El 3 agosto, en la conferencia mañanera, el secretario de educación pública, Esteban Moctezuma, dio a conocer que el regreso a clases será el próximo 24 de agosto y se llevará a cabo a distancia a través del programa Aprende en casa II. A unos días del anuncio, aún tenemos muchas dudas, no obstante, algunas reflexiones podemos ir adelantando con base en el antecedente que significó el  programa Aprende en casa

Más allá de la siempre sospechosa alianza entre el Estado y los medios de comunicación hegemónicos, en esta nueva incursión en el  “Acuerdo por la educación” y ante la prolongación de un modelo de educación a distancia me parece fundamental analizar dos cuestiones. Por un lado, dónde queda la dimensión pedagógica en este nuevo esfuerzo de educación de pretensiones nacionales; por otro, volver a hacer énfasis en las dificultades que este modelo plantea en una sociedad tan profundamente desigual y diversa como la de nuestro país. 

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El modelo educativo Aprende en casa II que la Secretaría de Educación Pública (SEP) anunció el 3 de agosto, en el que participarán las televisoras más grandes del país, mantiene la línea propuesta por el programa Aprende en casa I, lanzado en marzo pasado. En la conferencia matutina el secretario advirtió que se optó por emplear medios televisivos pues su cobertura es más amplia que la del internet (lo cual es cierto), y que en algunos casos (sobre todo para educación indígena y rural) se emplearán las radios locales y se generarán materiales en 22 lenguas indígenas.  Lo cierto es que el tener acceso a los contenidos que se transmitan por televisión no alcanzará para menguar las condiciones de infinita desventaja en las que tendrán que estudiar millones de niñas y niños en nuestro país. A más de que, la realidad demuestra que tampoco todas las familias tienen acceso a señal televisiva. 

 

En otro sentido, este programa nacional, con las características de estandarización con las que necesariamente debe contar, desconoce la diversidad lingüística y cultural de los contextos regionales de las diferentes comunidades escolares del país. Si bien ya se dijo que se contará con materiales traducidos en las lenguas indígenas, esto de ninguna manera será suficiente. Como se expone más adelante, lo que necesariamente presagia esto es una profundización del rezago escolar (ya de por sí dramático) en las zonas indígenas y rurales. 

En la dimensión pedagógica, la propuesta lanzada por la SEP, conserva las dificultades y yerros que ya se advertían desde el programa Aprende en casa I, con el agravante de que ahora se extenderá, lo que supone una profundización de los mismos.

 Lo que escuchamos hace un par de días se presenta como una nueva forma de educación bancaria —para tomar la categoría freiriana—, en la que las y los niños se asumen como recipientes en los que se depositarán los contenidos que son transmitidos por la televisión. Y ahí, la sola noción de transmisión televisiva, puesta en estrecha relación con la de transmisión de contenidos, cobra una crudeza reveladora. Las transmisiones no pueden de ninguna forma suplir el trabajo pedagógico que se construye en el encuentro de los salones, en los pasillos. ¿Hay posibilidad de vínculo en la transmisión televisiva, en la educación televisada? Y si no lo hay, ¿qué hay entonces? 

La tendencia vertical de los modelos de educación dominantes cobra una nueva forma: la educación a distancia por medios televisivos. Hagamos un paréntesis: los procesos de formación que echan mano de la televisión no son nuevos. Sabemos del trabajo de las telesecundarias, por ejemplo, que emplean la televisión como un medio educativo; tenemos el referente del modelo de alfabetización cubano “Yo sí puedo”, que también empleó televisiones y videos. Pero en ambos casos prevalecían las figuras de docentes o facilitadores que acompañaban el proceso formativo y permitían la construcción de vínculos pedagógicos; y más allá de eso, había una ruta pedagógica. Con este modelo estamos frente a un nuevo escenario en el que las preocupaciones por el proceso formativo, por la dimensión pedagógica, parecen simplemente inexistentes.

Así, como ya venía sucediendo desde marzo, la responsabilidad de los aprendizajes esperados y otras demandas escolares recae sobre las espaldas de las niñas, niños y jóvenes y sus familias. Esto tiene al menos dos efectos. En lo inmediato hemos visto cómo las exigencias escolares impuestas desde la SEP han desbordado a las familias. Ha sido más o menos documentado el drama que niñas y niños vivieron tratando de concluir el ciclo pasado, presentando tareas, pescando las actividades de los videos, etcétera. A largo plazo veremos cómo se profundizan las desigualdades en términos de aprendizajes y retención de los contenidos (por ponerlo sólo en las coordenadas del discurso escolar oficial). Sin el espacio escolar, con las dificultades de las y los docentes para acompañar a sus estudiantes y aminorar las distancias socioculturales, todo quedará en manos de la capacidad de las familias de acompañar los procesos escolares de estudiantes sin escuela, pero agobiados por las demandas de la escolarización. Ahí, las brechas entre los capitales culturales familiares serán aún más evidentes y esto profundizará las distancias que ya sabíamos que existían. Por otro lado, y como se ha advertido, es previsible un aumento enorme de la cantidad de niñas, niños y jóvenes que abandonarán sus estudios, ya sea por carencias económicas, por dificultades para tener espacio y tiempo para estudiar, o porque la educación televisada vuelva los contenidos escolares aún más ajenos de lo que lo eran para las y los estudiantes. 

Otro aspecto en el que me parece necesario fijar la atención es la exigencia de la evaluación de los conocimientos que se espera que se adquieran por medio de los contenidos educativos televisados. Un momento terrible de la conferencia de hoy fue ese en el que el secretario de educación advierte: “No son transmisiones de entretenimiento; tendrán validez oficial. Las clases [vía televisión] tendrán valor curricular y sus contenidos serán evaluados en su momento.” Lo dijo en ese tono que le es propio al autoritarismo de los discursos escolares hegemónicos: entre la amenaza y la vigilancia… oficial. Nos advierte que nos van a calificar aunque las niñas y niños lloren en medio de la cocina, mientras tratan de escuchar la tele, atender a la hermanita, ayudar a la mamá, tomar el desayuno. 

La declaración del secretario me parece provocadora en dos sentidos al menos. Uno relacionado con la noción de “entretenimiento” y su necesidad de desvincularlo de lo educativo. ¿La educación no debe ser entretenida? Es cierto que no dijo lúdica, lo cual hubiera terminado de conjurar la catástrofe, pero no deja de llamar la atención. El otro está anclado directamente con la demanda de una evaluación que, ahora más que nunca, dependerá de los contextos específicos de cada estudiante y de sus familias. 

Por último, a más de tres meses de la implementación del Aprende en casa I, con todos los aprendizajes, las estrategias y alternativas que desarrollaron las y los docentes ¿dónde están sus voces? ¿Por qué no se les tomó en cuenta? La anotación de que el magisterio no será dejado de lado, parece ser poco menos que una formalidad.

En fin… a mí, docente, el discurso me resultó completamente descorazonado. En tiempos de urgencia de encuentro, me suena descarnado…  acaso lo es. ¿Había otra alternativa? Con todo, habrá que reinventar los encuentros y las posibilidades del vínculo pedagógico, voltear a ver lo que han hecho las comunidades educativas en estos meses, aprender y construir desde ahí.