Quizás sea extraño para algunos lectores asociar el nombre de Gabriel Zaid con temas económicos. Sin embargo, cualquiera que haya seguido las publicaciones del autor en las décadas recientes —particularmente en la revista Letras Libres— puede comprobar que, de forma constante, comparte sus ideas referentes a la economía del país, además de sus conocidas aportaciones literarias. Su marco ideológico, por llamarlo de alguna manera, se sitúa en el liberalismo de mercado, fundamento de las políticas emprendidas en gran parte del mundo desde la década de 1980.

Gabriel Zaid, de muchas formas, es una suerte de brújula ideológica del grupo vinculado a Octavio Paz y sus primeros proyectos editoriales. Hay que recordar que Paz legitimó las reformas económicas, emprendidas por el expresidente Carlos Salinas de Gortari (aunque después haría una especie de mea culpa), orientadas a la apertura de México al libre comercio, la privatización de instituciones públicas y la desregulación financiera. Esta línea ha sido seguida casi a rajatabla por muchos escritores e intelectuales herederos de Paz, aunque sin la legitimidad de antes, pues el llamado neoliberalismo ha perdido brillo y ganado muchas críticas en los años recientes por sus devastadores efectos sociales y ambientales.

En artículos recopilados en los libros El progreso improductivo (Siglo XXI, 1979), La economía presidencial (Vuelta, 1987) y, uno de los más recientes, Empresarios oprimidos (Debolsillo, 2009), Zaid delinea muy bien un discurso que, a grandes rasgos, configura la idea del emprendedor como modelo de desarrollo para el país. Cada uno de los ensayos del autor sigue el modelo empresarial difundido en la academia y en la práctica económica, aunque con algunos matices que hacen resaltar varias inconsistencias con la realidad y las dinámicas capitalistas de finales del siglo pasado y el trayecto que llevamos del XXI.

Una de las ideas recurrentes en los artículos de Zaid es la transformación del ser humano en el llamado Homo œconomicus, concepto procedente de la escuela neoclásica definida en el siglo XIX por John Stuart Mill, entre otros pensadores. Esta perspectiva considera a las personas como agentes económicos que buscan, en todo momento, la satisfacción individual en términos de productividad e intercambio monetario. Cualquier otra dimensión social queda relegada. En el liberalismo, por lo tanto, se promueve la idea de que el intercambio por medio del mercado libre y la ganancia son, por sí mismos, elementos que llevarán prosperidad a toda la sociedad. Siguiendo este razonamiento, Zaid condena casi cualquier intervención gubernamental al considerarla un freno al correcto funcionamiento de la economía. Sin la pasión y el radicalismo de los libertarios capitalistas, quienes abogan por una desaparición casi total del Estado, pero manteniendo la misma línea, el autor condena la burocracia gubernamental, pues impide desarrollar la vocación emprendedora del mexicano; de ahí el título de uno de sus libros: Empresarios oprimidos.

En Zaid se pueden encontrar las raíces del self made man que, discursivamente, se opone a la idea de organización colectiva. Esto, curiosamente, vincula al escritor con las ideas políticas de los fundadores de Estados Unidos, quienes trataban de crear un ciudadano modelo que cultivara la tierra y aportara a la riqueza colectiva a partir de su propia prosperidad. Sin embargo, ese “emprendedor primigenio”, por llamarlo de algún modo, sucumbió, como lo evidencia el filósofo Michael J. Sandel en su libro El descontento democrático (Debate, 2023). Este autor, a través de un repaso de la batalla ideológica en ese país desde su fundación, describe cómo la acumulación de grandes capitales —acelerada después de la Segunda Guerra Mundial— terminó por controlar la política y por erosionarla desde las instituciones. El mejor ejemplo lo acabamos de ver con el ascenso de Donald Trump. Este modelo, exportado a todo Occidente, convirtió al emprendedor en asalariado: un personaje que, a la postre, tendría que luchar para sobrevivir a los continuos embates desde el gobierno ligado a las corporaciones.

Los artículos sobre economía de Gabriel Zaid son, en el mejor de los casos, utopías desfasadas de un mundo que no volverá, al menos en la versión que difunde constantemente: un emprendedor al cual sólo le basta el ingenio y la liberación de la burocracia gubernamental para triunfar. Zaid casi no ofrece datos serios que respalden la funcionalidad de sus ideas. Con uno de sus textos recientes alcanza para demostrar la cruzada del autor y sus múltiples problemas. En marzo de este año, publicó “Adiós a los pobres” en la revista Letras Libres. En esta colaboración ofrece todo un manifiesto del liberalismo económico y la utopía emprendedora. En primer lugar, esgrime la profesión de fe de su causa repetida, por supuesto, por la propaganda empresarial: no se necesita redistribución de la riqueza, pues, lo importante es crearla por medio de la productividad. La pobreza, por lo tanto, se combate dando las herramientas a los sectores marginados para que se liberen de las cadenas del asistencialismo y emprendan hasta lograr la prosperidad. La varita mágica para lograr esta proeza son los microcréditos y la eliminación del ogro burocrático. Si estos dos pilares del progreso funcionaran como debe ser, según Zaid, la pobreza sería cosa del pasado, pues vivimos en una era de abundancia mal aprovechada.

¿Qué pasará con el emprendedor en ciernes imaginado por Zaid? Pues lo que ha pasado en las décadas recientes con los microempresarios en el capitalismo de libre mercado: son expulsados o reducidos a una capacidad mínima ante la concentración cada vez más radical del poder económico y la voracidad de monopolios y oligopolios. El autor dice una cosa cierta: las empresas mastodónticas deben ceder su lugar a los pequeños emprendedores. Sin embargo, el liberalismo económico que defiende provoca lo que tanto critica: concentración casi ilimitada de capital en un puñado de manos y que funciona en simbiosis con el poder político, aunque continuamente se nos venda la idea de que gobierno y capitalistas pertenecen a dos ámbitos distintos. Desde la época de Ronald Reagan y Margaret Thatcher —impulsores de la agenda desreguladora de lo público— el emprendedor se volvió un fetiche para la salvación individual mientras los grandes jugadores se apoderaban de la economía. Esta contradicción fundamental se encuentra muy bien representada en las ideas del pensador mexicano. El liberalismo, con el paso del tiempo, engendró una mitología que terminó por sustituir la realidad que moldeó y que muestra, en nuestros años, sus peores efectos. Zaid y otros intelectuales afines a esta ideología son, acaso, sus últimos defensores.