Diana Fuentes tiene toda la razón cuando dice que ha sido la resistencia y la movilización social la que ha impedido el avance de los intentos de privatización dentro de la UNAM. En efecto, fue gracias a movilizaciones como la huelga del 99 que la UNAM pudo ratificar su autonomía y defender su carácter público y gratuito. Ese espíritu social de lucha es, dice Fuentes, lo que el presidente pierde de vista con sus atropelladas generalizaciones. Y en eso Fuentes tiene toda la razón.

Coincido también plenamente en la denuncia de la hipócrita defensa del supuesto “compromiso social” por parte de las élites universitarias que, con su lógica corporativista, perpetúan un sistema de privilegio, por un lado, y de superexplotación de las y los docentes de asignatura, por otro. Así, aunque la UNAM no sea una empresa privada, sí gestiona su fuerza de trabajo con rasgos familiares a como lo haría cualquier negocio capitalista desregulado.

Temo, sin embargo, que disiento con Diana Fuentes (por otra parte, mi admirada mentora) ahí donde su crítica a la generalización de Obrador se limita a introducir el matiz de que no toda la UNAM es o ha sido neoliberal. El error del presidente no radica en la cantidad del juicio, sino en el contenido sugerido por el uso y abuso del término “neoliberal”.

Convengamos en que, grosso modo, el neoliberalismo es una doctrina económica que sostiene que la asignación de recursos es más eficiente bajo una gestión privada y desregulada de la empresa capitalista. ¿En qué sentido preciso la UNAM se ha “neoliberalizado”? Si, para empezar, no es una empresa capitalista (no genera ganancias, sino que su costos se cubren con los gastos del Estado), es claro que lo dicho por el presidente –podemos inferirlo por el contexto– se refiere a la mentalidad y a la militancia neoliberal dentro de la UNAM. Contra esta mentalidad es que se manifiesta el presidente.

La convicción anti-neoliberal es un espíritu, en general, compartido por la izquierda contemporánea. En cuanto declaradamente marxista, yo mismo suscribo esa convicción. Sin embargo, la aseveración del presidente me parece equivocada por dos razones: 1) por ambigua, porque no parece distinguir entre la teoría neoliberal y las políticas neoliberales; 2) porque –como en otras ocasiones– busca deslindar a su gestión de las políticas neoliberales sólo de forma nominal, pero de ningún modo material o efectivamente. En uno y en otro caso se inhibe, lamentablemente, la necesaria discusión objetiva sobre la cosa pública. 

La gestión lopezobradorista ha reducido el gasto social y la inversión pública, es decir, ha mermado la infraestructura de cualquier posible Estado de bienestar. Obrador ha hecho incontables esfuerzos por derrotar a la natural Némesis de la política neoliberal. ¿Qué ha ofrecido a cambio? Un sistema asistencialista centrado en su persona. Por otro lado, las tasas de interés se han mantenido altas (para atraer capital extranjero), se ha ratificado el tratado de libre comercio (que contiene, sí, rubros favorables a la clase trabajadora, pero que no se han seguido de ninguna actitud proactiva por parte del gobierno de la 4T), y han continuado las concesiones a las mineras (a menor escala, pero no se le ha puesto coto al capital). Quizás la reforma energética sea el único aspecto en el cual Obrador ha hecho un esfuerzo en hipótesis tendiente a la socialización de la riqueza. Pero se trata de un aspecto que deja inalterado el resto de notas neoliberales.

En teoría, la empresa neoliberal debería correr con la totalidad del desembolso del capital. En la práctica, la empresa neoliberal busca transferir los costos del capital constante (fijo y circulante) a la sociedad por intermediación del Estado. Esta transferencia de costos es, como ya viera Marx, un mecanismo compensatorio del capital ante la inminente caída de la tasa de ganancia. Pero también es esa mecánica la que marca la diferencia entre una teoría neoliberal y una política neoliberal. Y se entiende que es contra esta política (que, por lo general, supone corrupción y la elaboración de contratos basura) que Obrador protesta. Pero, que Obrador entiende por “neoliberalismo” sólo la mecánica corrupta por la cual se favorece al capital privado, lo delata el hecho de que no parece tener en la mira un cambio en el régimen de propiedad “de la nación”. Sin la propiedad obrera colectiva, la “nacionalización” no pasa de ser un episodio en el ciclo de crisis capitalista, un episodio que comienza por la inversión estatal en capital constante y termina (debido a la ingente composición orgánica del capital) en la desvalorización del capital y en la privatización. Para decirlo con Marx: “Es una falsa abstracción considerar que una nación, cuyo modo de producción descansa en el valor, y que además está organizada de manera capitalista, es un cuerpo colectivo que trabaja para satisfacer necesidades nacionales” (Marx, 2019: 1081). Bajo las relaciones de propiedad capitalistas, la «nación» es más bien un cuerpo colectivo que sirve para cargar los costos del capital constante en beneficio del capital privado. Este vicio «procíclico» lo arrastra toda «nacionalización» capitalista, también la impulsada por Obrador. En este sentido, si Obrador no es neoliberal, es sólo porque el personaje principal de esta fase de acumulación no es el capital privado.

La enardecida y anticientífica retórica lopezobradorista impide ver la naturaleza de las políticas neoliberales. La excesiva libertad con la que el presidente utiliza el término “neoliberal” preocupa porque promueve el oscurantismo, y rebaja el punto de vista del Estado a la expresión de opiniones y convicciones personales. Aquí, con Hegel, pienso que “el Estado tiene que asumir la protección de la verdad objetiva”, por eso también “la ciencia tiene un lugar a su lado” (Hegel, 2010: 247-248). Nada de esto se logrará si continuamos concediendo que el presidente utilice su posición para darle rienda suelta a sus prejuicios. 


Referencias

Marx, K. M. (2019). El capital (Vol. 8). Siglo XXI.

Hegel, F.G.W. (2010). Lineas Fundamentales de la Filosofía del Derecho. Gredos.