
Opinión
Polux Alfredo García Cerda
Nicolás Dip (2023). Movimientos estudiantiles en América Latina: Interrogantes para su historia, presente y futuro. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CLACSO, Instituto de Estudios de Capacitación-CONADU.
Con motivo del centenario de la Reforma Universitaria acaecido en Córdoba, Argentina, se llevó a cabo, los días 28 y 29 de mayo de 2018 en el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (UNAM), el evento “Los grandes movimientos universitarios del siglo XX”. Con el objetivo de problematizar y rememorar su significado y legado para las comunidades universitarias del presente, se llegó a la conclusión de la necesidad de reelaborar narrativas críticas cuyos análisis y síntesis ayuden a las nuevas generaciones a ejercitar la conciencia histórica y a preguntarse qué vínculos tienen con las generaciones juveniles pasadas que desarrollaron también una vida universitaria. Transcurrieron cinco años para que un material con estas características saliera a la luz; la espera exige actualizar todo planteamiento político donde las juventudes se conciban como sujeto político emergente, especialmente las que viven y accionan hoy, como los feminismos y disidencias que levantan la voz para erradicar la violencia de género de todo espacio de socialización.
Movimientos estudiantiles en América Latina: Interrogantes para su historia, presente y futuro fue escrito por Nicolás Dip, historiador y sociólogo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), quien nos presenta un panorama introductorio formidable de la cuestión. Caracterizado por un lenguaje reflexivo y claro, el libro le hace honor al formato de bolsillo en que fue editado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), institución abiertamente militante de izquierda que suma un material destacado más para su colección Que se Pinte de Pueblo. Bajo la tesis de que las universidades populares son centros educativos relevantes para la conformación de cualquier proyecto de nación, el libro facilita el diálogo para comprender cómo se ha proyectado intencional y conflictivamente la formación de intelectuales comprometidos con la resolución de los grandes problemas sociales de nuestro tiempo.
Ha sido tan potente la incidencia social de las universidades populares que los regímenes latinoamericanos autoritaristas suelen concebirlas como enemigas del Estado. Desde estratos sociales distantes a las élites, los diversos contingentes universitarios latinoamericanos no han sido ajenos a la desigualdad, la marginación y la injusticia que nos aquejan desde el siglo XIX. Más recientemente en el XXI, se ha planteado la tarea, desde algunos sectores de la universidad, de formar intelectuales, en tanto que, de manera paralela, ha habido un problemático ascenso de la privatización y un avance de la derecha educativa.
Hoy en día, quienes defienden los rankings de las universidades, como indicadores de calidad en cuanto a productos y servicios, desean profundamente un tipo de universidad despolitizada, históricamente desarraigada con causas libertarias y entregada de par en par a la manipulación del gobierno en turno. En contraste, Nicolás Dip nos presenta una interpretación sólida en clave sociohistórica de aquellas acciones políticas colectivas protagonizadas por estudiantes que lucharon por una América libre. Juventudes de diversas épocas han protestado con conciencia para resistirse a reformas unilaterales impuestas dentro y fuera de las aulas. Puesta la mira en el futuro de las sociedades del continente, el autor propone valorar toda acción política estudiantil organizada a partir de tres preguntas fundamentales:
¿Cómo construyen los estudiantes sus experiencias organizativas, sus reivindicaciones y sus movilizaciones? ¿Qué impacto tiene su accionar en la definición y orientación de los ámbitos educativos? ¿Cuál es su grado de incidencia en los debates políticos, sociales y culturales más amplios en que están inmersos junto al resto de la sociedad?
(pp. 20-21).
Cada movimiento hace lecturas históricas y conceptuales de quienes les han precedido. No existe homogeneidad alguna, aunque hayan protestado de manera similar en torno a la privatización, los presos políticos o la democratización. Uno de los grandes aportes del presente libro es el trabajo conceptual y metodológico adecuado para analizar la historicidad de cada activismo estudiantil, ya sea en el presente o de años anteriores. Importa repensar estos movimientos porque sus logros suelen ser monopolizados o menospreciados por grupos de poder. Un ejemplo de ello son las reformas a los artículos 95 y 99 del Estatuto General de la UNAM, publicadas en 2020, para calificar la violencia de género como causa grave, las cuales no provinieron de la mente de las autoridades, sino de colectivas feministas que desean que sus historias de violencia no se repitan más y que conciben la universidad como espacio de organización donde, a final de cuentas, salen a la luz similitudes y diferencias, herencias y legados, en función de otras luchas estudiantiles latinoamericanas.

El lector que se acerque a este material podrá coincidir en que la politización de la vida universitaria ha tomado fuerza heterogéneamente a lo largo de los siglos XX y XXI, cuando la democratización de la educación superior y el derecho a su acceso se convirtieron en un eje de protestas masivas. El potencial sémico de las primeras manifestaciones de las juventudes cordobesas de inicios del siglo XX ha cambiado tanto que los gobiernos ya no usan exactamente la misma intensidad ni los mismos medios para la represión. Protestas masivas, como el ciberactivismo del #YoSoy132, fueron confrontadas desde frentes represivos distintos, pues el Estado no identificaba líderes tradicionales, sino liderazgos colectivos.
Los estudiantes ejemplifican el significado del contrapeso democrático a sociedades como las latinoamericanas, pues se oponen a la carismática y sobreexpuesta presencia de líderes identificables con izquierdas y derechas. Si bien al interior de las universidades han egresado personalidades políticas dirigentes que introdujeron el neoliberalismo, es cierto que desde ellas han emergido también subterfugios de la resistencia. En décadas recientes, alumnos de universidades públicas han apoyado a diversos pueblos originarios; pensemos en la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios y el Colegio de Profesores vinculándose con el pueblo mapuche en Chile o el Consejo General de Huelga sumando fuerzas con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Un cuestionamiento que podemos hacer al autor del libro es el siguiente: ¿el éxito o fracaso de estos movimientos está condicionado por el tipo de alianzas estratégicas que proyectan en la acción directa?
Entre líderes o protagonistas de movimientos estudiantiles de ayer y hoy existen tensiones que diversifican nuestra comprensión del presente. Una lectura atenta a la propuesta de Dip nos ayuda a criticar aquellos planteamientos dedicados a petrificar un pasado glorioso, aunque también coadyuva a evitar juicios presentistas o punitivistas que suponen la inutilidad de conocer históricamente otras formas de organización. El lector sensible al subtítulo del libro (“Interrogantes para su historia, presente y futuro”) estará encaminado a situar las movilizaciones como formas conceptuales emergentes contra la imposición del libre mercado, del autoritarismo y del patriarcado.
En torno a estas tres dimensiones sociales es importante valorar la incidencia histórica de otros acontecimientos también inspirados en la Reforma Universitaria de 1918 o el 68 mexicano. Más allá de volverlos tabúes, el autor nos invita a la desmitificación de las fechas conmemoradas desde la memoria oficial que las convierte en homenajes llenos de olvido, pues su objetivo es inhabilitar la conciencia histórica en el presente. Por eso resulta oportuna la pregunta por la viveza de las juventudes organizadas, pues la alternativa a la vida académica decadente debe potenciarse en un acto de rememorar lo acontecido sin caer en el enaltecimiento ni desestimación de lo emergente.
La construcción de una memoria plural —sea individual, colectiva o histórica— nos lleva a analizar la discursividad presente en toda interpretación sobre el pasado de las marchas estudiantiles. El Manifiesto Liminar (1918) de la Reforma de Córdoba tuvo eco en otras universidades latinoamericanas de su tiempo y décadas postreras porque se defendió lo que hoy llamamos el derecho a la educación superior popular, libre y gratuita. El derecho a la educación suele convertirse en uno de esos lugares comunes cuando una reforma educativa se impone apropiándose de tales consignas, o bien cuando se realizan homenajes en instituciones oficiales que fallaron en la impartición de justicia para familias de jóvenes universitarios asesinados por el Estado. No olvidemos que presidentes como Luis Echeverría Álvarez (uno de los artífices de la masacre de Tlatelolco) falleció sin haber pisado la cárcel, a pesar de la presión que se ejerció posteriormente al 68.
Al respecto, Nicolás Dip se pregunta si es posible identificar un movimiento del 68 pero extensivo a todo el continente, es decir, si por esas fechas existieron contingentes estudiantiles similares en las universidades de Latinoamérica. Después del icónico manifiesto, las juventudes mexicanas, brasileñas, chilenas y costarricenses marcharon contra dictaduras y regímenes conservadores. Clamaron por justicia cuando amplios sectores sociales eran erradicados ferozmente de las políticas públicas. Por ello, la reacción de los Estados autoritarios tuvo como denominador común la represión cruda y la estigmatización de quienes protestaban, señalados como meros agitadores. La segunda mitad del siglo XX trajo un derramamiento de sangre a lo largo y ancho de los países latinoamericanos y caribeños, pero eso estimuló la creación de activismos auténticamente democratizadores.
Un aspecto clave para problematizar la democratización de la sociedad y de la universidad misma proviene de otro lugar común analizado por el autor: el reformismo. Sea desde contextos de significación nacional o internacional, los legados de nuestros movimientos estudiantiles se disputan desde un conjunto de agendas reformistas interconectadas con las historias de los sindicalismos, de las revoluciones educativas nacionales y de las transformaciones culturales teniendo a las juventudes como sujetos sociales de vanguardia. Pero el Movimiento Global de Reformas Educativas (MREGM) que modela la instauración del modelo educativo por competencias o la Ley 30 de 1992, revivida por el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos, son muestras de cómo se desplazan los significantes entre los discursos educativos actuales.
Los estudiantes abrieron espacios políticos inéditos porque las universidades luchaban contra el elitismo del que históricamente provenían y habían dado la entrada a sectores populares excluidos del proyecto civilizatorio. La efectividad para masacrar a las personas organizadas había dado por supuesto su caducidad o irresoluta extinción. Sin embargo, a finales del siglo, durante la Huelga de la UNAM de 1999, se lideró un frente antineoliberal, devenido de la franca privatización y la imposición de reglamentos de pagos que atacaban el derecho a la educación pública. La pujante militancia estudiantil se fue ganando paulatinamente lugares predilectos en la opinión pública, al mismo tiempo que fue adoptando y recreando simbolismos según las circunstancias en las que dialécticamente había emergido.
En Chile, durante 2011, un movimiento estudiantil fue punta de lanza para democratizar la sociedad, a tal punto que de su seno emergió un líder que se convertiría con el tiempo en su presidente más joven. Caso semejante encontramos en Camila Vallejo y su designación como secretaria general del gobierno chileno. La lucha contra un paquete de reformas estructurales desiguales y la sedimentación de la vida común tuvo en Colombia un interesante sujeto social, la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE). Aunque la represión ha escalado alarmantemente en estos países, los activismos feministas suelen reinventarse y generar mecanismos de resistencia.
Esto nos lleva a preguntarnos con Nicolás Dip si todo movimiento estudiantil está condenado por las fallas que se cometen en sus inicios, o si hay manera de librar los fracasos en que han incurrido otros en el pasado. Por ejemplo, el caso de la violencia de género indudablemente no ha sido un problema social exclusivo de América Latina y el Caribe. Mas, países como México o Colombia encabezan estadísticas de feminicidios a nivel mundial y ello exigiría configurar frentes comunes para aprender de y entre movimientos sociales. Si el aprendizaje no cesa, no habrá quimeras ni falsas expectativas.
En las librerías actuales suele haber literatura abundante sobre movimientos sociales, pero hacía falta un texto breve y agudamente problematizador para tomar distancia de los discursos disruptivos que fueron cooptados en el tiempo, o bien de aquéllos que fueron presa del divisionismo y la misoginia. Ante el orden capitalista, patriarcal y neocolonial, la autocrítica a la que invita el autor es útil para trabajar seriamente en erradicar cualquier manifestación de misoginia, transfobia y racismo dentro y fuera de las universidades. Al mismo tiempo se debe estimular la profesionalización académica, bajo la premura de que ella es deudora de los sectores populares de origen de cada alumno.
En suma, este libro nos comparte frescas interpretaciones para revalorar la función social de la universidad ante los retos del pasado, ante las exigencias del presente y ante los desafíos del porvenir. Movimientos estudiantiles en América Latina: Interrogantes para su historia, presente y futuro es una invitación colectiva a escuchar con atención los discursos de los militantes de los lápices de ayer y hoy, todo ello en el tono de una revisita por las formas de habitar nuestras universidades, nuestros mundos y nuestra América.