Durante los últimos meses, el gobierno de Estados Unidos ha recurrido repetidamente al uso de amenazas y agresiones comerciales como un arma para avanzar sus intereses más allá de sus fronteras. Nos hemos acostumbrado a leer sobre las guerras comerciales impulsadas a través de la cuenta de Twitter de Donald Trump en contra de los gobiernos de potencias como China y Rusia. En México, el bullying de Trump ha tenido un efecto dramático: ha llevado a una inesperada alteración de la política migratoria del gobierno de AMLO, la re-estructuración profunda del funcionamiento del Instituto Nacional de Migración y el creciente desasosiego de importantes sectores de la población (por no hablar del alza en las expresiones xenófobas) por la delicada situación de los miles de migrantes que atraviesan el país rumbo a Estados Unidos.

A pesar del reducido rango de maniobra del gobierno de la 4T, a muchos ha sorprendido, e indignado, la reacción del gobierno mexicano frente a las amenazas de Donald Trump. Es verdad que, históricamente, México ha tenido pocas posibilidades de lidiar con las agresiones del vecino del norte. Al mismo tiempo, no deja de sorprender el limitado repertorio de herramientas diplomáticas e iniciativas comerciales barajeadas durante las últimas décadas por los sucesivos gobiernos de México. Hablando del presente, es bien sabido que a AMLO no le preocupa mucho la política exterior. Por todo esto, no está de más observar las respuestas de otros países a las agresiones de los Estados Unidos con miras a imaginar posibles alternativas para la política exterior de la actual administración.

México no es el único país al que Trump ha intentado castigar con el alza a los aranceles y el cambio de tarifas comerciales. A principios del 2018, el gobierno de Estados Unidos anunció el alza de tarifas a la importación de acero de distintos países, incluyendo la Unión Europea, Canadá y México. Uno de los gobiernos que más rápidamente respondió a las medidas fue el de India, que reaccionó instaurando nuevas tarifas a la importación de productos alimenticios provenientes de EE. UU. A pesar de enfrentarse a un panorama marcado por el alza en el desempleo, un freno al crecimiento del PIB indio y a unas importantes elecciones nacionales a principios del 2019, el gobierno de Narendra Modi se mantuvo firme frente a las agresiones de Trump.

En los meses siguientes, el enfrentamiento entre India y Estados Unidos se hizo más agudo tras el anuncio de Modi de que la potencia del Sur de Asia seguiría importando grandes cantidades de petróleo de Irán, a pesar de contravenir los deseos de Trump, y compraría nuevos sistemas de lanzamiento de misiles S-400 al gobierno ruso. A principios de este mes, Estados Unidos promovió un alza a los impuestos a diversas importaciones indias, desde auto-partes hasta precursores químicos, mientras que India confirmó los impuestos sobre las importaciones de almendras, manzanas y diversos productos químicos provenientes de EE. UU.

A pesar de que Donald Trump ha usado reiteradamente el comercio como un arma para presionar a otros gobiernos, no todos los países afectados han cedido al chantaje del presidente estadounidense. El gobierno de India, al contrario del de México, ha respondido a las amenazas utilizando las herramientas que le proveen su larga tradición de hábil multilateralismo y su amplio abanico de socios comerciales internacionales. Desde los tiempos de Jawaharlal Nehru, la India ha cultivado intensas relaciones internacionales con las potencias europeas, China, Japón, Estados Unidos, Canadá, los países petroleros del Medio Oriente y, en tiempos recientes, con países de África y el Centro de Asia. Habiendo sido un actor central en el Movimiento de los Países No Alineados y el internacionalismo tercermundista de las décadas de 1950 y 1960, en tiempos recientes India ha permanecido un miembro activo del Foro de Diálogo India, Brasil y Sudáfrica (IBSA) (2003), el BASIC—Brasil, Sudáfrica, India y China (2009)—, la Organización de Cooperación de Shanghái (a la que se unió en 2016) y la amplia actividad que desde 2001 se ha llevado a cabo desde la plataforma de los BRICS. Al mismo tiempo, en décadas recientes ha diversificado su comercio exterior entre distintas regiones del mundo, ampliando  considerablemente su rango de acción: además de los EE. UU., la lista de los mayores socios comerciales de India incluye a China, los Emiratos Árabes Unidos, Alemania, Indonesia, Japón, Nigeria, Irán, Australia, Sudáfrica y Venezuela.

Los pasados 13 y 14 de junio se celebró en Kirguistán la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (creada en 1996, y que aglutina a gobiernos que representan a casi la mitad de la población mundial). En aquella república centroasiática, Narendra Modi aprovechó para celebrar reuniones bilaterales con Vladimir Putin y el presidente de China Xi Jinping. A los pocos días, el Secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo visitó Delhi para reunirse con Modi, apenas un día antes del inicio de la cumbre del G-20 en Japón. Pompeo anunció el fin de las tarifas comerciales impuestas a productos indios, resaltó la gran amistad que unía a India y a EE. UU., y ofreció un esperanzador panorama para el futuro de las relaciones entre las dos naciones. La “guerra comercial” parecía haber sido desplazada a un segundo plano. Pocos días después, Narendra Modi y Donald Trump se reunieron amistosamente en Osaka, despidiéndose no con un formal apretón de manos sino chocando los puños como dos muchachos emocionados.

Es bien sabido que Donald Trump es un político arbitrario y voluble. Sin embargo, el radical cambio de actitud frente al gobierno de India no puede entenderse como el producto de un repentino capricho. Antes bien, es el resultado de la hábil política exterior del gobierno indio que, a pesar de las inclinaciones ideológicas de sus representantes, consistentemente y a lo largo de varias décadas, ha generado un amplio campo de acción para las iniciativas comerciales y políticas de la India.

Hubo una época en la que la diplomacia mexicana tejía complejas y variadas redes de colaboración, debate y contacto alrededor del mundo. Durante las décadas posrevolucionarias, la política exterior de México apoyó al movimiento de las nacionalidades oprimidas, se decantó en contra de la anexión de Austria por parte de Alemania en 1939, mantuvo hábiles relaciones con el Movimiento de los Países no Alineados durante las décadas de 1950 y 1960, y forjó vigorosas relaciones con distintos bloques nacionales en el Caribe, Europa, Medio Oriente y África. Sin embargo, con la llegada del “periodo neoliberal”, la política exterior nacional ha estado definida por el énfasis exclusivo en la relación bilateral con los Estados Unidos.

Desde hace por lo menos tres décadas, los presidentes de México han jugado un papel nulo e insignificante en el escenario internacional. A pesar de ser miembros del G-20 y la OCDE, de representar una de las 15 economías más grandes del mundo, y un país que sirve de puente entre océanos, regiones lingüísticas, políticas y culturales, durante los últimos veinte años los gobiernos de la transición en México se han limitado a jugar un papel meramente testimonial en las grandes negociaciones geopolíticas de la historia reciente. Aunado a esta mediocre tradición, el actual presidente de México ha demostrado en repetidas ocasiones su desdén por la política exterior del país que gobierna. Su falta de interés por las mareas diplomáticas y comerciales gestándose más allá de los confines de nuestro vecindario refleja un claro error de juicio, además de que representa una clara limitante a la hora de afrontar crisis como la gestada en semanas recientes por los caprichos del presidente estadounidense. La reticencia de López Obrador a viajar, a enterarse de lo que sucede en otras latitudes y a pensar más allá del marco de la política nacional puede salirle caro, sobre todo si nos tomamos en serio la posibilidad de un nuevo triunfo de Donald Trump en la Casa Blanca en el 2020. A pesar de su insistencia en que la mejor política exterior es una buena política interior, el líder de MORENA aún está a tiempo de tomar nota de las posibilidades existentes y potenciales de desarrollar alianzas, acuerdos y sinergias más allá de Norte y Centroamérica con miras a impulsar una verdadera agenda diplomática que haga justicia a sus aspiraciones de transformación y al importante lugar de México en el mundo. Si se empeña en enfocarse exclusivamente en las relaciones con Estados Unidos en detrimento de una agenda multilateral más amplia, López Obrador podría estar, inconscientemente, perpetuando uno de los mayores y más perniciosos desatinos de sus antecesores neoliberales, a los que tanto ha criticado y frente a los que constantemente busca definir su programa de gobierno.