Pero en el vasto universo del pensamiento crítico y en la constelación marxista, ¿por qué brilla Gramsci? Por su estatura —valga la ironía—, como testimonian dos anécdotas relatadas por él mismo: la de un anarquista que conoció en la cárcel y le dijo que él no podía ser Gramsci, “porque Gramsci debía ser un gigante”, o de un carabinero que le confesó que se lo había imaginado como un “cíclope y estaba profundamente decepcionado” (Cartas de la cárcel 1926-1937, Era, 2003).[1]
En primera instancia, la altura de la figura de Gramsci se debe a la combinación extraordinaria entre una trayectoria vital heroica y trágica y una deslumbrante inteligencia —el “cerebro que había que impedir funcionar por 20 años”, según se sostiene que dijo el fiscal fascista en el juicio en contra del dirigente comunista en 1926.
Gramsci encarna plenamente las dos caras del perfil del intelectual heroico, razón y pasión, que él mismo definió como capacidades de “entender” y “sentir”, en su definición de intelectual comprometido con lo popular y los subalternos. Un heroísmo trágico que se nutrió de la combinación de gestas revolucionarias, de sacrificio y de sufrimiento que, en el caso de Gramsci, inician con la pobreza y la enfermedad y culminan en la cárcel, la larga agonía y la muerte prematura a los 46 años. Si bien ha sido objeto de pocos tratamientos biográficos rigurosos (Giuseppe Fiori, Angelo D’Orsi, Leonardo Rapone), Gramsci ha surgido como personaje antes que como autor: por ser un dirigente político de primera fila y un mártir del fascismo fue, en un principio, una figura pública, y su trayectoria y condición humana abrieron el camino al conocimiento y la valoración de sus escritos carcelarios.
Al mismo tiempo, su vida convertida en monumento, petrificada en la memoria, y leída desde un humanismo ecuménico, no siempre ha permitido valorar las conexiones entre su recorrido como militante y dirigente revolucionario y la génesis de su pensamiento. Gramsci no sólo era un marxista; también era, sin lugar a duda, un comunista y un revolucionario. Descontextualizadas y vueltas aforismos —aprovechando el carácter fragmentario de los Cuadernos de la cárcel—, sus palabras han sido tomadas a menudo para usos despolitizados u orientados hacia fines políticos diferentes y hasta opuestos a aquéllos que motivaron al marxista sardo.
Sin embargo, diversos estudios de ayer y hoy nos permiten leer de forma articulada la vida y la obra de Gramsci (Francisco Fernández Buey, Francesco Giasi, Paolo Capuzzo y Silvio Pons). Un arco vital que inicia con la infancia y la juventud en la isla de Cerdeña pasa por las primeras experiencias socialistas y de periodismo militante en la ciudad industrial de Turín —así como los estudios universitarios, en particular en lingüística— hasta llegar a los tres momentos fundamentales de su vida política madura: a) la recepción de la revolución bolchevique, L’Ordine Nuovo y las luchas de los Consejos de Fábrica (1918-1920); b) la fundación del Partido Comunista de Italia, el fascismo, la estancia en Moscú y el retorno a Italia como secretario general del Partido (1921-1926); c) la cárcel (1926-1937). A cada uno de ellos corresponden partes substanciales de su obra, así como inflexiones, cambios, ajustes, novedades que han sido objeto de estudio, de debate y de polémica, en particular, con respecto de si la reflexión en la cárcel lo lleva a fortalecer su pensamiento en la continuidad, en la ruptura o en la renovación del marxismo y, en especial, de su vertiente leninista. Junto con otros, me inclino por la última perspectiva, porque conocer su trayectoria política, así como sumergirse en la compleja extensión de su obra, permite apreciar que Gramsci se mantuvo siempre anclado a la tradición marxista y bajo la influencia de la obra teórico-práctica de Lenin, al tiempo que construía y desarrollaba una contribución original en esta corriente de pensamiento, confrontándose, como sostenía Manuel Sacristán, con cuatro adversarios principales: “el del fascismo, el de la derecha comunista, el de la izquierda comunista y el de Internacional misma” (El orden y el tiempo, Trotta, 1998).
Aún inmerso en las pasiones de su época, alcanzó la transcendencia de un clásico, en tanto se reveló y se revela siempre contemporáneo, a caballo entre “pasado y presente”, recorriendo temáticas y cuestiones de alcance universal y, por lo tanto, siempre actuales. Gramsci interpretó vivencialmente la filosofía de la praxis que pregonaba, con lo cual se convirtió no sólo en autor de culto, sino en inspiración para la práctica política, una punta de lanza especialmente filosa de una corriente que quería e insiste en querer cruzar la interpretación y la transformación del mundo en sentido igualitario.
El archipiélago conceptual de los Cuadernos
Si bien la inteligencia de Gramsci destellaba ya en sus reflexiones y planteamientos como periodista militante y como dirigente revolucionario antes del fatídico año 1926, es indiscutible que su obra en la cárcel condensa y proyecta la originalidad de su reflexión y, por ello, sus cuadernos se convirtieron en el núcleo de los estudios gramscianos y en una obra de referencia para el pensamiento político moderno.
Frente al que ha sido llamado el “laberinto de papel” de los Cuadernos de la cárcel —expresión de Gianni Francioni—, se han desarrollado de forma combinada o divergente, según los tiempos y los casos, distintos tipos de esfuerzos interpretativos. Uno de ellos asumió la tarea de descifrar, a través de la labor filológica, la complejidad propia de la sofisticación intelectual que alcanzó Gramsci en sus apuntes; el entramado de situaciones, contextos, referencias, alusiones y fuentes que retroalimentan las reflexiones carcelarias que se plasman en una serie de cuadernos, con la “c” minúscula, es decir, aquellos conjuntos de hojas en los cuales colocó fichas de trabajos, apuntes, pero también reflexiones más desarrolladas e incluso borradores de ensayos. En la forma “cuaderno”, como soporte material que refleja las condiciones de trabajo en la cárcel, se desplegó la arborescente agenda político-intelectual de Gramsci, dando luz a una obra que, también por su peculiar marxismo crítico, se mantuvo abierta, no lineal y fragmentaria sin dejar de ser, en última instancia, articulada y coherente.
Por ello, al interior de éste, que más que un laberinto con entradas y salidas determinadas, es un archipiélago de papel, de ideas y de conceptos —compuesto por islas conectadas por el mar—, una serie de estudios buscaron y lograron reconocer justamente que estaba surcado por recorridos trazados deliberadamente, itinerarios posibles e hipotéticas conexiones reticulares que fueron relevadas en distintos planos interpretativos, no sólo aquéllos de matriz estrictamente filológica o historiográfica, sino también de corte filosófico, teorético o político-estratégico. El primer paso de estos últimos siempre ha sido identificar un hilo conductor, un leitmotiv —como lo sugería el propio Gramsci— reconocible como clave de lectura de una “concepción del mundo” que no pudo exponerse “sistemáticamente” (cuaderno 16, §2). Así, en el seno de los estudios gramscianos, se han evidenciado diversos posibles hilos conductores al interior de los Cuadernos. Entre ellos sin duda destaca, por su centralidad teórica, el que gira en torno a la cuestión de la hegemonía, pero también su aterrizaje más concreto o, mejor dicho, de los “funcionarios” que la promueven y sostienen, es decir, de los intelectuales que el propio Gramsci —como veremos— colocaba en el centro de su programa de trabajo tanto en una carta a Tania como en los índices que elaboró y que efectivamente ocuparon un lugar destacado no sólo en el cuaderno especial que les dedicó —el 12—, sino que aparecen transversalmente en el conjunto de los escritos carcelarios.
Finalmente, aunque esta elección refleja más las intenciones de los lectores-intérpretes que las del autor, el carácter abierto y fragmentario de los Cuadernos permite trazar y recorrer itinerarios distintos que no traicionan las preocupaciones político-intelectuales de Gramsci, que eran múltiples pero convergentes. En este haz, a mi parecer, el leitmotiv, o por lo menos un hilo conductor fundamental, se encuentra en la idea de voluntad colectiva como síntesis de la conformación de un sujeto político autónomo inserto en la disputa hegemónica. Porque, más allá de la multiplicidad de intereses, intuiciones y ramificaciones de la reflexión de Gramsci, una preocupación de fondo aflora permanentemente y orienta el conjunto de su pensamiento: la de la constitución de una voluntad política que se proyecta desde la subalternidad hacia la autonomía y la hegemonía, es decir, de un sujeto organizado y creador/portador de una concepción del mundo, susceptible de impulsar una revolución social y una reforma moral e intelectual. Éste es un hilo conductor que, a mi parecer, abarca los temas de la hegemonía y los intelectuales y muestra los pliegues fundamentales y distintivos del marxismo gramsciano, al asumir que la originalidad de Gramsci se inserta y se monta en el marco de una específica interpretación del marxismo como filosofía de la praxis, o bien, de la acción política.
En todo caso, sea cual sea el eje o el tema elegido, alrededor de una serie vasta —pero definida y limitada— de problemáticas centrales, Gramsci tejió un conjunto de postulados que desembocaron en teorizaciones novedosas y sugerentes, los cuales a su vez constituyen un universo conceptual original, potente y fecundo. Con la elección de un punto neurálgico, se delinea el pasaje que nos lleva de la explicación —con respecto de su relevancia como autor— a la decisión de retomar aspectos específicos de su pensamiento con finalidades analíticas determinadas: es así que transitamos de la pregunta ¿por qué Gramsci? a la de ¿Gramsci… para qué?

¿Gramsci… para qué?
De las grandes vetas que conforman a los estudios gramscianos contemporáneos, opto deliberadamente por el terreno teórico-conceptual. Aunque la argumentación comporte contribuciones y una postura original al interior del debate gramsciológico, es concebida como base o plataforma para proponer un uso coherente y pertinente de los conceptos en el análisis de procesos políticos contemporáneos, en particular aquéllos relacionados con las dinámicas de acción política y de movilización social de las clases subalternas.
Mi perspectiva se sitúa en la frontera entre gramsciología y gramscianismo, con la intención de encontrar un equilibrio que creo no sólo posible, sino útil y necesario. La mayoría de la literatura especializada que vierte sobre el pensamiento de Gramsci, dedicada al estudio filológico de su obra, busca esclarecer las condiciones de encarcelamiento, del estado de ánimo del prisionero, cuáles eran o cómo utilizaba sus fuentes o reflejaba en sus notas su inquietudes respecto de las noticias políticas que recibía o de sus apreciaciones elípticas en cuanto al fascismo y el comunismo soviético. Estas contribuciones son de gran valor, así como los estudios que resaltan los cambios o continuidades entre el antes y el después del encarcelamiento, que muestran la trayectoria militante de Gramsci en el contexto de los principales acontecimientos y movimientos políticos de su tiempo o los que, insertos en el campo de la historia de las ideas, lo colocan en el marxismo de su época y su impacto en las siguientes.
La aproximación más actual y más fecunda a Gramsci es, a mi parecer, aquélla que lo perfila como un teórico de la política o de lo político, según se entienda y distingan estas acepciones, y en particular, como un pensador de los procesos de subjetivación política. Se podría decir sociólogo si no fuera que Gramsci, como buen marxista, no se situaba al interior de campos disciplinarios y, en particular, aborrecía la sociología determinista y mecanicista de aquellos años, tanto la positivista que dominaba la escena como la marxista que estaba emergiendo. Al mismo tiempo, dicho sea de paso, hoy en día lo que podría causarnos un escozor semejante sería más bien la politología, dominada desde hace décadas por enfoques centrados en temáticas estatalistas, institucionalistas y electoralistas, lo cual convirtió, por lo menos al interior de ciertas ciudadelas universitarias, a la sociología política, en su veta centrada en la acción colectiva —aún con sus aristas y sus nichos conservadores— en un refugio para aquéllos que siguen interesados en valorar el conflicto social, a los actores y los movimientos antisistémicos.
El mismo concepto de hegemonía, cuya complejidad ha movilizado una enorme cantidad de estudios y de lecturas, tiene que pensar en este contexto y anclarse a las nociones de subalternidad y, en particular, de autonomía. Éstas, por su relevancia y el lugar que ocupan en el pensamiento gramsciano, tienen implicaciones en la delimitación de una acepción de hegemonía ligada a los procesos de subjetivación política, y habilitan una perspectiva analítica sobre la conformación procesual, desigual y combinada de las subjetividades políticas en relación con aspectos, dimensiones o cualidades subalternas, autónomas y hegemónicas.
La cuestión de la formación, configuración y desconfiguración del sujeto político es, a mi parecer, el punto crucial en el cual se juega la renovación del pensamiento marxista en nuestros tiempos. Valga la ironía con la que podemos leer hoy en día a René Zavaleta, quien sostenía que “no es una exageración escribir que la difusión de las discusiones estatales es una verdadera medida del grado de proximidad de una clase con relación al poder” (El poder dual en América Latina, Siglo XXI, 1987). Se da la paradoja de que, en nuestro horizonte histórico de visibilidad, los marxistas son los más filosos y certeros críticos de las formas estatales y, al mismo tiempo, nos encontramos lejos de un asalto anticapitalista de las mismas (y menos aún de una capacidad para reformular sus contornos y sus contenidos en clave poscapitalista). Por otro lado, muy poco sabemos descifrar e impulsar las configuraciones de sujetos políticos antisistémicos, y esto se convierte, en efecto, en una medida o un criterio para sopesar la distancia tanto de la conquista del poder, al que aludía Zavaleta, como a la construcción de un contrapoder a la altura del desafío del asedio recíproco y de la posibilidad de hacer época, por usar un par de sugestivas imágenes gramscianas.
Y, sin embargo, por allí tenemos que iniciar; volver a empezar. Construcción del sujeto y del proyecto revolucionario van de la mano y son las condiciones de acumulación de fuerza indispensables para modificar una correlación a todas luces desfavorable. Justamente allí es donde viene a nuestro socorro Gramsci, el pensador de la lucha en el reflujo, convencido de que “cuando todo aparece perdido, hay que poner manos a la obra comenzando desde el principio”, como escribió en una carta a su hermano Carlo del 12 de septiembre del 1927 (Cartas de la cárcel 1926-1937). Y en el principio está la lucha y el sujeto que la emprende, para defenderse y para liberarse de la dominación.
En la obra de Gramsci se hallan los fundamentos: las coordenadas básicas a partir de las cuales se pueden y deben fundamentar y desarrollar teorizaciones marxistas sobre los procesos de subjetivación política y, por lo tanto, de la acción colectiva y los movimientos sociales.
Reconocer, delimitar y evidenciar conexiones teóricas entre conceptos fundamentales del pensamiento de un autor particularmente sugerente —perfilando de paso un posicionamiento específico y original al interior del universo académico gramsciano— permite dar el siguiente paso, es decir, mostrar cómo el arsenal conceptual que resulta de este ejercicio puede adaptarse y “traducirse” para que tenga eficacia analítica y práctica de cara a los desafíos de nuestra época. Para ello, hay que reconocer que, como sugería Valentino Gerratana, “Gramsci por sí solo no se sostiene” (Problemi di metodo, Editori Riuniti, 1997), en otras palabras, que su obra cobra sentido y adquiere proyección al surgir de y relacionarse con una corriente de pensamiento. En aras de proyectar el marxismo hacia las fronteras analíticas e interpretativas que requerimos para entender la realidad histórica y política que nos rodea, partimos de las intuiciones de Gramsci para ir más allá de ellas, para pensar gramscianamente nuestro tiempo y, en la medida de las posibilidades a nuestro alcance “hacer época”: desde Gramsci, más allá de Gramsci, pero siempre con Gramsci.
Notas
[1] Este artículo reproduce una parte, ligeramente modificada y sin notas, de la introducción del libro Gramsci y el sujeto político: Subalternidad, antagonismo, hegemonía, Akal, México, 2023.