«Fui miembro de las brigadas de la Facultad de Ciencias Políticas,
los compañeros nos querían mandar a la cocina, pero nosotras nos
dedicamos a aprender a volantear y hacer lo que ellos hacían.»
Isabel Huerta, activista del movimiento
estudiantil mexicano de 1968
Sin duda, las recientes agitaciones políticas suscitadas en las universidades y escuelas de bachillerato en torno al combate y eliminación de la violencia de género han despertado el interés público. A diferencia de los procesos políticos en los movimientos estudiantiles de hace décadas, en los que se enfatizó el reconocimiento a las demandas planteadas en pliegos petitorios, la masificación y polaridad que obtuvieron en el transcurso de las semanas y meses los movimientos estudiantiles contemporáneos —o la radicalidad de sus participantes— también han generado múltiples controversias entre las partes involucradas, la opinión pública en prensa y la sociedad civil que atestigua la intensidad del conflicto en las comunidades universitarias y educativas.
Por la oleada de feminismo que se experimenta a nivel mundial, y especialmente en América Latina en los últimos años, esta es la primavera viole(n)ta que se introdujo con la rabia y el hartazgo de las miles de mujeres que cursan sus estudios o laboran en las entidades y dependencias universitarias, en tanto sobreviven a las condiciones de inseguridad, precariedad y discriminación del patriarcado, del neoliberalismo voraz y la colonización occidental vigente. Nos encontramos ante una nueva narrativa de la lucha —propiamente de mujeres— que no pretende permitir su invisibilización histórica y anulación política, sino irrumpir en el escenario de la vida pública como la experiencia de resistencia que plantea novedosas preguntas y lecturas para exigir a las universidades e instituciones educativas superiores no ser omisas y negligentes ante la violencia de género, cuál síntoma del patriarcado en las escuelas.
Es esta ocasión no es la imagen tradicional de cada movimiento estudiantil que surgido en el seno de las instituciones educativas llame a defender la gratuidad, el carácter público de la educación del tipo media y superior, la autonomía universitaria, la extensión y difusión de la cultura, la participación estudiantil en los órganos del gobierno universitario o la democratización en las elecciones de la representación política de todos los sectores que integran a la universidad. Lo que ocupa la atención de tantas cámaras, micrófonos y expresiones antagónicas es la presencia y liderazgo político que han tomado las mujeres sobre la lucha contra la violencia de género en la agenda política de las instituciones educativas, principalmente universitarias, en contexto con el escenario de un Estado que aún permite y encubre en todos sus niveles los más altos índices de feminicidios y demás delitos que se cometen en contra de las mujeres para sostener el orden masculino en las esferas de poder con su sistema de justicia patriarcal.
En este sentido, lo que hoy acontece en facultades y escuelas no guardan semejanzas con la centenaria revuelta estudiantil en Córdoba, Argentina de 1918; no son los movimientos de reforma universitaria en Cuba, Perú y Chile de la primera mitad del siglo XX; no es el mayo francés del 68; no son las voces masculinas opacando y acaparando la atención con consignas en reiteradas manifestaciones y aniversarios simbólicos. Es el feminismo universitario, y se ejemplifica con la participación política femenina de jóvenes universitarias que durante décadas han expresado su rechazo abierto al acoso y demás tipos de violencias al que se enfrentan desde su ingreso y estancia en los espacios educativos formales. Además, las mujeres jóvenes se encuentran atravesadas por cuestiones de clase, raza, género y relaciones interpersonales/políticas que influyen en el tipo de trato que reciben en cualquier espacio, incluidos los espacios educativos en su condición de estudiantes.
Esto quiere decir que el feminismo universitario no tiene genealogía con los movimientos estudiantiles, porque la agenda feminista no existe en pliegos petitorios previos al siglo XXI, pero también, que la lucha contra la violencia de género en la educación del tipo media y superior es un fiel reflejo de la huelga feminista en las calles del país. Por consiguiente, el feminismo universitario es una expresión política de la lucha feminista al interior de las universidades e instituciones educativas, que implica la transversalización de la política de género en la reformulación de la legislación y política universitaria.
Así pues, en contraste con el desgastado estereotipo del hombre heterosexual, de izquierda, burgués o clase-mediero que pretende citar una frase de El Capital en una asamblea estudiantil o imitar la indumentaria de Ernesto «Che» Guevara y de cualquier líder estudiantil/social latinoamericano, tenemos el protagonismo político de las jóvenes mujeres universitarias que hoy cuestionan a una institución milenaria encargada de negarles el acceso, ocupación y egreso en sus espacios; tenemos el ejemplo de una juventud de mujeres que se asume feminista y que, en su energía y rebeldía, busca imprimir la orientación crítica y radical de la lucha feminista en la reforma universitaria.