Serie «A cien años del giro intersocial. Leer la sociología de Marcel Mauss en clave política»

El concepto de nación suele plantear ambivalencias y contradicciones. José Carlos Mariátegui, por ejemplo, da cuenta en 1924 de la incidencia de la “civilización occidental” en la formación del Perú contemporáneo destacando los “elementos extranjeros que se mezclan y combinan con nuestra formación nacional” (Mariátegui, 2010 [1924]: 141), cuestionando al mismo tiempo a quienes rechazaban importaciones “contrarias al interés conservador” (idem). En 1927, a su vez, prevenía contra lecturas demasiado simplistas de la llamada “tradición nacional” (137-139) que buscaran ignorar una relación que, en el establecimiento de comunicaciones en ambos sentidos, impactó tanto en la formación de nuestras realidades contemporáneas como en la de los europeos.

Algo similar ocurre en las reflexiones académicas y políticas contemporáneas sobre el tema. Hace algunos años Rita Segato señaló respecto de las reflexiones sobre la nación que “lo que inicialmente fuera un redescubrimiento de Weber luego se transformó en un weberianismo panfletario y se impuso en las ciencias sociales mientras, en el campo de la política, una politización de las identidades tomó el lugar de las luchas setentistas basadas en concepciones clasistas” (Segato, 2007: 15). Alude, por un lado, a los llamados “estudios sobre la nación y el nacionalismo”, que en muchos casos han privilegiado la idea de la nación como “construcción”, en términos similares a como lo hace Max Weber (1992 [1922]), y, por otro, a las concepciones políticas basadas en reclamos identitarios, todavía en boga hoy quizás más que entonces. 

Las cavilaciones planteadas en ambos casos, que entre sí tienen casi cien años de distancia, poseen llamativos puntos de contacto con los desarrollos de Marcel Mauss (1872-1950) en su manuscrito sobre la nación, redactado en 1920. Heredero del legado de su tío y mentor intelectual Émile Durkheim (fallecido en 1917), Mauss pensaba que desentrañar el problema sobre el significado y el contenido de la nación era la forma de enfrentar la catástrofe ocurrida en la Primera Guerra Mundial de 1914-1918. Con ese fin redactó un manuscrito que tituló La nación, o el sentido de lo social, que mantiene su vigencia para las naciones contemporáneas. 

Esto abre un primer interrogante: ¿hace falta volver al problema de la nación? La escalada de distintas versiones del nacionalismo en el mundo; las reacciones de los Estados desde la irrupción del COVID-19 (a través del cierre de fronteras, repatriación de nacionales y expulsión de extranjeros, entre otras medidas fundadas en argumentos sanitarios); la desigualdad estructural que volvió a evidenciar ese contexto entre los países del hemisferio Sur y los del Norte (observable, por ejemplo, en la competencia por las vacunas y el proceso de vacunación en curso); y el creciente cuestionamiento al rol de los organismos internacionales a raíz de la crisis sanitaria (particularmente la Organización Mundial de la Salud) sugieren una respuesta afirmativa. Las naciones aparecen, en todos estos asuntos, como el “último bastión” sobre el que reposan las decisiones políticas de los Estados. Pero, ¿debemos tomar como certeza que cuando nos referimos a la nación queremos aludir inevitablemente al Estado? La respuesta negativa del manuscrito de Mauss nos da motivos para volver a pensar la nación desde parámetros que no estén predefinidos por los límites fijados por el concepto de Estado-nación.

1. El argumento transversal del manuscrito y la distinción nación / Estado 

Mauss abre el manuscrito declarando cuál es el objeto del libro, una breve exposición de los temas que tratará y a su vez una declaración del objetivo que se propone. En esas páginas es preponderante el problema de la paz. Una nación sinceramente pacifista, para Mauss, “no debe ser dirigida por capitalistas rapaces, de los que otras naciones temerían el imperio económico; una nación no puede ser pacifista más que si sus ciudadanos están verdaderamente en posesión del control democrático de la política interior, y si ella no teme nada tanto como ese atentado contra la vida humana que es la guerra” (Mauss, 2013: 61). Se trata de un argumento transversal al texto: luego postulará que la única forma de llegar a la paz será haciendo que las naciones tomen consciencia de sí mismas y disciplinen a las clases “egoístas, imperialistas y conquistadoras” (241). Esta toma progresiva de conciencia de las naciones sobre sus propios intereses se vincula, además, con el esfuerzo conjunto emprendido en tal sentido por las ideas socialistas y las ciencias sociales (261). 

El autor declara que se sentirá “satisfecho” si sus páginas resultan seductoras para pensadores, filósofos, artistas, y si “pasan a ser discutidas por la opinión” (62). De este pasaje, que recuerda a los textos de Saint-Simon de comienzos del siglo XIX, se desprende que Mauss no escribía para los políticos, diplomáticos, ni para los hombres de Estado, sino para los ciudadanos de las naciones, para sus clases populares y productivas, para la democracia obrera, los sindicatos, las cooperativas de usuarios y consumidores. Son los pueblos que tienden a nacionalizar sus intereses los que definirán cómo deberá comportarse el Estado, “…qué derechos y poderes le votarán, y quién los administrará” (57).  

A continuación, Mauss emprende una historia del concepto de nación, en la que busca distinguirlo de la noción de Estado. La nación aparece, de hecho, como el conjunto de ciudadanos de un Estado “distinto” (67) de nuestro concepto de Estado como Estado-nación. Estamos, pues, ante dos entes colectivos. ¿Pero dónde podemos ver a la nación? 

Mauss responde con un argumento sociológico, en el espíritu de las afirmaciones de Durkheim (1990 [1912]), que había establecido un paralelismo entre las fiestas en las civilizaciones antiguas y las originadas en la Revolución Francesa. La nación se ve en el día de la Federación de 1790, en el primer aniversario de la Revolución, día en que “por primera vez en la historia, una nación intenta tomar consciencia de sí misma, por ritos, por una fiesta, de manifestarse frente al poder del Estado” (Mauss, 2013: 69). Se trata de los ciudadanos animados por un consensus (97), un consenso colectivo en el seno del cual surge la nación, pensada entonces como “la obra espontánea de generaciones que han extendido al pueblo, por medio del sistema de delegación popular y parlamentaria, la participación de la soberanía y de la dirección” (ib.: 98). Es decir, la nación surge y ocupa el espacio que está en el margen ubicado entre “las anticipaciones del filósofo, las decisiones prácticas de los hombres políticos y las ideas-fuerzas de la opinión pública fijadas alrededor de las instituciones” (69). Dicho espacio, ciertamente más amorfo, dinámico y a la vez menos rígido que el ámbito estatal, muestra a la nación como una entidad colectiva distinta del Estado y también como algo más que una mera “sociedad civil” que se ocupa exclusivamente de los asuntos privados que refieren a la figura del individuo.  

El problema con la concepción estatal de la nación es que la indistinción y preeminencia del Estado sobre la nación que la subyace permea las creencias de las viejas tradiciones diplomáticas y militares, así como las de los partidos reaccionarios que “empantanan” los pueblos (176), y las nociones estancadas sobre el derecho internacional de las clases dirigentes que conservan las costumbres de “intriga y de violencia” de las antiguas dinastías (206). En definitiva, para Mauss, capitalismo, militarismo y nacionalismo son los enemigos que buscan combatir el socialismo (Mauss, 1997: 87).    

Para sortear la crisis civilizatoria producto de la primera guerra mundial, Mauss busca redefinir la nación frente a la idea que en 1920 la percibe “erróneamente”, según indica, como nacionalismo, más bien expresión de una doble reacción contra el extranjero y el progreso “que mina la tradición nacional” (Mauss, 2013: 72). La tarea “urgente” de toda teoría política es para Mauss justamente “vaciar este absceso; reemplazarlo al contrario con todo lo que tiene de rica la acepción de esta idea” (ídem). Este es el importante rol que puede cumplir la sociología, si la concebimos como una ciencia o filosofía social que viene a alterar las nociones de la ciencia política moderna, empezando por la propia noción de nación.    

2. La distinción ethné / poleis y la definición de la nación 

A fin de definir la nación, Mauss acude a la distinción aristotélica entre ethné (pueblos o imperios) y poleis (ciudades, hoy más cercana a una concepción de naciones o Estados). Los primeros tienen poca integración, no tienen un deseo de gobernarse a sí mismos y hasta aceptan de buen grado al buen tirano que impone de un modo extrínseco la ley: en ellos existe una separación del soberano y del ciudadano, algo que “caracteriza a los Estados no perfectamente integrados” (2013: 83). Lo más importante de esto es que en ellos, el poder central “no es de origen democrático” (84). Resulta iluminador al respecto un ejemplo que obtiene de Aristóteles: Babilonia no podía definirse como una polis, sino como un pueblo, un ethnos, ya que “tres días después de su toma, una parte de la ciudad todavía no lo había notado” (80). Para Mauss, el elemento que resulta definitivo para diferenciar un ethnos de una poleis es que en la primera, la solidaridad nacional se encuentra “en potencia”, está “floja” (ídem). 

Es entonces que define a la nación, preliminarmente, como una sociedad “materialmente y moralmente integrada, con poder central estable, permanente, con fronteras determinadas, con relativa unidad moral y cultural de los habitantes que adhieren conscientemente al Estado y a sus leyes” (84). A partir de la idea de integración, que en última instancia se vincula con la idea de solidaridad, no todas las sociedades merecen el nombre de “nación”, sino que ésta se revela como una forma específica de sociedad, que incluye en su interior al Estado y la adhesión solidaria, consciente y voluntaria de los ciudadanos.. 

Frente a las concepciones nacionalistas, Mauss descarta que elementos como la lengua, la raza o la civilización propias sean definitorias de lo que es una nación. Lo que sí resulta fundamental es la “voluntad del pueblo de intervenir” en esos procesos de manera consciente, de tal manera que cuestiones como el desarrollo del lenguaje, antes librado a “desarrollos inconscientes” (105), se vean apropiadas e impulsadas por la sociedad nacional, y por lo tanto integradas al proceso de la formación consciente de los caracteres nacionales. 

En una segunda definición, más matizada, Mauss postula que una nación “completa” es una sociedad “integrada suficientemente, con poder central democrático en algún grado, que tiene en todo caso la noción de soberanía nacional y en la que, en general, las fronteras son las de una raza, una civilización, una lengua, una moral, en una palabra un carácter nacional” (114). No obstante, destaca que algunos de estos elementos “pueden faltar”, como es el caso de la lengua común en Suiza o Bélgica, o de la integración en Gran Bretaña.

¿Qué podemos entonces extraer de esto? Como ha mostrado recientemente Vincent Descombes, lo que está en el corazón de la distinción entre los ethné y las poleis, y por lo tanto la lección que nos deja la definición maussiana de nación, es que las sociedades, para llegar a ser naciones en el sentido sociológico del término, o –lo que es lo mismo–, “para gobernarse a sí mismas democráticamente, tendrán que nacionalizar el sentido que tienen de sí mismas, es decir, hacer prevalecer un sentido de la solidaridad nacional sobre las formas más tradicionales de asistencia mutua” (Descombes, 2015: 220). El filósofo francés percibe así el sentido radicalmente histórico-social del término poleis. Con él, nos muestra que en Mauss aquella distinción trasciende la idea de una evolución predeterminada por un desarrollo histórico progresivo, en la que el ethnos se convierte irremediablemente en poleis con el paso del tiempo. Contrariamente a esa estructura teleológica del pensamiento político moderno, que podría alterar la tesis del manuscrito, la sociología de Mauss nos señala que la diferencia está marcada por nuestra integración como ciudadanos de una nación, y consecuentemente por la toma de conciencia de la solidaridad que, por ese mismo motivo, nos debemos unos a otros.

Retomando el argumento inicial, esta segunda distinción se proyecta sobre la primera, entre Estado y nación: la nación en el ejercicio del gobierno de sí misma debe elegir si quiere vivir junto a un Estado librado a las fuerzas y connivencias entre capitalistas rapaces, burócratas, partidos reaccionarios y viejas tradiciones diplomáticas y militares, o junto a uno en el cual dichas fuerzas aparezcan limitadas efectivamente por la participación de los ciudadanos organizados en la administración de lo común. Son las propias sociedades las que deben tomar conciencia de sí mismas y de lo que les corresponde: a ello apunta el “sentido de lo social” del título del manuscrito.  

3. El paradigma intersocial y la noción de “constitución” 

Definidas las naciones, Mauss las pone “en relación” al tratar los fenómenos internacionales o intersociales. Su interdependencia aparece acrecentada por la guerra, pero ni ésta ni la paz son los únicos fenómenos de ese tipo, sino que deben considerarse también los fenómenos de “civilización” en el sentido amplio del concepto: se refiere con ello a elementos tanto económicos, técnicos, estéticos, lingüísticos como jurídicos. Como recalca el texto de Tomás Ramos Mejía, las sociedades viven de “prestado”, de lo que copian, adoptan o adaptan de otras sociedades, y se definen “más bien por el rechazo a tomar prestado, que por la posibilidad de tomar prestado” (2013: 124). Sobre esta base, Mauss presenta al paradigma intersocial como una alternativa sociológica a la concepción diplomática de las relaciones internacionales, anclada en el derecho internacional público que invisibiliza el intercambio entre naciones. Pero sobre todo, como dejó claro Francesco Callegaro, nos invita a pensar el paradigma intersocial más allá de las teorías de la globalización que están fundadas en una presupuesta unidad basada en factores económicos.   

A diferencia del fenómeno de la globalización, potencialmente ilimitado, las relaciones intersociales tienen un límite que según Mauss está dado por la “constitución” de cada sociedad: su sistema, “la traducción en reglas morales de la estructura que una sociedad tiene y se da” (138, cursiva mía): en una palabra, su estructura social (Mauss, 1969: 205-206, n. 2). Se trata de lo que ordena a los grupos humanos, los integra y hace vivir juntos: en última instancia, la politeia aristotélica. Es entonces en el carácter constitutivo de las sociedades, pensado como la “disposición de la ciudad” antes que como la constitución jurídica (Descombes, 2015), en donde el intercambio entre naciones encuentra su límite.  

4. El “sentido” de La nation para las naciones latinoamericanas contemporáneas  

Una vez hecho el recorrido por el giro intersocial introducido por la sociología de Mauss, podemos volver al planteamiento inicial y preguntarnos ¿qué sentido porta para nosotros el manuscrito de Mauss?, ¿de qué modo pueden hoy los ciudadanos asociados que conforman la nación, por ejemplo, “participar en la dirección”, intervenir o tener una voz en las decisiones políticas estatales?, ¿cómo puede la nación organizarse para opinar, proponer, cuestionar o limitar el accionar del Estado o del capital cuando aparece como una imposición desde arriba?, ¿cómo concebir de manera alternativa a los organismos internacionales que aparecen tan lejanos a los intereses supuestamente nacionales que dicen representar? Más allá de las numerosas dificultades que podemos encontrar para contestar estas preguntas hoy, creemos que Mauss, en La nation, nos invita a estar atentos al desarrollo de los acontecimientos venideros, teniendo en mente los intereses generales que debemos considerar como conjunto de ciudadanos.  

Así, no sólo tenemos entre manos la propuesta de la nación concebida como distinta del Estado (contra las concepciones que piensan a la nación desde el Estado), sino que, frente a los planteamientos de Segato, Mauss ancla el origen de la nación al modo en que el conjunto de los ciudadanos asociados se manifiestan, tomando consciencia de sí como grupo frente al Estado, y a su vez como uno que puede aspirar eventualmente al control democrático de su dirección. Esto contrasta con la idea de la nación como una mera “construcción” sin asidero en la realidad, presente en autores que han hecho uso del “weberianismo panfletario” que critica la antropóloga argentina. Además, nos permite vislumbrar un modo de superar perspectivas demasiado estrechas como pueden ser, en ocasiones, las identitarias. 

Por último, retomando los textos de Mariátegui sobre la cuestión nacional, el paradigma intersocial de Mauss nos invita a contemplar la existencia de vasos comunicantes entre las naciones. La pregunta por el sentido del manuscrito de La nation para nuestras naciones latinoamericanas nos lleva a reflexionar necesariamente sobre los préstamos y apropiaciones que surgen de estas relaciones, sobre la posibilidad de emprender una apropiación crítica de los elementos puestos a disposición en las relaciones entre naciones, y también por los límites que nuestras propias constituciones o estructuras sociales le trazan a dicha apropiación en la forma de fronteras simbólicas. Así podremos ver hasta dónde estamos dispuestos a tomar o adoptar elementos foráneos en nuestros países.

Sin embargo, lo central es el llamado que nos hace Mauss a la administración de nuestros propios intereses como conjunto de ciudadanos. Eso hará de nuestras naciones verdaderas poleis, frente a meras ethnés, si quisiéramos formularlo en términos aristotélicos. 

Si logramos trascender las críticas de eurocentrismo por cómo están caracterizadas algunas de nuestras sociedades latinoamericanas, el horizonte político que marca Mauss es claro: desde su perspectiva, sólo la organización desde abajo, el “movimiento desde abajo”, de los grupos de ciudadanos que conforman la nación puede trazarle límites a los excesos que desde arriba buscan imponer tanto el Estado como el capitalismo rapaz que ha sabido ocuparlo desde antaño, y aspirar, en definitiva, a la dirección de sus propios destinos. Emprender esa tarea nos permitirá tomar conciencia de lo que implica ser, sociológicamente, una nación.   

Referencias

Descombes, Vincent (2015) El idioma de la identidad, Buenos Aires, Eterna Cadencia. 

Durkheim, Émile (1990 [1912]) Les formes élémentaires de la vie religeuse: le système totémique en Australie, París, Presses Universitaires de France.

Ionescu, Ghita, El pensamiento político de Saint-Simon, México, Fondo de Cultura Económica, 2005.  

Mariátegui, José Carlos (2010) “Lo nacional y lo exótico (1924)”, en La tarea americana, Buenos Aires, Prometeo-CLACSO, 2010, pp. 141-144. 

– (2010) “La tradición nacional (1927)”, en La tarea …, cit., pp. 137-139. 

Mauss, Marcel (1969) Œuvres 3. cohésion sociale et divisions de la sociologie, París, Les Éditions de Minuit.

Écrits politiques, Paris, Fayard, 1997. 

La nation (2013) Paris, Presses Universitaires de France. 

Segato, Rita (2007) La nación y sus otros – Raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de Políticas de la Identidad, Buenos Aires, Prometeo.

Weber, Max, Economía y sociedad, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1992 [1922].