Compré un boleto de la rifa del avión presidencial, lo acepto. Lo digo ahora para dejar claro que apoyo al gobierno encabezado por AMLO y que me encuentro, así, en uno de los polos en los que supuestamente está dividido el país. Aunque mi postura en este punto coincide con la mayoría de los mexicanos, resulta cada vez más difícil encontrar gente que la comparta entre mis círculos laborales, familiares y de amistades. 

Razones no faltan. El gobierno federal ha cometido errores graves en los dos años y medio que lleva la llamada 4T: el giro en la política migratoria, el protagonismo que se le ha dado al ejército, la patética respuesta al movimiento feminista o la falta de un proyecto para combatir la crisis climática se encuentran entre los más importantes. 

También, hay que decirlo, han surtido efecto los ataques dirigidos por las cúpulas privilegiadas de los anteriores gobiernos que, al ver afectados sus intereses, han construido la falsa idea de que López Obrador es un protodictador populista que nos está llevando a una catástrofe. 

El caso es que, con razón o sin ella, la impopularidad de AMLO y de Morena ha crecido dentro del círculo clasemediero, o alto-clasemediero para no eufemizar mi lugar en la sociedad mexicana, en el que me muevo. Pero aquí sigo yo, esperanzado en la Cuarta transformación ¿Por qué? Es lo que intentaré explicar en las siguientes líneas. 

Comenzaré diciendo que de forma recurrente dudo de López Obrador y de su proyecto. Me pregunto si mi confianza en la 4T no es más bien una necesidad de creer que las cosas pueden mejorar en este país, en la escala nacional, una vez que las opciones electorales se han agotado. Algo de esto debe estar jugando, pero creo que mi confianza –dubitativa, condicionada, pero confianza, al fin– puede explicarse también en términos de experiencias y expectativas. 

Sabemos muy bien lo que significa ser gobernados por la ahora oposición que reclama su regreso al poder. Esta experiencia es determinante en mi esperanza en la 4T. Mi apoyo al gobierno encabezado por AMLO está situado en un contexto específico en el que las alternativas en la escala nacional son reducidas, pero a la vez, tienen diferencias significativas. 

¿Hace falta volver a describir el desastre que dejaron los gobiernos anteriores, en términos de violencia, despojo y corrupción? Baste, como ejemplos, recordar la guerra para el narco desatada por Felipe Calderón, cuyo secretario de seguridad está siendo juzgado por sus íntimos nexos con el crimen organizado; o los escándalos de la administración de Pemex durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, que incluyeron el disparo exponencial del huachicol, la red de sobornos vinculada a Odebrecht o la compra de legisladores para la aprobación de la reforma energética. 

El actual gobierno ha tomado también decisiones lamentables y no está exento de casos de corrupción. No obstante, y a pesar de que el escrutinio a esta administración ha sido particularmente riguroso, nada de lo que conocemos hasta hoy se acerca a los excesos cometidos en los sexenios pasados. Ciertamente, los errores del presente no se justifican porque el pasado fue peor, pero en un cálculo de racionalidad política, la asimetría entre unos y otros debería ser suficiente para optar por la opción menos nociva. 

Ahora bien, la experiencia de los malos gobiernos del pasado, como explicación de mi apoyo a la 4T, no se reduce a lo que bien resumen los memes de “Sí, pero el PRI robó más”. Es fundamental tenerla presente para entender las condiciones que han determinado desde un inicio a la actual administración. Las decisiones tomadas por López Obrador en materia de seguridad o de política energética, por mencionar dos casos controversiales, no pueden ser explicadas como meras ocurrencias, deben ser situadas en el marco de la guerra desatada por Calderón y de los escándalos de Pemex del gobierno de Peña mencionados arriba. La violencia desbordada y la crisis de la empresa más grande de México no son producto de las políticas del gobierno en turno; la obligación de este último es revertirlas y será culpable si fallan sus estrategias, pero aún es pronto para evaluar resultados.

Por otra parte, aunque mucho más corta, la experiencia que tenemos del gobierno de López Obrador nos permite valorar sus fortalezas y debilidades. Diversos balances se han hecho sobre los pros y contras de la 4T, concuerdo en general con aquellos que reconocen un saldo positivo. Quisiera destacar tres ámbitos en los que en poco tiempo se han introducido cambios que alimentan mi esperanza: 1) El laboral, con el aumento histórico al salario mínimo, las reformas sindicales, la limitación de la subcontratación y la mejora del sistema de pensiones. 2) El de la relación entre el poder político y el económico, en el que, aunque insuficiente, se ha comenzado a marcar una línea divisoria y se ha fortalecido la posición del primero. Esto se manifiesta en el combate a la evasión fiscal, en la cancelación de proyectos como el NAIM o Constellation Brands o en etiquetado frontal de alimentos. 3) Y, finalmente, el de la administración pública, con la introducción de una nueva retórica enfocada en la justicia social, la racionalización y reorientación del uso de los recursos públicos para el bien de las mayorías y la reivindicación del Estado como responsable del bien común. Aunque los avances son limitados y en los tres casos hay mucho que mejorar, representan cambios de rumbo sustanciales, sin los cuales sería muy complicado imaginar un mejor futuro. En los tres casos también, el sector social al que pertenezco no es el principal beneficiario, lo que para mí es un buen síntoma.

Como toda esperanza, la que tengo en la 4T responde también a expectativas. Me ilusiona, en este sentido, un grupo de personas que forman parte medular del movimiento, y de quienes se espera que continúen en él. Se dice, con razón, que Morena no se distingue de los demás partidos al tener entre sus filas a personajes como Monreal, Bartlett o Salgado Macedonio. Es verdad, no hay justificación alguna. No obstante, a diferencia de la oposición, hay en las filas de la Cuarta Transformación funcionarios que integran, en mayor o menor medida, cualidades poco comunes de los políticos en México: conocimientos técnicos y habilidades políticas, profesionalismo y un sentido de responsabilidad social definido por una agenda progresista. Me refiero a Claudia Sheinbaum, Luisa María Alcalde, María Luisa Albores, Graciela Márquez, Tatiana Clouthier, Citlalli Hernández, Alejandro Encinas, Gerardo Esquivel, Arturo Herrera, Marcelo Ebrard, Santiago Nieto o Hugo López-Gatell, sólo por mencionar a los que están en la primera línea. La 4T está llena de contradicciones, como lo dijo Víctor Manuel Toledo. Dentro de ellas, hay una posibilidad de que el ala progresista tome las riendas en el futuro o que, por lo menos, siga haciendo contrapeso a los vicios de la vida política nacional, y ese es un motivo de esperanza.

Pero, quizá, mi mayor expectativa en la 4T resulta de que coincido con una serie de principios en los que, cuando menos en teoría, se sostiene el movimiento: la protección de lo público, la centralidad del Estado como responsable del bienestar de la mayoría y, solo en esa medida, como principal agente de cambio social, la defensa de la soberanía, la justicia social y la búsqueda de establecer un proyecto colectivo, de escala nacional, más allá de principios identitarios. Muy lejos está el gobierno encabezado por López Obrador de haber materializado estos principios, incluso a veces parece que camina en un sentido contrario. Pero encuentro este “horizonte utópico”, por llamarlo de alguna manera, más convincente y más justo que el de la alternativa neoliberal o, incluso, el de la autogestión antisistémica. 

Esta es mi esperanza en la 4T. Aunque sus límites son evidentes, mi voto será por Morena en las siguientes elecciones. Es fundamental evitar el regreso al poder de quienes devastaron al país en las últimas décadas. A ello sumo lo apremiante de garantizar las condiciones para que se consoliden los cambios positivos iniciados por esta administración. De igual importancia es seguir denunciando, desde la izquierda, los errores de este gobierno y exigir los cambios necesarios para hacer efectivo su principio más radical: “por el bien de todos, primero los pobres”. Solo así, la esperanza en la 4T tiene sentido.