En busca de un libro con el cual conversar, recorro las mesas de novedades de las librerías de la Ciudad de México hasta topar con el título Izquierdas radicales en México: Anarquismos y nihilismos posmodernos, de Carlos Illades y Rafael Mondragón Velázquez, dos autores mexicanos que retoman inusitadamente la temática anarquista precisamente en momentos donde proliferan libros de autoayuda o sobre las nostalgias de lo no vivido. Deletreo de nuevo el título y lo abro azarosamente en el capítulo denominado “El milenio anarcopunk”, en cuyas páginas se asoma el contorno de la A anarquista del movimiento punk fundacional de la metrópoli defeña, en las cuales se encuentran textos que recuperan historias recientes de las y los jóvenes de las periferias y de un devenir colectivo que da pie al desfile de autores clásicos —Mijail Bakunin, Piotr Kropotkin, Pierre Proudhon, William Morris— y contemporáneos —Theodore Kaczynski, Guy Debord, Constantino Cavalleri, Alfredo Bonanno— para introducir al lector lego a la historia de las ideas libertarias desde sus diversos enfoques y tendencias.
La segunda parte del texto se configura sobre los andenes del ciclo histórico de los últimos 50 años. Ahí, los autores delinean hechos, personajes, referencias y lugares donde ocurren estas historias para comprender la Idea de la metrópoli central del país. Sorprende que un texto —escrito en tiempos pandémicos— se haya atrevido a saltar la tradicional investigación académica, que generalmente observa a los protagonistas como objeto de estudio de manera distanciada, para darles voz a través de una amplia investigación documental que retoma fuentes provenientes del mismo movimiento anarquista de la metrópoli, fanzines, manifiestos, páginas electrónicas y bibliotecas virtuales, así como el libro Anarquía Suburpunk y el documental La década podrida, de mi autoría. Todo este material es revisado por Illades y Mondragón en un ejercicio alejado de las influencias mediáticas sobre los movimientos sociales o políticos. El encuentro con este texto no sólo me llevó a conversar con los autores sobre estas prácticas radicales a través del libro, sino que me permitió conocerlos personalmente.
Cuando observé algunos detalles trascendentes de esta historia colectiva que no fueron narrados, aun cuando existen los rastros en libros y artículos que he escrito sobre el tema, me percaté que éstos han sido borrados de los acervos y repositorios universitarios por donde he transitado como académico, así como de un grupo de “juvenólogos” que se niegan a ver y aceptar que existe una línea del tiempo de sucesos que no tienen que ver con las “tribus urbanas” ni con las industrias culturales en la medida en que estas prácticas radicales subyacen en las periferias metropolitanas y que la academia desea borrar por una y mil razones, pero inevitablemente, los actores de esta historia emergen generacionalmente con más fuerza una y otra vez cuando menos se espera. Este vacío informativo me llevó a comunicarme con los autores, quienes gentilmente aceptaron mi invitación para platicar y verter mis puntos de vista que podrían llenar algunos huecos de esta historia.

En la conversación que entablé con ambos académicos, comenté que el libro me llevó a plantear algunas preguntas que cobran sentido desde mi origen social y mi A-politicidad. Inicié explicando que generacionalmente la emergencia de las izquierdas radicales o los anarquismos puede explicarse si ponemos atención al hiato, es decir, a la fractura ideológica y política iniciada el 2 de octubre de 1968, pero no desde el punto de vista mítico de esa generación que actualmente conforma el gobierno de nuestro país, sino de aquella historia poco conocida, cuyos protagonistas provienen —como yo— de las periferias metropolitanas y que desde entonces han dejado su huella en las futuras generaciones plebeyas.
¿A qué me refiero? Haré un breve repaso de esta continuidad histórica y la persistencia de estos actores que inicia con el movimiento estudiantil del 68, el cual fue fetichizado ideológicamente el 4 de diciembre de aquel aciago año cuando un grupo de intelectuales, académicos y exlíderes estudiantiles del movimiento lanzaron su manifiesto para anunciar el cierre del movimiento y el inicio de una “nueva fase de lucha por los derechos cívicos y políticos de los mexicanos” (“Manifiesto a la nación 2 de octubre”, 2007). En ese texto, sus autores definen el movimiento estudiantil-popular como un “parteaguas” histórico para dejar, en las profundidades del inconsciente, una derrota convertida en triunfo y con ello negarse a enfrentar un trauma colectivo que no fue elaborado, pero que sirvió para que un sector de intelectuales, políticos, académicos y activistas y sus sucesivas generaciones tomaran el poder medio siglo después.
Entre los firmantes de aquel manifiesto encontramos ilustres nombres de la generación de medio siglo como Enrique González Pedrero, exmentor del actual presidente, Víctor Flores Olea y el exrector de la UNAM, Pablo González Casanova. También estaban Gerardo Estrada y Roberto Escudero, representantes estudiantiles ante el Consejo Nacional de Huelga. De ahí en adelante, las editoriales, medios escritos y círculos nacionalistas revolucionarios ligados al Movimiento de Liberación Nacional instituyeron la imagen del “parteaguas” desde una visión que aquí llamaremos demócrata reformista. Una canalización ideológica que se fue posicionando al interior del Estado nacionalista revolucionario y dentro del Estado neoliberal. Ese Estado integrador y corporativo, con ideólogos nacionalistas-revolucionarios, tendrá muy clara aquella frase de “lo que resiste apoya”, como decía el historiador y líder ideológico del PRI, Jesús Reyes Heroles.
Entre discusiones de intelectuales cosmopolitas y liberales —Paz, Fuentes—; discusiones desde la cárcel de jóvenes comunistas —Guevara Niebla, Martínez de la Roca, Luis González o Pablo Gómez—, se iban diferenciando posturas. También hubo jóvenes más radicales que tomaron las armas, quienes fueron considerados enemigos del Estado; otros optaron por participar en la construcción del sindicalismo independiente y pocos se atrevieron a sumarse en las filas de la clase obrera o al movimiento urbano popular; estos últimos son jóvenes anónimos que fungieron como informadores y educadores no formales de cientos de jóvenes en fábricas y barrios periféricos en las principales ciudades del país: Distrito Federal (ahora Ciudad de México), Estado de México, Monterrey, Puebla, Tijuana y Querétaro, principalmente.
Hasta donde sabemos y desde mi experiencia, vislumbro que mientras las corrientes emanadas del movimiento estudiantil optan por caminar hacia y con el Estado, nuestros mentores del movimiento urbano popular, a ras de tierra, informaban y educaban sobre la existencia de otros discursos, prácticas y experiencias comunistas, así como alternativas contraculturales. Así fue como cientos de jóvenes entre los 18 y 25 años, de la generación de mediados de la década del setenta, encontramos los caminos del anarquismo y la contracultura.
Corría el año de 1976 cuando los comunistas en proceso de autodisolvencia comunicaron su posición política y su deserción del socialismo y comunismo para alejarse de la dictadura del proletariado o la clase obrera como sujeto de la revolución y decidieron adscribirse a la dieta parlamentaria para tener acceso a los recursos estatales y protagonizar la lucha ideológica. Una lucha que fue cambiando el lenguaje que sustituyó la crítica a la cosificación de clase y la explotación capitalista por la necesidad de la democratización de las decisiones del aparato burocrático del Estado.
Por otro lado, las personas de la guerrilla rural y urbana sufrían las consecuencias de la máquina estatal, contra ellos y las comunidades por donde transitaban. A esta violencia estatal se sumó la represión contra los movimientos sindicales autonomistas y la opresión de un proletariado que se extendía a los territorios habitados por sus familias. Fueron tiempos en que las mujeres proletarias luchaban por la legalización de sus terrenos —previamente invadidos— llevando tras de sí a sus pequeños hijos, niños y niñas que a duras penas terminaban sus estudios primarios para ingresar a las filas del trabajo informal en el ambulantaje; tiempos donde el equipamiento cultural era impensable; tiempos en que sólo muy pocos jóvenes podían acceder a la educación técnica o media superior y todavía menos acceder a estudios universitarios. Esos pocos que pudimos dar el portazo a la educación superior tuvimos que poner en marcha la expropiación de libros de las librerías al no tener recursos para su adquisición o ir a las librerías de viejo a comprarlos a un precio mucho menor. Nuestra educación se complementaba gracias a la posibilidad de asistir a las salas de cine de autor y encontrar en esas imágenes secuencias de vanguardia política y contracultural. En ese andar suburbano, nuestra generación se topó con los Hermanos Flores Magón, Bakunin, Kropotkin, Proudhon, el rock urbano y progresivo, con el punk, la poesía maldita y las noticias de las distintas luchas de la clase obrera de aquel tiempo.
Si bien no teníamos tiempo de estar practicando las buenas maneras de la política demócrata reformista, tampoco tenían mucho significado para nuestra clase sus posturas. Así, nuestra aproximación al conocimiento práctico de las luchas fue a través de la participación junto con nuestras madres por demandas de servicios —agua, luz, pavimentación, escuelas, espacio cultural, entre otras— en la colonia popular y por nuestra adscripción a una pandilla o grupo de afinidad cultural; con los cuates en la Prepa Popular o en la Vocacional; y los pocos que llegamos a estudios universitarios, con nuestros pares. Nuestras aproximaciones a la lucha y resistencia fueron por las necesidades vitales y humanas antes mencionadas, y el enfrentamiento del barrio con la policía se tornaba inevitable. Así surgieron aquí y allá las primeras organizaciones de pandillas como las bandas unidas y los consejos populares.
Se reconoce que quienes tenían la labia para estimular los deseos de combatir la opresión policial eran los jóvenes matriculados en alguna Prepa Popular, un CCH, una Vocacional o en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en la ENEP y la naciente Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). En el hiato dejado por la izquierda partidista y el vacío del discurso de clase, muchos jóvenes se reconectaron con algunas experiencias del anarquismo local, particularmente con el magonismo y las ideas que llegaron con el exilio español. Nos acercamos a la Idea a través de las ediciones Antorcha, Editores Mexicanos Unidos, Costa Amic o la revista Tierra y Libertad editada por Ricardo Mestre a finales de la década del setenta; asimismo, nos dimos chapuzones con la novedosa revista Caos, mientras pogeamos a ritmo de los Sex Pistols, Los Ramones, Televisión y un poco de rock ácido o suburbano en los hoyos funky.

Inmersos y reflexionando sobre esas experiencias ahora podemos citar cómo, en 1978, se integraron los grupos Santa Fe y Ricardo Flores Magón, en donde participaron algunos estudiantes de la Prepa Popular Tacuba, quienes ya estaban familiarizados con el anarquismo magonista. Éstos son los antecedentes del surgimiento del Consejo Popular Juvenil, cuyos miembros, en su andar inquieto, conocieron a Ricardo Mestre (Biblioteca Social Reconstruir). Algunos asistieron a sus conversaciones en el café Gabys en la colonia Juárez e intercambiaron ideas y colaboraron en la revista Tierra y Libertad y en la revista Testimonios.
Los más jóvenes, que en ese momento habían ingresado a la prepa o a la universidad, fueron guiados por sus maestros de literatura o filosofía. En mi experiencia, junto con otros jóvenes de la Vocacional Ricardo Flores Magón se abrió la oportunidad de visitar al maestro Ricardo Mestre en su despacho y asistir a los Talleres Autogestivos de Investigación, organizados por profesores militantes de varias universidades. Ahí, llegaban investigadores-activistas de todo color. Las confrontaciones ideológicas eran de antología, ya que llegaban leninistas, trotskistas, maoístas y anarquistas. Todos narraban experiencias en fábrica, con campesinos e indígenas o en el movimiento urbano popular. Todas ellas me ayudaron a desplegar mis inquietudes cuando cursaba la licenciatura en Sociología en la UAM Xochimilco. Al terminar mis estudios fui a Zacatecas, donde conocí a militantes maoístas del Frente Popular de Zacatecas que habían parado varios meses la universidad y organizaban a los precarios campesinos del estado. De regreso a la Ciudad de México, colaboré con la publicación Prole: Revista de Clase y Movimiento de Clase en la Metrópoli en 1982. Ahí escribí ensayos de coyuntura influenciado por la autonomía italiana. Conocí la obra de Antonio Negri, Pino Ferraris, Orestes Scalzone, Franco Piperno, los primeros textos de Franco Berardi (Bifo), de los filósofos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari, así como las experiencias y lecturas de los exiliados italianos del movimiento del 77 que habían llegado a nuestro país por aquellos años. La contracultura, el anarquismo y la autonomía abrieron mi visión del mundo.
Por las hojas anarquistas de referencia estaban “La muerte o la utopía”, “Antitodo” y los eventos de anarquistas con el CLETA en Chapultepec; en ese mismo espacio se organizaban tocadas con la banda anarcopunk Ácrata y la distribución del fanzine Contraviolencia, enmarcado dentro del proyecto del Centro Cultural Autogestivo en Ciudad Neza entre 1984 y 1992. Después aparecieron muchos fanzines que narraban experiencias anarquistas y del movimiento punk en Europa, Sudamérica y en otras ciudades de México. Los jóvenes matriculados en las escuelas de educación media superior con influencia anarquista se solidarizaron con los damnificados del sismo de 1985, con el sindicalismo independiente y en la huelga estudiantil de 1987.
En 1985, siendo profesor temporal en el departamento de sociología de la UAM Azcapotzalco, organicé el evento “¿Existe una respuesta juvenil ante la crisis?” con motivo de la primera conmemoración del Día Mundial de la Juventud. Invité a la revista La Guillotina, al Consejo Popular Juvenil, a colectivos punks de Tijuana como Virus Rojo y Universo Suburbano. Estos últimos traían sus mochilas repletas de fanzines, discos y casetes punks totalmente desconocidos en la Ciudad de México. Estuvieron varios días, y como actividad extramuros fueron al Tianguis del Chopo donde, en un lapso de media hora, agotaron sus ediciones (fanzines) del “Hazlo tú mismo”. Fue un momento que permitió la conexión Ciudad de México – Tijuana y conocer más sobre el grupo punk mexicano del momento, Solución Mortal. Con la llegada de los tijuanenses, quienes iban y venían entre Ciudad de México, Tijuana y Estados Unidos, se intensificó el intercambio y el trueque sociocultural de bandas, colectivos y publicaciones a nivel regional y nacional.
Este entusiasmo dispuso cierta A-politización entre los colectivos para unirse a las manifestaciones contra el DISPAN (operativo policiaco de dispersión de pandillas) y las marchas contra leyes de criminalización, o para participar en programas de radio con Paco Huerta o con Vladymir Hernández, quien crea Sólo para Bandas, o Xoancho Sillero En la Línea del Frente con música radical punk vasca. En 1985, entre mayo y septiembre, previo al sismo, varios integrantes de colectivos, bandas y algunos universitarios fuimos detenidos, por separado, por la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Sentimos en carne propia la mano dura del Estado.
El intercambio de fanzines entre colectivos, la llegada de los tijuanenses, los seguidores anarcos de Mestre y el punk radical vasco trazan una línea que dio un salto en 1990, año en el cual se lanzó la convocatoria al Segundo Congreso Internacional Anarquista en San Francisco, California, publicada en el fanzine Caramelo.

A ese encuentro asistieron Komunidad Audiovisual, Motín, Cambio Radical Fuerza Positiva y Contraviolencia; los dos últimos lograron traer el Encuentro Anarquista a México, mientras Komunidad Audiovisual optó por el intercambio cultural con los videoartistas estadounidenses y latinoamericanos de San Francisco. Todas estas conexiones y experiencias derivaron en una síntesis entre anarquismo y punk. Fue una generación que tuvo su boom más adelante con las acciones directas de 1992 (anticonmemoración de los 500 años de la conquista española en una contramarcha para derribar el monumento a Colón), 1997 (marcha zapatista), 1999 (movimiento estudiantil plebeyo de la UNAM), 2001 (Atenco y EZLN), 2006 (APPO), 2018-2020 (acciones directas del Bloque Negro Feminista).
Regresando a los años noventa y de acuerdo con mi interpretación, emergieron dos vertientes: el movimiento anarkopunk (con rasgos estalinistas) y un movimiento periférico contracultural (bandas punk de barrio y colectivos que impulsan proyectos de espacios culturales). Ambas vertientes no dudaron en apoyar al Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) a partir de 1994 y, dadas las conexiones rizomáticas con Toluca, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Celaya, Hermosillo, Monterrey, Ciudad Juárez y Tijuana, se llevaron a cabo encuentros regionales y nacionales de hardcore, Días de Colectividad o la Semana de No Caos, que lograron crear las bases de apoyo en las marchas zapatistas de 1997 y 2001, hasta llegar a la otra campaña y al apoyo a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). En 1998, se realizó el Encuentro Anarquista en Montevideo, Uruguay, donde se creó la Internacional AnarkoPunk (IAP).
Fue en ese entonces que algunos de los colectivos anarkopunks se vincularon al cardenismo y al PRD de una forma muy extraña, ya que éstos iniciaron exitosamente negocios de cultura y música alternativa con venta de bebidas alcohólicas y, por lo tanto, redujeron su presencia en el espacio público y se alejaron de la acción directa. No obstante, la otra rama anarquista de la Biblioteca Social Reconstruir (coordinada por el extinto Toby) siguió activa en las calles o en conmemoraciones como la marcha del 2 de octubre, en apoyo al zapatismo, en protestas contra la globalización en Guadalajara y Cancún o en apoyo a la Comuna de Oaxaca. Otro momento de síntesis y encuentros fue el movimiento estudiantil en defensa de la educación gratuita en la UNAM en 1999, ya que en ese tiempo un nutrido número de jóvenes de la periferia y la ciudad estudiaban en prepas, CCH, bachilleres y también estaban los matriculados en esa universidad pública, cuyo ícono Mosh, reconocido por los medios de comunicación, perteneció a uno de los colectivos punks que se reunían cada fin de semana en el Tianguis del Chopo a finales de la década de los ochenta.
Para cerrar el presente artículo, me voy a referir a la existencia de grupos, bandas y colectivos integrados por mujeres de la periferia de la ciudad que se conformaron a mediados de los años ochenta. Empezaré con la mítica pandilla de las Suzys de la colonia San Felipe de Jesús, al norte de la ciudad, con la Zapa al frente, una figura de gran presencia entre los colectivos punks, ya que era la “gritante” de la banda Virginidad Sacudida y SS-XX, y en la actualidad integrante de la banda Convulsiones. Ella junto con otras jóvenas formaron la Colectiva Chavas Activas Punks (CHAPS), una referencia importante para entender las acciones radicales anarcofeministas, como también lo fue Ángela Martínez, la cantante de la banda TNT que activaba a las pandillas de chavas en la zona de Santa Fe, lugar donde se originó el mito de la pandilla de las Capadoras que mantenían a raya toda conducta machista. Otras generaciones de vocalistas vendrían más tarde, como fue la memorable presencia de la Maus que gustaba de hacer performances con su banda Cadáveres y luego con Agudos, Crónicos y Vegetales, cuyas letras hacían alusión a la violencia psicológica hacia las chavas de los barrios del entonces Distrito Federal. Estas colectivas y otras chavas, con posicionamientos anarcofeministas, con su sola presencia y liderazgo hacían impensable que algún varón se atreviera a tener conductas de acoso y abuso o a violentar a estas mujeres de carácter imperativo.

Como resultado del contacto e intercambio de fanzines entre colectivas de la periferia urbana, circulaban las ideas libertarias de Emma Goldman, se escribía poesía e incluso se formaron grupos de autodefensa contra los hombres opresores; y los fines de semana, después de acudir al Tianguis del Chopo, se agitaba el cuerpo sudoroso y gozoso en el slameo del fin de semana. Están también las experiencias de las colectivas en la ciudad de Querétaro en 2005, con acciones y posicionamientos también anarcofeministas. Están las llamadas Degeneradas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ); otras agrupadas en el Centro de Ideas y Acciones Libertarias (CIAL) que apoyaban La Otra Campaña zapatista; unas más se acuerparon como Colectiva Akracia. Más tarde, en 2010, surge la colectiva Aquelarre con una propuesta artístico-cultural de teatro, danza y performance con ideas y acciones contra el reinante machismo que permeaba en las tocadas punks. Una de las opciones que eligieron algunas de ellas fue participar en proyectos educativos informales como el de la Biblioteca Social Ricardo Flores Magón.
En 2017, frente al aumento de feminicidios, desapariciones y denuncias de abuso sexual en las periferias de la ciudad, llegaron con toda su fuerza las manifestaciones de hartazgo del Bloque Negro Anarcofeminista para crear caos en el espacio público y destrozar la cristalería de un orden social simulado por una manada de machos alfa. Un hartazgo hacia un sistema judicial que encubre, desatiende, evade, minimiza y construye expedientes para revictimizar a las mujeres que osan acusar a sus agresores. Un nutrido grupo de mujeres con los rostros cubiertos y vestimenta negra tuvo que salir en medio de la noche obscura de los territorios periféricos para gritar “¡Ya basta!” ante los oídos sordos del poder judicial que las violenta una y otra vez, en un país donde los cuerpos inermes de miles de mujeres pueblan los vertederos. Hombres que siguen tomando los cuerpos de las mujeres. Las acciones directas del Bloque Negro lograron unir a todas las mujeres en las marchas del 8 de marzo (8M), sin importar la postura política, condición social o racialización, en una protesta unísona a la que se sumaron las denuncias anónimas del #MeToo.
Ellas son el agente del caos contra la docilidad y el sometimiento. Son ese animal de 20 años que dejó pasmado a un sistema patriarcal que por el momento construye argucias paliativas convertidas en leyes mientras espera pacientemente su recomposición. Sin embargo, las desapariciones de jovencitas no cesan en las periferias ni en las ciudades de los estados mexicanos y las luchas de estas mujeres seguirán ocupando oficinas gubernamentales mientras las madres buscadoras junto con familiares y vecinos siguen parando carreteras, bloqueando el tráfico y haciendo protestas frente al Palacio Nacional en un grito que clama justicia por las desaparecidas.
Este puñado de jóvenas de la periferia sigue la saga de los movimientos feministas que han protagonizado una revolución social que no estalla, ocurre. Una cultura feminista que une cantos, grafitis, intervenciones y rituales que reviven memorias y experiencias a través de una organización tejida en el silencio y la mirada complaciente de machos que ejercen el poder político, académico, mediático y comercial que, al menos, logró atravesar las puertas del debate público mediante “acciones afirmativas”. Es la fuerza de estas mujeres periféricas la que pone los cimientos contra la opresión machista, no sólo en sus barrios, también en las protestas radicales del 8M; ellas han sido protagonistas de las ocupaciones de las oficinas de la CNDH en la Ciudad de México, los CCH y algunas facultades de la UNAM. Ellas han aprendido desde hace poco más de tres décadas que sólo con la acción directa podrán contener los abusos tanto del sistema capitalista como del machismo prevaleciente al interior de los mismos movimientos, sean éstos anarquistas o no.
Hoy día observamos histórica y socialmente la emergencia de los distintos anarquismos, los cuales surgen con acciones directas contra la autoridad y los símbolos del capital. Los anarquismos atentan contra los símbolos, discursos, prácticas de los grupos, clases e instituciones hegemónicas fundamentadas con el mito del 68 y critican el sostén ideológico de la democracia reformista que inició con la protesta de una minoría que, en los últimos años, va creciendo con acciones que atraen a los medios para su visibilización. Los anarquismos se están convirtiendo en la oposición antisistema y de clase frente al Estado y el capital desde las periferias con proyectos autogestivos y procesos de educación y formación informal, así como con los fundamentos de una visión del mundo desde posturas radicales de clase y desde sus territorios. El hiato está siendo suturado por estas generaciones plebeyas que no sabemos cuándo constituirán una potente oposición social de un mundo capitalista. Ya los vemos ocupando calles y los efectos que produce el grito colectivo en busca de reorientar la visión del mundo.
Referencias
Gaytán Santiago, P. (2018). Anarquía Suburpunk. Confluencias rebeldes en la metrópoli (1977-2017). México: La Casa del Ahuizote / InterNeta.
Illades, C., y Mondragón Velázquez, R. (2023). Izquierdas radicales en México: Anarquismos y nihilismos posmodernos. México: Debate.
“Manifiesto a la nación 2 de octubre” [del 4 de diciembre] (2007). En H. Jiménez Guzmán, Visiones hegemónicas sobre la experiencia del 68 mexicano: Notas para la discusión. Manuscrito.
Este texto contó con la colaboración de María Guadalupe Ochoa Aranda para la construcción de la historia del anarcofeminismo y de las mujeres en la periferia.