El COVID-19 alumbró las prioridades para la reproducción de la vida humana: refutó las ilusiones de una salida autárquica a la crisis sanitaria y, al mismo tiempo, hizo que resaltaran tanto los miembros de la sociedad que combaten la enfermedad como quienes buscan obtener ganancias a pesar de ella. En el primer grupo están los equipos médicos —“primera (y extenuada) línea”— junto a aquellos que han permitido que los últimos 60 días otros podamos estar en cuarentena: productores del campo; transportistas y repartidores de víveres en las ciudades; técnicos en infraestructura (electricidad, agua, etc.); periodistas profesionales; científicos que buscan curas médicas y sociales; trabajadores de la limpieza y la cultura que aportan bienestar colectivo en estos tiempos difíciles.
Cuando se escriba la historia del confinamiento valdrá la pena analizar la lista de actividades económicas que cada gobierno determinó como esencial durante la pandemia. La industria maquiladora en la frontera México-Estados Unidos y su reincorporación productiva durante el pico de contagios (con 432 trabajadores en maquilas de exportación fallecidos en Baja California de un total estatal de 519 y otros 104 muertos tan sólo en Ciudad Juárez según reportó Susana Prieto) demuestra que no todos han estado en sincronía ni han tenido las mismas prioridades. En la mañanera del 28 de abril, en ciernes de la fase 3, el presidente de México aceptó que no contaban con una estadística por ocupación de casos positivos y fallecidos por COVID-19. La historia sociopolítica sobre estos días repondrá la actuación de cada uno.
La pandemia transitó y se fortaleció por las cadenas globales de valor. Wuhan y Bérgamo, ciudades industriales de ensamblaje de mercancías, fueron plataformas de esparcimiento del virus a niveles verdaderamente globales; en ambos casos existen sospechas fundamentadas sobre el incremento de los contagios por las negativas empresariales de parar la producción a tiempo. Las cadenas trasnacionales de la agroindustria también se trastocaron. Estados Unidos mantiene los cultivos que abastecen a 330 millones, sin aspaviento porque los jornaleros que trabajan los campos no cuenten con papeles; por su parte, los gobiernos británico, italiano y alemán establecieron puentes aéreos para trasladar jornaleros rumanos y polacos ya que, a diferencia de la mano de obra local, “no se quejan del dolor de espalda y trabajan fines de semana”. Después de varios meses de convivir con el Coronavirus, queda claro que en esta emergencia unos velan por la mejora en la reproducción social mientras otros lo hacen por sus réditos en las cadenas globales de valor.
Como aseguró Diego Macías en un artículo reciente, el COVID planteó con toda crudeza la invisibilidad precarizada en la que viven los trabajadores indispensables. A la par, los héroes de la pandemia —médicos y enfermeras en todo el mundo— necesitan condiciones dignas para su trabajo diario e infraestructura suficiente en los sistemas de salud. Cabe también reflexionar que lo que se mira con anhelo y referencias de soluciones históricas de tal escala, los new deals y planes Marshall, se concretaron gracias al esfuerzo del mundo del trabajo. Aún en países como México donde tuvimos una modernización autoritaria, el proceso de profesionalización de los servicios públicos (educación, salud, construcción de infraestructura) fueron propulsados por esfuerzos de movilización inmensos. La ampliación del sistema de salud y la lucha médica de 1964, por mencionar el ejemplo más inmediato, sumó a la profesionalización del sistema a partir de exigir garantías en la contratación y el pago justo para internos y médicos egresados.
¿Cómo será el futuro de la clase trabajadora tras el paso del SARS-CoV-2? No hay respuesta dada de antemano. La depresión de los modos de reproducción previos galopa a la par de la emergencia sanitaria, echando abajo pronósticos y haciendo necesario remontarse cada vez más atrás para encontrar analogías de sus alcances. El porvenir de la clase-que-vive-del-trabajo tendrá que ver con la capacidad de su mundo para hacerse sentir. Su expansión del campo a las labores de la reproducción, más allá de los confines del salario, es una potencia vital en estos momentos. Como propone The Marxist Feminist Collective (Tithi Bhattacharya, Svenja Bromberg, Angela Dimitratki, Sara Ferris y Susan Ferguson):
“Si nosotras paramos, el mundo para. Este enfoque puede ser la base de acción política que construya la infraestructura para una renovada agenda anticapitalista en la cual no sea la generación de riqueza sino la producción de vida la que conduzca nuestras sociedades”.
Esta perspectiva coincide con la declaración que más de cuatro mil científicos sociales —entre los más destacados, Thomás Piketty, Dani Rodrik, James K. Galbraith, Nancy Fraser o Daniel Linhart— hicieron hace unos días sobre cómo encarar el mundo post COVID bajo las consignas: democratizar los centros de trabajo, desmercantilizar la vida y descontaminar al planeta. Las dos perspectivas aluden a fuerzas sociales que mostraron capacidad de movilización global en los últimos años: el feminismo y el ecologismo. Ambos sostienen, también, interesantes debates internos y formulaciones que ponen como núcleo de sus proyectos una nueva reproducción social de la vida. Acercamientos de este tipo dan cancha para imaginar un escenario más allá del empleo estable y el sindicalismo que le representó (rarezas ambas a estas alturas), y construir mejores vínculos con los trabajadores informales y subempleados: los proyectos de la economía social o las iniciativas de apoyo mutuo que han surgido al calor de la pandemia. Todo proyecto de reorganización social pensado desde la izquierda no puede ignorar estas fuerzas sociales y sus tentativas para relanzar el intercambio social bajo parámetros distintos.
El momento de lanzar propuestas en este sentido no puede demorar mucho más, ya que, como nos confirman algunas de las dinámicas sociales contra el confinamiento, la derecha también tiene las miras puestas en reorganizar las dinámicas de la reproducción social. William I. Robinson nos advirtió sobre las protestas en curso contra el confinamiento desde el epicentro de la pandemia, donde los reordenamientos sociales ocurren a la par de un proceso de desgaste muy importante de la potencia mundial, dando espacio a salidas reaccionarias. Si las luchas y fuerzas que pugnan por lo público no proponemos alternativas, otros agentes tendrán mayor campo de intervención: sectas religiosas, especuladores y prestamistas, fuerzas militares, el crimen organizado, grupos supremacistas, misóginos e intolerantes.
Las teorías de la reproducción social pueden expandir y cohesionar a nuestro campo al asignar un sentido unitario a la riqueza producida socialmente. Ello en un momento caracterizado cada vez más por la gramática y racionalidad política de la escasez. Esta apuesta conlleva salidas que pongan en el centro una redistribución social efectiva —incluidas algunas propuestas sugerentes como la renta básica universal o las reformas fiscales en demérito de los súper ricos— para remunerar el trabajo de cuidados y lo común. Si logran concretarse como fuerza social, estas perspectivas se verán la cara con aquellas que se amasan desde la cohesión que brinda el miedo y la imposición de quien más tiene o puede. Como siempre, entre dos propuestas confrontadas, la que prevalezca no sólo lo hace por su articulación de ideas sino por el campo social que sea capaz de convocar entorno a ellas.
Imagen de carátula: “Game Changer” de Banksy