I
Los medios de comunicación están llenos de lo que podríamos llamar «lecturas de la pandemia». El común denominador de casi todos los artículos de opinión que he leído sobre la crisis actual es que el neoliberalismo jodió al mundo, hecho innegable porque es verdad que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial se han encargado durante todo este tiempo de impulsar políticas privatizadoras. Pocos artículos emplean el término capitalismo, a pesar de que éste debería agregarse al análisis, pues el neoliberalismo no es más que otra etapa de este sistema en la que se impulsa la acumulación por despojo. Los análisis de la cuestión neoliberal son múltiples y variados; sin embargo, pienso que ahí no está la clave. Si ya sabemos cómo es que llegamos a esto, hay que pensar qué es lo que haremos después. Ese es el verdadero trabajo de la izquierda, si no lo hacemos, será fácil perdernos en las montañas de palabras bonitas que llaman a «colectivizar», «cuidar», «empatizar», etc., pero que al mismo tiempo obvian la intrínseca necesidad no de transformar al «sistema actual» (capitalismo), sino de derrumbarlo.
II
Por otro lado, considero que hoy más que nunca debemos poner el acento en que, aunque el virus puede enfermar a cualquiera, esta crisis es también una cuestión de clase. Los columnistas se han empeñado en mostrar que el virus trasciende cualquier diferencia que exista entre nosotros y nos iguala como humanos, a partir de este golpe de realidad que evidencia la fragilidad de nuestros cuerpos. Desde estos postulados parece sencillo afirmar que, a pesar de todo, «todas las personas somos iguales». Esta afirmación es peligrosa porque se centra en lo fisiológico, por supuesto que los cuerpos tienen mecanismos similares, todos comen, todos cagan, todos se enferman, todos al final mueren, ¿eso nos hace iguales dentro del sistema? Para que los supermercados sigan teniendo comida en el confinamiento, alguien tiene que producirla, empaquetarla, transportarla, venderla, etc. Hay quienes no se pueden quedar en casa, hay quienes no tienen casa, y hay quienes sí se encierran, pero están pensando cómo pagarán mañana las deudas contraídas, la renta, cómo comprarán comida. Esta crisis no nos iguala a todos, pero sí muestra que la mayoría forma parte de la misma clase trabajadora. Estamos atravesados por la clase social a la que pertenecemos y desde ahí deberíamos actuar para el futuro. La crisis del coronavirus no cancela la lucha clases (ni la manda a su casa), al contrario, la intensifica. ¿Quiénes son los que van a enfermar más? ¿Cuáles son los sistemas de salud más precarios? Es preciso que el análisis abarque también estas cuestiones, que la discusión desde la izquierda trascienda las problemáticas particulares de los sectores (que no digo que no deban ser atendidas) y universalice la lucha hacia un profundo cuestionamiento del sistema (y hacia su caída).
Esto pasa también por dejar de centrarnos en «las trampas del coronavirus» —estilo Giorgio Agamben y sus vaticinios sobre lo que los gobiernos harán con la libertad— y hablar de la perversión del capitalismo. ¿Qué es la libertad de Giorgio Agamben cuando no puedes siquiera alimentar tu cuerpo para enfrentar al virus? ¿O qué es su confinamiento frente a los aparatos de militarización en los países de América Latina que al final lo que quieren preservar es el sistema y no la vida?
III
Las noticias internacionales se han empeñado en mostrar cómo en esta crisis hay gobiernos que lo hacen bien y otros que lo hacen mal, ya sea por las deficiencias en su sistema sanitario o por la incapacidad de sus gobernantes. Las noticias sobre México caen en la segunda categoría, a pesar de que desde hace semanas se informa puntualmente el plan estratégico y el encargado del equipo, el Dr. Hugo López-Gatell, inspira confianza en amplios sectores de la población. Si a México le va mal en esta crisis, difícilmente se podría afirmar que fue porque el gobierno fue omiso o irresponsable —pienso en Boris Johnson hace unos días declarando que no enfrentarían al virus y que eventualmente muchos tendrían que morir, o en Donald Trump y Bolsonaro llamando a la vuelta al trabajo porque antes está la economía que la vida.
A pesar de esto, sabemos que un país como México no puede mandar a todos a sus casas, no hay ni la infraestructura ni los recursos para hacerlo. Sin duda el reto es enorme y, aunque nadie lo desea, los resultados pueden ser catastróficos, como ya lo son en otros lugares del mundo; hay que estar preparados para ello. Pero una cosa debe quedar clara desde ahora, si bien el COVID-19 es un virus nuevo, altamente contagioso y perjudicial para grupos vulnerables, la masificación de la muerte no es responsabilidad del virus, ni siquiera creo que, en algunos casos, sea entera responsabilidad de los gobiernos, que toman medidas desesperadas para contrarrestar los daños. Esto no significa que no existen los culpables. Las personas pueden enfermar y morir, eso es normal; el «curso de la vida» le llaman. Los virus, las bacterias, las mutaciones en las células están fuera de nuestro control. Nadie es responsable del surgimiento del COVID-19 —a pesar de que hay una discusión que se plantea tanto en términos militares como xenófobos—, ni de la cantidad de gente enferma, pero sí del número de muertos. Los responsables son los que sistemáticamente han saqueado los sistemas de salud de los países, son los que privatizaron la sanidad pública, los que lucran con las medicinas y el equipo médico. Los responsables de esta crisis no aparecieron ahora, llevan años enriqueciéndose a costa de nosotros. Eso no hay que olvidarlo, cuando se acabe la emergencia y el recuento de los daños sea inminente, el dedo acusatorio debe alzarse no contra los López-Gatell, sino contra aquellos que nos han dejado en la miseria, en México y en el resto de los países. Si como tanto repiten los analistas, esta crisis nos va a ayudar a replantearnos la vida, también nos tiene que ayudar a replantearnos el sistema del mundo, y eso pasa por repensar la idea de unidad de la que tanto se habla ahora, la unidad debe ser con los de abajo, porque los de arriba llevan en sus manos la muerte. Repito, la crisis del coronavirus es también una cuestión de clase.