Érase una vez una niña que aprendió a cultivar la vida secreta que tienen todas las niñas del mundo (lector, no te preocupes: también la tienen los niños). Érase una vez una niña que iba a un colegio de ricos, y que aprendió a defenderse de la desigualdad, el desprecio y la risa construyendo un mundo interior que fue alimentando con palabras como se alimenta un jardín. Una niña que tramitó con palabras el sentimiento de extrañeza que nos hace añorar el mundo y sentirnos algo distinto de él. Una niña a la que le gustaba leer, que era silenciosa y bien portada. Una niña que un día decidió escribir. Que encontró en el misterio de un diario la voz secreta de una amiga que la estaba esperando. Objetos que tienen voz. Que parecen estar vivos, y al mismo tiempo están muertos. Los diarios, como las marionetas, las máscaras o los juguetes, participan de esa ambigüedad que los vuelve llamativos y al tiempo nos provocan miedo.
La niña le puso nombre a esa voz secreta que habitaba en su diario y parecía haberla estado esperando: la llamó “Paula”, le dijo “tú eres una amiga verdadera”. Aprendió a conversar con la voz, y mantuvo esa conversación a lo largo de toda su infancia. Y un poco más: llenó cuadernos de su diario desde los siete años hasta que tuvo 27. Dejó de escribir para ella misma cuando contrajo matrimonio y se mudó con su esposo. Pero algo quedó resonando.
Año tras año, desde que tenía siete, esa niña se volvió historiadora secreta de un mundo que parecía no darse cuenta de que estaba allí, observando, transformando la materia ardiente de la historia con su mirada. Su perspectiva. “¿Tú qué sabes de eso, si no lo viviste?”. Esa frase despectiva, que todos los adultos del mundo le han dicho a los niños, aparece contradicha en esta conversación sutil. La niña estuvo allí, sabe cosas, aprendió a dialogar con “Paula”. Descubrió, por ella misma, la magia de los objetos sabios, muertos y vivos al mismo tiempo, que observan a sus poseedores y los interpelan en silencio, sostienen con su escucha las palabras y recuerdan lo que les pasa a los poseedores. Que los ayudan a recordar.
Esa niña se parece a muchos niños que quizá hoy viven en México. Pero ella se llamaba Francisca. Vivía en Chile. Hoy abro su diario y veo la fecha “1973”. Francisca comienza preguntándose si un día alguien leerá lo que allí ha escrito, y yo me siento jubiloso, como si ella me hubiera estado esperando. El diario es una botella al mar, y yo soy un marinero de otra época, en otra orilla, alguien a quien le tocó en suerte recibir las huellas de una conversación. Desde el otro lado del mar, Francisca me dice: “Mi gran sueño es hacer un libro y que se publique y se haga famoso. Tal vez algún día sea una gran escritora. O a lo mejor sólo una escritora. O nada”.
Avanzo por el diario mientras ella le cuenta a “Paula” que se aburre por las vacaciones que se alargan. Me habla de las manifestaciones en la calle. De los libros que está leyendo. En algún momento comienza el Diario de Ana Frank, y Francisca comienza a escribir como Ana. Aparecen las huellas de los primeros amores, cosas que están dichas en clave incluso para “Paula”. Y en septiembre aparece el golpe de Estado a Salvador Allende. 1973 fue el inicio de una violencia radical y profunda que transformó para siempre la historia del país de Francisca, la historia del país en que vivo, la de todos los países del continente. ¿En qué año terminó 1973? ¿Será que seguimos viviendo en sus últimos meses?
Yo soy “Paula”. Francisca me va contando, con su mirada cuidadosa, las cosas que pasan el 11 de septiembre. Siento que hay algo que se salva en su mirada: mirar es resistir, la fuerza de los niños está en su capacidad de mirar y construir una perspectiva. Mirar es una forma de jugar. La mirada construye un mundo. Por momentos habito un continente sumergido. Siento que yo mismo soy salvado en ese diario, que se convierte en una especie de “entre-lugar”, un espacio transicional entre la violencia de Estado, desnuda y aterradora, y mi experiencia individual, también desnuda.
Entro y salgo, acompañado de Francisca, en ese país imaginario que me permite elaborar y descansar. Francisca me enseña a ser libre en medio de la violencia. Me enseña a jugar y a dudar. Es una niña sabia, con una fuerza delicada. Me enseña a habitar ese entre-lugar que salva, a desconfiar de las cosas que dicen los adultos y parecen estar dadas por sentadas. A veces repite lo que los adultos han dicho, pero luego duda: Salvador Allende, a final de cuentas, es un humano. Con anotaciones así de delicadas va deconstruyendo el lenguaje que quiso justificar el terror y dar sentido a la violencia. Francisca va construyendo una ética frágil, hecha de dudas y silencios, que permite desmontar la moral del terror. En su escritura respiro de nuevo. Quizá ese entre-lugar pueda ser llamado “fantasía”, y por eso siento que la publicación del diario de Francisca, que acaba de ocurrir en Chile, es un suceso tan importante.
Una consecuencia de la violencia también es ésta: la manera en que ella se asienta en los recuerdos, haciéndonos olvidar lo que fuimos. El diario de Francisca nos ayuda a recordar esa parte olvidada de la experiencia social que fue oscurecida por la violencia de Estado. Tiene un efecto potente: a los que somos hijos o nietos de aquellos que vivieron la violencia, nos recuerda que la historia heredada no sólo trata del dolor. Que en todo momento hubo niños que supieron mirar; niños que construyeron, con gestos invisibles, solidarios, un lugar para ser habitado.
Francisca le pidió a la investigadora Patricia Castillo que la ayudara a publicar su diario. El mismo ya había sido dado a luz, en parte, en un documental y un programa televisivo cuyos autores no tuvieron la delicadeza necesaria para poner en público experiencias de una niña. Francisca, que es hoy una profesora universitaria, se sintió en ese momento avergonzada. Patricia Castillo reunió a escritores y defensores de derechos humanos, a psicoanalistas e historiadores, a humanistas y sociólogos. Les pidió que cada uno escribiera un texto que pudiera trenzarse con los demás, como los hilos de una manta que arropara el diario de Francisca Márquez y le permitiera salir a la luz el día de hoy.
El resultado apareció en Editorial Hueders el mes pasado, y está a punto de presentarse en México. Ojalá que él ayude a alimentar nuestra reflexión colectiva sobre qué hacer con las violencias del presente, y nos ayude a conversar con los niños que hoy resisten la violencia.