En la discusión sobre los movimientos opositores a la Cuarta Transformación y el presidente López Obrador hay un curioso argumento que suele oírse en ciertos círculos ilustrados: la 4T le va a abrir las puertas a la derecha reaccionaria, pronto tendremos un Bolsonaro en México o, más recientemente, FRENAA es la versión de derechas del incipiente MORENA de hace seis años. Esta teoría de los dos demonios normalmente es una mezcla de una particular lectura liberal de la debacle del PT brasileño con una pizca de referencias a autores norteamericanos alertándonos de las amenazas gemelas del fascismo y el comunismo, ahora en su nueva presentación: el populismo. Curiosamente, en este argumento es muy raro encontrar alguna traza de la historia de las derechas mexicanas o transnacionales de la posguerra. Nuestros interlocutores parecen implicar que la disidencia de derecha y los movimientos populares de inspiración reaccionaria no existen después de la Guerra de Reforma o la Cristiada. A tres décadas del fin de la Guerra Fría pareciera que el gran éxito del anti-Comunismo, ese extraño vampiro político, fue desaparecer al mismo tiempo que su némesis.
Y sin embargo, tan pronto como abandonamos los cómodos confines de la Ciudad de México, la persistencia de una derecha reaccionaria y su peso en la política se hace más obvia. El antecedente más obvio es el sinarquismo y las movilizaciones de masas en Guanajuato en los años treinta y cuarenta, pero nos equivocaríamos si lo redujéramos a un movimiento regional, pues su impacto en la diáspora de mexicanos en Estados Unidos prefiguró al movimiento chicano de años posteriores. Las fuerzas de la reacción fueron una presencia constante en medios de comunicación locales en Monterrey, Puebla, Durango y Guadalajara, limitando en todo momento a algunos de los tímidos gestos de la izquierda del régimen priista. En el caso de Monterrey y Guadalajara los vínculos entre la élite empresarial y el conservadurismo radical fueron uno de los elementos detrás del explosivo ambiente de los setentas que impiden reducir la guerra sucia a una lucha de dos bandos, guerrilla y Estado. Eso sin hablar de manifestaciones menos estridentes, pero más constantes, como las movilizaciones por temas educativos como las protagonizadas por la Unión Nacional de Padres de Familia. En resumen, la derecha reaccionaria nunca ha estado fuera de la política nacional ni es un fenómeno marginal. A lo mucho, es el elefante en el cuarto que la hegemonía priista ocultó a algunos sectores privilegiados y que para muchas de las izquierdas fuera de la capital fue una realidad tangible que nunca desapareció.

El otro problema con el argumento de la 4T como vector del conservadurismo es pensar a los conservadores y a la derecha como un monolito. Nadie en la izquierda cometería el error de confundir un anarco-comunista con un socialdemócrata liberal, entonces, ¿por qué pensar que los católicos tradicionalistas en FRENAA creerían que la agenda social de AMLO les es cercana? Eso sin hablar de las tendencias cismáticas previas o actuales de un cierto sector del catolicismo conservador que rechaza las políticas del papa Francisco, la comunión en la mano, y todo aquello que huela remotamente a comunismo. Para un sector opositor que está profundamente molesto con el discurso simplificador del presidente, los juicios y opiniones sobre los otros opositores son bastante unidimensionales y carentes de contexto histórico.
Queda la duda de si el surgimiento de FRENAA y su estrategia de estridencia serán efectivas en generar una nueva coalición de derechas mexicanas que reviva el éxito electoral de Vicente Fox o Felipe Calderón. El agrupar a libertarianos, tradicionalistas y tecnócratas de cierta raíz izquierdista, esa versión de los desencantados de la Guerra Fría, fue la fórmula mágica que destruyó al “liberalismo” norteamericano de la posguerra. Los paralelos entre el anti-comunismo de entonces y el antipopulismo de ahora en realidad son una muestra de continuidad y persistencia en los discursos políticos al uso. No faltan en México lectores de Goldwater ni émulos del mediano y pequeño empresariado norteamericano que torpedeó al New Deal. De momento hay más preguntas que respuestas en cuanto al futuro de la derecha ciudadana, pero urge ir más allá de las comparaciones fáciles que no toman en cuenta que estamos en entornos de competencia democrática-electoral.
Culpar a la 4T de FRENAA es otra forma de espantarnos con el petate del muerto; esto reduce a un sector significativo de la población a meros entes reactivos, sin raciocinio ni ideas y no explica nada de su historia política, muchos menos proporciona una guía de cómo contrarrestar su discurso. La teoría de los “dos demonios” en clave antipopulista tampoco es una buena consejera política, sólo proporciona el dudoso consuelo de estar del lado “correcto” de la historia frente a las hordas antiliberales. Así que en lugar de guarecernos en las banderas antifascistas o reírnos de la teatralidad de Gilberto Lozano, las izquierdas mexicanas podrían curarse en salud y reflexionar sobre qué rumbo toman el resto de los opositores a López Obrador; no vaya a ser que en un descuido se nos aparezcan los fantasmas de Reagan o Ávila Camacho.