¿Se ha consolidado la ofensiva antigénero en América Latina? ¿Qué éxitos ha cosechado su principal instrumento, la “ideología de género”? ¿Qué aporta el carácter frontalmente antigénero a la reinvención de las derechas?
Desde mediados de 2010, las prédicas y marchas contra “el género” se expandieron por México, Costa Rica, Colombia, Perú, Ecuador, Brasil, Paraguay, etc. En ellas se reclamaba liberar a la sociedad y al Estado de esta perniciosa ideología, tachada de totalitaria y colonial, cuyo fin último era la destrucción de la familia y la vida. El artefacto resultaba novedoso y en los siguientes años daría sus frutos. Venía de Europa, de la usina vaticana. Se había gestado en encuentros internacionales y ensayado en algunos países, en Europa del Este, en Estados Unidos, hasta que finalmente se extendió a América Latina.
En Ecuador, la campaña internacional “Con mis hijos no te metas” llegó en 2017 y se ancló, como en otros países, a propuestas legislativas concretas. Lo que desató las adhesiones que movieron las marchas fue la institucionalización del género en las mallas curriculares. Los llamados fueron lanzados por líderes religiosos, católicos y evangélicos, vinculados con políticos de distintas formaciones conservadoras pertenecientes a una derecha más bien tradicional -socialcristiana, liberal conservadora- con exponentes de las élites empresariales, religiosas y políticas del país, pero influenciada por las nuevas corrientes globales “alternativas” (Vega, 2017). Las organizaciones estadounidenses The Fellowship Foundation o Live Action y eventos como el Congreso Hemisférico Parlamentario o el Congreso Iberoamericano por la Vida y la Familia se encuentran entre sus entornos de influencia. Hacen parte de esta corriente transnacional, al igual que conglomerados mediáticos como Hazte Oir o figuras formadoras de opinión como Agustín Lage, en gira permanente por la región.
Más que una ultraderecha compacta, lo que revela el mapeo de actores son corrientes, conexiones, redes y sinergias, cada vez más instaladas, que acuden al género como un lenguaje tremendamente poderoso a la hora de generar sintonías en torno a la defensa del orden en tiempos de crisis (Graff, 2017). En Ecuador, novedades como Libres. Alianza por la Libertad, un grupo de extrema derecha conectado con VOX en España y Bolsonaro en Brasil, cuyo emblema es “la vida y la familia”, ha entrado recientemente a escena para reclamar el “nacionalismo panhispánico” mediante una “monarquía universal hispánica”. Sin duda, una provocación en un país donde los reclamos indígenas, afrodescendientes, montubios vienen luchando por una redefinición completa del Estado y de la nación.
Mientras en Europa la aprobación del matrimonio igualitario sirvió como detonante a comienzos de 2010, en América Latina, los derechos sexuales y reproductivos, con su tradicional “ogro”, el derecho al aborto, cobraron preeminencia. El acceso a anticonceptivos, así como a información y educación sexual, incluido el reconocimiento de las diversidades sexuales y sexo-genéricas, dispararon las alertas [1]. El pánico moral se concentró en torno al denominado ataque a la familia, a la libertad de los padres para definir la educación de hijas e hijos, a la formación en valores e identidades naturales, claras y sólidas para niños y jóvenes, a la liberalización de los vientres de alquiler y a la promoción de la homosexualidad. En el proceso, se suscitaron profundas sospechas: hacia el Estado, que había pervertido la educación laica, hacia las agencias internacionales, que obligan a los Estados a asumir una “perspectiva” peligrosa, y hacia el feminismo, de manera especial a su vertiente académica, cantera de la nueva ideología.
Cuando comenzamos la discusión sobre el “antigenerismo” desde las derechas redescubrimos, una vez más, el conservadurismo sexual que las permea, declinándose de distintas maneras. Las derechas conservadoras lo han agitado para despertar sentimientos primarios de autodefensa apegándose a concepciones fundamentalistas de la moral, la nación, el pasado, la casa, la familia, etc. Las derechas más liberales lo han difuminado bajo el paraguas del multiculturalismo. Han conservado las estructuras sexo-genéricas que reproducen la vida capitalista contemporánea y la primacía del mercado al tiempo que proponían valores igualitarios y universalistas implícita o explícitamente dirigidos a ciertos sectores de la población.
¿Qué hacen entonces las “nuevas derechas” o “derechas radicales autoritarias” con el género? Pues un poco lo mismo con nuevos ingredientes. Aglutinar y exacerban incertidumbres, reclamarse como auténticos defensores de las auténticas mujeres de la patria o “femonacionalistas”, señalar enemigos internos y externos, comúnmente racializados, condimentar sus discursos con elevadas dosis de post-verdad, acentuar el tacticismo (hoy provoco con una cosa y mañana con la contraria) y desatar resentimiento y beligerancia antifeminista entre varones heridos.
Lo cierto es que a pesar de ser una seña de identidad de las derechas, viejas y nuevas, algunas figuras del progresismo, como sucedió con el mandatario Rafael Correa y su temprana alerta contra la “peligrosa ideología de género” en 2014, se han adherido a la ofensiva. El derecho a la vida, la identidad sexual o la familia natural no son cuestiones de derechas o de izquierdas, afirmó el presidente, sino de sentido común. En el debate inicial de la propuesta de registro del cambio de género en la cédula, comentó: “Esas no son teorías, sino pura y simple ideología, muchas veces para justificar el modo de vida de aquellos que generan esas ideologías. Los respetamos como personas pero no compartimos esas barbaridades”. La prioridad para una persona de izquierdas, recordó, es la pobreza y la miseria, y no estas “novelerías”.
A pesar del empuje del feminismo, la onda antigénero comenzó a moverse cómodamente entre las derechas contemporáneas dispuestas a radicalizarse, sacudirse las políticas implementadas en los últimos años y reclamar el Estado para sí bajo la (patriarcal) bandera de la no intervención: “¡a mis hijos los educo yo!”.
Consideraré algunos de sus rasgos en lo que concierne a la doctrina y la puesta en circulación con propósitos políticos para pensar su viabilidad en Ecuador.
Ecología humana, complementariedad y género según el Vaticano
Los estudios sobre la doctrina de género del Vaticano han mostrado cómo, desde mediados de 1990, el discurso sobre las mujeres experimentó importantes modificaciones. Ya no era posible sostener la inferioridad de las mujeres en sentido literal. La desnaturalización del género había ganado terreno, de manera que para fundamentar el orden (desigual y jerárquico) era preciso habilitar nuevos argumentos.
Comenzó a formularse la idea de que las mujeres eran iguales en dignidad, pero diferentes en su ontología, piscología y espiritualidad. Esto se expandió en el largo papado de Juan Pablo II (1978-2005). Durante la década de 1980, pero sobre todo a partir de mediados de la década de 1990, fecha en la que tuvo lugar la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres en Beijing, los representantes del Vaticano se hicieron conscientes de que lo que se desestabilizaba no era solamente el género, los papeles, lugares y mandatos sociales de mujeres y hombres, sino el mismísimo sexo.
Según Sara Garbagnolli (2016), las disertaciones sobre antropología o naturaleza de lo humano ocuparon el centro de la cancha teológica. Ante el peligro de ser “colonizada” por la perspectiva de género, arrojada a un mar de confusiones, relativismos y crisis jurídica, el papel de la teología debía ser mantenerse firme y evitar el caos. Como sostiene Mary Anne Case (2016), el sexo, que en las concepciones premodernas había sido accidente, fue recuperado como esencia. La humanidad era esencialmente doble y complementaria. El lugar que antes ocupara la jerarquía y la subordinación fue sustituido por la complementariedad (natural).

Lo que se añade en los 2000 fue el ataque directo a la “agenda de género” y, más tarde, al género mismo, palabra, concepto, categoría, campo de acción.
A comienzos de la década, el foco se puso sobre las teorías de género. En 2003, se redacta el Léxico de Términos Ambiguos y Coloquiales sobre la Vida Familiar y las Cuestiones Éticas con el fin de despejar los equívocos que generaban términos como “salud reproductiva”, “interrupción voluntaria del embarazo”, “píldora contraceptiva” o “sexo seguro”. En 2004, un año antes de convertirse en Benedicto XVI, en una carta a los obispos sobre “la colaboración entre hombre y mujer”, Ratzinger profundiza la teología antropológica de la complementariedad en la que, según explica Case, se enfatiza la diferencia inconmensurable, esencial, trascendente, fundamentada en el organismo, la sensibilidad y el espíritu. Teología y ciencia serían dos lenguajes distintos con los que expresar una única realidad, estática y sin historia: la ley natural. Dicha ley establecía el “genio” de hombres y mujeres. El aporte de éstas resultaba crucial, si bien no implicaba clericalizarlas. Su diferencia se asociaba a la casa, la familia, la maternidad y los cuidados, que ya ocupan en la sociedad. Sólo desde ahí podían, en todo caso, aparecer en la vida pública y contribuir a la Santa Madre Iglesia.
Es el propio Ratzinger quien comienza a hablar de conservación. Políticos y legisladores debían comprometerse con la selva, pero sobretodo con la ecología humana. La “colonización” ideológica fue un aporte personal del Papa Francisco (Pecheny et al., 2016). La colonización, el “imperialismo de género” o el conservacionismo natural, conectaban con un sentir común, compartido con algunos sectores de la izquierda latinoamericana, entre ellos el propio Rafael Correa, que veían en el feminismo y la diversidad sexual una fuerza foránea, academicista y hermética, alejada de la patria, del día a día del pueblo y de las familias normales. El nuevo lenguaje, mediante el que se reinventaba el fundacionalismo religioso, también podía hablar desde los “progresismos”.
El salto a la agitación callejera
Además de la ofensiva doctrinal, mediante la que el Vaticano buscó recuperar desde mediados de 1990 su dominio geopolítico en declive (Corrêa, 2018), se perfiló una nueva forma de evangelización política. Para Garbagnoli, ésta se basaba en tres ideas básicas: 1) producir un enemigo compacto con el que medirse simétricamente (las fuerzas “progénero”), dibujando un campo polarizado en contra de… ¡una categoría de análisis!, 2) establecer alianzas con los evangélicos y entre sectores religiosos y no religiosos y 3) desatar confusiones y pánico moral con el fin de influenciar a los legisladores. El objetivo era ejercer presión, no sólo a la manera tradicional, sino a través de la movilización. Ésta podía trabajar de arriba abajo, mediante campañas y plataformas, pero debía apoyarse también en el minucioso trabajo de las iglesias, los movimientos eclesiales y una miríada de las ONG articuladas para defender la vida.
La técnica de deformar al enemigo, mezclando teorías, herramientas, declaraciones descontextualizadas y consignas resultó bastante productiva, particularmente en las redes. La asociación de diversidad sexual y pedofilia en el inventado Movimiento Activista Pedófilo (MAP) da buena muestra de lo enrevesadas que pueden llegar a resultar las conexiones. Lo mismo se puede decir de los recorridos de las figuras visibles; la propia Sarah Winter, también de gira por Ecuador: expulsada del grupo Femen, “convertida” al catolicismo y el antifeminismo, bolsonarista y colaboradora de Damares Alves e imputada por liderar una milicia armada. El “género” aparece como un significante vacío que puede aludir a cosas muy contradictorias. Es esta multiplicidad de significados, confusamente amalgamada y descontextualizada, a la que se acude para despertar sospechas, inseguridad, incertidumbre y temor. El efecto global contribuye, sin duda, a la desdemocratización.

Tomarse la calle y las redes o realizar grandes marchas, plantones o escraches forman parte del salto hacia el “auténtico cristianismo”. Los mensajes más rancios, en rosa y azul, se entretejen con estéticas más actuales y rompedoras que se hacen virales en las redes. En Ecuador, la representación ha respondido, más bien, a lo primero. La defensa de la libertad se ha conectado así con la cultura conservadora que predomina en el país. Las alusiones a la declaratoria de rebeldía, el levantamiento, la objeción de conciencia, la resistencia civil, etc. apenas logran disimular las filiaciones tradicionalistas, racistas y clasistas, de las convocatorias.

A lo anterior se suma la autovictimización. Elementos como la visión apocalíptica o la demonización, común entre las iglesias pentecostales y neopentecostales, se combinan con autorepresentaciones más moderadas que recurren al lenguaje de los derechos, la democracia e incluso la tolerancia y la diversidad. Todo ello, como advierten Pecheny et al. (2016), da forma al “secularismo estratégico”.
La conexión entre católicos y evangélicos aparece como otra clave. Ésta ya se había gestado durante los treinta años de papado de Juan Pablo, momento en el que los católicos sacrificaron su predominio en América Latina con el fin de contrarrestar a la Iglesia de los Pobres y la penetración del marxismo. La alianza entre el Vaticano y Ronald Reagan y el arribo de las iglesias evangélicas cambió el panorama religioso. El trato, tras el fin de la Guerra Fría, se ha actualizado a través de espacios de formación, financiación y agitación como Alliance Defending Freedom o Capitol Ministries, operado con Trump desde la Casa Blanca (Torres, 2020). Hoy el enemigo es el denominado “marxismo cultural”.
El giro hacia la educación y la infancia, otro rasgo sobresaliente, permite desplazarse de los derechos de las mujeres y las minorías sexuales hacia los derechos de niñas y niños, fetos y su protección en el denominado “enfoque de familia”. La infancia activa preocupaciones comunes y poco articuladas, asociadas a la pérdida de autoridad de los padres, la relación con la escuela y los grupos de pares, la sexualización temprana, el embarazo adolescente o el protagonismo “educativo” del mercado y los medios de comunicación. No en vano, y en el contexto de la primera marcha, Ecuador se vio agitado por diversos casos de abuso sexual en las escuelas. Campañas como “Salvemos las Dos Vidas” o el desorientador “feminismo provida”, difundido por la ecuatoriana Amparo Medina, autoproclamada exfuncionaria de Naciones Unidas, ex feminista, ex proaborto, ex guerrillera… responsable, esto sí, de la Pastoral de la Familia en la Arquidiócesis de Quito y directora de Fundación Acción Provida, filial de Vida Humana Internacional, financiada por la Corporación La Favorita.
Junto con señalar enemigos externos e internos, la onda antigénero apunta a un responsable subsidiario: el Estado. El objetivo es doble y sólo aparentemente contradictorio: disputarlo para afirmar el dominio sobre él mismo y desactivarlo para privatizarlo transfiriendo el gobierno a la familia. La racionalidad neoliberal, como apunta Wendy Brown (2019), sencillamente había allanado el camino.
Ecuador. ¿Se consolida la tendencia?
El caso ecuatoriano resulta interesante ya que fue en el marco del gobierno progresista de la Revolución Ciudadana y su líder, Rafael Correa (2007-2017), en el que primeramente se enunció el espíritu antigénero, avalado por las políticas. Los avances iniciales en términos de igualdad dieron paso a la regresión: desarticulación y desfinanciación de instancias de igualdad, negativa a incluir el derecho al aborto en caso de violación en el Código Integral Penal en un país con altas tasas de violencia y de abuso a niñas, disputa sobre el registro civil del género, sospechoso de ser un “bypass” para el matrimonio homosexual, reforma finalmente reformulada y aceptada, o derogación de la Estrategia Nacional Intersectoral de Articulación para la promoción de los Derechos Sexuales y Reproductivos (ENIPLA), sustituida por el Plan Familia (2015) bajo la influencia del Opus Dei. En esos años, la crisis del boom de las commodities había dado al traste con el retorno del Estado y su papel compensatorio de la desigualdad. El viraje hacia el neoliberalismo se estaba produciendo de a poco, en un clima cada vez más marcado por la beligerancia hacia los movimientos de izquierda, incluido el feminista.
La llegada del candidato de continuidad Lenin Moreno a la presidencia en 2017 y el posterior clima de inestabilidad y confrontación con su antecesor desencadenó una nueva coyuntura. Moreno derogó el Plan Familia y abrió las puertas a potenciales alianzas con el feminismo. Se frenó la criminalización del aborto, así como las indicaciones para no atender abortos en curso. No obstante, y a pesar de la aprobación de la Ley Orgánica Integral para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en 2017, la eliminación del “género” en el texto final se asemejaba a lo sucedido en otros países, donde la palabra ya se había convertido en una papa caliente. La primera marcha antigénero, convocada por el Frente Nacional por la Familia, se produce en estas coordenadas. Dado el espíritu antigénero de Correa, la identificación entre gobierno progresista e ideología de género no pudo ser tan explotada como en el caso brasileño.

Tras esta primera ofensiva, las derechas siguieron jugando en la cancha del género. La segunda contienda de intensidad acabó tumbando la propuesta de despenalizar el aborto por violación en 2019 en la asamblea; el presidente no emitió el veto. La tercera, que no se libró en la Asamblea, sino en la Corte Constitucional, se saldó con la aprobación del matrimonio igualitario en junio de ese mismo año; el antigenerismo vio limitada su capacidad de movilización. Las posiciones reaccionarias del presidente ante distintos episodios de violencia en 2019 y la falta de compromiso presupuestario con la Ley de Violencia a inicios de 2020 desinflaron definitivamente las expectativas y compromisos iniciales. La progresiva alianza con la derecha conservadora, que vio en Moreno una pieza clave para la transición, se concretó en una clara orientación neoliberal. Operaciones simbólicas de la derecha como la propuesta de una Ley Orgánica de Fortalecimiento de las Familias no tuvo mayor trascendencia. Tanto los amagos de políticas de género como las iniciativas de la derecha “alternativa” acabaron confundiéndose, en las instituciones, con la corriente conservadora dominante.
La escalada de malestares que desataron las medidas del gobierno concluyó en el estallido de octubre de 2019, liderado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). Meses después se desencadenó la pandemia y con ella la arremetida neoliberal que había quedado interrumpida por la revuelta de octubre. Los sectores antigénero siguieron operando; echaron la culpa del COVID-19 al desorden de género, buscaron retrocesos en los derechos, por ejemplo, respecto a la anticoncepción de emergencia durante el confinamiento, invitaron a orar por los gobernantes y en algunos casos, al igual que en Brasil, llamaron a la desobediencia. En las nuevas coordenadas, los fundamentalistas religiosos siguieron llamando al fortalecimiento de la familia tradicional y el orden privado de los géneros al interior de los hogares y las iglesias (Vega, 2020). Aprovecharon el 12 de octubre de 2020 para atacar al movimiento indígena y feminista por pintar estatuas como la de Isabel la Católica en Quito apelando a su particular combinación de libertad, orden y respeto al patrimonio colonial. Con ello ponían de manifiesto, una vez más, su comprensión racista del orden de género, reinstalando en el imaginario el carácter blanco mestizo y elitista de la familia tradicional. Toda una propuesta de protección moral frente a la crisis económica y de salud.

A día de hoy, el conservadurismo antigénero y racista en Ecuador, mayormente tradicional con tintes radicales y autoritarios, se sintoniza y declina en clave privatizadora. Lo privado en la familia y lo privado en el mercado se fusionan en la sospecha fundamentada e inducida respecto al Estado, pero sobretodo respecto de la intervención de las izquierdas en el contexto postprogresista, del movimiento indígena encarnado en la CONAIE, de los estudiantes, del feminismo, de los sectores campesinos y urbano populares que protagonizaron el paro. La invitación es, en definitiva, y dada la cultivada desafección respecto a los políticos y a la institucionalidad del Estado, a dejar todo en manos de los padres, cabezas de familia, y del mercado, guiado por las élites blancas de la patria. Los primeros resguardarán los valores rectos, aunque autoritarios, al interior de los hogares. Garantizarán el espíritu emprendedor con el que superar la crisis en una armónica sintonización con el mercado. Encarnarán la capacidad de restaurar el orden frente al desborde, siempre demasiado oscuro, que fue la revuelta de octubre.
Todas estas promesas reenganchadas en un modelo de reproducción social basado en la dominación de género, raza y clase reaparecen hoy atravesadas por la restauración de la fantasía sexogenérica tradicional, el colonialismo y el autoritarismo. La reinvención de las derechas vuelve a reconstruir sobre el género su lengua paterna.
Notas
[1] El término “ideología de género” fue utilizado por el primer mandatario ecuatoriano en 2014 en un enfrentamiento directo con el movimiento feminista. En Brasil, distintos estados y municipios eliminaron la igualdad de género en las directrices educativas en 2015 bajo la influencia de Escola Sem Partido. Un año más tarde, y en relación al golpe contra Dilma Rousseff, la movilización por la erradicación de esta “ideología” experimentó una escalada. También en Chile y en Centroamérica se intensificó por estos años. En Colombia la presencia de la “ideología de género” en los acuerdos de paz fue un elemento clave; tras la victoria del “no”, se llamó a una purga de esta dimensión en el proceso. En Perú, destacan los vínculos políticos y corporativos de los sectores pentecostales. En Argentina y Uruguay el impacto ha sido menor, si bien ha tenido un papel clave en la elaboración discursiva. Para un análisis regional de esta ofensiva: Viveros y Rodríguez Rondón (2017), Gonzalez et al. (2018), Careaga (2019), Corrêa (2018), Maher (2019), Viveros y Faur (2020) y Torres (2020).
Referencias
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Gonzalez, Ana Cristina; Castro, Laura; Burneo, Cristina; Motta, Angélica y Amat y León, Oscar (2018) Develando la retórica del miedo de los fundamentalismos. La campaña “Con Mis Hijos No Te Metas en Colombia, Ecuador y Perú. Lima: Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán.
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Proyecto Género & Política en América Latina (2019) Políticas Antigénero en América Latina: Estudios de Caso
Torres, Ailynn (Ed.) (2020) Derechos en riesgo en América Latina. 11 estudios sobre grupos neoconservadores, Quito: Fundación Rosa Luxemburgo y Ediciones Desde Abajo.
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Viveros, Mara y Faur, Eleonor (2020) (ed.) Monográfico: “Las ofensivas antigénero en América Latina”, LASAForum, 52, 2.