Hace unos meses la Unión de Pobladoras y Pobladores de Chablekal celebró su séptimo aniversario. Y lo hizo anunciando una serie de dictámenes elaborados por expertos en donde Misnebalam, el monte que defienden, ha sido reconocido como «selva baja».
Sobre la Unión se han escrito ya varios trabajos (por ejemplo, el reciente de Alberto Velázquez) que resaltan el hecho de que es una organización fundada por pobladores mayas de Chablekal en 2014 y que exige el derecho a la tenencia de la tierra, el territorio y los recursos naturales. Esto frente a las ventas realizadas por el comisariado ejidal de Chablekal, que lo ha hecho sin tener en cuenta al resto de la población. Pese a que sabemos el origen y proceso de organización de la Unión sabemos mucho menos del monte que defiende, llamado Misnebalam, y cuyo topónimo identificó durante siglos a una hacienda. La historia de este espacio, y su relación con los mayas de Chablekal, nos clarifica la dimensión de la lucha de la Unión, una lucha que cuestiona de fondo la manera en que nos relacionamos con nuestro entorno y en cómo miramos las selvas.
Sería un equívoco pensar que antes de que fuera devastado por la agroindustria henequenera lo que hoy es el monte de Misnebalam no había sufrido la intervención de los humanos. Esos montes fueron en donde los milperos de las diferentes repúblicas de indios del norte de Mérida hicieron sus sementeras, rotando cada determinado tiempo el espacio de cultivo y cediendo al barbecho después de dos años el espacio que alguna vez estuvo cultivado. A principios del siglo XIX Misnebalam dejó de ser un monte de las repúblicas de indios y pasó a manos de propietarios no mayas que decidieron instalar allí una estancia ganadera. A partir de entonces estos comenzaron a construir la infraestructura necesaria para criar ganado, edificando norias y corrales. Con el tiempo Misnebalam comenzó a crecer y a ese lugar comenzaron a llegar milperos que, a cambio de montes donde hacer sus sementeras y agua para beber, comenzaron a trabajar para los propietarios blancos, esto después de que muchos montes del común de pueblos —como Chablekal, Conkal o Chicxulub— fueran enajenadas.
Para esta época el monte de Misnebalam no formaba ya parte del territorio de repúblicas de indios, como la de Chablekal, sino servía para sembrar milpa con el fin de alimentar a mayorales y vaqueros, empleados encargados de cuidar el ganado, la riqueza agraria a finales del siglo XVIII y principios del XIX. De ahí que la enorme hacienda llamada ahora San Juan Nepomuceno Misnebalam, propiedad de Isaac Pérez, se extendiera casi hasta la costa y tuviera amplios espacios de montes y sabanas que estaban salpicados de parajes, potreros y de milpas.
En las últimas décadas del siglo XIX, cuando Arcadio Mendoza figuraba como el propietario, en torno al casco de Misnebalam comenzaron a expandirse los henequenales necesarios para el cultivo del agave, la nueva “riqueza” del estado de Yucatán. Los milperos que comenzaban a transformarse en peones agroindustriales fueron los encargados, hacha en mano, de tumbar el monte bajo, sembrarlo por última vez con maíz y posteriormente sembrar las líneas de agave de los planteles. Los caminos que aún pueden recorrerse hoy en día y que atraviesan de lado a lado Misnebalam dividiendo el espacio en cuadrados son producto de la organización agroindustrial del espacio agrícola. Su trazo obedece a la disciplina de hierro del monocultivo henequenero, que lo mismo disciplinó a la naturaleza como a los cuerpos humanos para integrarlos a la maquinaria para producir fibra. La devastación del monte bajo de Misnebalam tenía su símil en el deterioro de las condiciones de vida de los mayas y los prisioneros de guerra yaquis que trabajaban de manera extenuante en los campos de henequén y en la casa principal para asegurar la producción de fibra.
Si bien tras el reparto agrario cardenista, en 1937, Misnebalam pasó a manos de los milperos mayas de Chablekal, la superficie continuó siendo sembrada con el agave durante varias décadas. Sin embargo, el declive del mercado del henequén provocó que el agave dejara de sembrarse en Misnebalam. Ciertamente esto permitió que la vegetación cubriera de nuevo los henequenales, pero ha sido la gestión de los pobladores de Chablekal la que ha permitido que hoy pueda hablarse de k’áax (selva baja) en un espacio que había sido devastado previamente por un proyecto agroexportador impuesto. Su labor de conservación también ha hecho que ese espacio de árboles, arbustos y animales no corra la suerte de la enorme mayoría de los montes ejidales del norte de Mérida que hoy sólo existen en el recuerdo de algunos pobladores y mapas antiguos ya que en su lugar se erigen hoy centros comerciales de lujo, privadas exclusivas y “desarrollos” inmobiliarios.
Misnebalam es un espacio que la Unión reivindica como k’áax desde que tomó posesión de ese territorio. Pero lejos de reproducir la idea de los montes como un espacio virgen y prístino, simboliza la exigencia de los mayas de Chablekal de decidir qué sucede en su territorio como pueblo maya, un ejercicio que también interpela a siglos de explotación en donde esos mismos montes fueron transformados y devastados a costa de la compulsión laboral de las y los mayas desde proyectos y visiones ajenas. El acto de defender y conservar Misnebalam como k’áax, en suma, reivindica la presencia centenaria de los mayas de Chablekal invisibilizada y su capacidad para construir otras relaciones que vayan más allá de la devastación o el cercamiento de los montes ejidales.
