José Luis Villacañas (2015). Populismo. Madrid: La Huerta Grande.
El populismo se encuentra hoy en el centro del debate político internacional y México no constituye una excepción. Más que nunca se hace necesario, desde la academia y el mundo intelectual, contribuir a una discusión seria y sosegada sobre esta experiencia política, sus fundamentos teóricos, sus concreciones históricas y sus posibles desarrollos. En esta línea se sitúa la obra Populismo de José Luis Villacañas, catedrático de Historia de la Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Publicado en 2015, no ha perdido, sin embargo, actualidad, tanto por el contenido como por el objetivo fundamental que se marca el autor. En ambos casos, la coyuntura histórica internacional convierte a esta obra en un referente para el público de habla hispana. Existe un motivo añadido para comentarla. Como es sabido, lejos de su uso tendencioso como arma y etiqueta en el conflicto político, el populismo adquiere en el plano teórico un alto nivel de complejidad. El lenguaje que ha empapado el debate intelectual sobre el populismo se nutre de autores y obras que no siempre resultan asequibles para el público general. La virtud de esta obra radica en que el autor logra exponer de manera clara y sintética los principios teóricos y filosóficos del populismo, sin menoscabo de la exigencia de rigurosidad intelectual.
Lo que quiero plantear aquí no es tanto una exposición general de los contenidos del libro, sino más bien un conjunto de cuestiones que a mi juicio la obra sugiere —algunas no expuestas de manera explícita— y que pueden contribuir a enriquecer el debate sobre el populismo. Antes de plantear este cuestionario, creo necesario señalar algunos elementos contextuales que ayudan a comprender la intención del autor y por tanto el sentido que le imprime a su propuesta. Después retomaré la tesis fundamental que articula el trabajo y, a partir de ella, desarrollaré mi cuestionario.
La editorial La Huerta Grande publicó Populismo en octubre de 2015. El dato es relevante pues nos pone en la senda de la coyuntura española reciente. Recordemos que en 2008 España recibe el impacto de la crisis económica mundial cuyos efectos son devastadores para amplias capas de la población. Los efectos sociales se agravan como consecuencia de una gestión de la crisis ajustada a la ortodoxia neoliberal que predica una política de recortes y ajustes. En este contexto comienzan a destaparse casos de corrupción que afectan a la élite política (incluyendo a la corona), lo que desemboca en una profundad crisis de legitimidad de la representación política y, de aquí, en el movimiento de los indignados del 15-M en 2011. En 2015, este descontento encuentra una expresión política con la fundación del partido Podemos, cuya irrupción en el ámbito parlamentario sacude el sistema de partidos tradicional. El autor afirma que cuando publica el libro, España se encuentra al borde de una crisis orgánica. En este marco, la discusión sobre el populismo se revelaba central en la vida pública española. El nerviosismo de las élites políticas, económicas e intelectuales generó, sin embargo, a través de los medios masivos, una respuesta muy pobre ante este nuevo fenómeno; una lectura simplificadora que consistía en polarizar el campo político entre los aliados de Venezuela y los defensores del régimen y de la auténtica democracia. Por otro lado, en el ámbito académico, y especialmente en el filosófico, el autor reconoce que la actitud general fue de bastante desentendimiento.
Frente a este contexto, la intención de Villacañas con esta obra era precisamente sostener que el populismo era una apuesta política que contaba con una teoría muy sólida y refinada y que, por tanto, no podía tomarse a la ligera ni ignorarse, sino que ameritaba una discusión seria de sus fundamentos filosóficos. El objetivo que se marca el autor es que este análisis contribuya a ofrecer una alternativa al populismo que no signifique enrocarse en las posiciones políticas previas a la crisis. El autor identifica esta alternativa con el republicanismo. Si bien Villacañas no desarrolla del todo su propuesta republicana, se insinúan claramente los elementos que, a su juicio, pueden contribuir a encarar algunas de las derivas populistas. En otros escritos, Villacañas ha dejado clara su postura y ha profundizado en el diálogo fructífero entre esta tradición y el populismo.
Una pregunta que ha rondado a este trabajo en otros comentarios y foros es por qué el autor reduce el populismo a su dimensión filosófica (obviando los populismos históricos) y además se concentra en un solo autor: Ernesto Laclau. Creo que la respuesta a estas críticas se vincula al contexto que he descrito. En primer lugar, Villacañas parece preocupado por la escasa recepción que un debate de tal magnitud ha tenido en el campo del pensamiento español. Se trata, así, de un intento por resituar la cuestión del populismo en el ámbito disciplinario del que él proviene. Por otro lado, habría que recordar que el “populismo histórico español” representado por Podemos estaba profundamente imbuido por las ideas de Laclau, junto con otros autores muy próximos al filósofo argentino, como es el caso de Jorge Alemán. Por tanto, la elección de Laclau como interlocutor parece estar destinada a debatir desde el republicanismo con la interpretación del populismo laclausiano por parte de la inteligencia de Podemos y la forma en la que esta interpretación podría orientar la política del partido. Habría que insistir en el hecho de que esta contextualización no significa reducir el sentido de los argumentos a la coyuntura política española. Ésta más bien nos permite comprender la intención del autor, la elección del objeto de estudio y su interlocutor. El análisis que realiza Villacañas y su diálogo crítico con Laclau trascienden no obstante este contexto y permiten leer la estructura lógica de la obra más allá de una coyuntura histórica específica.
La tesis fundamental del libro es que el populismo es un producto político de la modernidad —rompiendo así con la tesis que lo considera un remanente de lógicas premodernas— que tiene sus condiciones de posibilidad en la erosión institucional provocada por una deriva oligárquica del poder político. En la actualidad, esta erosión es para la autor efecto de las políticas neoliberales, que impactan de manera más profunda donde el entramado institucional es más débil. Para enfrentar esta crisis orgánica, el eje de la política populista es construir un pueblo. Es decir, crear un sujeto dotado de soberanía que se opone a esa minoría oligárquica constituida, a través de esta oposición, como una realidad ajena al pueblo. Esta operación conforma, para el populismo, la operación política por excelencia, frente a lo que cabe considerar como la mera administración de los asuntos públicos.
A partir de este planteamiento, Villacañas elabora el campo de conflictos en un futuro inmediato. Frente a la crisis orgánica y en su intento por frenar el populismo, el neoliberalismo pivota desde la democracia liberal hacia el nacionalismo identitario, donde “ninguna diferencia social rompe la unidad de la comunidad”. La apuesta de Villacañas apunta hacia la revitalización del republicanismo; es decir: la recuperación de la vida institucional en términos igualitarios y democráticos. A partir de aquí, Villacañas discute los principales conceptos que articulan la propuesta de Laclau. Me apoyaré en algunos de ellos para realizar mi cuestionario.

La primera problemática que sería importante discutir remite a la cuestión del sujeto. Las carencias teóricas del marxismo al respecto jalonan el camino que lleva de Marx a Laclau, pasando por Lenin, Gramsci, Althusser y Lacan. Si bien Villacañas vincula en cierto momento el populismo al liberalismo —en cuanto ambos consideran la demanda como unidad básica del juego político— cabría considerar que, desde la problemática del sujeto, el populismo es una evolución dentro del marxismo que desemboca en la ruptura con elementos esencialistas de la tradición. Para Laclau, el sujeto en Marx es una posición (la clase), determinada por las relaciones sociales de producción. Si bien la propia tradición ha discutido y matizado esta definición, para Laclau la raíz metafísica del marxismo quedaría inalterada. El populismo concluye que el sujeto político no es la clase ni está predeterminado sociológicamente. El sujeto político, como hemos señalado, es el pueblo. Pero éste debe construirse. Crear al pueblo es una operación de construcción hegemónica por la cual se agregan demandas particulares que hasta ese momento no estaban articuladas en una impugnación sistemática y sistémica, a partir de la oposición entre el pueblo y una suerte de minoría oligárquica. La cuestión fundamental es que generar hegemonía constituye un acto político de carácter esencialmente retórico y performativo. Así, Villacañas afirma que “la convergencia de demandas es una operación retórica” o que el objetivo del populismo es “crear al pueblo como sinécdoque de la nación”. Esta operación metafórica y performativa es eficaz en la medida en que insinúa y es capaz de movilizar las pasiones de quienes interpela. De ahí una primera crítica del autor: el olvido fundamental de la dimensión racional del discurso en el proceso de articulación política. Un olvido que parece adecuado al contexto de la sociedad de masas, donde la razón dispone de una capacidad limitada para producir vínculos sociales, en comparación con el deseo y los afectos. Frente a esta oposición tan cara al populismo, Villacañas esgrime las credenciales de un republicanismo que, si bien es también una política de afectos, no niega la dimensión racional como elemento constitutivo del sujeto comunitario.
Ahora bien, el autor no considera otra dimensión problemática del populismo que ha sido muy discutida y que lejos de estar resulta plantea cuestiones teóricas y políticas de calado. En este caso, se trata de discutir el problema de la determinación social en el proceso de articulación hegemónica: si la construcción del pueblo como sujeto político no está determinada materialmente, ¿significa que la producción discursiva de equivalencias entre demandas tiene lugar sobre un vacío sociológico? Este tema no termina de estar claro en la obra de Laclau. Es cierto, por ejemplo, que en su crítica al concepto gramsciano de hegemonía —donde le interesa cuestionar los remanentes esencialistas del marxismo— el filósofo argentino hace una clara apuesta por el indeterminismo sociológico, discutiendo el papel privilegiado que el italiano le otorga a la clase obrera en la construcción del sujeto popular. Para Laclau, lo importante es que un significante (por ejemplo, el de democracia) logre articular las demandas sectoriales, sin importar las raíces sociológicas del grupo que lo articula. Sin embargo, en otras ocasiones —sobre todo en los textos más empíricos— Laclau se muestra más sensible a las condiciones extradiscursivas y señala que la articulación de experiencias sociales demasiado separadas genera en todo caso hegemonías débiles, muy difíciles de conservar. Sería el caso, por ejemplo, de lo que le ocurre al peronismo al llegar al poder. En estos casos, parece que Laclau, lejos de deshacerse del concepto de determinación, reconoce que la producción de equivalencias tendría ciertos límites sociológicos. Podríamos decir en términos coloquiales que, desde esta última perspectiva, la construcción del sujeto popular podría ocurrir de otro modo, pero no de cualquier modo. En todo caso, un profundo conocedor de la obra de Laclau, como es Iñigo Errejón, no ha dejado de señalar esta ambivalencia en la propuesta laclausiana; ambivalencia que origina un debate teórico de sumo interés por sus efectos determinantes sobre la estrategia política.
Una segunda cuestión que cabría discutir con el autor también está relacionada con el tema del sujeto. Villacañas se pregunta por el tipo de subjetividad a la que interpela el populismo y que encuentra en el líder carismático su fuente de gozo. El líder constituye una pieza esencial en el entramado populista, ya que encarna la representación de las demandas equivalentes. Según Villacañas, quien en esta ocasión moviliza el utillaje freudiano, es la desaparición de la “función del no” en la constitución del yo lo que crea las condiciones de posibilidad del tipo de subjetividad que se identifica con el líder. La desaparición de la “función del no” está situada en un contexto determinado: la sociedad de mercado sin límites del neoliberalismo. De aquí cabría sugerir dos líneas de reflexión. Primero, como alternativa al sujeto neoliberal que desencantado constituye el objeto de interpelación del liderazgo populista, la alternativa debe pasar por el desarrollo de una política capaz de generar un horizonte de expectativas deseables que se sitúe más allá de la mera satisfacción de demandas específicas. En otras palabras, una política que conecte no sólo con el deseo sino que lo oriente hacia un futuro alternativo, hacia la utopía entendida como horizonte colectivo. Segundo, si complementamos el enfoque psíquico que propone Villacañas al estudiar al sujeto por uno sociológico, logramos algunos beneficios teóricos. Por ejemplo, si apelamos a la lectura goffmaniana de los rituales religiosos teorizados por Durkheim, la figura del líder, cabría describirlo como el centro de un foco de atención compartido, en torno al cual el grupo genera símbolos colectivos y, lo que es sumamente importante, energías morales que activan emocionalmente esos símbolos. Ahí residiría el mecanismo de actualización del liderazgo populista: rituales en los que, a través de su participación, los individuos tienen éxito al constituirse como un sujeto comunitario. La pregunta por el tipo de políticas adecuadas para generar una alternativa al sujeto neoliberal al que interpela el populismo resitúa nuestra atención en la forma en la que las prácticas sociales de carácter ritual generan sociedad a nivel micro.
Una tercera cuestión que sugiere la obra de Villacañas es la pregunta por la posibilidad de pensar un populismo de derechas. Evidentemente esto supone considerar que las categorías de izquierda y derecha aún son operativas, algo que como sabemos está en discusión. Por otro lado, el motivo que anima esta pregunta radica en la propia estructura del populismo: puesto que el populismo es una forma de construir pueblo a través de una operación de hegemonía, carece de contenido a priori, y de ahí la tendencia a situar sus contenidos en el eje tradicional izquierda-derecha. Villacañas, no obstante, explora otras vías y señala que hay una oposición esencial entre populismo y totalitarismo. El populismo, afirma, es consustancial a la democracia y la libertad de expresión ya que, sin ella, su estrategia retórica de construcción popular se revela imposible. En este sentido, se trata de un límite infranqueable. Laclau en cambio habla en La razón populista de casos que cabría denominar como populismo de derechas. Por ejemplo, el de ciertos sectores de la derecha norteamericana de la década de 1950 que, con “un discurso conservador de connotaciones populistas” —según el propio Laclau—, pretende destruir el sentido común del New Deal. Jorge Alemán, sin embargo, afirma de manera contundente en Del desencanto al populismo que no es posible un populismo de derechas. La xenofobia actúa situando en un afuera la amenaza de que el todo (la comunidad) pueda finalmente completarse y realizarse, algo que va contra la misma esencia del populismo, que es consciente de la imposibilidad de recuperar esa totalidad. El populismo, para Alemán —y según él para Laclau—, es una radicalización de la democracia, lo que dificulta pensar en un populismo de derechas al estilo Le Pen o Trump, a los que considera como protofascistas. En todo caso, esta cuestión nos pone sobre la senda de dos problemas importantes. Por un lado, cuestiona la idea de que exista un vínculo fundamental, en parte ya dado, entre lo popular y la izquierda y muestra que este vínculo es problemático y contingente. Segundo, la dificultad de pensar proyectos políticos puros al margen de otros, ya sea a través de influencias genealógicas o estructurales.
Esto me lleva a la cuarta y última cuestión que sugiere el texto de Villacañas: la relación entre populismo y republicanismo. El autor no niega la posibilidad de pensar ambas propuestas de forma conjunta, llegando a afirmar que “el populismo es democracia sin republicanismo”. Esta línea está presente en el libro desde el momento en el que el autor vincula el populismo a la crisis de la institucionalidad provocada por la oligarquización neoliberal. Me interesa no obstante plantear aquí una pregunta, hasta cierto punto relacionada con el tema. El problema de la erosión de las instituciones republicanas efecto de la oligarquización es algo conocido desde la Antigüedad clásica. Los procesos de oligarquización vienen de la mano de un déficit democrático de las instituciones, provocados por la influencia del dinero o por la monopolización del capital político en manos de una élite o de un individuo. En este sentido, el diálogo del republicanismo con otras tradiciones puede ser muy útil para evitar esta deriva hacia la república oligárquica y de aquí hacia lo que los clásicos denominaban como tiranía (suerte de un gobierno personal al servicio del pueblo). Por ejemplo, una vertiente apuntaría hacia la tradición democrática radical, la cual introduce elementos que incorpora el republicanismo histórico, como es el caso del sorteo en la elección de cargos públicos; mecanismo que, entendido de manera extensa, permite dos cosas fundamentales: desincronizar los tiempos del poder económico y el poder político y socializar en alguna medida el capital político. Otra tradición con la que puede enriquecerse el republicanismo es con el socialismo. Como nos recuerda Domènech en El eclipse de la fraternidad, el republicanismo en Europa tuvo claro el problema social que hacía inoperante a las instituciones republicanas: sólo aquél que no estaba sometido a una condición social subordinada (quien no tenía que pedir permiso para vivir) disponía de la capacidad para participar de manera libre en la res publica. De ahí, por ejemplo, el pago del misthos (el salario por desempeñar cargos públicos que se implementa en la Atenas clásica, en época de Efialtes y Pericles); la política jacobina de crear un ejército de pequeños propietarios; o la propuesta cada vez más extendida hoy día de un ingreso básico universal. En cualquiera de los casos, se trataría de un republicanismo consciente de sus condiciones sociales de posibilidad y abierto, por tanto, a tradiciones intelectuales que han hecho de la cuestión social el centro de su pensamiento.
Para terminar, señalar que estas cuatro cuestiones sólo constituyen algunas inquietudes que sugieren la obra de Villacañas. El lector, sin duda, encontrará otras en un libro que se revela tan oportuno como profundo, a la par que didáctico.