
Crónica
Alejandra Estefanía Quiroz Tirado
Todo lo que compone una sociedad, desde el cuerpo humano hasta la dinámica de las ciudades, está en movimiento y sigue un ritmo, de hecho, ambos factores posibilitan su existencia y moldean sus formas. Nuestro corazón late con determinada cadencia y eso permite que la sangre circule en el cuerpo; la trabajadora se traslada desde su casa hasta la oficina con cierta velocidad que finalmente definirá si llega o no puntualmente, si recibe o no una sanción administrativa; el desplazamiento de los manifestantes en las calles impacta con la represión policial y eso determina la intensidad de la jornada de protesta; y así la lista es infinita, pero antes de que esta enumeración se convierta en una reflexión híbrida acerca de la química de la materia y la sociedad, me detendré para afirmar que la vida es un ritmo. ¿Qué tiene que ver esto con la relación entre marxismo e inconsciente? Pues bien, el vínculo lo encuentro cuando reflexiono acerca de qué define ese ritmo, qué factores entran en juego cuando nos movemos de una u otra manera en nuestras actividades cotidianas y, quizás más importante, cómo podemos transformarnos a nosotras y a nuestras sociedades a partir de la identificación de ese ritmo.
Estoy utilizando la palabra ritmo para hilvanar esta reflexión porque el curso “Marxismo e inconsciente” que impartió José Luis Moreno Pestaña en julio de este año —organizado por Revista Común y la UAM-Cuajimalpa— me condujo a pensar en las prácticas afectivas, en los términos de Casilda Rodrigáñez, como los movimientos que constituyen relación entre todo lo existente del mundo; piénsese, por ejemplo, en la interacción entre los seres humanos, entre éstos y los no humanos, en las dinámicas de las construcciones familiares y societales. Moreno Pestaña señala que para describir la formación social y comprender de qué se compone el inconsciente de un sujeto y en qué mundo vive, es necesario observar con detenimiento, entre otros elementos, los componentes de la vinculación social que caracteriza a dicha formación. Estoy pensando entonces en las prácticas afectivas de esta vinculación social, y para ello me resulta útil e interesante interpretarlas como movimientos de desplazamiento, de contacto y separación, de distancia y de cercanía entre seres; en suma, las prácticas afectivas como un ritmo.
Rodrigáñez, lectora y crítica de Freud, señala que en la base de estos movimientos que posibilitan la relación entre los seres del mundo encontramos una pulsión vital que preexiste a los seres humanos y que no es decidida por ellos, ya que es la condición inevitable de la vida, posibilita su reproducción y su sostenimiento. Es por esta pulsión vital que un cuerpo se cuida a sí mismo a la par que cuida a otros cuerpos para persistir en la existencia. Sin embargo, añade, en sociedades moldeadas por el capitalismo y el patriarcado, se busca dominar esta pulsión vital y ajustar el ritmo de la vida al ritmo de la competencia y la producción. Entonces, pasa que los cuerpos dejan de relacionarse en búsqueda de cooperación y cuidado, y pasan a ser cuerpos acelerados, amenazados por la precariedad, sobrestimulados por el sistema de recompensas, saturados de exigencias de éxito, entendido este último como acumulación de alguna forma de capital. No obstante, la pulsión vital persiste como recordatorio de que no siempre fue así y que puede ser diferente.
Hasta aquí, pareciera que nos encontramos frente a una formulación dicotómica: por un lado, la pulsión vital primigenia y, por otro, la estructura opresora. Sin embargo, es precisamente en este punto donde me parece muy relevante aquello que Moreno Pestaña, recuperando el trabajo de Juan Carlos Rodríguez en Freud: la escritura, la literatura (inconsciente ideológico e inconsciente libidinal), llama el aporte del marxismo al inconsciente, es decir, el llamado a observar de qué manera se estructura la relación entre seres al interior de una sociedad moldeada por el capitalismo para comprender, en cada caso, cómo se articulan las formaciones sociales, los campos y nuestras elecciones éticas y políticas, las cuales, por muy condicionadas que estén —concluye— nos permiten varias posibilidades. Esta última afirmación me conduce a concluir que si identificamos qué está determinando el ritmo de nuestros cuerpos, ese ritmo presente en nuestras acciones cotidianas y en nuestras formas de vinculación social, podemos encontrar nuevas propuestas de movimiento, nuevos ritmos de desplazamiento e interacción. Esta desorganización del movimiento y esta reapropiación de nuestro ritmo vital es la expresión de esa libertad que, como señala Moreno Pestaña, está siempre en tensión con las estructuras opresivas pero que, al igual que la pulsión vital, nunca puede ser del todo cooptada.
Así pues, me parece interesante colocar en diálogo las reflexiones acerca de cómo se construye la subjetividad de los seres humanos en las sociedades moldeadas por el capitalismo y la propuesta de una pulsión vital cada vez más difícil de sentir y de encarnar en ellas. Las prácticas afectivas, entendidas como formas particulares de moverse en el mundo, se presentan como una oportunidad de análisis del mencionado diálogo en términos sensoriales y emocionales. Pienso, por ejemplo, en una de las conclusiones enunciadas por Moreno Pestaña que me resultó más interesante: “el capitalismo es ajeno a las necesidades humanas”. Esta frase se deslizó del intercambio de comentarios acerca de lo extenuante que es para los trabajadores cumplir con las exigencias de producción capitalista, piénsese en los largos viajes a los centros de trabajo y las posturas forzadas durante horas; o lo perturbador que resulta que las mujeres sometamos nuestros cuerpos a dolorosos procedimientos para cumplir con los ideales del patriarcado, hermano del capitalismo.
Pese a la violencia presente en ambos ejemplos, pienso que nadie podría afirmar que estas personas se han desvinculado por completo de la pulsión vital de la que nos habla Rodrigáñez, es decir, ambos movimientos, el del trabajo extenuante y el del sometimiento del cuerpo, les posibilitan persistir en la forma de existencia que las sociedades capitalistas y patriarcales ofrecen como la mejor posible. Encuentro cercana esta formulación a la idea de que jamás puede hablarse del inconsciente libidinal sin el ideológico y viceversa. Así pues, la pulsión vital no desaparece ni siquiera en escenarios de dominación y opresión exorbitantes, de hecho, las personas continuamos deseando existir, lo problemático es que la forma de existencia que se nos propone no está pensada para favorecer la reproducción y el sostenimiento de la vida, sino el incremento del capital; pese a ello, la seguimos escogiendo y adoptando sus lógicas como el ritmo de nuestras prácticas afectivas con nosotras mismas y con lo que nos rodea.
En este escenario, hechos los apuntes y concluido el curso, persiste en mi memoria la pregunta acerca de cómo reapropiarme de ese ritmo con el que muevo mi cuerpo, ese ritmo con el que me acerco y me distancio de otros seres, cómo direccionar éticamente mis prácticas afectivas sin que sea una imposición externa o una espiral infinita de autovalidación, sino que se sienta en el cuerpo a la vez que lo invita a transformar su camino. Para intentar responderme, retomo una palabra enunciada en el curso que me parece particularmente provocadora: repetición. Entonces, la pregunta pasa a ser cómo dejo de repetir ese ritmo que, aunque insista en negarse, me trae dolor y malestar, cómo interrumpo su flujo. Las conclusiones elaboradas en el encuentro con Moreno Pestaña nos conducen, como un paso necesario, a cuestionarnos en qué formación social existimos y cuál es el ritmo de movimiento que ésta requiere y promueve, el cual sentimos en el cuerpo a veces de manera automática. Identificado afectiva y sensorialmente este aspecto de nuestros pequeños y grandes desplazamientos por el mundo, de nuestros breves e intensos contactos con otros seres, quizás sea posible empezar a movernos de otras maneras.
