¿Está desapareciendo el conflicto social basado en el trabajo, dando lugar a una menor conflictividad, o a formas alternativas de conflictividad, basada en categorías políticas o de identidad? El único estudio sistemático basado en dato que se propuso una respuesta fue realizado por Beverly Silver cubriendo la protesta laboral mundial entre 1870 y 1990 (Fuerzas del trabajo, Akal, 2005). Sin embargo, éste tampoco enfocó la pregunta directamente en tanto se observaron sistemáticamente los conflictos “laborales” pero no el conjunto de las formas de acción colectiva, con lo cual no tenemos un estudio que encare directamente esta pregunta. La misma requiere extender la observación, sistemática o comparada, de la conflictividad social en el largo plazo del capitalismo, lo cual nos exige remontarnos, por lo menos, a 1820. Lo que sí podemos es comparar estudios de cada período.

Quienes estudiaron la conflictividad social en la Inglaterra de 1750-1840 señalan que los conflictos laborales eran una parte menor del total (Charles Tilly, Popular contention in Great Britain, Harvard, 1998). Si esto ocurría en Inglaterra, cuna del industrialismo, podemos considerar que el peso de la protesta obrera era menor en el resto de los países europeos y en el mundo. Piénsese en México o en Argentina en 1840.

La protesta de trabajadores y trabajadoras ocupará presumiblemente un lugar central respecto de la protesta popular mucho después, y se extenderá desigualmente entre los países a través de las redes de la globalización del capital. Quizá alcance su cenit en el corto siglo XX (entre las guerras y los años noventa). Pero, como hemos dicho, es difícil una constatación directa y sintética del tema ya que las investigaciones más abarcadoras toman en cuenta solo a las huelgas, no al conjunto de las protestas obreras, ni menos de las populares.

Se toma como evidente que las luchas de clases del proletariado industrial fueron dominantes en el mundo popular hasta los años 1970 o 1946, pero que luego declinaron hasta desaparecer. Esta idea fuerte deja de lado la heterogeneidad del trabajo y los grupos de la clase trabajadora en su historia global. De este modo dicha idea también sugiere (o afirma enfáticamente según el caso) que la protesta laboral es un hecho del pasado. Historia pasada, pero no presente. Y menos del futuro. Las luchas “proletarias” del pasado son reemplazadas por la felicidad de la abundancia o por luchas post-materialistas identitarias. Un enfoque más realista requiere desmontar esta idea fuerza en varios aspectos.

Este enfoque realista permite dar cuenta y potenciar las luchas diferentes, pero relacionadas, de los trabajadores en el mundo del presente. Algunos puntos de partida son: 1) Las luchas religiosas y/o étnicas interseccionadas con las luchas de clases son la forma más clásica de rebelión popular. Las luchas religiosas son las luchas identitarias por excelencia. La historia alemana o la mexicana son fuertes ejemplos de esta afirmación. 2) Durante las primeras etapas de la formación de la clase obrera, la conflictividad era menor y no se anclaba en la gran industria. 3) La industria como sector mayor generador de producto y de empleo cubre un período corto del siglo XX, antecedido por la actividad primaria o rural, y sucedido por la actividad de servicios en el peso central.

En el período presente, que podemos datar desde los 1980, es donde “colapsa” la fuerza del movimiento obrero y hace que esta narrativa que estamos criticando sea contundente. De nuevo, tenemos los datos sobre tendencias huelguísticas que ilustran fundamentalmente esta tendencia (aunque de modo desigual y nada uniforme ya que nuevos espacios, como Brasil, emergen en ese mismo período). Pero resta acoplar estos datos con el resto del repertorio de acción colectiva. Es plausible pensar que, en comparación con el corto siglo XX, la fuerza obrera actual esté en decadencia. La pregunta de Beverly Silver fue si ésta, la tendencia lineal descendente, no es parte de un posible ciclo de mayor alcance que vuelva a expresar un ascenso global de la protesta laboral.

El siguiente estudio encarado por el equipo de Silver fue más allá y se dedica a registrar globalmente la protesta social, no solo basada en el trabajo (Karatasli et al, “Class, crisis and the 2011 protest wave”, en I. Wallerstein y Chase Dunn, Overcoming increasing inequalities, Paradigm, 2015). Sus datos van desde 1991 a 2011. La conclusión es que la protesta social tiene su centro en el trabajo. Pero no el trabajo industrial sino la sobrepoblación relativa, una categoría de Marx que estaba en desuso y retoma fuerza de inspiración. Esta investigación plantea un tema cada vez mas señalado para encarar desde una nueva perspectiva el estudio de las clases trabajadoras. La crisis del movimiento obrero típico (industrial, formal, varonil y blanco) es en rigor una combinación objetiva y subjetiva. Es la crisis real de un tipo de movimiento obrero másculino industrial, pero que expresaba una parte (algunos países imperialistas) del movimiento obrero global. Permite introducir un enfoque de historia global. Global porque estos movimientos obreros no eran la regla de la acción colectiva de las clases trabajadoras. Histórico porque expresaban el corto siglo XX. También es la crisis de la idea de trabajo como trabajo físico (industria).

Ampliar la observación de la protesta no solo a las huelgas permite registrar esta heterogeneidad fuera de la “normalidad”. Requiere ver la acción colectiva de los sectores semiproletarizados (hoy parte de los sectores informales) que parece consolidarse en distintas regiones, como en la India, Sudáfrica o América Latina (para las dos primeras ver los estudios de la Global Labour Journal desde 2010 al presente). No se trata de la vuelta del movimiento obrero pero tampoco uno enteramente nuevo. En el pasado también existían la heterogeneidad entre los sectores formales (sectores económicos) y la acción de las partes semiproletarizadas en la periferia.

Proyectos imposibles como el relevamiento de la protesta social histórico global parecen ser prontamente factibles con las técnicas de análisis de datos cuali-cuantitativas que usan la big data y las fuentes digitalizadas. En fin, con esta nota queremos destacar las conclusiones de decenas y cientos de investigaciones actuales y en curso. Nuevos estudios que combinan historia, etnografía y sociología, pero también nuevas técnicas de formalización empírica, prometen una nueva etapa fructífera. Pero, en definitiva, su futuro depende de la lucha de clases, de la solidaridad de los trabajadores formales e informales a lo largo del planeta.