Alrededor del 8M se mueven y nos mueven muchas cosas. Más allá de la marcha, de sus convicciones, sus usos mediáticos, su rabia y su festividad, lo cierto es que, a muchas, muches y muchos de nosotras nos permite abrir espacios para pensar, encontrarnos y accionar en colectivo. Como maestra, estos días me han permitido empalabrar y escribir desde algo que me moviliza constantemente: el quehacer pedagógico y sus diálogos, vínculos y transformaciones a partir de y con los feminismos. Estas letras se han cocinado al calor de un montón de encuentros, desencuentros, charlas de pasillo y espacios con maestras, maestros y estudiantes.

Para arrancar, me gustaría proponernos pensar desde y sobre el quehacer pedagógico. No desde la educación como fenómeno social o entramado de fenómenos sociales, no desde la pedagogía como disciplina; sino desde el quehacer, desde la praxis pedagógica. Aquello que tiene algo de oficio, de saber práctico, reflexivo, colectivo, algo de arte y artesanía. El quehacer pedagógico se desenvuelve en múltiples espacios, circunstancias, formas, con diversos fines (siempre en disputa), a partir de múltiples orientaciones. Pero alude a las mediaciones que intencionalmente desplegamos para suscitar relaciones de enseñanza-aprendizaje; es decir, procesos de conocimiento colectivo. Sí, colectivo, incluso cuando no reconocemos o cuando se niega que toda producción de conocimiento necesariamente es colectiva.

Colocadas estas coordenadas, acá la pregunta: ¿De qué manera los feminismos han atravesado y desestabilizado el quehacer pedagógico de muchas de nosotras, nosotros, nosotres?

Desde hace unos años, las estudiantas de los seminarios que coordino han venido posicionando temas vinculados a los feminismos, la educación de las mujeres, el lugar de las mujeres en la educación, la ternura, los cuidados, las desigualdades e injusticias por razón de género, etcétera. Cuando esto comenzó a suceder aún existían pocos textos que abordaran ampliamente estos temas; sin embargo, en años recientes los trabajos escritos y las experiencias pedagógicas que plantean una relación entre pedagogía y feminismos son cada vez más.

Por supuesto que propiciar que los temas vinculados a los feminismos o las experiencias de las mujeres en la educación aparezcan en nuestros programas o cursos no significa que permitamos que las perspectivas feministas habiten y orienten nuestro quehacer pedagógico. Entonces, ¿qué significaría proponernos un quehacer pedagógico entretejido desde los feminismos?

Contingente del Colegio de Pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la marcha del 8M de la Ciudad de México, 2023. Foto: Montserrat Álvarez Morales.

En América Latina han sido muchas las experiencias, pensadoras, pensadores y docentes que han tratado de radicalizar los procesos pedagógicos desde una apuesta liberadora, cada cual entre los límites y posibilidades de su horizonte histórico y político. Por hacer un recuento rápido (y necesariamente incompleto), pienso en al menos cinco momentos de las tradiciones de educación liberadora en la región: 1) las ideas de educación pública-popular de lxs pensadores del siglo XIX; 2) la educación libertaria y liberadora de finales del XIX y principios del XX; 3) la educación popular y revolucionaria de las décadas de 1960 y 1970; 4) las pedagogías de la liberación y críticas; 5) y las apuestas pedagógicas de los movimientos sociales a partir de los años ochenta del siglo XX.

La historia de estas experiencias es larga y da cuenta de un rico acervo de prácticas, reflexiones, quehaceres y textos que han buscado transformar el mundo desde el quehacer pedagógico. Sin embargo, considero que el último empuje de radicalidad al quehacer pedagógico que se plantea un horizonte liberador lo han dado los feminismos contemporáneos, especialmente los de raíz latinoamericana. Acá propongo algunas coordenadas que nos han planteado estos feminismos:

  • La manera de pensar las relaciones de dominio y violencia desde una perspectiva de género en clave feminista.
  • El lugar del cuerpo. O mejor, de los cuerpos, en los espacios y el quehacer pedagógicos.
  • El lugar específico de la experiencia de las mujeres (bueno, y también de los hombres), en relación con la clase y la racialización.
  • El cuidado y la ternura.
  • El trabajo de las mujeres y la problematización de las actividades educativas feminizadas.
  • La reflexión sobre las formas de conocer, conceptualizar y aproximarnos a la realidad desde un enfoque de género y feminista.

Es cierto que muchos de estos temas, vigilancias epistemológicas, enfoques metodológicos, y hasta didácticos, y formas de hacer una praxis pedagógica ya estaban desde antes, latentes o en explícito movimiento, en algunas corrientes y experiencias pedagógicas. Pero me parece que no estaban suficientemente entretejidas. Estos ejes (quizá habría que sumar otros) producen un posicionamiento que, desde mi punto de vista, moviliza con particularidades específicas que abrevan desde lo que sólo los feminismos han visibilizado y propuesto, si bien más desde la pregunta que desde las certezas. Acá no hay recetas. Así, los feminismos nos han permitido o invitado (a veces obligado) a construir un quehacer pedagógico que se entreteje desde el cuidado, el reconocimiento de las desigualdades y violencias por razones de género, racialización y clase. Claro, cada cual arma su tejido desde su telar propio y colectivo, pero ahí aparece una suerte de brújula que no podemos ya ignorar. Algo de esto han comentado y escrito ya otras pensadoras y docentes como Lia Pinheiro y Polux García; con ellxs y muchxs más, seguimos preguntando y orientando el quehacer pedagógico.

Hay quienes ya hablan de una pedagogía feminista. Yo todavía no estoy tan segura de la conveniencia de reconocerla así, pero agradezco a las compañeras y amigas que así la reconocen, por las posibilidades que abren para seguir construyendo y pensando formas de radicalizar y nombrar nuestro quehacer.

Van estas letras con vocación de duda y con esperanza, especialmente (pero no exclusivamente) para mis maestras, amigas, compañeras, estudiantas y a las mujeres que disputan y construyen cotidianamente otras formas del quehacer pedagógico.

¡No más una pedagogía sin feminismos!

Fotografía tomada e intervenida por Sarai Estrada.