Cuarta entrega de un debate entre el autor y Jesús Ángel Ruiz Moreno en torno a la Renta Básica Universal. Aquí puedes leer la primera, segunda y tercera entregas.
Este es el segundo artículo que escribo en diálogo con Jesús Ángel Ruiz Moreno. Ahora intentaré repasar primero brevemente algunos puntos concretos de su texto más reciente, para pasar finalmente al que, según creo, es el desacuerdo central entre nuestras posturas. Para Jesús, como para otras personas que expresan sus dudas al respecto de la RBU, el principal miedo es que ésta pueda generar procesos de aislamiento y desarticulación social. Ante esto, Jesús propone un sistema alternativo de acceso a ingresos que mezcle reducción drástica de la jornada laboral + misthos. Es decir, una combinación de transformaciones del mercado laboral, con ingresos condicionados de alguna forma por el estado, percibidos por realizar determinadas actividades consideradas como parte de un bien común. Creo que, como bien dice Jesús, en el fondo de este debate hay una discusión profunda en torno a las bases antropológicas sobre las que construimos nuestras propuestas políticas, discusión que, creo, vale la pena abordar.
Lo primero es que tenemos un buen punto en común: la RBU puede tener tanto efectos adversos como positivos, dependiendo de con qué proyecto político se le acompañe, cuáles sean los detalles de su financiación, en qué contexto institucional se implemente, etc… En este sentido, también es entonces honesto reconocer que un sistema de reducción de la jornada laboral + misthos podría tener también efectos adversos, y que tampoco resuelve la mayoría de los problemas que se señalan sobre la RBU. También es una política ciudadana/universal, no hace nada por la división internacional del trabajo, requiere de igual forma financiarse bajo macro lógicas coloniales, y operaría bajo un sistema específico de impuestos y prestaciones etc… Exactamente qué actividades obligatorias habría que hacer a cambio del misthos, cómo controlamos que se hagan, qué pasa si no se hacen o qué pasaría con el grupo de población que no las lleven a cabo, o qué pasa con los trabajos informales y precarios a los que no puedes reducir la jornada laboral por decreto, no parecen temas secundarios para todo el debate que venimos teniendo. La frase “habría que idear y organizar un sistema de industria atractiva” del colectivo Charles Fourier, criticada por Jesús en su artículo anterior, no se refiere a que haya que hacerlo (como sí presupone un sistema de organización total del trabajo), si no a que una RBU generaría por sí sola los incentivos necesarios para mejorar las condiciones laborales de esa industria. No es sencillo, pero, si queremos discutir y comparar medidas concretas, efectivamente hay que presumir el ceteris paribus (es decir, que todo lo demás sea constante) para poder evaluar. Este es el rol que desempeña la evidencia empírica en este debate.
Cuando hablamos de evidencia empírica de la RBU, como señala Jesús, no hay forma de predecir al 100% qué pasaría con una RBU “de verdad”. Incluso una RBU completa e idéntica en dos contextos institucionales y culturales distintos podría generar efectos diferentes. Dicho esto, la combinación de evidencia empírica sobre diferentes tipos de ingresos incondicionales (bastante más amplia y diversa de la que se ha señalado en este debate), junto a los muchos trabajos de modelización bajo distintos supuestos, nos permite al menos dos cosas. Por un lado, tener identificadas relaciones específicas de causalidad sobre las que hacer previsiones, y, por el otro, analizar los posibles efectos adversos dependientes del contexto que es necesario considerar. Es decir que las “limitaciones de la evidencia empírica” son en realidad “la esencia de la evidencia empírica” en ciencias sociales. Comprender las limitaciones que cada caso tiene es precisamente lo que nos da la información acotada que queremos y podemos obtener razonablemente. Cuando tomamos toda esta información en su conjunto, podemos hacer diferentes afirmaciones, pero hay una en concreto que es un consenso entre quienes trabajan con experimentos de transferencias monetarias de todo tipo, y que es trascendental para debate que estamos teniendo: el dinero de forma incondicional no produce personas que se aíslan socialmente y abandonen la actividad humana de vincularse con el entorno. Más bien lo que sucede es justamente lo contrario, y con esto quiero llegar a mi punto.
Creo que el elemento central del desacuerdo que tenemos está en si es necesario usar la necesidad de la mayoría de las personas de un ingreso, esa mayoría que solemos llamar clase trabajadora, como una forma de disciplinamiento y ordenamiento social. Si lo pensamos por un momento, lo mismo podríamos argumentar, por ejemplo, en cuanto al acceso a la salud. En ese sentido, y siguiendo con el ejemplo, podría preocuparnos también que si garantizamos la salud de todo el mundo pondríamos en riesgo las relaciones de interdependencia entre las personas. Cuando enfermamos se nos aparece con claridad nuestra condición de fragilidad y el hecho de que no podemos sobrevivir solos. Si el Estado nos garantiza acceso a sistemas de salud, entonces también corremos el riesgo de perder esa dependencia comunitaria. Desde esta perspectiva —con la que yo discrepo—, todos y cada uno de los derechos, si están garantizados, podrían poner en peligro la necesaria coerción colectiva que produce la sociedad cuando nos necesitamos unos a otros. Si garantizáramos casas para todas las personas, qué sería de la presión por vivir en grupo; eliminar las relaciones coloniales comerciales separaría y aislaría a cada país; unas relaciones de género no binarias terminarían con el deseo de tener una familia, y, finalmente, una RBU acabaría con las relaciones de reciprocidad social.
Mi postura es que hay razones antropológicas suficientes, y más desde una postura marxista, para pensar que la individualización y atomización son ontológicamente imposibles, ya que políticamente hay que entenderlas como artefactos ideológicos históricamente determinados. En realidad, el mundo que sueña el neoliberalismo, como recuerda Juan Ponte, “no existe”. La división conceptual entre comunidad/estado e individuo/mercado no deja de ser una abstracción con la que intentamos operar en el mundo, pero ambas son formas dicotómicas propias de la modernidad con las que pensarnos colectivamente. En el fondo, como también nos dice Marx, todo proceso histórico implica siempre formas de cooperación social organizada en una dirección u otra. Simplificando las cosas, en el sistema de producción feudal tampoco existía una relación salarial, y había otras formas de organización y cooperación social, así como otras formas de abstracción. El neoliberalismo individualizador también es un proyecto político y social colectivo. El individuo no es una condición antropológica previa que debamos de temer invocar y que necesita ser disciplinada desde el Estado o desde el mercado. Esta es, de hecho, la caricatura de la izquierda marxista que hacen algunos personajes como Milei.
En cambio, lo que deberíamos reivindicar como una condición antropológica es el trabajo, en el sentido que lo piensa Marx; es decir, esa relación metabólica de cooperación e interdependencia social y con el entorno, en el que caben también el ocio, el juego, la conversación y el cuidado mutuo y del entorno. La RBU trata de romper la forma de pensar el ingreso exclusivamente como salario que se recibe a cambio de tu tiempo de trabajo, o como limosna por ser pobre —o, en el caso del misthos, por hacer actividades para ser buen ciudadano—. El dinero en forma de ingreso no representa algo que tú te “ganas”, sino algo que somos en nuestra relación metabólica con el mundo, que, insisto, es lo que Marx entiende por trabajo. La pregunta no es entonces si individualizamos o colectivizamos: la pregunta es cuáles son las relaciones de poder concretas que sustentan los procesos sociales de trabajo y producción. El capitalismo históricamente es el proceso constante de reorganización de ese trabajo humano para someterlo al poder de quien puede apropiarse de la valorización del valor. Creo que el argumento es entonces al revés: liberarse de lazos de dominación es dejar aflorar esta capacidad de autoorganización y conexión propia del trabajo humano que el capitalismo orienta exclusivamente en una dirección.
El miedo de cierta parte de la izquierda a propuestas como la RBU es que ésta pudiera cumplir el sueño imposible de eliminar la sociedad. En el fondo, le tiene miedo a la libertad, porque han asumido involuntariamente esta idea de que lo esencial de lo humano es un individuo egoísta que hay por lo tanto que controlar. Pero pensar con Marx es siempre pensar desde esta otra premisa antropológica. La pregunta desde una perspectiva post-capitalista debería ser qué otra forma de producir colectivamente podemos construir y bajo qué condiciones materiales. Para lo que necesitamos el Estado es precisamente para liberarnos de los condicionamientos que vuelven a una parte de la población sujeta a ser explotada y dominada por otra.
