Hoy en día la República de India vive bajo un régimen claramente alineado con la destructiva y perniciosa agenda del nacionalismo hindú. Éste es una peculiar mezcla ideológica que durante el pasado siglo XX fermentó en paralelo al proyecto pluralista y secular encabezado por el movimiento nacionalista asociado con figuras como M. K. Gandhi y Jawaharlal Nehru. Tras el colapso electoral de la oposición y el auge de las ansiedades y contradicciones gestadas por la desordenada, injusta y rapaz liberalización de la economía en India, esta doctrina violenta y excluyente ha llegado a teñir no solo los anhelos de los sectores más reaccionarios de la sociedad de aquel país, sino también las políticas del gobierno encabezado por el Primer Ministro Narendra Modi. 

Ilustración: Robolgo
 

La organización más importante en la historia reciente de la consolidación del nacionalismo hindú es la Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS por sus siglas en inglés) o Asociación Nacional de Voluntarios. Fundada en 1925 por el intelectual de casta alta K. B. Hedgewar, la RSS sentó las bases de un programa de acción social de largo aliento basado en las premisas del ideólogo Vinayak Damodar Savarkar. Un fiero militante anticolonial, Savarkar pasó más de 10 años en prisión, tiempo durante el que se dedicó a desarrollar la doctrina etnonacionalista de la Hindutva. Traducible como “hinduidad”, la Hindutva parte de la idea de que la identidad nacional india emerge a partir de la matriz cultural del hinduismo. A partir de una reinterpretación tendenciosa y falaz del legado cultural de la antigüedad india, los defensores de la Hindutva sueñan con una comunidad nacional centrada en una rígida jerarquización de la sociedad, el rechazo a la diversidad intrínseca a la sociedad del subcontinente indio, y el enfrentamiento frontal con las comunidades “extranjeras”, en especial los devotos del islam, que había sido la religión de los imperios dominantes en el subcontinente asiático desde el siglo X. 

Desde un principio, la RSS se definió a sí misma como una “asociación cultural” y prohibió a sus miembros involucrarse abiertamente en la política. Su labor se canalizó a través de la creación de grupos civiles, estudiantiles y sindicales y el impulso a actividades constructivas en apoyo a los sectores más desfavorecidos de la comunidad hindú. La asociación tuvo un importante momento de auge en 1947 cuando encabezó el esfuerzo de relocalización en Delhi de los miles de desplazados por la violencia que acompañó al fin del colonialismo en el subcontinente y la partición política que dio paso al nacimiento de India y Pakistán. 

Sin embargo, en 1948 la RSS se hizo famosa a lo largo y ancho de la India, y en gran parte del mundo, no por sus actividades altruistas sino por su vinculación al asesinato de M. K. Gandhi. El 30 de enero de aquel año, el Mahatma fue asesinado por Nathuram Godse, un antiguo miembro de la asociación y ferviente defensor del nacionalismo hindú. Gopal Godse, hermano del asesino, declaró que el asesinato de Gandhi había sido causado por los continuos esfuerzos del líder por debilitar a la nación hindú a través de su promoción de la no-violencia y su defensa de las poblaciones musulmanas. “Queríamos mostrarle a India que aún había indios que no estaban dispuestos a sufrir esta humillación”, declaró Gopal en 1969. “Queríamos demostrar que en India aún había verdaderos hombres”.

Cuatro días después, el 4 de febrero de 1948, la RSS fue ilegalizada y algunos de sus líderes arrestados por su relación con el asesinato de Gandhi. Varios fueron encarcelados y Nathuram Godse fue ejecutado en 1949. Durante las siguientes décadas la RSS siguió una agenda discreta pero resuelta de consolidación lejos de los reflectores. Sus dirigentes crearon numerosas agrupaciones culturales y civiles de distintos tipos en distintas regiones de India, atrayendo a diversos grupos a través de su hábil manejo de fórmulas y modelos de comportamiento y convivencia extraídos de las antiguas escrituras sánscritas. La visión última de la RSS durante estos años fue la de convertirse en un ejemplo de las virtudes de un supuesto orden tradicional hindú y de servir como modelo para la reorganización de la vida pública nacional de la República de India. 

En las décadas de 1950 y 1960, la RSS creó organizaciones y asociaciones regionales dedicadas al trabajo de base entre las poblaciones tribales—una categoría similar a la de los indígenas en México—, sectores obreros, pobres urbanos, campesinos, estudiantes y maestros. Al mismo tiempo, encabezó la creación de una amplia red nacional de clínicas, comedores comunitarios y academias de educación, entrenamiento y adoctrinamiento conocidas como shakhas. Las shakhas fueron concebidas para servir como espacios de promoción de la disciplina, la fuerza de carácter y la unidad del propósito de la RSS entre el grueso de la población del país. De acuerdo con M. S. Golwalkar, quien tomó el liderazgo de la asociación a la muerte de su fundador Hedgewar, el objetivo final de este programa educativo era moldear a la sociedad india a la imagen de la ordenada comunidad hindú de la RSS. “La visión última de nuestra labor”, aclaraba Golwalkar, “es la creación de un estado de perfecto orden social en el que cada individuo esté moldeado de acuerdo al ideal de la hombría hindú y convertido en una extensión viviente de la personalidad cooperativa de la sociedad”.

La recuperación de la fuerza y dignidad de India, país al que los voluntarios de la RSS se refieren como Bharat usando un antiguo vocablo sánscrito, se considera central para el bienestar de la humanidad en su conjunto. Con esto en mente, desde las shakhas se promueve un ideal de disciplina corporal, emocional y grupal que mezcla técnicas tradicionales de yoga y lucha corporal, entrenamiento paramilitar y formación ideológica. Desde las shakhas, que permanecen cerradas para las mujeres, se generaron los cuadros que nutrieron la ambiciosa agenda de la RSS, así como los grupos de choque a través de los cuales ésta se hace presente esporádicamente en la arena política.

Según datos de la propia RSS, hoy en día existen más de 80 000 shakhas, que atienden a millones de hombres, en su mayoría de entre 15 y 25 años. Al enfatizar la unidad esencial de la comunidad hindú —que debe sobreponerse a las divisiones de casta, región y lengua—, en estos espacios se fragua el ideal de regeneración de una antigua y auténtica sociedad hindú imaginaria, la cual ha sido durante siglos vapuleada y fragmentada por los abusos de las sucesivas oleadas de invasores extranjeros: los musulmanes y los británicos. Los últimos se fueron en 1947; los primeros, para ira de los nacionalistas hindúes, siguen ahí.

A pesar de declararse abiertamente en contra de la participación política, durante la segunda mitad del siglo XX la RSS jugó un papel de enorme peso en el juego electoral del país. En 1977 sus cuadros fueron fundamentales en el triunfo del primer gobierno ajeno al Partido del Congreso, lo que les permitió a sus líderes abrirse camino en el lodoso terreno de la alta política india. Poco después, en 1980, los cuadros de la RSS encabezaron la creación del BJP (Bharatiya Janata Parta), el partido de actual Primer Ministro Narendra Modi y de Atal Bihari Vajpayee, quien ocupó el puesto entre 1998 y 2004. 

Durante la década de 1980, el BJP se consolidó como el vehículo nacional de una nueva “derecha hindú”, movimiento que amplificó las exigencias y agresivas propuestas de la RSS, en especial respecto a la minoría musulmana. Durante años el BJP ha encabezado una agenda dirigida a las clases urbanas y sectores de la clase media baja tradicionalmente fieles al Partido del Congreso pero que miraban con aprensión la volatilidad social causada por la liberalización descontrolada y vertiginosa de la economía, al tiempo que buscaban aprovechar los beneficios que ésta ofrecía. El crecimiento gradual de este movimiento político durante la década de los años ochenta      respondió, en gran parte, a su capacidad de ofrecer el sustento ideológico ideal para que estos sectores ansiosos afrontaran la liberalización económica, dotándolas de un arsenal cultural que giraba en torno a una supuesta tradición hindú milenaria y virtuosa.

En 1992 cuadros del ala más radical de la derecha hindú encabezaron la destrucción —a mano, sin maquinaria— de una imponente mezquita del siglo XVI en el pueblo de Ayodhya, en el norteño estado de Uttar Pradesh. La RSS justificó este crimen colectivo argumentando que la mezquita había sido construida sobre un antiguo templo dedicado al dios hindú Rama. A partir de entonces, los ataques en contra de la comunidad musulmana —que consta de más de 170 millones de personas y equivale al 10% de la población musulmana global— a manos de la derecha hindú han dejado de ser velados y se han vuelto cada vez más brutales. En el 2002, en Gujarat, estado que en ese entonces gobernaba el actual primer ministro Narendra Modi, más de 2 000 musulmanes fueron asesinados y decenas de miles se quedaron sin hogar como resultado de un ataque coordinado por grupos de choque altamente organizados, quienes actuaron con beneplácito de las autoridades locales y nacionales. En 2013 escenas similares se repitieron en el pueblo de Muzaffarnagar y, a partir del ascenso al poder de Modi en 2014, la violencia homicida se ha vuelto un fenómeno cotidiano en gran parte del norte de India. 

El más reciente episodio de esta salvaje oleada tuvo lugar entre el 23 y 29 del pasado mes de febrero de este año, cuando hordas de nacionalistas hindúes atacaron a la población musulmana de distintos barrios del norte de Delhi, matando alrededor de 50 personas, hiriendo a más de 200 y destruyendo innumerables locales comerciales y viviendas. Estos ataques fueron realizados a pocos kilómetros del recinto en el que Donald Trump y Modi firmaban un jugoso acuerdo de compra de equipamiento militar cuyo monto asciende a tres mil millones de dólares. 

La derecha hindú también se ha extendido entre la diáspora india, lo que ha llevado las ideas y principios de la Hindutva a todos los continentes del mundo. La labor política del partido BJP —encabezado por el primer ministro Modi— encuentra su complemento transnacional en el Vishwa Hindu Parishad (VHP), Consejo Universal de los Hindús. El VHP tiene la misión de monitorear la actividad de los hindús alrededor del mundo y abanderar causas como la defensa de las vacas, el estudio del sánscrito y la promoción de la “cultura hindú”. Sus organizadores aseguran que el Consejo cuenta con casi siete millones de miembros y una presencia considerable en Estados Unidos —donde el Hinduismo es la cuarta religión con más devotos—, Canadá, Guyana, Trinidad y Tobago, el Reino Unido, Alemania, Noruega, Holanda, Kenia, Sudáfrica, Mauricio, Singapur, Malasia, Australia, Fiji, Nueva Zelanda y Malasia. A raíz de su vinculación con numerosos casos de violencia —entre los que destaca la destrucción de la mezquita de Ayodhya en 1992—, agresiones y asesinatos, el VHP y su brazo armado el Bajrang Dal, fueron declarados organizaciones terroristas por las autoridades estadounidenses en 2018. 

El gradual crecimiento del poder político de la derecha hindú ha resultado en el crecimiento de la crispación social, la intolerancia religiosa y la violencia en India. El proyecto de convertir a India en una “nación hindú” ha contribuido a la exacerbación de la dominación ejercida a través del sistema de castas —central para la visión del hinduismo defendida por la RSS—, los ataques en contra de grupos opositores —que han resultado en el asesinato de periodistas, activistas, líderes comunitarios y miles de personas más—, la captura de las cúpulas institucionales del poder político por defensores de este pensamiento fascista, y el esfuerzo concertado por reescribir la historia del subcontinente de acuerdo a los dictados del etnonacionalismo excluyente y violento propuesto por figuras como V. D. Savarkar y M. S. Golwalkar. 

India, el país que durante gran parte del siglo XX impulsó distintos proyectos de cooperación internacionalistas que iban desde la unidad tricontinental hasta el desarme nuclear, está dominado por un gobierno claramente fascista cuya ideología combina impulsos etnonacionalistas propios de la época de entreguerras con respuestas intrigantes a la crisis de ansiedad que ha resultado del colapso del orden neoliberal durante las últimas décadas. A pesar de sus macabros delirios, la RSS tiene razón en algo. Lo que suceda en India es fundamental para el resto del mundo. En la historia contemporánea, ningún país ha perseguido como India el ideal del pluralismo cultural y la integración. Hoy en día esa frágil construcción está en riesgo y su colapso no augura nada bueno para un mundo cada vez más marcado por la intolerancia y la propensión a la violencia.