Casi cinco meses después de la cita en Mocorito, Sinaloa, el presidente López Obrador presentó la, todavía en borrador, Estrategia Nacional de Lectura (ENL). Extraña la opacidad respecto a este documento pues no es accesible a los ciudadanos. Solamente podemos comentar lo que se dijo en la presentación ocurrida el 26 de junio en Palacio Nacional. Aunque de inmediato se hicieron disponibles algunos recursos gráficos y audiovisuales que refieren a la ENL, la información sigue siendo insuficiente.

En este sexenio, la ENL es un proyecto de la oficina del presidente. Su diseño e implementación se ha encomendado a la Coordinación de Memoria Histórica y Cultural de México, en colaboración con otras dependencias. Beatriz Gutiérrez Müller es quien preside el Consejo Honorífico de dicha coordinación y presume estar muy de cerca en el desarrollo pues tiene que ver con su labor académica. La razón por la que se deposita la encomienda en dicha coordinación, se debe a que la lectura nos permitirá avanzar “en el conocimiento de lo que hemos sido y la imaginación de lo que podemos ser”. Esto, además, será posible siempre y cuando “hayan textos de literatura e historia disponibles hasta en las comunidades más apartadas”. La historia resultó ser la asignatura favorita de la 4T.

Aparentemente, el rasgo distintivo de esta estrategia radica en su posible intervención, organizada en tres ejes: formativo, material y persuasivo. Salvo el giro de la formación docente, pues es cierto que no hay materias relacionadas al fomento escolar en las currículas normalistas, el resto del eje formativo mantiene la vinculación excesiva con lo escolar. Si bien la familia fue reconocida como un componente fundamental de este eje, realmente su impacto es bastante mediano pues sólo el 51.3% lee porque veía a sus familiares hacerlo, según el Módulo de Lectura del INEGI de 2019 (MOLEC).

El eje material refiere a la disponibilidad y accesibilidad de los materiales. En la presentación solamente se hizo referencia a las bibliotecas y muy de pasada a la adquisición de libros. Sin embargo, entre las instituciones relacionadas no aparecen la organizaciones gremiales de editoriales y librerías. Aunque advierten estar en pláticas con ellos, ¿cómo es posible que no estén en primer lugar quienes, a fin de cuentas, son los generadores de los materiales de lectura? Año con año se insiste en la falta de solidez en la cadena del libro y esta vez no es la excepción.

Finalmente se apuesta por la persuasión, cuyo objetivo es resignificar la lectura. Para ello se vincularon con medios de comunicación públicos pero también con empresas como Google, Apple y Amazon. Esta última llama la atención pues se trata del propio gigante que en todo el mundo amenaza a las librerías, sobre todo las independientes. Habrá que ver con qué idea ingeniosa contribuye el Consejo de la Comunicación. Su último hit fue la promoción de una campaña en la que había que pedir recomendaciones de lectura al pediatra. 

Respecto a los planes anteriores, llama la atención que la ENL “no es un programa en el sentido de que no cuenta con un presupuesto, plan anual y reglas de operación”, enfatizado en dos ocasiones por Eduardo Villegas Megías, Coordinador de Memoria Histórica y Cultural de México, durante su discurso de presentación. Sin embargo, refirieron que una de las acciones ya acordadas será la participación de estudiantes universitarios que colaborarán con la estrategia para lo que se entregarán “mil 300 becas con un estímulo total de seis mil pesos cada una”. Ahora que las becas son tan vilipendiadas, ¿por qué optar por ese recurso en vez de contratar profesionales ya experimentados? Una vez más, la formación de lectores radica en la buena voluntad de los interesados, independientemente de que tengan o no las herramientas y los discursos necesarios para ello. Claro, recibirán una capacitación pero esto obedece a no considerar el tiempo como un recurso no renovable. No solamente por el tiempo invertido en la capacitación sino porque los voluntarios van a cambiar periódicamente. La política del voluntariado es contraproducente en la formación de lectores. Nada va a cuajar si el capital humano es renovado a cada rato. Ya ni hablemos de la profesionalización.

 Como sea, constatamos una vez más que la lectura se aborda desde las mismas prácticas y discursos caducos que, con argumentos melosos, promueven la formación de un hábito que generalmente se extingue cuando se termina la escuela. No es un dato irrelevante: se tiene evidencia de que se lee más conforme el grado de estudios. ¿Dónde queda, por ejemplo la promoción del aprendizaje a lo largo de la vida? Considerando que la educación promedio en México es de secundaria completada, ¿qué espacios se habilitarán para aquellos que no pudieron seguir estudiando y que no tuvieron oportunidad para formarse como lectores y escritores? En muchos casos, la competencia lectora determina el logro educativo. Habría que asegurar que las personas pueden leer bien y cumplen satisfactoriamente con la dimensión técnica y cognitiva de la lectura. Seguir obviando ese criterio provoca la exclusión de ciudadanos de la cultura escrita.

En todas sus ediciones, el MOLEC demuestra que el factor principal que impide que los mayores de 18 lean o lo sigan haciendo, es la falta de tiempo. Se trata de un indicador que ha crecido desde la aplicación del módulo: del 38% en 2015 al 47.9% en 2019. ¿No debería haber una estrategia de lectura que impacte en ese factor? ¿Cómo construir un país de lectores si estos deben desplazarse por horas a su centro de estudios o trabajo o tener dos o más fuentes de ingreso? No ignoremos que además, las y los mexicanos deben cumplir jornadas de estudio o trabajo que coinciden con los horarios de servicio en las bibliotecas públicas. Son contadas aquellas que cierran a las 21 horas. La mayoría operan de 8:30 a 19:30 y en muchos estados cierran los domingos. ¿Qué tiempo hay para leer?

La ENL se define como “la articulación de todos los proyectos de lectura que surgen en el país con la finalidad de cambiar la situación actual”. Como miscelánea, no queda claro de qué proyectos habla ni en qué condiciones se mantienen. Realmente no hay discursos, prácticas ni actitudes distintas respecto a la lectura. No arriesgan siquiera a contemplar la primera infancia como estadío primigenio en la formación lectora que, además, se vuelve una oportunidad para que los padres se vuelvan lectores. Mientras la lectura siga restringiéndose al ámbito escolar, con los niños y las niñas como destinatarios principales y solamente se promueva la lectura de literatura (no de la barata como criticó Beatriz Gutiérrez Müller), México se mantendrá persiguiendo una meta esquiva. No da buena espina, además, la elección de un lema por demás superficial. “Leer está de moda” reza el hashtag que acompaña la difusión de la estrategia, desatando muchas preguntas que tendrán que atenderse por separado.