
Perspectivas
Adrián Velázquez Ramírez
A mediados de septiembre, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) celebró su Tercer Congreso Nacional, el primero sin la participación directa de Andrés Manuel López Obrador. El último encuentro se había realizado siete años atrás. Era 2015, la organización venía de obtener su registro como partido un año antes y las miradas estaban puestas en las elecciones de 2018. El escenario actual es radicalmente diferente y de ahí la relevancia del encuentro; había que adaptar la organización a una nueva realidad y prepararse para el inminente relevo de su máximo dirigente.
En efecto, el triunfo electoral de 2018 significó un sisma en el sistema de partidos que se había mantenido estable al menos desde 1989. Las consecuencias de la marea guinda no se han terminado de procesar por completo y la propia Morena no es ajena a esta situación. El novel partido hoy gobierna 20 estados de la república y descansa, en los hechos, sobre una estructura de poder muy diferente.
A continuación presento algunas notas provisorias que buscan poner en perspectiva la actual coyuntura de Morena y que tienen la expectativa de ayudar a orientar un muy necesario debate sobre su lugar dentro de la historia de las izquierdas y su futuro como expresión organizada del obradorismo.
La izquierda en la historia del movimiento nacional
La identificación de Morena como partido de izquierda no ha estado exenta de polémica. La mayoría de las posiciones al respecto dependen exclusivamente de la vara con la que se mide la cuestión y en ese sentido el debate casi siempre degenera en una discusión sobre la subjetividad de los que intervienen. Ponerlo en perspectiva histórica puede ayudar a establecer un marco de debate más productivo.
Los lamentos que ven en Morena una simple reconversión del PRI suelen ignorar el peso que tiene la tradición nacional-popular en México. Pese a quien le pese, esta tradición sigue ofreciendo la sintaxis que estructura buena parte del lenguaje político en nuestro país y tiene un gran arraigo en el imaginario popular, lo que en parte ha limitado el crecimiento de otras tradiciones e identidades políticas.
Hay varios factores que han impedido que se valore correctamente esta cuestión en el debate actual; principalmente, la vigencia de una narrativa que acompañó a la primera transición democrática (2000-2018) y que redujo la compleja historia posrevolucionaria a una condena absoluta al PRI en tanto santo y seña de todos los males del país. La proliferación del término “populista” es el mejor indicador de esta cerrazón cuyo síntoma más notorio es la incapacidad de nombrar a una tradición por su propio nombre: una victoria cultural no menor del proyecto intelectual de la transición.
Esta narrativa no es sino la otra cara del mito priista de una única familia revolucionaria reunida en el partido de Estado. Se trata de un problema no sólo de memoria pública sino también historiográfico. Para entender al obradorismo es necesario contar la historia del movimiento nacional desde otro lugar. Esta tradición ocupó un lugar central en la legitimidad del PRI, pero de ninguna manera se reduce ni es idéntica a esta organización. Expresiones tan tempranas como el movimiento henriquista o el cardenista Frente de Liberación Nacional en los tempranos sesentas nos muestran que la identidad nacional-revolucionaria estuvo siempre en disputa y no se dejaba atrapar en una única organización.
Es innegable que el régimen posrevolucionario usó una gran cantidad de recursos para fomentar y promover este lenguaje, pero es equivocado verlo como una simple “invención” estatal cuyo objetivo inconfesable sería enmascarar los intereses de la burguesía y de la clase política. Una gran cantidad de fenómenos y experiencias quedan en la oscuridad en esta lectura.
Todavía queda pendiente para la historiografía el romper con el propio relato monolítico oficial del PRI, sumamente efectivo para ocultar las diferencias internas pero que impide apreciar la compleja historia del movimiento nacional y popular en nuestro país. La proclama de Lázaro Cárdenas durante su campaña por un “socialismo a la mexicana” o la lectura retrospectiva de Hilario Medina Gaona respecto a la existencia de un “socialismo constitucional” cuyo origen mítico se ubicaría en los constitucionalistas radicales de 1917 (Múgica, Manjarrez, etc.) dan cuenta de la existencia de una corriente que siempre vio en la idea de “nación” un gran potencial socializador pues permitía identificar los intereses de las mayorías populares con el interés común. Las raíces históricas del lema “por el bien de todos, primero los pobres” deben buscarse ahí.1
El estrato más próximo de la actual discusión sobre la adscripción ideológica de Morena la encontramos en la coyuntura política 1988-1989. En efecto, la disidente Corriente Democrática no era la negación de la identidad nacional popular sino una crítica del alejamiento del PRI de este imaginario, su traición neoliberal y el abandono de las banderas por la democratización. En el Frente Democrático Nacional, creado para apoyar la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, esta corriente sirvió de amalgama a una coalición en la que participaron el Partido Popular Mexicano, el Partido Mexicano Socialista y diversas organizaciones sociales. 2 Luego vino el PRD, el 2006 y posteriormente Morena.
Una primera lección para tener en cuenta: el lugar de Morena como la organización que expresa esta tradición no está para nada asegurado y así como en el pasado este movimiento histórico encontró otros espacios para expresarse, así también puede ocurrir en el futuro, de ahí la necesidad de un balance crítico sobre la institucionalización de este partido.
El partido movimiento o el partido máquina electoral
Un punto central en la discusión sobre el devenir de Morena tiene que ver con el proyecto de poder trazado para el sexenio 2018-2024. Es evidente que los esfuerzos partidarios estuvieron puestos en darle al proyecto del presidente López Obrador una base de sustentación política apropiada para cumplir con sus objetivos.
Buena parte de la estrategia (evidente sobre todo en los distritos fuera de la Ciudad de México) fue incorporar a la estructura partidaria a enclaves de poder locales. El objetivo fue ampliar la base territorial del partido y, si lo analizamos exclusivamente atendiendo este criterio, podemos afirmar que fue exitoso. Para tomar una referencia hay que recordar las enormes dificultades que tuvo el PRD para consolidar una verdadera estructura nacional (que nunca logró). El papel que hoy tienen los gobernadores en el Consejo Nacional es la validación formal de la relación de fuerzas al interior del partido que dejó esta estrategia.
Sin embargo, este proyecto de poder ha causado no poco malestar dentro de las bases morenistas que miran con sospecha la entrada de grandes elencos políticos que hasta ayer estaban en la vereda de enfrente. Efectiva para acumular poder, la estrategia tiene como inconveniente que el discurso obradorista tenga interpretes que apenas lo hablan como segunda lengua y a quienes todavía les sale un poco forzado repetir sus consignas.
Si bien en los estatutos aprobados en el Tercer Encuentro Nacional se sigue afirmando que Morena es un “partido-movimiento” es difícil ver cuál ha sido la estrategia de construcción para que esta idea se traduzca en un forma organizativa concreta. Más allá de lo declarativo, hay que ver cuáles son las instituciones que sirven de soporte al componente movimientista del partido. El desplazamiento de los comités locales a favor de los operadores político-electorales grafica bien el actual desbalance en la construcción del partido.
¿El partido del pueblo?
La estrategia de construcción de partido tiene un riesgo adicional que tiene ver con el acceso a cargos de representación popular. Además del liderazgo de López Obrador, tal vez la principal fuerza de Morena y aquello que la distingue del resto de los partidos, es el entusiasmo y el trabajo territorial de su militancia de base.
Si el PAN se ha entendido tradicionalmente como un partido de cuadros capaz de captar los liderazgos de la llamada “sociedad civil”, Morena se presenta como un órgano del pueblo, abierto a la participación de quienes comulgan con el ideario obradorista. El problema es que, si los cargos de representación son usados exclusivamente como moneda de cambio para establecer alianzas, se priva a esta militancia de ir ocupando posiciones importantes. La militancia debe ser el semillero de los elencos partidarios y no sólo en quienes se descarga el trabajo territorial.
Todo el trabajo que pueda llevar a cabo el Instituto Nacional de Formación Política será insuficiente si las estructuras del partido empiezan a ser percibidas por la militancia como algo ajeno o inalcanzable. La disyuntiva aquí es clara: o bien Morena es un partido en el que una burocracia habla en nombre del pueblo o bien es un órgano de participación del pueblo a través del partido. Cada una de estas alternativas implica una forma de organización diferente.
Uno de los grandes legados del obradorismo es el enorme efecto de politización que ha tenido sobre las clases populares. Que el partido pueda dar cauce efectivo a esa politización será determinante para su futuro. La mística, sino se arraiga en prácticas institucionales, no durará para siempre. Se podrá seguir ganando elecciones, pero si se abandona la batalla por la conciencia política del pueblo, Morena será un partido más y no una verdadera singularidad.
De la mística a la doctrina: Morena después de López Obrador
Tal vez el más grande desafío al que se enfrentará Morena en el futuro inmediato sea la necesidad de transitar de una mística encarnada en la figura de su principal dirigente a una doctrina partidaria propiamente dicha.
Hacia principios del siglo XX, el jurista francés Maurice Hauriou intentó elaborar una teoría de la institución que rompiera con el fetichismo jurídico y permitiera dar cuenta de una multiplicidad de organizaciones surgidas del vitalismo propio de la sociedad (los sindicatos, las cooperativas, las asociaciones partidarias). Uno de los aspectos que le resultaban centrales para la comprensión de estas instituciones tenía que ver con la comunión que entre sus miembros despertaba “la idea de obra” y que subordinaba a la organización a un fin social. Era en torno a esta idea de obra en donde se jugaba la adhesión “entre los miembros del grupo social interesado en la realización de la idea” y a partir de la cual se “producen manifestaciones de comunión dirigidas por órganos de poder y reglamentadas por procedimientos”. 3
Dicho de otro manera: toda institución es, en principio, un medio social subordinado al cumplimiento de una obra colectiva singular. De ahí que el pasaje de la mística personal del presidente a la doctrina partidaria sea fundamental para que Morena pueda mantenerse como la organización que mejor expresa al movimiento nacional-popular. Pero de nuevo, este tránsito no debe ser letra muerta dispuesta en un canon o estatuto, sino que debe ser la óptica desde la cual se distribuyan tareas y funciones al interior del partido.
La moraleja del final
Los esfuerzos de la dirigencia morenista hoy parecen concentrarse en que el partido acompañe y contenga la disputa interna por la candidatura oficialista. La discusión interna sigue privilegiando la construcción de una estructura de poder que sustente la continuidad de la “cuarta transformación”. Es difícil negar la importancia de estas cuestiones. Sin embargo, habrá que cuidarse de no estar construyendo un “gigante con pies de barro”, pues si la organización del partido no expresa la esperanza de encontrar nuevas formas de participación democrática, se podrán ganar mil batallas electorales, pero aun así se perderá lo fundamental, que es su lugar en la conducción política del pueblo.
1 Para un análisis de este elemento de la doctrina obradorista, ver: El obrador colectivo.
2 Una interpretación diferente de este proceso se puede encontrar en Massimo Modonesi, La crisis histórica de la izquierda socialista mexicana, UACM, 2003. Su lectura pone énfasis en el declive de las ideas socialista hacia finales del siglo XX y mira al FDN como expresión de una crisis identitaria de las izquierdas. Considero que es necesario matizar y complejizar esta mirada restituyendo el lugar que ocupó la izquierda dentro del nacionalismo popular o revolucionario y no sólo sus relaciones externas.
3 Hauriou, Maurice, La teoría de la institución y de la fundación, Ediciones Oleknik, Chile, 2020.