Cierto que el testimonio de los sentidos prueba que la combustión acaece al tiempo del contacto con el fuego, pero no prueba que acaezca por causa de él, ni que no sea otra la causa. Antes bien, pudo Dios en sus decretos, decidir crear la hartura sin el comer, la muerte sin la ruptura de la nuca, o la continuidad de la vida, a pesar de esa ruptura, la combustión sin el contacto con el fuego, y así en los demás casos.

Algazel, La destrucción de los filósofos.

No existe entre marxistas un acuerdo común acerca de cuál es la explicación, llamémosle, oficial de la recurrencia de las crisis económicas. Ya podemos adivinar que tendrá que ver, en cualquier caso, con alguna observación relativa a lo inevitablemente disfuncional y nocivo que resulta el sistema capitalista. El problema es que una consigna de esta índole no esclarece absolutamente nada, pese a que pueda, en última instancia, ser verdadera. De igual modo, podría afirmarse que las crisis ocurren a consecuencia de una mala comprensión de la legalidad capitalista por parte de los agentes económicos. Sin mayor demostración, pues, “una aseveración escueta valdrá exactamente tanto como la otra”, a decir de Hegel. Por supuesto, no pretendo demostrar aquí la verdad de la teoría marxiana de la crisis, ni mucho menos. Me contentaré con plantear de forma propedéutica la cuestión, ya sea para satisfacer una sincera curiosidad o para facilitar una ulterior pesquisa por parte del lector y la lectora.

Como casi todo mundo sabe, el indicador que sirve de base para medir el crecimiento y la contracción económica de un país es el Producto Interno Bruto (PIB). Se trata de una estimación estadística de la suma de los valores de mercado de los productos y servicios finales, en de un país determinado. Si este valor se amplía o se reduce en tanto o cuanto por ciento, diremos que la economía se habrá, respectivamente, ampliado o contraído. Pero hace falta algo más que una contracción para que podamos hablar con mayor propiedad de una crisis. Ésta tiene dos formas: cuando la contracción económica se extiende durante al menos dos trimestres consecutivos, estaremos ante una recesión. Pero si la contracción rebasa el 10% o si se extiende por más de dos años, habrá ocurrido, en cambio, una depresión. Por lo demás, la recesión suele considerarse como un momento, hasta cierto punto predecible, del ciclo económico (o, si se prefiere, de la «fluctuación» económica) regular. Finalmente, los fenómenos acaso más sintomáticos de las crisis económicas son: la contracción (o incluso la quiebra) de los negocios, el aumento del desempleo, la caída de los salarios y el empantanamiento de las mercancías en el mercado.

Por supuesto, la marxista es sólo una de las diversas teorías que explican o intentan explicar por qué ocurren estas cosas. En general, podríamos clasificar esta diversidad en dos grupos: 1) las teorías endógenas y 2) las teorías exógenas. La diferencia esencial es que unas, las endógenas, sostienen la idea de que las causas de las crisis económicas son ellas mismas de carácter económico; mientras que las otras, las exógenas, dirían que las causas son no-económicas (a saber: políticas, sociales, naturales, etcétera).

Las teorías exógenas parten del entendido de que es imposible que la lógica interna del mercado capitalista dé lugar a ninguna clase de crisis. El principio en que se basa tamaña certeza se conoce ampliamente como «ley de mercados» o «ley de Say». Dicha de manera simplista, la ley de Say asegura que toda oferta genera su demanda. La idea que está de fondo es, no obstante, que la producción de mercancías incrementa el poder adquisitivo, razón por la cual, a nivel macroeconómico, no existe ningún desequilibrio entre oferta y demanda que no pueda eventualmente encontrarse con la tendencia general al equilibrio. En consecuencia, el ruido en torno a esta tendencia tendrían que provocarlo factores extra-económicos. ¿Como cuáles? Pensemos, por ejemplo, en las guerras (como la que hoy afecta el precio del petróleo), en la escasez de recursos por malas cosechas, en la desregulación financiera o en alguna ineficaz intervención del Estado (ya sea en materia de política monetaria o laboral). Otra causa extra-económica que las teorías exógenas traen a colación tiene que ver con las variaciones en la densidad demográfica. A la lectora o al lector quizás le resulte familiar el argumento maltusiano según el cual el ritmo incrementado con el que, supuestamente, crece la población podría inducir una mayor presión sobre los recursos existentes. Menos conocido puede ser el planteamiento del antropogeógrafo Ellsworth Huntington que estableció, a la inversa, una correlación entre la baja en la tasa de mortalidad y el crecimiento económico. Otra sospechosa común es la acción de los sindicatos en el sentido de presionar a la alza el nivel salarial. Tal elevación se presume que redunda en una merma de la ganancia (profit squeeze) que inhibe en última instancia la inversión. Por cierto que, dentro de las teoría exógenas, pero en las antípodas de esta última hipótesis, se encuentra, finalmente, la explicación de corte keynesiano según la cual la mala distribución del ingreso (i.e. los bajos salarios) se encontraría en la raíz de la recurrencia de las crisis. Este planteamiento es especialmente relevante dentro de la discusión «de izquierda», siempre que se trata de una de las aguas divisorias entre el reformismo «optimista» y el diagnóstico endógeno propiamente marxista. Pero esto es tema para otra ocasión.

Suele decirse que todos estos factores externos imprimen shocks erráticos a un sistema (el mercado) que internamente tiende al equilibrio. Lo notable es que es matemáticamente posible que el ruido «estocástico» genere fluctuaciones periódicas similares a los ciclos económicos. Esto le da cierto respaldo estadístico a las teorías exógenas, aún cuando, para efectos teóricos, las crisis continúen igual de imprevisibles.

La teoría marxista es, pues, endógena. Esto significa que, para ella, los ciclos económicos son auto-provocados, esto es, obedecen a la lógica misma de la economía capitalista y son, por lo tanto, inevitables. Cabe señalar, sin embargo, que cuando digo «teoría marxista» me refiero a una posición de hecho minoritaria dentro del vasto universo del marxismo; quizás la posición más «ortodoxa», en el mejor sentido del término. Se trata de la teoría que parte del modo en que Marx explica en El capital (Tomo III, capítulos XIII-XV) la famosa e infame caída de la tasa de ganancia (que ya era todo un tema para la Economía Política «clásica»). En ese sentido es que, cuando hablamos de «teoría marxista» de la crisis, decimos más propiamente: «teoría marxista de la caída de la tasa de ganancia» (o también: de la «rentabilidad»). ¿En qué consiste esta teoría?

Primero que nada, ¿qué es la «tasa de ganancia»? Pensemos en una inversión (o «adelanto») de capital. Para simplificar, digamos que ese capital se gasta solamente en la compra de medios de producción y en el pago de los salarios de la fuerza de trabajo. Luego de la interacción entre estos dos elementos, se obtiene un producto mercantil nuevo, de cuya venta se obtiene una ganancia. A la parte de la inversión que se invierte en medios de producción la denominamos «capital constante»; mientras que a la que se gasta en salarios la denominamos «capital variable». (Obsérvese que estos rótulos solo valen para el caso del trabajo «productivo», pero no abundaré aquí al respecto).

La ganancia es, naturalmente, un monto de dinero que excede la inversión (de lo contrario la inversión no sería «capital»). En esta medida, la tasa de rentabilidad no es otra cosa que la proporción que la ganancia guarda en relación con la inversión. Así, pongamos por caso, que adelantamos un capital de $100 y obtenemos una ganancia de $20. Si la tasa de ganancia es igual a: ganancia/inversión, en este caso tendremos que será: 20/100; es decir, de 20%. Entonces, que la tasa de rentabilidad decrezca significa que disminuye ese valor porcentual en los siguientes periodos económicos.

Ahora, el crecimiento económico ocurre, según esto, porque una parte de la ganancia se destina al aumento de la inversión, y de este modo se amplía la compra de capital constante y variable, y en la misma medida crece el valor mercantil producido. Digamos que de esos $20 de ganancia, $10 se añaden al adelanto de capital, con lo que la segunda inversión será de $110. Si la tasa de ganancia sigue siendo de 20%, la segunda ganancia será de $22. Y si la tasa de re-inversión (o «tasa de acumulación» en términos marxistas) permaneciera igual que en el periodo anterior (a saber, de 50%), serán $11 los que se añadirían al capital de $110, con lo que la masa de la inversión ascendería, en un tercer periodo, a $121. Y así sucesivamente. Pareciera a primera vista, entonces, que no tendría por qué existir nada que entorpeciera el crecimiento económico continuado, siempre y cuando una porción de la ganancia siga destinándose al incremento periódico de la inversión de capital.

La teoría marxista sostiene, sin embargo, que es el crecimiento económico mismo (el aumento periódico de la inversión) el que induce la precipitación de la tasa de ganancia (y este es, de hecho, el núcleo de la explicación endógena); que esta caída de la tasa de ganancia inhibe la inversión, y que a eso se debe la contracción de la actividad económica (la crisis, pues). Pero no es posible entender este enredo si no mencionamos dos factores más. 

El primero es que el marxismo predice una variación en la proporción que guardan entre sí los componentes de la inversión. La sospecha de Marx (basada en la evidencia que tenía a la mano, pero que ha sido fundamentada estadísticamente por muchos marxistas) es que, junto con la inversión, aumentarían los componentes constante y variable, pero en una proporción decreciente en el caso del capital variable. Supongamos que la inversión inicial de $100 estaba compuesta por $50 de capital constante y $50 de capital variable. A la proporción entre capital constante y variable se le denomina «composición orgánica». En este caso, la composición orgánica es: constante/variable, es decir, 50/50 o del 100%. Dicho de manera más precisa, entonces, la predicción es que, con la inversión, aumentará también la composición orgánica del capital. De manera que, en el segundo periodo, la inversión acrecentada será de $110; pero la composición orgánica será, digamos, de 80/30; es decir, del 260%. Y es esta variación la que provocará una caída en la tasa de ganancia. Pero no es posible explicar cómo sin traer a cuento el segundo factor.

Estoy hablando, por supuesto, de la tasa de plusvalor. Se trata de una categoría elaborada a partir de la teoría del valor marxiana, según la cual el valor mercantil agregado es el producto de la cantidad de trabajo vivo puesta en marcha y objetivada en una nueva mercancía. La parte de ese nuevo valor que cubre el coste del salario es el capital variable, mientras que la parte que lo excede es el plusvalor (lo que, en otro registro, hemos llamado ganancia). Ahora, la tasa de plusvalor mide la proporción entre la ganancia y el capital variable, en la inteligencia de que aquélla es una magnitud que depende del grado de explotación (el beneficio proveniente del trabajo vivo no pagado) que se ejerza sobre la fuerza de trabajo. Entonces, si una inversión de $100 arrojó una ganancia de $20, con una composición orgánica en la cual el capital variable era de 50 (y la tasa de plusvalor se define como: ganancia/capital variable), entonces, en este caso, la tasa de plusvalor es de 20/50 o del 40% (mientras que la tasa de ganancia es de 20%, como dijimos más arriba).

Siguiendo con el mismo ejemplo, digamos que, en el siguiente periodo, la inversión se incrementa a $110 (con una tasa de acumulación del 50%), pero ahora con una composición orgánica incrementada de 80/30. Si la tasa de plusvalor se mantiene constante, en 40%, entonces la ganancia será igual a capital variable×tasa de plusvalor, o bien igual a: 30×.4; es decir, igual a $12. De manera que ahora habrá que calcular la tasa de ganancia como la proporción entre 12/110. Es decir, la tasa de rentabilidad habrá disminuido de 20 a 10%.

La consecuencia práctica de esta reducción es que inhibirá la continuidad de la inversión. Esto se debe a que la mayoría de las empresas capitalistas (pequeñas y medianas) no pueden mantener el ritmo que marca la tasa de acumulación (que define la competencia) con una tasa de rentabilidad que tiende a deprimirse. Y de este modo es que se van a la quiebra. Los grandes capitales, en cambio, pueden darse el lujo de frenar su inversión o de «diversificarla», por ejemplo, en el mercado financiero (con las tasas de rendimiento incrementadas que ofrece la especulación).

Lo más interesante, sin embargo, es que, para la teoría marxiana, las crisis son tanto el efecto de la caída como la causa de la recuperación de la tasa de ganancia. Durante las crisis muchas empresas se van a la quiebra, se abaratan los medios de producción y, de este modo, puede reducirse la composición orgánica. Del mismo modo, los salarios caen (porque el desempleo hace que la oferta de trabajo rebase la demanda), lo que vuelve más sencillo el aumento de la tasa de plusvalor. Uno y otro factor coadyuvan a que disminuya el denominador de la tasa de rentabilidad y a que, de esa manera, la tasa de ganancia se recupere. Es por eso que a estos factores (y a otros que sería excesivo desarrollar) se les conoce como «causas contrarrestantes» de la caída de la tasa de ganancia.

La discusión no acaba aquí. Entre marxistas se discute si Marx defendió realmente esta teoría. Se habla también de que la hipótesis es «indeterminada» (en el sentido de que simplemente dice que, así como cae, la tasa de ganancia puede también subir). Para unos, la hipótesis explica el ciclo económico, pero no fundamenta ninguna tendencia «secular» a la baja, o al «derrumbe», como habría sostenido el marxista Henryk Grossman. Otros más (como Esteban Maito) afirman que la teoría del ciclo puede muy bien compaginarse con la teoría del derrumbe. Pero existen incluso teóricos como Nobou Okishio que han intentado demostrar que, bajo los supuestos de Marx, la tasa de ganancia tendría incluso que subir. A esto se le conoce como «teorema de Okishio».

La demostración de la «ley de Marx» ha consumido, como podrán imaginarse, muchísima tinta. Y esto no se debe a que exista ninguna obstinación escolástico-economicista entre las investigadoras y los investigadores marxistas. El tema importa, y mucho, porque está en juego el conocimiento de si acaso existe, para la sociedad, alguna esperanza dentro del sistema capitalista, o si, por el contrario, la crisis endógena de rentabilidad que sufre crónicamente el capitalismo sólo puede superarse por vías revolucionarias. Esta ley «dialéctica» es, por lo tanto, como diría Marx, “escándalo y abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque en la intelección positiva de lo existente incluye, también, al propio tiempo, la inteligencia de su negación, de su necesaria ruina; porque nada la hace retroceder y es por esencia crítica y revolucionaria” (Marx, El capital).