Conocí a José María Aricó en 1976 a su llegada a Siglo XXI Editores en México. Junto con Jorge Tula y Alberto Díaz arribaron a la capital mexicana huyendo de la persecución de la Junta Militar que había derrocado al gobierno de María Estela Martínez Perón. Una de las primeras acciones de los militares fue clausurar la sede de Siglo XXI Editores en Buenos Aires. Jorge Tula fue encarcelado, pero Aricó y Díaz lograron esquivar la prisión.

Yo había llegado a la editorial un año antes y hacía mi debut juvenil en el departamento de publicidad y promoción. Era la primera persona que veía a don Arnaldo, pues le presentaba el resumen de la prensa. Orfila —con su paciencia— me explicó la situación de la casa en Argentina y quiénes eran los recién llegados.

Aricó, Tula y Díaz eran generosos y me brindaron su amistad. Fuimos compañeros hasta 1981 cuando salí de la editorial para integrarme al equipo que publicaría la revista El Machete, dirigida por Roger Bartra, pero mi relación con el grupo argentino continuaría hasta su regreso a Buenos Aires, en 1984, pues me invitaron a fungir como Editor Responsable de una revista que habían fundado en México y que publicaba la Comisión Argentina de Solidaridad: Controversia para el examen de la realidad argentina. Ahí conocería al resto del equipo de los “gramscianos argentinos”: Oscar del Barco, Juan Carlos Portantiero, Héctor Schmucler, Emilio de Ípola, Oscar Terán, Horacio Crespo… Por supuesto, yo no realizaba ninguna tarea editorial, sólo era el responsable ante las autoridades mexicanas por si los argentinos cometían alguna tontería y opinaban sobre asuntos internos.

Viajé por primera vez a la capital argentina en 1985. Pancho tenía algunos meses de haber regresado y en su casa trabajaba afanosamente un carpintero en hacer los libreros necesarios para albergar su biblioteca. 

Meses después de mi regreso de Buenos Aires, Pancho recibió la Beca Guggenheim.

Los recuerdos se borran, pero tal vez fue ahí donde acordamos realizar esta entrevista por correspondencia sobre la revista Pasado y Presente que, pese a su corta vida, marcó a la izquierda argentina y latinoamericana.

La revista Pasado y Presente [PyP]—me dice Pancho— apareció en Córdoba, Argentina, en abril de 1963. Su primer número incorporaba, además, un subtítulo: Revista trimestral de ideología y cultura. La periodicidad no fue muy estricta, aunque entre abril de 1963 y septiembre de 1965 publicamos nueve números (seis de ellos dobles).

—¿Quiénes formaban parte de la revista?

En el primer número figuraban como directores Oscar del Barco y Aníbal Arcondo. El número 2-3 se agregó a Héctor N. Schmucler, como secretario de redacción. En el número 5-6, de abril-septiembre de 1964, cambió la dirección y se incorporaron personas más vinculadas al trabajo de la revista. En dicho consejo figuraban: Oscar del Barco, José M. Aricó, Samuel Kieczkovsky, Juan Carlos Torre, Héctor N. Schmucler, Aníbal Arcondo, César U. Guiñazçu, Carlos Assadourian y Francisco Delich. Schmucler seguía como secretario de redacción y se incorporaba Osvaldo Tamain como administrador.

—¿Todos militaban en el Partido Comunista?

Excepto Delich y Arcondo, quienes eran amigos cercanos, “aliados”, como se decía en la jerga partidaria, el resto de los miembros de PyP sí provenían del Partido Comunista.

—¿Cómo surgió la idea de la revista?

El proyecto de la revista comenzó a discutirse en 1962 entre el grupo de militantes del partido y de la juventud dedicado al trabajo en los medios intelectuales y universitarios. Algunos hechos ocurridos en el interior del Partido Comunista Argentino (el fracaso del llamado “giro a la izquierda” del peronismo, la derrota estrepitosa de la táctica del partido en la elecciones para gobernador de la provincia de Santa Fe, la incapacidad de discutir abierta, franca y responsablemente sobre esos y otros problemas más vinculados al debate de ideas) y los efectos del XXII Congreso del PCUS nos llevaron a pensar en la oportunidad de publicar una revista de reflexión política y cultural, que redactada por comunistas y no comunistas, pudiera operar desde fuera del encuadramiento partidario como un factor de modernización y desacralización del discurso partidario.

Porque era un proyecto que contaba con la participación de los comunistas, la revista podía ser un fermento revitalizador de la cultura comunista y de izquierda; como además no era “del partido” lo que allí se decía, no cuestionaba directamente la táctica partidaria y por tanto podía ser metabolizado por un organismo político que no sólo necesitaba una renovación, sino que parecía contar con fuerzas en su propia dirección política que pretendían llevarla a cabo. 

En suma, aunque el proyecto de PyP perteneció exclusivamente al grupo de intelectuales cordobeses y al que rodeaba a Juan Carlos Portantiero, en Buenos Aires, ayudó a llevarlo a cabo la convicción de que en el interior del Partido Comunista Argentino existía una corriente renovadora que la revista, aunque no sólo ella, ayudaría a construir.

A la distancia, pienso que tal corriente existió y poco tiempo después, en 1967, se producirá la cascada de rupturas que configuraran el Partido Comunista Revolucionario y corrientes castristas guerrilleras. Por lo que podría afirmarse que la expulsión del llamado grupo Pasado y Presente en 1963, y el grupo que fundará luego La rosa blindada, precipitó un proceso de diferenciación más o menos extendido en el interior del comunismo argentino que comprometió a una parte de sus direcciones políticas, en especial, las afectadas en el trabajo universitario, con los intelectuales y algún sector obrero.

—¿Cómo fue recibido el primer número de Pasado y Presente?

La aparición de la revista era esperada con fuertes sospechas de la dirección nacional de la Juventud Comunista y del partido. Cayó como un rayo en cielo sereno en los medios intelectuales avanzados, en especial en Buenos Aires. Nadie podía pensar que en una ciudad de provincia, como Córdoba, se publicara una revista con tal grado de apertura a los debates teóricos y políticos de ciertas áreas europeas, y mucho menos que esa revista fuera redactada por comunistas militantes. Pues ésta era otra de sus características. Buena parte de los redactores pertenecían a organismos partidarios como el Comité Provincial, las comisiones de organización, de cultura, del sector universitario, etc. Recuerdo que la sorpresa fue tanta que el secretariado del Comité Provincial nos ofreció un brindis de felicitación. Pocos días después la dirección nacional del partido, por medio de Rodolfo Ghioldi, criticó duramente a la revista como contraria al espíritu del partido y se decidió su prohibición y la disolución del grupo redactor.

Nuestra negativa a aceptar esta resolución provocó finalmente la expulsión de Del Barco, Schmucler, Kieczkovsky y la mía. Luego se sucedieron las expulsiones de buena parte del sector universitario de la Federación Juvenil Comunista de Córdoba, que constituía, de hecho, la base de sustentación del trabajo de la revista.

José María Aricó, Pancho, nació en Villa María, provincia de Córdoba, el 27 de julio de 1931. A los 16 años ingresa al Partido Comunista Argentino. Intenta alguna carrera universitaria, pero se decide por el camino del autodidacta y se prepara como traductor. 

Se le reconoce como el introductor de Gramsci al español. Y esa relación con el pensador italiano comenzó gracias a Héctor P. Agosti quien dirigió entre 1958 y 1962 la edición que la editorial Lautaro publicó de los cuatro títulos de Cuadernos de la cárcel: Aricó tradujo el tercero, Literatura y vida nacional, y el cuarto, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, que además anotó.

Pancho fundó seis revistas y es autor de Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano (1978); Marx y América Latina (1982); La hipótesis de Justo: escritos sobre el socialismo en América Latina (1999); La cola del diablo: itinerario de Gramsci en América Latina (2005), y Nueve lecciones de economía y política en el marxismo, producto de un curso en El Colegio de México. Horacio Crespo, por su parte, en 1999, publicó Entrevistas, 1974-1991.

Incansable, emprendió un esfuerzo editorial de grandes dimensiones. La publicación de Cuadernos de Pasado y Presente: quince años, de 1968 a 1983; 98 títulos y tres sedes territoriales. Según Pablo Ponza (“Revolución, exilio y democracia en la vida de José Aricó”) la edición de los Cuadernos se divide en tres periodos: de 1968 a 1970 en Córdoba (del número 1 al 16) donde se aborda el escenario internacional; un segundo periodo, de 1970 a 1975, con sede en Buenos Aires (del número 17 al 65), y el exilio mexicano, de 1976 a 1983 (del número 66 al 98) con temas más generales, sin referencias territoriales específicas.

Eran los años del auge del marxismo disidente y heterodoxo. Burgos (“Los gramscianos argentinos”, 2004) destaca la amplia circulación de los Cuadernos. El número 1 fue reeditado 24 veces, y en 1974 había vendido 10 mil ejemplares. La suma de las ventas de la colección, entre 1968 y 1976, alcanzó los 900 mil ejemplares. 

Y por si fuera poco, Aricó planeó y dirigió una colección fundamental para los marxistas de habla española: la Biblioteca del Pensamiento Socialista, una serie con más de 30 títulos, entre ellos la traducción de Pedro Scaron de El Capital

Pancho murió prematuramente en agosto de 1991, a los 60 años. Fue profesor en Flacso, dio cursos en diversas universidades latinoamericanas y europeas y a su regreso a Buenos Aires fue nombrado maestro en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA e investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.

La organización que ayudó a fundar, el Club de Cultura Socialista, lleva ahora su nombre y la Universidad Nacional de Córdoba alberga la Biblioteca José Aricó.

—Pero la revista continuaría. ¿Cómo fue ese proceso?

En esta primera etapa de su existencia, PyP fue un órgano cultural de la izquierda cordobesa, con fuerte prestigio en el país y vinculada al campo ideológico del llamado castrismo. Lo que nos distinguía de las otras corrientes castristas surgidas del Partido Socialista o de fracciones del Partido Comunista, o de raíz católica, era nuestra filiación “gramsciana”, por lo menos en algunos de sus figuras intelectuales más relevantes: Aricó, Portantiero, Del Barco (aunque en él eran notables su apertura hacia ciertos fenómenos de la cultura europea: el estructuralismo, Husserl, Levi-Strauss, etc.). Tan es así, que una publicación de la llamada izquierda nacional nos bautizó polémicamente como “los gramscianos argentinos”. Admitiendo la potencialidad revolucionaria de los movimientos tercermundistas, castristas, fanonianos, guevaristas. Tratábamos de vincularnos con los procesos de recomposición del marxismo europeo que se producían en Italia. Éramos una mezcla rara de guevaristas togliattianos. Si alguna vez esta combinación fue posible, nosotros la expresamos.

Desde la tentativa de trabajar en el interior del Partido Comunista para cambiarlo (núm. 1) o luego de nuestra expulsión, el descubrimiento de las contradicciones objetivas que pudieran ofrecer una base de sustentación para una izquierda revolucionaria colocada fuera del sistema (núm. 4), hasta finalmente el reconocimiento de la emergencia del clasismo en la fábricas automotrices cordobesas y los problemas que esto planteaba una izquierda intelectual que buscaba un relación “orgánica” con los trabajadores (núm. 9), PyP fue la expresión de un grupo que pugnaba por determinar o individualizar un interlocutor de clase.

El desaliento que sucedió al fracaso de la guerrilla castrista de mediados de los años sesenta y la caída del gobierno radical de Illia nos evidenció el extremo aislamiento de un grupo colocado fuera del terreno concreto de la política. Y aunque nunca abandonamos la idea de proseguir con el trabajo de la revista, PyP dejó de aparecer.

En 1968 confiábamos en reanudar la publicación de la revista. Creo recordar que hubo varios proyectos discutidos, correspondencia intercambiada, reuniones con los amigos de Buenos Aires, etc. En 1969 y 1970 con Schmucler y otros nos trasladamos a Buenos Aires y la discusión en torno a la nueva serie de la revista cambia de eje. Ya no sería más una revista publicada en Córdoba por un grupo local, sino la expresión de un nuevo grupo estructurado en Buenos Aires. Se incorporan redactores como Jorge Feldman, José Nun, Jorge Tula, y el mismo Portantiero, quienes con Oscar del Barco y José Aricó serán los que inicien la nueva serie de Pasado y Presente.

El primer número de la nueva serie aparece en abril-junio de 1973 y le sigue el 2/3, correspondiente a los meses de julio-diciembre del mismo año, y con el cual concluye definitivamente la publicación de la revista. 

Más vinculada al proyecto de configuración de una tendencia socialista de izquierda, en el interior del movimiento peronista, la revista sucumbe con el fracaso estrepitoso de las ilusiones revolucionarias del pos 68. Su estación fue muy breve, aunque yo diría relevante en la medida que los dos números publicados influyeron mucho, para bien y para mal, en la visión que tuvo cierta izquierda de toda la experiencia que va desde el Cordobazo al fracaso del segundo gobierno peronista. Para algunos fue un órgano oficioso de Montoneros, en la medida en que creyó descubrir en ese movimiento una posibilidad concreta de recomposición avanzada del peronismo. En realidad, si se leen con mayor profundidad sus artículos se observará que la calificación es abusiva y que mantuvo fuertes reservas frente a un movimiento no suficientemente democrático.

—Bien, Pancho. Han pasado muchos años de todo eso. ¿Qué dices ahora?

Advierto de inmediato la cuota de arbitrariedad que toda síntesis porta consigo, pero diría que la revista se colocó siempre en el terreno del marxismo militante y de la izquierda socialista. El gramscismo le permitió plantearse dos orientaciones que con mayor o menor nitidez estuvieron siempre presentes en sus dos series: a) el descubrimiento de la sede “nacional” desde la cual el problema de la transformación y del socialismo debía ser planteado; b) la aceptación plena de la visión del socialismo como un proceso que se despliega desde la base, desde las masas, desde sus propias instituciones y organismos. 

Estas dos ideas centrales tenían la posibilidad, mejor dicho, encerraban un potencial crítico que nos permitieron mantener siempre ciertas distancias frente a los discursos castristas, guevaristas, peronistas, socialdemócratas o maoístas. 

Esta distancia crítica fue vista, además, no como un límite sino como una virtud. Rechazábamos fuertemente los “ismos” aunque las flexiones del discurso político nos llevaran a aproximarnos a uno u a otro de tales “ismos”. Este rechazo se basó en una hipótesis fuertemente defendida desde el primer número, en 1963, que caracteriza el tipo de marxismo del que nos apropiamos. Un marxismo que no encontraba en sí mismo su punto de validación sino en su capacidad de medirse con los hechos de una realidad en transformación; pero tal capacidad no era la evidencia de una supuesta condición de teoría verdadera, sino de la admisión que en su propia estructura teórica hacía de las adquisiciones de la ciencia y de la cultura modernas.

De tal modo, el marxismo que hizo suyo y defendió la revista era aquel que estaba en condiciones de soportar un diálogo productivo con el mundo y la cultura del presente. Esta suerte de visión laica, no ideológica, del marxismo, hizo de la revista Pasado y Presente un hecho marginal, molesto, inclasificable, de la cultura de izquierda argentina, y convirtió a sus redactores, por lo menos a los de mayor actividad en los medios culturales y políticos, en personas no muy bien vistas por la ortodoxia de izquierda.