El 28 de julio de 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció explícitamente el derecho humano al agua. La Constitución Mexicana también lo reconoce así. Pero como con respecto a otros problemas sociales, políticos y culturales, también aquí la pandemia coronavírica ha visibilizado la distancia entre norma y realidad –marcando, de este modo, elementos orientadores a tomar en cuenta para la construcción de la “nueva normalidad” esperada–.

Río Champoton, Campeche. Foto: Carlos Alcérreca

¿Demasiada agua? 

Todos los años el inicio de la temporada de lluvias genera las mismas imágenes: calles, banquetas intransitables; viviendas, talleres y tiendas inundadas; coladeras rebosando; peatones y ciclistas haciendo maromas en ríos y lagos callejeros para llegar a tiempo a sus destinos y, además, tratando inútilmente de evitar ser regados por vehículos motorizados, los cuales, a su vez, intentan torear zanjas y baches ocultas bajo el agua color café y capas de lodo. Lo que no pueden transmitir las imágenes impresas y televisadas, las cuales testimonian el dolor, la ira o la resignación de quienes han perdido jornales, enseres y hasta su vivienda, es el olor fétido del agua llena de todo tipo de desperdicios y, no pocas veces, mezclada con las aguas negras salidas del alcantarillado. Y no faltan las noticias, todos los años, sobre ríos atravesando ciudades, arrastrando incluso personas y vehículos.

Cuando esta situación se repite, suelen aparecer funcionarios que con cara seria explican lo inexplicable: “¡Es que hubo mucha lluvia!”. Cuando arrecian los reclamos, pasan al ataque: La culpa es de “la gente”, que tira la basura que taponea los desagües. Pero nunca aparecen los nombres y los motivos de la:os tomadora:es de decisiones sobre la construcción de calles y alcantarillados y sobre el mantenimiento y su sustitución a tiempo, y de la:os responsables de la inactividad, año con año, durante los muchos meses secos, en vez de limpiar, adecuar, reparar, reemplazar; por lo que solamente se puede confirmar el título de una nota periodística que muestra personas sentadas en el techo de su casa, por estar inundada la misma y la calle también: “Se repite el desastre”.

Por tanto, una vez más un problema ubicado en los ámbitos de la ingeniería civil e hidráulica, de la administración pública y del control de calidad de la labor de empresas públicas y privadas es transmutado en problema de la naturaleza. O sea, causas sociales (tecnológicas, políticas, financieras) son sustituidas por causas naturales, para eximir a la:os responsables de las primeras  –quienes generalmente no tienen que correr por calles encharcadas ni ver flotar sus muebles en aguas negras en sus casas y casi nunca son obligada:os a reponer con el patrimonio acumulado en sus puestos al menos parte de lo que han perdido la:os ciudadana:os a causa de las malas decisiones “de la superioridad”–.

¿Aguas que se fugan?

A pesar de que alguna corriente antropológica gusta atribuir “agencia” a ciertos fenómenos naturales, poca gente piensa realmente así cuando nombra “fugas” a los omnipresentes charcos y hasta pequeñas fuentes de agua en calles y banquetas. Cuando tales “fugas” se repiten mucho en cierta área o cuando la gente protesta demasiado airadamente por quedarse sin agua a causa de ellas (hay que expresar aquí un sincero reconocimiento a los heroicos trabajadores que suelen reparar casi siempre sin los medios técnicos, ropa especial, protección personal y paga apropiada tales “fugas”), vuelven a aparecer los mencionados funcionarios. En las hemerotecas puede constatarse que en todo el país copian siempre la misma explicación: “¡Es que la red es muy antigua!” 

Efectivamente, una red de agua entubada y cualquiera de sus tramos tiene, el día después de su inauguración, la edad de un día. El día siguiente son dos. Y luego tres. Lo inexplicable no es, por tanto, que una red de suministro de agua envejezca y permita después de cierto tiempo a ciertas cantidades de agua “fugarse”, sino que el día de su inauguración no se haya fijado y publicado e iniciado el programa de su mantenimiento y sustitución a tiempo. 

Y si bien nadie duda que en una tierra colmada de volcanes, temblores y ciclones puede haber accidentes imprevisibles también en las redes de agua, ¿será posible que la:os tomadora:es de decisiones hayan omitido, en el momento de construir un sistema de agua entubada, preparar un “Plan B” y un “Plan C” para la población beneficiada? O sea, ¿será posible que se asuma que el “vital líquido” (como se le ha llamado desde hace muchos años antes de ser declarado derecho humano), pueda faltar por causa de cualquier incidente en los domicilios? En ocasiones, y dependiendo muchas veces de la capacidad real o estimada de la población afectada para realizar protestas públicas, se pretende responder al problema mediante pipas. Aparte del problema de su suficiencia, calidad y limpieza y de los costos informales asociados a su obtención, ¿cómo se recibiría y se almacenaría y se administraría tal agua en domicilios habitados por adultos mayores y/o enfermos, incapaces físicamente de mover tambos y cubos, de comprar y aplicar desinfectante, etc.? Que esta no es una pregunta de importancia marginal lo recuerda una reciente información sobre que el 47% de la:os mexicana:os muere en su domicilio.

Lavarse frecuentemente las manos – pero ¿con qué?

Desde el inicio de la pandemia se ha difundido por todas las vías posibles que una de las medidas más importantes, y al mismo tiempo más sencillas, para evitar el contagio es lavarse frecuentemente las manos. Sin embargo, durante la pandemia no parece haber pasado ni una semana sin que se haya informado en algún medio sobre la falta de agua entubada en algunas partes del país. Por su parte, la Secretaría de Educación Pública admitió hace tiempo ya la existencia de decenas de miles de escuelas sin suministro de agua para beber, lavarse las manos y operar baños, situación que incomprensiblemente no parece haber cambiado mucho en años, pues solamente en Jalisco se acaba de reportar más de medio millar de escuelas sin conexión con la red de agua entubada. Pero de las que estadísticamente disponen de él, es difícil saber si la cantidad es suficiente y si los baños están preparados para ser usados y limpiados con frecuencia. Lo cual remite nuevamente al tema de la salud puesto en evidencia por la pandemia: ¿en cuántas escuelas, estaciones de metro, paradas de metrobus, camión o pesero, en cuántos mercados, edificios administrativos, plazas y parques infantiles se cuenta con acceso público a agua realmente potable  –o sea, a agua limpia, cuyo consumo sustitutivo de muchas bebidas azucaradas sería, además, una de las vías para reducir la altísima incidencia de obesidad y diabetes en todas las edades, que a su vez están entre los principales padecimientos corresponsables de quienes tienen que morir a causa del coronavirus–? 

La campaña mencionada contrastaba en sus inicios formas inadecuadas y adecuadas de lavarse las manos, sugiriendo con ello que una parte del problema de la higiene puede ser cultural. Pero para lavarse las manos se necesita agua, y, además, jabón y, al menos en las escuelas, algo para secarlas después. Por tanto, culpar la “falta de educación” de mucha:os ciudadana:os ¿acaso intenta descriminalizar decisiones políticas contrarias a los intereses ciudadanos y presupuestos públicos mal utilizados? O sea, como se ha dicho en circunstancias semejantes, la mejor vía para evitar ser responsabilizada:o de una irresponsabilidad es culpar a la víctima –esa, la de las manos sucias– de su situación. La cual, además de pagar el agua potable garantizada constitucionalmente, cuya calidad desconoce y sobre cuya continuidad no decide, tiene que comprar constantemente botellas y botellones de agua “purificada”, convirtiendo a México en el mayor consumidor de agua embotellada en el mundo… La falta de agua ha propiciado la producción casera e industrial de una gran cantidad de geles y líquidos real o supuestamente antibacteriales, con las que, por ejemplo, una:o es tratada:o forzosamente al ingresar a los más diversos establecimientos, pero, al parecer, sin control sanitario oficial alguno. 

¿Aguas peligrosas?

Como todo el mundo sabe, México es un país con una gran cantidad de ríos, lagos, lagunas, manantiales, aguadas y cenotes. Alguna vez, estos cuerpos de agua eran potables. ¿Quién se atrevería hoy beber de cualquiera de ellos? 

Seguramente, la revolución industrial –recuérdese el papel estelar de la máquina de vapor– contribuyó a cambiar de raíz las ideas ancestrales sobre el agua en las sociedades modernas, y las fábricas y los asentamientos humanos crecientes han usado por doquier los ríos y lagos para deshacerse de sus desperdicios. Además, el uso agrícola del agua ha convertido a ésta última en vehículo para dispersar toda clase de agroquímicos, sin considerar su contribución irreversible a mediano y largo plazo al envenenamiento de los mantos freáticos –incluyendo, naturalmente, aquellos de los que proviene gran parte del dizque agua potable–. Como también todo el mundo sabe, la contaminación del agua dulce, considerada mucho tiempo recurso ilimitado, ya ha llegado a lo más profundo de los mares, durante más tiempo todavía considerados espacios ilimitados e inafectables por la actividad humana.

Punta Laguna, Yucatán. Foto: Carlos Alcérreca.

La Península de Yucatán ejemplifica la dimensión del problema general. El Río Hondo lleva aguas tan contaminadas a la Bahía de Chetumal, que los letreros en su malecón alertan del peligro de entrar en contacto con el agua. La Laguna de Bacalar sufre un acelerado proceso de contaminación que presagia la situación desastrosa de la Laguna de Nichupté en Cancún, que alguna vez fue espacio para deportes acuáticos. Los empleados de los hoteles ubicados en el bello malecón costero de Campeche insisten en que no se debe bañarse en el mar frente a sus establecimientos, pues buena parte de las aguas negras de la ciudad se descargan precisamente allí. Las enormes cantidades de estiércol y de orines generadas en las numerosas granjas y megagranjas porcícolas (solo una décima parte de éstas últimas cuenta con la supuestamente imprescindible manifestación de impacto ambiental), constituyen una amenaza seria para la salud actual y futura de la:os habitantes de la Península y de su sistema de cenotes y pozos, que también es aprovechado por el modesto ecoturismo comunal y ejidal y la horticultura y agricultura a pequeña escala. Las gigantescas manchas de sargazo, que nuevamente están llegando a la Riviera Maya, son asociadas a los desagües urbanos e industriales y a la agricultura intensiva. Pero su manejo agudiza el problema, pues las algas en descomposición son recogidas con tecnología dañina para el medio ambiente y depositadas sin protocolos científicos ni control administrativo en lugares donde los compuestos inorgánicos nocivos para la salud contenidos en ellas inician en seguida su viaje hacia los mantos freáticos…

Durante décadas, en todo el mundo, el rechazo a este tipo de ensuciamiento sistemático de los cuerpos de agua dulce y los océanos, las exigencias de mecanismos eficientes y obligatorios de filtración y limpia de aguas usadas para uso personal, doméstico e industrial, las propuestas de reversión de la contaminación de ríos, lagos y mares han sido ridiculizados como abstrusas y románticas sobre algo que era concebido nada más que como un “recurso”, acaso ilimitado. Más recientemente se ha empezado a reconocer lo urgente de proteger esta fuente insustituible para la vida en la tierra –curiosamente al mismo tiempo que se busca desesperadamente el tal H2O en Marte y otros planetas…–

¿Guerras por el agua dulce?

El crecimiento poblacional mundial, el incremento del uso del agua dulce para fines domésticos, agrícolas, pecuarios, mineros e industriales, por una parte, y la contaminación creciente de los cuerpos de agua dulce y marina, por la otra, han llevado a una situación que en ocasiones se describe así: el siglo XIX fue el siglo de las guerras por acero y carbón, el siglo XX por petróleo, y el XXI por agua dulce. Por otra parte, las invenciones de las industrias farmacéuticas y químicas en general han estado cargando los cuerpos de agua con infinidad de sustancias poco estudiadas, que, a través del consumo de agua no bien filtrada y tratada, los vegetales y las cadenas alimenticias ingresan a nuestros cuerpos, día con día, año con año.

Tal vez convenga empezar con la revisión de nuestra manera de hablar del agua. “Santa Agua” le dicen a este “recurso” en la cultura maya antigua. Y hay que insistir que la inicialmente citada Declaración de las Naciones Unidas sobre el derecho humano al agua, no se refiere a cualquier agua: se refiere al agua dulce, limpia, potable, saludable. Pero, dada la contaminación general de casi todos los cuerpos de agua superficiales y muchos subterráneos en el país, ¿cómo saber qué contiene el agua llamada “potable” en nuestros domicilios, lugares de trabajo, escuelas, restaurantes y hoteles, cómo y con qué ha sido tratada, qué elementos nocivos se han filtrado? ¿No sería cuestión de reparar en estas preguntas cada vez que se hable del agua potable, se beba agua potable, se pague agua potable? ¿Y cada vez que se vean arroyos, ríos y lagos que a primera vista no son potables? 

Y también, ¿por qué llamar a horas y días lluviosos, “mal tiempo”? “Mal” – ¿para qué o para quién? ¿Por qué siempre llamar así el proceso de recarga de los mantos freáticos, del riego natural de lo que vive y crece en los campos y los bosques? Es cierto que demasiada humedad puede generar putrefacción. Pero ¿por qué sería siempre “mala” la lluvia, cuando hay casas y techos bien edificados y adecuadamente mantenidos e impermeabilizados, calles, banquetas, alcantarillados bien hechos y constantemente limpiados, paradas del transporte público inteligentemente construidas y provistas de cubiertas protectoras para el pasaje, ropa y zapatos adecuados para la temporada? 

Demasiada agua en ciertas temporadas, falta sistémica de agua en domicilios e instituciones, agua llamada potable que no se debería beber, cuerpos de agua hermosos, pero peligrosamente contaminados, agua dulce limpia convertida en mercancía; problemas viejos, repetidos, menospreciados, cuya esencialidad y urgencia para la vida, la vida simple y llana ha sido puesta de relieve por la pandemia. Una pandemia, que ya lleva año y medio…

Rocío después de la lluvia. Foto: Carlos Alcérreca.