A mediados del 2015 la filial de Portland, Oregón del sindicato de panaderos estadounidense (BCTGM por sus siglas en inglés) decidió invertir considerables recursos en tratar de organizar a un grupo de trabajadores con diversos estatus migratorios empleados en una panadería industrial. Esta panadería -llamémosla “Panes Tercerizados”- está dedicada principalmente a producir “panes especiales” para diversas compañías de supermercados, para cadenas de cafeterías (léase Starbucks entre otros), y otros establecimientos similares. BCTGM tomó conocimiento, a su vez, que “Panes Tercerizados” estaba realizando ciertos productos para otra gran panadería industrial que sí está sindicalizada -llamémosla “Panes Sindicales”-. Frente a lo que se entendía como una amenaza al propio sindicato, y una potencial erosión de las condiciones trabajo de les trabajadores sindicalizados, BCTGM decidió intentar ganar la representación de les trabajadores de “Panes Tercerizados”, pues la organización sindical se hace por local que a su vez se afilia a una “Internacional”.

La tarea era ardua: intentar organizar una fuerza de trabajo donde no hay una lengua en común (se hablan casi 15 idiomas diferentes), donde hay una gran diversidad cultural entre les trabajadores, con una organización del proceso de trabajo basado en horarios impredecibles, falta absoluta de seguridad, violencia verbal y física, y principalmente uso del miedo para disciplinar a les trabajadores, no es algo fácil. Menos aun cuando el empleador contrata consultores profesionales dedicados a convencer por diversos medios (incluyendo amenazas de deportación y cierre de la empresa) a les trabajadores de votar en contra del sindicato.  Sin embargo, el sindicato y les organizadores enviados por la AFL-CIO dedicaron casi un año a intentar armar un comité interno, contrataron traductores, abogados, pasaron incontables horas yendo casa por casa a hablar con les trabajadores, escuchando sus problemas y necesidades. Incluso, luego de perder la elección, el sindicato ayudó a iniciar una demanda por robo de salarios que terminó en la indemnización de muches trabajadores, e impulsó un cambio de ley respecto a cómo se pagan las horas extra en el estado de Oregon. Participé de esta campaña entrevistando trabajadores, traduciendo, yendo a sus casas y hablando con elles, y salí del proceso convencida de que, pese a los serios límites de la estrategia usada, de la sindicalización formal misma, y de que habían perdido, la campaña en sí misma había sido un proceso profundamente transformador para todes les trabajadores involucrados. Para muches de elles, algunes viviendo desde hace varias décadas en EE.UU., la campaña sindical fue una de las primeras instancias en las que una institución estadounidense les reconoció como sujetos de derechos. El sindicato les había facilitado el acceso a herramientas tan básicas como información sobre sus derechos laborales, y al hacer esto había logrado mucho más que una compensación monetaria por trabajo impago, había contribuido a crear solidaridad y apoyo donde antes solo había indiferencia o rechazo.

A la vez, a mediados del 2016, mientras los trabajadores de “Panes tercerizados” luchaban por su sindicato, Mondelez-Nabisco (la marca productora de las galletitas Oreo, entre otras), anunció que despediría alrededor de 600 trabajadores de su planta del sur de Chicago, y que realizaría inversiones para expandir la producción en su planta de Salinas, NL, México. La respuesta de BCTGM junto a la American Federation of Labor- Congress of Industrial Organizations (AFL-CIO, la central sindical más grande de EE.UU), fue realizar una campaña de boicot de productos realizados en México, bajo los slogans “chequea la etiqueta” y “no compres hecho en México”. La campaña, que sigue en pie, pide que “No dejes que Mondelez cambie trabajos de clase media americanos por trabajo extranjero de pobreza”.  Que la candidatura y posterior elección como presidente de Donald Trump, con su discurso explícito anti-inmigrantes, anti-latines,  y especialmente anti-mexicanes, haya sido el contexto en el cual este boicot comenzó no despertó ninguna alarma entre dirigentes sindicales, quienes podríamos decir que incluso aprovecharon la xenofobia creciente en Estados Unidos para conseguir apoyo del público (y de sus miembros), todo bajo una cortina de supuesta lucha por la protección de trabajos “de clase media”.

Quizás justamente por mi experiencia en la campaña de “Panes Tercerizados” me costaba comprender cómo era posible que el mismo sindicato estuviese dedicado a proteger American jobs, e involucrado en una campaña no solo profundamente nacionalista, sino racista. La propia retórica de American jobs me parecía incompresible, en última instancia, ¿qué se supone que es un American job? ¿con qué criterio establecemos qué trabajos le pertenecen a los estadounidenses y por lo tanto que los realicen trabajadores en otro territorio está mal y debemos rechazarlo? Sin duda hay que oponerse al cierre de plantas y a la reducción de empleos; sin duda hay que pensar formas de luchar contra un capital que aprovecha fronteras para reducir costos pero un boicot nacionalista parece perder de vista contra qué es lo que estamos luchando.

Cuando un grupo de trabajadores de Nabisco de Chicago llegaron a Oregon como parte de su tour, les hice algunas de estas preguntas. Incómodos frente a la sugerencia de que estaban jugando con una retórica racista y xenofóbica, me aclararon que en realidad lo que elles defendían era ”trabajo sindicalizado”, y que en México en las pocas ocasiones que hay sindicatos presentes son meramente sindicatos de empresa. La tradición sindical mexicana, o incluso la agencia y capacidad de organización de les trabajadores mexicanes en general no aparecía ni siquiera como un elemento a considerar por mis colocutores, menos aún la loca posibilidad de pensar en una organización colectiva que cruce fronteras: “No hay nadie del otro lado”, me contestaron. Inclusive tomando esta respuesta como real, todavía faltaba explicar porque la campaña llamaba a proteger trabajos “americanos” y no sindicalizados.

¿Como podría ser que el mismo sindicato reconociera la importancia de organizar a les trabajadores más allá de su nacionalidad, y que a la vez recurriera a una retórica de protección nacionalista de trabajos que aparentemente le pertenecen a los “americanos” de forma intrínseca? Pronto me di cuenta de que lo que en un principio se me aparecía como una contradicción en realidad no era tal. En primera instancia, porque el acercamiento de los sindicatos estadounidenses hacia políticas de organización de trabajadores migrantes es, antes que nada, una estrategia de supervivencia que continúa atada a una comprensión limitada y nacionalista del movimiento obrero (donde el objetivo es “americanizar” a los inmigrantes) y segundo, porque reconocer que no hay tal cosa como American Jobs, y plantear una estrategia real de desafío a los patrones de acumulación y explotación capitalista del Siglo XXI implica una modificación real del paradigma sindical sobre el cual se establecieron los grandes sindicatos estadounidenses (y, debemos reconocer, de muchas partes del mundo), que quizás pondría en peligro su propia existencia como tales.  

Que la AFL-CIO tenga políticas nacionalistas no tendría que sorprendernos. La historia del movimiento obrero “oficial” estadounidense es una historia de exclusión, es la historia de un movimiento blanco, masculino, heteronormativo y nacionalista, puesto que ha logrado mejoras en sus condiciones de trabajo a costa de miles de otros colectivos de trabajadores. Hasta el año 2000, la AFL-CIO había sido una gran promotora de políticas anti-migrantes (como la Chinese Exclusion Act o la Migration Act de 1924 que estableció cuotas por países, entre otras). Hicieron falta décadas de derrotas, de desangramiento de las filas de les trabajadores sindicalizados (según la Oficina de Estadísticas Laborales, actualmente solo el 10.5% de les trabajadores estadounidenses está sindicalizado), de luchas internas entre sindicatos con una composición creciente de migrantes, para que abandonaran las políticas excluyentes y de forma tímida se acercaran a su política actual de “aliados de les migrantes”.  No me malentiendan, los sindicatos son hoy por hoy actores importantes en la lucha por los derechos de les trabajadores migrantes en los EE.UU., es justamente por ello que es importante mirar de cerca sus políticas, entender qué quieren decir cuando hablan de un “sistema de migración que está roto“, cuando movilizan recursos y personas para impulsar nuevas leyes migratorias, cuando trasladan la retórica del robo de empleos “americanos” del migrante en la esquina al extranjero del otro lado de la frontera.

Quizás esto no aparezca como un problema para muchos. Sin embargo, aquelles que seguimos creyendo en la importancia de la organización de les trabajadores en tanto tales, no sólo para conseguir mejores condiciones laborales, sino como espacios fundamentales de organización política de la clase trabajadora, necesitamos pensar la persistencia de este nacionalismo en lo que aún hoy siguen siendo las organizaciones de trabajadores más grandes y con más recursos dentro de EE.UU. Y no solo por eso. Porque más allá de gestos e intenciones, es claro que un movimiento obrero que continúa atado de manera fundamental al marco legal del estado-nación, no puede atender de forma real al doble movimiento de desplazamiento territorial de trabajadores y del capital. Le trabajader migrante, que trae a la frontera inscripta en sí misme, aparece como una figura liminal que desnuda los límites de las organizaciones, burguesas o no, que emergieron atadas al estado-nación, entre ellas los sindicatos. El slogan de lucha por los “trabajos americanos” revela más que una lucha por la continuidad de ciertos puestos de trabajo en un territorio, revela los límites de las nuevas políticas pro-migrantes de los grandes sindicatos. La incorporación de le trabajader migrante en las organizaciones sindicales que busca borrar su realidad en tanto tal (que solo puede hacerlo en tanto le migrante se naturalice, hable inglés, se vuelva “americane”) desnuda la continuidad de una política excluyente y nacionalista bajo un nueva retórica.