creación de un nuevo orden simbólico y político. Sin embargo, conforme avance el sexenio, será inevitable que crezca la fuerza de los reclamos de la izquierda no lópezobradorista, y que surjan nuevas agendas de oposición de izquierda capaces de ir más allá del proyecto del gobierno. Es poco probable que éstas puedan tomar una forma partidista o formar una alternativa nacional en el corto plazo. Sin embargo, las contradicciones de la 4T y el desgaste de la figura del presidente generado por el ejercicio del gobierno abrirán espacios antes inexistentes para el surgimiento de nuevas plataformas de izquierda capaces de ir más allá de las fijaciones y anacronismos ideológicos del actual régimen. En este proceso será indispensable arrebatar el micrófono a los ideólogos de la derecha para redirigir el impulso de la oposición e ir generando una esfera de debate que haga frente a los excesos y errores del gobierno, pero que también pueda generar propuestas transformadoras desde la izquierda para afrontar las crisis nacional y global que acabarán por sepultar los deseos de la 4T.