Fraguada en la calle, sorprende el desconcierto de la 4T frente a quienes la toman ahora. Esto ocurre porque el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador, devenido en gobierno, se asume como la expresión de la totalidad de lo social: no hay reivindicación de los subalternos que escape a su oferta política. Cuando esto ocurre, en automático el presidente la sitúa fuera del campo popular, le niega legitimidad y la tilda de conservadora. Para efectos prácticos, lo que está fuera del radar de la 4T no existe. Así ocurre con las demandas de los pueblos originarios, la protesta por el desabasto de medicinas, la clausura de las guarderías subrogadas o la Caminata por la Verdad, Justicia y Paz de Javier Sicilia y la familia LeBarón.

Las movilizaciones contra la violencia de género han tenido un procesamiento distinto e incluso dramático en el mensaje presidencial, que pasó de ignorarlas a ofrecer un decálogo anacrónico, el cual únicamente mostró que el Ejecutivo no sabe qué hacer. Quedó un vacío discursivo que no pudo llenar con palabras. Por segunda vez en lo que va del sexenio (la primera fue el fallido operativo de Culiacán) la agenda diaria se le salió de control. A una semana de que le rayaran la puerta de Palacio Nacional, AMLO llenó el Zócalo con una multitud disciplinada; el «ejército del pueblo», que no lo increpa, lo saluda. El bálsamo para un ego lastimado por la ira femenina. Restaurado el orden, el presidente colocó Un día sin mujeres en el mismo marco que la Marcha blanca de 2004: detrás estaba la ubicua mano negra de los conservadores.

No hay presidente que salga indemne de la acción colectiva. Por sólo mencionar las referencias que la actual administración considera fundamentales: a Miguel de la Madrid le tocó el movimiento urbano popular y el del CEU, a Carlos Salinas de Gortari la rebelión indígena en Chiapas, a Ernesto Zedillo la huelga del CGH, a Vicente Fox Atenco y Oaxaca, a Felipe Calderón los electricistas y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, a Enrique Peña Nieto la CNTE y Ayotzinapa. Ninguno de estos presidentes provenía de la izquierda ni tampoco se habían fogueado en la lucha social: López Obrador sí. A los neoliberales, se entiende, era lógico que se les rebelaran los débiles y sometidos, pues estos eran las víctimas del “sistema”; que le suceda a AMLO parece un contrasentido. Y a él, incomprensible. ¿Puede haber una causa justa fuera del mapamundi de la 4T?

Si se aplacaba al magisterio con la reversión de la reforma educativa —además de pactar con la Confederación Sindical Internacional Democrática, de Napoleón Gómez Urrutia, y la Confederación Autónoma de Empleados y Trabajadores de México, de Pedro Haces Barba—, era posible que López Obrador bajara el perfil a la protesta pública, y con los programas sociales tendría tranquilos a los jóvenes y sus familias. El viejo estilo corporativo funcionaba con estos núcleos rijosos que no habían dado tregua a los gobiernos de la alternancia. Quedó fuera del cálculo la emergencia de actores sociales nuevos desligados de los usos corporativos del régimen de la Revolución mexicana, diestro en contender con movimientos sectoriales con reivindicaciones puntuales susceptibles de negociarse, ya fuera beneficiando al conjunto de los demandantes u otorgando posiciones y recursos a los dirigentes a cambio de su subordinación.

El reclamo de derechos universales, la obligada transformación de un aparato judicial anquilosado y corrupto —inhábil para atender las demandas no consideradas en la agenda oficial—, los movimientos horizontales sin liderazgos visibles, la exasperación evidenciada con una violencia más simbólica que instrumental, rebasan con mucho la capacidad gubernamental. La protesta pública por el feminicidio sacó a la luz una de las violencias cardinales que cruzan a la sociedad mexicana, la vulnerabilidad de las mujeres en las esferas pública, privada e íntima, una de las inequidades mayores del mundo laboral, la complicidad del Estado con los agresores y el machismo omnipresente. También evidenció tanto la obsolescencia del régimen político como la necesidad acuciante de reformar el Estado. Si algo ha quedado claro en estos días es la disfuncionalidad de éste, no únicamente por la debilidad de las instancias de procuración de justicia, la impericia o la manifiesta incompetencia de muchos de sus elementos, sino porque carece del entramado institucional para hacerse cargo y de la elemental empatía con las víctimas de la violencia de género, suerte análoga a la de los damnificados de la guerra sucia y de la narcoguerra, de los migrantes, los indígenas y los desposeídos.

La incapacidad del Estado para procesar las demandas de la sociedad civil autónoma, aunado a la pretensión de copar todo el espacio de lo social y a la nula interlocución de Morena con los nuevos movimientos sociales —a pesar de su pasado como movimiento— bloquea la salida a los conflictos presentes. “Luchamos contra la violencia hacia las mujeres y contra cualquier forma de discriminación por razón de sexo, raza, origen étnico, religión, condición social, económica, política o cultural”, reza el octavo postulado de su declaración de principios. Ello no obstó para que Yeidckol —quien fue hasta hace unos días la presidenta nacional del partido reconocida por el INE— minimizara los feminicidios con un «en México parecería que aumentó el número, pero no es así. Lo que pasa es que ahora hay mucho mayor apertura a dar a conocer los casos”, achacando su recurrencia al neoliberalismo, como también hizo uno de los senadores, mientras una secretaria de Estado exoneró a su jefe colocándole la medalla del “presidente más feminista en la historia contemporánea”.

Un gobierno que cree tener el monopolio nominativo de las demandas sociales, un régimen que no se desprende de la matriz autoritaria de la cual surgió y un partido que no interviene en las luchas sociales ni tampoco procesa las reivindicaciones de la sociedad civil autónoma, ciñéndose únicamente a convertir en ley los designios presidenciales, carecen de una respuesta adecuada a los movimientos sociales contemporáneos, con el feminismo en el primer plano, pero con la posibilidad de que en los próximos años se potencien otros todavía embrionarios. O se toman en serio que la 4T es tal o habrá más vidrios rotos.