No me quiero morir en polakas es un grupo de Facebook en el que miles de estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM comparten información sobre la vida cotidiana de su centro de estudios.
En febrero de 2020, el grupo inaugura un uso insospechado: una estudiante pregunta a la comunidad si hay un chico o una chica interesados en ir por un café con una amiga. No sólo la respuesta de la concurrencia es favorable, sino que otros estudiantes comienzan a replicar mensajes similares. En pocos días las invitaciones se multiplican, adquieren sofisticación y encuentran el rótulo que certifica el nacimiento de una nueva tradición: Tinder Polakas.
Desde entonces, los estudiantes reactivan periódicamente esta modalidad para que el estudiantado conozca a lo más granado de la comunidad de camaradas disponibles. Cada mensaje es una breve ceremonia publicitaria en busca de candidatos: “Buenas las tengan y mejor se las traten. Llega a Tinder Polakas Premium el megabombón que derretirá sus corazones. Buena para presentársela a tu mamá pero también a tus amigos chakas. Lamentablemente, este modelo sólo se lo tenemos en versión heterosexual. ¡Llame ya! Entrego en punto medio”.
El esmero con que cada participante presenta a su amiga o amigo convierte al Tinder Polakas en un ejercicio entrañable; espacio construido por almas opulentas. Herederos de la tradición del merolico, los presentadores se emplean a fondo para revelar los atributos más peculiares y las virtudes más irresistibles:
siempre teporocha nunca inteporocha, güero de rancho pero con sus ojitos verdes todos piciosos, fan del Cruz Azul (o sea que no se rinde pese a las adversidades), jala a las guamas banqueteras, aunque es borracha nunca ha caído en un Anexo, diplomática de día y plomera de noche, movimientos de stripper pero completamente fiel y mandilón, trae todas sus vacunas, whitexican pero con conciencia de clase, le gusta el anime pero sí se baña, le sale lo malvada cuando cae la madrugada, chaparro para su fácil transporte, medio flaco pero ya lo metimos al gimnasio, morras bonitas y tóxicas uff su mero mole, si se ven fresas ya chingaron a su madre, signo zodiacal Leo con ascendente de la Buenos Aires, la mujer más empoderada y hambrienta de colágeno en la historia de la facultad.
La diversidad de los atributos y requisitos constituye un paisaje que nada envidia al Jardín de las Delicias. Hay ofertas para público académicamente exquisito: sabe citar en Apa. Solicitudes más bien materialistas: que sepa mover la masacuata. Superaciones dialécticas: soy el tóxico tatuado que estabas buscando pero sin lo tóxico-celoso, ni la masculinidad frágil. Productos garantizados: no te mandará al psicólogo, si lo hace yo hago que pague tu psicólogo y le meto un putazo además. Cultismos que dan cabida a los peores versos que dio nuestro país: salvaría tormentas, ciclones, dragones, sin exagerar. Llamados a la valentía: tu mejor opción para que dejes de jugarle al pendejo y te enamores. Metáforas que convierten la precariedad laboral en medio para exacerbar los antojos: boobs más grandes que tu futuro. Desafíos a los amigos del peligro: ¡Porque nunca es tarde para tomar una mala decisión!
Para la joven pizpireta, para el amigo soñador, para la muchacha con vocación de hospicio, para socorro del friolento y auxilio del cosquilludo, para remilgosos y demócratas, el Tinder Polakas ofrece sus servicios y no parará hasta que todos los cada quiénes se hayan acoplado con su cada cuál. La banda le mete más presupuesto a sus publicaciones del Tinder Polakas que a sus trabajos finales, sentencia un estudiante acaso preocupado por el futuro académico de su generación. Pero la carne es ávida y solicita nuevos comensales: ¡Banda! Ya corté con mi ex. ¿Y si iniciamos de nuevo el Tinder Polakas? Digo…
Intermedio donde habla el paleolítico
Tinder de polakas es un archivo singularísimo y sin equivalente en las generaciones anteriores: se trata de una compilación de textos donde un grupo social, de manera abierta y pública, deja registro de los rasgos y conductas que considera dignos o deleznables en sus potenciales parejas.
Contemplo esta práctica a 12 años de haber dejado la Facultad de Ciencias Políticas. No es mucho tiempo y sin embargo hay transformaciones notables en lo que atañe a la comprensión de los roles sexuales y las relaciones afectivas.
Acuda la anécdota a suplir flaquezas metodológicas. En la primera década del siglo, la homofobia y la misoginia tienen carta de ciudadanía entre el estudiantado. En las manifestaciones, jóvenes dados a la tarea de cambiar la sociedad todavía encuentran normal y divertido el histórico canto dirigido a los enemigos del pueblo: que la chingue, que la chingue, que la chinge y la rechingue, por puto, por puto, por puto y prostituto, por hijo de la chingada, al son de su puta madre... No menos frecuente es la consigna que insiste en tratar el trabajo sexual como epítome de lo abyecto: que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, ése no es un gobierno, son unas putas de cabaret. Por convicción, facilidad, ignorancia o mera complicidad con los atavismos, mi generación toleró o celebró conductas que en los últimos años, si bien no han sido erradicadas, sí han sido desplazadas hacia el campo de lo reprobable. Fuimos notoriamente más homófobos, indulgentes (o entusiastas) en materia de sexismo; incapaces de verbalizar problemas que, mientras encontraron el lenguaje que los comunicara, fueron admitidos como parte de lo inevitable de las relaciones personales.
Con estos antecedentes en la memoria especulo sobre lo que un ejercicio como el Tinder Polakas habría representado para mi generación. ¿Con qué virtudes hubiéramos ofrecido a nuestros pares a la concurrencia? ¿Qué rasgos hubiéramos considerado apropiados para despertar el interés de la audiencia, qué cualidades y conductas se habrían considerado censurables? Más aún: ¿hubiéramos tenido la civilidad necesaria para sostener un ejercicio de esta clase, o lo hubiéramos convertido en un zafarrancho inhabitable a punta de comentarios cretinos? ¿En un asunto de miradas masculinas evaluando (y denostando) cuerpos femeninos?
Desde esa distancia cronológica y cultural reanudo mi lectura del magno evento de la coquetería virtual.
Etnografía instantánea
¿Qué características generacionales se revelan a través del archivo que el Tinder Polakas construye? A la espera de que los académicos desplieguen metodologías tan robustas que conviertan el asunto en materia ilegible, intento discernir algunos rasgos recurrentes de estas presentaciones:
- La “responsabilidad afectiva”, término de creación reciente, es una virtud ampliamente valorada, y junto con atributos como ya fue a terapia o en proceso de deconstrucción, informa de la disposición generacional a examinar los valores y contenidos implicados en sus relaciones personales, una suerte de imperativo moral que acompaña y regula la diversificación de los términos y condiciones del catálogo de vínculos afectivos a su disposición. Valdrá cualquier tipo consensuado de relación, pero también se espera que los involucrados hagan gala de cierta nobleza para que los nuevos márgenes de libertad no se conviertan en fuente de lesiones e infelicidad. Al multiplicarse y complejizarse los tipos de relaciones admitidas o deseadas, surge la demanda de una dosis de responsabilidad que proteja a los participantes de sus incursiones en terrenos relativamente poco explorados por nuestra cultura.
- Correspondientemente, pierden prestigio las figuras del “macho” y la pareja “tóxica”, quienes convierten las relaciones afectivas en ocasiones para el ejercicio del poder al amparo de las enaltecidas confusiones y pasiones que nuestra sociedad le confiere al romance. Dice la presentación de una chica que practica el box: “si eres medio machito mejor ni lo intentes porque anda buscando saco para prácticas”. Si hay un trabajo deliberado por ampliar las formas concebibles del amor, hay un trabajo no menos importante que busca suprimir la cauda de excesos, abusos y violencias que tradicionalmente se han cometido en su nombre.
- Es el perreo(más que el reguetón) el gran ganador de la batalla por los gustos generacionales. Las hipérboles empequeñecen ante la magnitud de las habilidades dancísticas prometidas (nivel de perreo infinito, perrea hasta el subsuelo y más pa’allá). Y la disposición para extraviar al cuerpo en este zangoloteo místico es un valor altamente cotizado en el bazar de las virtudes. Prefiguración de las destrezas amatorias, el perreo celebra las capacidades gozosas del cuerpo y su conversión en espectáculo visual al alcance de todos en la fiesta.
- Al contar con archivos que hacen tan patente la heterogeneidad de los gustos, hábitos y conductas, pierden pertinencia las generalizaciones y los juicios universales. La sola idea de departir sobre La Mujer se antoja cada vez más ridícula. Las referencias a El Hombre se convierten en prólogos de afirmaciones que ya nadie podrá tomar en serio. Y junto con el desvanecimiento de estas referencias ordenadoras, también se debilita la vieja división sexual del trabajo en materia de ligue: las mujeres no se limitan a figurar como objeto de conquista (dama en espera de prodigar sus rubores al caballero que sepa recitarle me gusta cuando callas), sino como sujeto de su deseo y sus decisiones. La nueva ética del cortejo distribuye de manera más igualitaria derechos y responsabilidades: a la coquetería, a lanzarse, a pedir, a los versos desafortunados, a decir que no, a aceptar que te dijeron que no…
- La exhibición fotográfica de los rostros y los cuerpos es recibida (e incentivada) por actitudes celebratorias y mensajes generosos. La audiencia aplaude cada nueva oferta mientras los interesados se apresuran a concretar la cita: ¡Diosa! ¿Dónde mando CV? ¡Papucho! Mi homosexualidad está en uno de sus puntos más críticos. Me interesa la vacante. ¿Alguien sabe a qué hora sale por el pan? ¡Si me es infiel hasta yo le pido perdón a ella! Me postulo sin importar qué tan larga sea la fila: el IMSS me hizo fuerte. Al automatizarse el respeto (o por lo menos, al proscribirse en lo general las respuestas idiotas), el ejercicio democratiza el derecho a mostrarse y protege el espacio en que los humildes cuerpos pueden transfigurarse en objetos de codicia, vasos de insigne devoción, portales cósmicos a los supramundos del deseo.
- Es ostensible la aceptación y hasta la celebración de sexualidades (ya no tan) disidentes. Los presentadores se refieren a lo bisexual como “normal”, y anteponen adverbios como desgraciadamente cuando indican que la preferencia del candidato se limita a un solo sexo.
- Esta inclusión da fe del arribo a una época más tolerante. Pero la transformación es más profunda: los nuevos usos y costumbres en materia de conductas sexuales están dinamitando las categorías que desde el siglo XIX organizaron nuestra comprensión de la sexualidad (bi, homo, hetero), en favor de definiciones lábiles. Menos que a una naturaleza o un destino, la “preferencia sexual” ya sólo parece aludir al historial afectivo de la persona —dice una presentadora acerca de su amiga: es heterosexual pero los sábados desconoce a la comadre—. La transformación es comprensible: ¿por qué retener la anquilosada taxonomía cientificista si podemos explorar definiciones que hacen justicia a la riqueza de la conducta? Por ejemplo, ¿por qué decir “bisexual” y no mejor: deseo que no repara en la distribución de las protuberancias del cuerpo, donador universal de noches tórridas? O como señala una frase recurrente del estudiantado: Hay perreo pa las nenas y perreo pa los nenes. ¡Qué tiempos, señor Sigmund Freud! Con horror o embeleso, con rechazo o ganas de pedir que inviten, la sociedad contempla a una generación que a caderazos está destruyendo los sufijos del viejo mapa categorial, y cuyos miembros ya ni siquiera parecen preocupados por salir del clóset porque descubrieron que es más divertido entrar de tres en tres.
- La aparente afición por la astrología, constatable en la cantidad de presentaciones que incluyen el signo zodiacal del candidato, obliga a encender las alarmas. ¿Se trata de un mero añadido folclórico o realmente estamos ante el ascenso del prestigio de las supersticiones? Las ciencias sociales ya son un congal epistemológico; lo que menos necesitan es que sus nuevos practicantes comiencen a proponer proyectos de investigación como Mercurio retrógrado y acumulación de capital.
Epílogo. Esta Liga de la Decencia está más padre que la anterior
Como cualquier otra, esta generación se las arreglará para engendrar sus propios hábitos insoportables, sus derivas perniciosas, la inevitable cuota de errores que ulteriores jóvenes intentarán enmendar. Y, sin embargo, creo no incurrir en idealizaciones al afirmar que estamos ante una generación dispuesta a auditar sus conductas y que acusa recibo del llamado a responsabilizarse del inventario de posibilidades afectivas que los nuevos espacios de libertad ponen ante ella. En la actualidad, mientras los comentaristas conservadores advierten de decadencias culturales fulminantes (tan bien que estábamos), crisis de los valores ahora sí definitivas (tan lindo que fue, digamos, el siglo XVIII), es necesario reivindicar los espacios donde los grupos sociales instituyen formas de convivencia virtuosas, signos del progreso cultural. ¿Qué siglo conoció a una juventud de moral tan bamboleante y tan henchida de chiflidos para sus pares? Allende la retórica lépera, allende los modos desinhibidos, ejercicios como el Tinder Polakas son (eso creo) manifestaciones de una nueva decencia colectiva, de un civismo sentimental que permite a los ciudadanos multiplicar las modalidades de su interacción fraterna. Son, por medios prosaicos, escuelas de ciudadanía, defensorías salvajes de las buenas costumbres en espera de un Carreño que redacte el correspondiente manual de urbanidad.
El estudiantado: monstruo mitológico; habitante de un verano a perpetuidad. El estribillo se renueva: se gustan los estudiantes, jardín de nuestra alegría. Caramba y zamba la cosa, que viva la putería.
Foto de cabecera: @markheybo, vía Flickr.