Para muches mexicanes, la ocupación israelí de Palestina sigue pareciendo un problema remoto sobre el que tenemos poca capacidad de incidir. Esta indiferencia permite que el gobierno mexicano mantenga una posición vergonzosamente “neutral” ante un apartheid que perdura y, en lugar de apoyar a Palestina, aprende de las tácticas israelíes para reprimir más y mejor a las comunidades mexicanas. México tiene la responsabilidad de actuar con determinación para evitar un genocidio y, a su vez, un fortalecimiento de la violencia colonial en todo el mundo.
Desde la semana pasada, las fuerzas de ocupación israelíes han bombardeado escuelas, hospitales y más de 1,300 edificios civiles. Hay aproximadamente 12,000 herides y más de 3,500 personas han sido asesinadas en estos ataques, entre ellas más de 1,500 niñes (pues recordemos, la mitad de la población palestina son infancias).
Bajo el pretexto de combatir el terrorismo, Israel ha lanzado ataques aéreos indiscriminados en Palestina, Líbano y Siria, incluyendo misiles dirigidos a los aeropuertos de ciudades como Damasco y Alepo. Además, 14 miembros de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo) y 17 periodistas han perdido la vida en el conflicto.
Recientemente, en un acto de crueldad extrema, establecieron una “ruta de evacuación” del norte de Gaza y ordenaron a 1.1 millones de personas abandonar sus hogares y huir al sur. Cuando estas familias seguían la ruta indicada, el mismo gobierno israelí bombardeó la carretera, cobrándose la vida de otras 70 personas.
Además de los bombardeos, Israel ha bloqueado el acceso de agua, comida y luz en Gaza, sitiando a 2.3 millones de personas.
Por ello importantes sectores de la comunidad internacional están conmocionados. António Guterres, secretario general de la ONU, ha advertido que los desplazamientos forzados impuestos por Israel podrían tener consecuencias humanitarias desastrosas, y la OMS ha hecho un llamado urgente para detener la evacuación de hospitales, calificándola como una “sentencia de muerte” para muchísima gente.
Leo Varadkar, primer ministro irlandés, advirtió que el gobierno israelí está violando el derecho internacional, y la ministra de Derechos Sociales de España, Ione Belarra, pidió llevar ante la Corte Penal Internacional al primer ministro Benjamin Netanyahu por crímenes de guerra.
En nuestra región latinoamericana, Gustavo Petro, presidente de Colombia, ha expresado admirablemente que “si es necesario suspender las relaciones exteriores con Israel, lo haremos. No apoyamos genocidios”. Instó al embajador de Israel en Colombia que “se disculpe y abandone el país”.
Si bien la clase política de los países ricos, acostumbrados al colonialismo propio y amigo, están como siempre dándole apoyo al país con más dinero y piel más clara, las manifestaciones masivas propalestina han inundado las calles de varias ciudades del mundo. Decenas de miles de personas marcharon en Marruecos, Londres, Nueva York, Glasgow, París, incluyendo grupos de judíes que protestaron en varias partes del planeta cantando consignas como “¡No en nuestro nombre!”, y demostrando así que el gobierno de Israel no representa los intereses de toda la comunidad judía.
Israel tendrá tal vez el apoyo de corporaciones como McDonalds, pero no el apoyo de la gente.
¿Pero mientras, por qué México tan tranquilo?
México es de los pocos países de América Latina que aún no han reconocido la soberanía de Palestina. Nuestro gobierno se niega a establecer una embajada en su territorio a pesar de que recientemente Palestina puso una embajada oficial en el nuestro.
En cuanto a la postura del presidente Andrés Manuel López Obrador ante la actual catástrofe, el líder del ejecutivo dijo que “nosotros no queremos tomar partido, queremos ser factor para la búsqueda de una solución pacífica”. Ésta es una postura que, más que justificarse en la búsqueda de imparcialidad, lo que hace es negar la abierta desigualdad de poderes que existe entre un opresor y une oprimide.
La neutralidad en casos de limpieza étnica, ocupación colonial y opresión sistémica no conduce a la paz, sino que permite una violencia continua y creciente, que por sí sola llevará a la esclavitud de millones de personas o su completo genocidio. Hay que recordar que Israel es uno de los países más ricos del mundo y poseedor de armas nucleares. Mientras tanto, al pueblo palestino le es difícil siquiera mantener instituciones de gobernanza, pues el régimen impuesto por Israel ha convertido sus tierras en “la cárcel más grande del mundo”.
Rechazar respaldar a Palestina por “imparcialidad y pacifismo” es igual de absurdo que apoyar la existencia del racismo o el machismo inversos, o minimizar el movimiento Black Lives Matter con el argumento de que “todas las vidas importan”. Las vidas palestinas importan.
México es más similar a Palestina de lo que creemos
Para México no es rara aquella realidad de violencia generalizada, que incluye el uso de fuerzas de ocupación militares contra grupos indígenas, imponiendo un permanente régimen de excepción y el uso de eufemismos y retóricas alarmantes para criminalizar comunidades enteras. Mientras que Israel instrumentaliza categorías como “terrorista” para justificar el aumento de la violencia del Estado, México hace lo propio con categorías como “narco” o “crimen organizado” para no buscar solucionar la crisis de violencia, sino profundizarla. Según datos de Human Rights Watch (HRW), el Ejército mexicano asesinó a 5,335 civiles entre 2007 y septiembre de 2022. Tan solo en 2021 la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) recibió 940 quejas por abusos cometidos por la Guardia Nacional y el Ejército.
Achille Mbembe, importantísimo pensador camerunés, escribe justo de este tema en su libro Crítica de la Razón Negra (cap. 2, “2.3 El negro de blanco y el blanco de negro”, Futuro Anterior Ediciones, 2016). Para él, las actuales prácticas imperialistas adoptan elementos de las lógicas esclavistas de captura y depredación, y es por ello que las lógicas coloniales de ocupación y de extracción se han vuelto tan comunes. Son guerras asimétricas que traen consigo una parcelación, militarización de fronteras, segmentación de territorios y la creación de espacios despojados de cualquier forma de autodeterminación.
La violencia que hoy se aplica contra Palestina ha sido una violencia construida en colaboración o permiso de aquellos países que pronto querrán replicar estas macabras innovaciones de la violencia. “Israel ha exportado cada vez más herramientas y tecnología, así como métodos de contrainsurgencia”, afirmó el especialista Antony Loewenstein en el programa estadounidense Democracy Now! “En la última década, en más de 130 países alrededor del mundo, Israel ha vendido diversas formas de programas de espionaje, muros inteligentes (tecnologías como cámaras, escáneres, sensores y radares para evitar el traspaso de fronteras), herramientas de reconocimiento facial y una variedad de dispositivos de ocupación y represión que inicialmente se utilizaron en Palestina contra los palestinos. La ocupación en Palestina no se limita a ese territorio; no es un conflicto que permanezca geográficamente restringido sólo a Palestina. Se ha convertido en lo que llamo una “Palestina global”.
Muchas de esas naciones son de hecho países latinoamericanos como Brasil, Chile, Guatemala, Colombia y, por supuesto, México.
Es hora de actuar y exigir la liberación de Palestina
Ante todo esto habría que preguntarnos: ¿qué tan neutra es la neutralidad del gobierno mexicano en el tema palestino? Y seguido de respondernos lo obvio (que no, no es neutra), seguiría tomar partido como población mexicana y apoyar a nuestro pueblo hermano palestino.
La falsa postura de neutralidad de México dificulta que, por ejemplo, aceptemos refugiades palestines o podamos presionar adecuadamente al Consejo de Seguridad de la ONU (al cual, ése sí, AMLO se ha atrevido a criticar). También dificulta que, en nuestro propio territorio, podamos construir una proyecto de nación antimilitarista desde la ciudadanía, que se oponga a la visión securitaria de los partidos políticos y genuinamente se esfuerce por lograr un proceso de justicia transicional y anticolonial.
La población mexicana tenemos la responsabilidad de salir a las calles y exigir un cambio de rumbo en nuestra cobarde diplomacia. Debemos apoyar un nuevo bloque regional que, con países como Colombia, podría ser capaz de impulsar una genuina presión internacional para detener la masacre y tomar un nuevo rumbo global más humano, en el que ni judíes, ni palestines, ni mexicanes ni ningún pueblo sufran la violencia colonial, genocida, racista y militarista nunca más.
