Crónica

Daniel Kent Carrasco y Gerardo Antonio Martínez

Nos prometieron una charla sobre Ayn Rand, pero sólo nos hablaron de sus miedos. Fuimos al Ayn Rand Con, un evento promovido en redes sociales como el punto de reunión de los promotores de un nuevo mundo, una nueva acción basada en la individualidad, la libertad frente a las imposiciones de lo colectivo y, sobre todo, en la «objetividad» (turbo sic).

Era el jueves 17 de noviembre. Estamos en el Tecnológico Universitario de Naucalpan (TUN), una escuela privada a sólo un par de kilómetros de la estación del metro Cuatro Caminos, en los límites de la Ciudad de México y el Estado de México, una misma realidad urbana sólo separada administrativamente por el Anillo Periférico y un turbio río que conecta dos vasos reguladores. El TUN, que ofrece bachillerato, licenciaturas y algunas maestrías en áreas como derecho, enfermería, contaduría y administración de empresas, es un ejemplo clásico de las innumerables empresas educativas que surgieron al cobijo del libre mercado.

La primera en tomar la palabra fue María Marty, CEO del Ayn Rand Center en Latin America, quien nos presentó un video en inglés en el que se nos adentraba en las ideas de la novelista y filósofa fundadora de la doctrina del Objetivismo, basada en la defensa del “egoísmo racional” y una forma de “capitalismo moral” que parte de la búsqueda de la felicidad individual. En un tono de autoayuda que combinaba una estética propia de la revista Atalaya con una visión luminosa de tecnología y bienestar material, el video planteaba la existencia de un “mundo objetivo” que podía ser “transformado” a través del uso de la “razón absoluta” y la defensa del “auto-interés”. Los asistentes en aquel bullicioso rincón de Naucalpan nos enteramos de que era “posible crear el mundo que deseamos” a través del egoísmo, la renuncia a la colectividad y la exigencia de la libertad absoluta (respecto a los padres, el Estado, la iglesia). Todo es perfecto bajo el “Objetivismo”, un manual para la felicidad que sería la envidia de cualquier Mariano Osorio.

La mayor parte de la concurrencia estaba formada por estudiantes del TUN, que se apuntaron en una lista a la entrada, probablemente más interesados en los créditos académicos que les aportaría la actividad que en el contenido de las charlas. Conformado por jóvenes urbanos, de clase media, el público se ofrecía como un reto para cualquier expositor. Entre los asistentes, sin embargo, había también algunos que se notaban visiblemente entusiasmados: lectoras de Rand, seguidores de sus ideas, que durante el evento asentirían con vigor ante afirmaciones de los ponentes, responderían en voz alta a las preguntas y absorberían el mensaje lanzado desde el templete.

En las paredes del auditorio lucían pendones con frases motivacionales. Se leía en una atribuida a Henry Kissinger: “La tarea del líder es llevar a la gente desde donde está, hasta donde no ha estado”. Brillante en lo reiterativo, banal en contenido y obviedad. Otra más atribuida a Jack Ma, fundador y presidente de Alibaba, decía: “El secreto del éxito es mantener tu sueño vivo, para que pueda convertirse en realidad”. No cabe duda que Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Og Mandino y Miguel Ángel Cornejo, estrellas de la industria motivacional de los años 90, encontraron a sus sucesores en este concilio de predicadores que basan su discurso en una capirotada verbal compuesta de egoísmo y miedo.

En una esquina del auditorio descansaban, separados del público por un cordón, los expositores y algunas figuras importantes del Instituto Ayn Rand Institute (Estados Unidos), el Ayn Rand Center (Latinoamérica) y la asociación México Libertario, principal promotora de este evento. Se distinguían claramente del grueso del público por su piel —mucho más clara— como por sus ropas —de hechura y estilo claramente menos accesibles—. Este contraste se hacía más notable respecto a los expositores provenientes de países latinoamericanos (México, Guatemala, Argentina y Costa Rica). Estaba claro que su mensaje de libertad era respetuoso de las jerarquías coloniales. 

Yaron Brook, del Ayn Rand Institute, fue el primer expositor. En su intervención se dio a la tarea de presentarnos los contornos de la vida y obra de Ayn Rand. Comenzó su exposición apelando al zeitgeist de angustia e incertidumbre que envuelve al mundo hoy en día. Afirmó, en un tono descaradamente eurocéntrico, que la guerra en Ucrania había terminado de disolver nuestras certezas (como si hiciera falta eso en un país y una región azotados por el calentamiento global, la migración, los desplazamientos forzados, la guerra interna), pero también se refirió al “presidente” que en este país buscaba imponer ideas peligrosas y contrarias al ethos libertario. 

La vida de Ayn Rand nos fue presentada desde el clásico esquema anticomunista. Nacida en Rusia en 1905, Rand experimentó el triunfo de la revolución bolchevique de 1917, y debido a su fuerte propensión al individualismo, muy pronto se dio cuenta de que debía huir de ahí o si no “la acabarían matando”. Con 21 años, Rand llegó a los Estados Unidos y muy pronto, a través del trabajo duro y el esmero, pudo cumplir con el sueño americano. A pesar de su éxito como guionista de Hollywood y escritora de innumerables best-sellers, Rand supo siempre, aseguró Yaron Brook, que el “mundo es hostil”, que no nos quiere, y que para sobrevivir y ser feliz era necesario apelar a una forma de “egoísmo racional” que nos permitiera sortear los peligros y pruebas de la vida.

Construida sobre el miedo perpetuo, aunque paradójicamente descrita como “racional”, su visión de la vida redondeaba en una defensa a ultranza del capitalismo, el “único sistema moral” de organización social. Para Rand y nuestro elegante expositor el mundo no puede ser transformado a partir de la utopía y el anhelo a la acción colectiva: el único motor del cambio es el individuo libre y egoísta. De las tramas y los personajes de sus novelas y guiones cinematográficos ni nos enteramos. ¿Para qué estropear esta perorata redonda con complejidades novelescas?

Fue significativo que cuando Brook preguntó “¿Cuántos de ustedes conocen a Ayn Rand?”, sólo dos o tres personas alzaron la mano. Con una clara sombra de decepción en el rostro, el ponente señaló entonces a una mesa situada en el fondo del auditorio, donde un par de personas ofrecía gratis —como en las mesas de los predicadores evangélicos— los libros de Rand a quienes se apuntaran a la lista de correos del Ayn Rand Institute.

La siguiente oradora fue Agustina Vergara Cid, una joven argentina que abordó la pregunta: ¿Por qué México necesita las ideas de Ayn Rand? Su respuesta partía de un diagnóstico regional de la situación latinoamericana: “Desde chicos escuchamos que Latinoamérica está en crisis”, la inestabilidad política, financiera y social endémica de nuestro continente definía el transcurso de nuestras vidas. “La izquierda”, aseguraba la ponente, buscaba solucionar este problema “metiéndose en el mercado, diciéndonos cómo debemos trabajar” e imponiendo una ideología basada en la idea de que “el gobierno me va a dar” la solución. “La derecha”, en cambio, buscaba “meterse en nuestras vidas” y dictarnos “a quién amar, cómo tener una familia”. Esta dialéctica, nos aseguraba la ponente, creaba un “ciclo de locura” que nos cegaba a la realidad de que el problema de Latinoamérica no es “económico ni político”, ni tiene su origen en la corrupción, la desigualdad estructural, el extractivismo o el despojo. 

No, el problema de Latinoamérica para Vergara es “filosófico”. En un planteamiento claramente antipolítico, de esos que alimentan distintos tipos de neofascismos en el mundo de hoy, la ponente afirmaba que el problema es que en Latinoamérica no conocíamos el verdadero significado de “la moral”. Para nuestras sociedades, decía, lo moral es el sacrificio, el deseo de que otros estén bien, y el deseo de ayudar a los demás. La defensa de la colectividad, en esta visión, es una fuerza aplastante que oprime al individuo y envilece a las sociedades. La moral, remataba esta expositora, no concierne al bienestar de la sociedad, sino que debe enfocarse en la felicidad propia.

Una muestra de los claroscuros entre el discurso que dice privilegiar la racionalidad y la objetividad con el miedo a ser despojados ocurrió cuando Agustina narró un episodio de su infancia. Compartió a la audiencia que a los siete años ella tenía una muñequita en forma de ratita. Un día, en medio de las actividades de beneficencia que su colegio hacía para otros niños, su maestra la obligó a donar a su ratita para hacer feliz a un niño menos favorecido que ella. Al principio Agustina se negó pero por presiones de su profesora terminó cediendo y regaló a su ratita. Nunca más la volvió a ver.

Este tipo episodio de vida, sin duda doloroso, en el que se les arrebató de un objeto preciado, también se dio durante la ponencia de Tal Tsfany, CEO del Ayn Rand Institute en Estados Unidos, quien contó cómo en su adolescencia se le obligó a compartir su reproductor de casetes musicales cuando vivía con su familia en kibutz, una comuna agrícola israelí. Para Agustina y Tal su experiencia con lo colectivo es de despojo, pero no de una propiedad inmueble o de un bien de carácter compartido, sino de un objeto con alto valor personal. Los otros tipos de despojos carecen de importancia. No existen en sus preocupaciones porque cada uno es el exclusivo responsable de su propiedad.

Este tipo de discursos fueron la antesala de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) en la Ciudad de México, en donde se reunieron los días 18 y 19 de noviembre algunos de los representantes de las posturas de ultraderecha en todo el mundo. Ahí estuvieron Eduardo Bolsonaro (hijo del presidente saliente de Brasil, Jair Bolsonaro, de marcadas posturas fascistas); Steve Bannon, asesor de Donald Trump y promotor de las más descabelladas teorías conspirativas; Santiago Abascal, del partido Vox, heredero de la dictadura franquista en España; José Antonio Kast, candidato de la ultra derecha chilena, además del organizador Eduardo Verástegui, ex galán de telenovelas, hoy promotor de políticas anti aborto y neo cristeras: dios, patria y familia. Un elenco para quitarse el hipo.

El prefijo “Con” del Ayn Rand Con nos remite a esas convenciones de admiradores del animé. Pero pronto comprendemos que “Con” viene de convención. Quizá los ponentes de los principios libertarios que tenemos enfrente sean una especie de cosplayers contrahechos de Ayn Rand. Si nos hubieran obsequiado una Ayn Rand de peluche nos sentiríamos más atraídos, un poco seducidos. Pero no. Eso no ocurre. Al contrario. En este punto, la propuesta antipolítica y libertaria del evento tomaba un tinte claramente adolescente, de rebeldía pueril ante lo que llaman imposición del bien común.

A la loable duda socrática —siempre un punto de inicio pero jamás un punto de llegada o eterna espiral de incertidumbres— se sumaba entonces un claro desprecio por los otros, un miedo a los pobres, y una mezquina adoración de la potencia individual. Así como Hannah Arendt describió la banalidad del mal, en las palabras de estos ponentes se nos arrojaba a la cara una banalidad de la felicidad, una felicidad basada sólo en el bienestar individual, porque según ellos lo colectivo, la comunidad, es por esencia totalitaria. 

En la total ausencia de un análisis económico o político, el anticomunismo se mezclaba con el anticristianismo y el antiestatismo para dar forma a un credo chato, superficial y seductor que nos hizo pensar en Karime Macías, la esposa del exgobernador de Veracruz Javier Duarte, llenando planas y planas con la frase “Merezco abundancia, merezco abundancia”, mientras su entorno familiar y político inmediato solapaban y fomentaban la rapiña, la desintegración y la violencia.

Para los libertarios los datos no importan, tampoco el método, ni las fuentes, ni el cuestionamiento entre pares. En la deontología libertaria todos estamos de acuerdo y somos una familia feliz cobijada por la palabra de Ayn Rand. Ese es el mantra. La duda es de los débiles porque el mundo que nos acecha, parecieran decir, te quiere arrebatar la libertad y la prosperidad; aunque algo nos dice que su verdadero propósito es evadir el ISR. Nos esperábamos más, pero al final sólo fuimos testigos de una homilía librecambista con banales rótulos “echaleganistas” y complacientes.