Con abrazos para Sylvia Marcos y en memoria de Jean Robert

El 2 de diciembre de 2002, estando en Alemania, Iván Illich murió. A 20 años de su partida vale preguntarnos ¿quién fue ese señor? Un poco peregrino, controvertido, lo mismo levantó odios encarnizados que admiración casi devota, Illich sigue apareciendo como una interrogante en el pensamiento de finales del siglo XX. A mí me gusta pensar en Iván Illich como un desestabilizador radical de las certezas sociales de la modernidad.

En México —y quizá en toda América Latina— a Iván Illich lo conocemos fundamentalmente por sus trabajos escritos y publicados durante la década de los años 1960 y la primera mitad de 1970. Pero del Illich posterior sabemos muy poco; se nos presenta, como dice Barbara Duden, como una terra incognita[1], un Illich por conocer.

Un Illich temprano dialoga de Cuernavaca

En los trabajos de 1960 a mediados de 1970 —que él mismo calificó después como “panfletos”—, lanzó críticas profundas a las formas en que la instituciones capturan y, eventualmente, desmantelan las posibilidades de comunidades y personas para actuar autonómicamente y para satisfacer sus necesidades materiales, simbólicas y subjetivas. Para analizar este desmantelamiento progresivo, propio de las sociedades modernas industriales (capitalistas y no capitalistas), Illich analizó con particular atención tres ámbitos: el ámbito educativo, el de la salud y el de los transportes. La sociedad desescolarizada, Némesis Médica y Energía y equidad fueron los textos en los que Illich condensó buena parte de las reflexiones que maceró en este periodo que podríamos reconocer como la primera etapa de su pensamiento o la etapa del Illich temprano.

Un elemento fundamental para comprender esta etapa del pensamiento illichiano es que las reflexiones que la conforman se cocinaron en los pasillos, jardines y salones del Centro Intercultural de Documentación (CIDOC)[2], inaugurado primero como Centro Intercultural de Formación (CIF) en 1961, en la Ciudad de Cuernavaca, ubicada en la zona centro de México. En el CIODC se desarrollaban al menos cuatro proyectos o procesos simultáneos: la escuela de idiomas, el proyecto editorial (conformado por cinco tipos de publicaciones distintas), la biblioteca y los seminarios. La articulación de estos procesos de formación, discusión y elaboración intelectuales hace que el CIDOC pueda ser considerado como un epicentro del pensamiento crítico en América Latina entre 1961 y 1976 (año en que cierra sus puertas). Pensadores contemporáneos, como Humberto Beck, han referido al CIDOC como la Escuela de Cuernavaca, reconociéndolo como una escuela de pensamiento crítico de la modernidad. Creo que también es posible pensarlo como una comunidad dialógica (y quizá ésta sea una aproximación más exacta), tal y como Selene Aldana[3] propone, para pensar los intercambios más allá de la imagen del intelectual individual.

Como comunidad dialógica, entre 1961 y 1976, el CIDOC congregó a pensadores y pensadoras, pero también activistas de Europa, África, Estados Unidos y América Latina. En sus pasillos se encontraron Paulo Freire, Susan Sontag, André Gorz, Francisco Jualião, Erich Fromm, Sergio Méndez Arceo, Sylvia Marcos, Jean Robert, Evertt Reimer, entre otrxs. En 1976, el CIDOC cerró sus puertas y con ese cierre parece cerrarse también la primera etapa del pensamiento de Iván Illich.

La segunda etapa del pensamiento illichiano

A principios de este año se publicó un libro maravilloso escrito por el entrañable Jean Robert titulado La edad de los sistemas en el pensamiento tardío de Iván Illich.[4] En este hermoso trabajo, Jean Robert nos acerca a un Illich bastante menos conocido: el posterior al cierre del CIDOC, el Illich tardío.

De acuerdo con Robert:

A partir de los años ochenta, Illich examina la materia hylē, como decían los griegos, de la que está hecho el hilo del tejido conceptual. De la misma manera en que cada territorio tiene su fango, cada época tiene su percepción de la materia primordial de la que están hechas las cosas, pero, sobre todo, el cuerpo y su carne.[5]

Para reconocer aquello de lo que están hechos los hilos del tejido conceptual desde el que pensamos y estamos en y con el mundo, Illich realizará un movimiento para indagar “en el espejo del pasado”. Se trata de un desplazamiento hacia lo genealógico, que le lleva hacia la búsqueda de las huellas que dan cuenta de los procesos por medio de los cuales las sociedades modernas industriales han devenido en lo que son hoy en día. Si en la primera etapa de su pensamiento Illich se preocupó por caracterizar y develar la manera en que los servicios y la mercantilización avanzaba de manera progresiva, fagocitando todas las actividades y valores de uso en las sociedades industriales de los años 1960-1970; en esta segunda etapa, estará mucho más interesado en reconocer los hilos que, a lo largo de un proceso de larga duración, han ido tejiendo la mentalidad moderna. Desde mi punto de vista, en el fondo se trata de una misma preocupación: develar y comprender el desmantelamiento de los valores vernáculos por la racionalidad moderna industrial capitalista; es decir, el paulatino desmantelamiento de todo aquello que no se concebía que pudiera ser capturado por la impronta del progreso, la racionalidad burocrática y la forma mercancía. Se trata, en suma, de una crítica radical a la modernidad.

De la crítica a la escolarización a la historia del alfabeto

En el ámbito educativo, La sociedad desescolarizada ha cimbrado las certezas de muchos de quienes hemos leído ese texto en algún momento de nuestras vidas. Escrito en el marco de las reflexiones del Seminario Alternativas en Educación, realizado en el CIDOC en 1968, este trabajo se inscribe en la trama de reflexiones que entre los años 1960 y 1970 plantearon una crítica a la educación y a la escuela. Entre sus coetáneos podemos encontrar los trabajos de Pierre Bourdieu, Louis Althusser, Herbert Gintis y Samuel Bowles, John Holt, Paulo Freire y, más tardíamente, Michel Foucault, por mencionar sólo algunos. Las diversas lecturas de La sociedad desescolarizada suscitaron aversión y entusiasmo con igual intensidad.

En este trabajo, Illich se propone hacer una “fenomenología” de la escuela que permita develar el funcionamiento de un “currículum oculto” cuyo mensaje es la idea de que nada de lo que se enseñe o aprenda fuera de los márgenes de la escolarización es válido. La escolarización, por su parte, va más allá de la escuela; refiere al conjunto de controles, certificaciones, estandarizaciones temáticas, evaluaciones, jerarquías, tiempos y “rituales” que conforman el ordenamiento escolar. Por medio de estos mecanismos, el sistema escolar selecciona, expulsa y condiciona a las personas, pero, sobre todo, imprime la idea que nada de lo que salga de los márgenes de la escolarización tiene valor y coloca una estrellita sobre la frente de quienes logran transitar por él correctamente. Así, el servicio escolar genera una dependencia que desmantela paulatinamente las posibilidades de las comunidades y los sujetos de generar procesos de enseñanza-aprendizaje autónomos.

Por supuesto, la apuesta de desescolarizar la sociedad acaparó la discusión en torno al planteamiento de Illich. Sin embargo, desde mi punto de vista, el aporte más relevante de esta primera etapa del pensamiento illichiano no estriba en la apuesta desescolarizante (que algunxs interpretaron como el cierre de todas las escuelas), sino en el análisis profundo y revelador que entraña la categoría escolarización. La discusión sobre ese tema la dejaremos pendiente por hoy.

El Illich tardío no abandonó su preocupación por la educación, pero se desplazó de lugar para mirar y dirigió la vista hacia el pasado, especialmente hacia el siglo XII. En palabras de Jean Robert: “A partir de 1984, Iván Illich escribió en diversos idiomas ocho textos (ensayos, libros y resúmenes para sus estudiantes) sobre la historia social del alfabeto.”[6] Entre estos trabajos, me parecen particularmente relevantes “Un alegato en favor de la investigación sobre el alfabetismo laico”, En el viñedo del texto, “La historia del Homo Educandus” y “Los valores vernáculos”.

Iván Ilich. Tomada de El oficio de historiar.

En estos textos nuestro pensador se propone dar cuenta de los procesos por medio de los cuales el alfabeto —como tecnología y herramienta— impuso su particular forma de ordenamiento de la palabra a otras dimensiones de la vida social. Estos procesos se entrelazaron con otras transformaciones como las formas de lectura (que pasará de la lectura encarnada, en voz alta, a la lectura silente), las transformaciones del libro (que irán desde las tablillas y luego el pergamino hasta las copias y los libros de imprenta). Pero también entrecruzan con el despliegue de procesos de consolidación del poder colonial. Ahí, Illich identifica, por ejemplo, el papel que la gramática de Nebrija jugó en el afianzamiento del poder estatal de Isabel de Castilla. En los mismos años que Cristóbal Colón viaja a lo que después será conocido como América, la gramática del castellano elaborada por Nebrija en 1592 habilita el terreno para la imposición de una lengua oficial, de Estado, la lengua real.

Mientras Colón boga hacia tierras extrañas para buscar allí lo familiar —oro, súbditos, ruiseñores—, en España Nebrija preconiza reducir los súbditos de la reina a un tipo de dependencia completamente nueva; le ofrece una nueva arma, la gramática, que será blandida por un nuevo género de mercenario, el letrado.[7]

A partir de la implantación de la noción de una norma para la lengua, se abre el camino para el control de las formas correctas e incorrectas de hablar y de escribir; de esta manera comienza “el desencadenamiento de una guerra de cinco siglos contra la subsistencia”[8]. Un siglo y medio más tarde, en otro lugar de Europa, Jan Amos Comenius sienta las bases de la pedagogía con sus métodos de enseñar[9]. El entrecruzamiento de estos dos sucesos: la aparición en escena de la gramática y de las bases de la pedagogía como disciplina, dan cuenta de un proceso más amplio de configuración de la mentalidad moderna y conjuran la eventual emergencia de la forma escolar. Es cierto que ya antes había espacios de encuentro para la enseñanza y el aprendizaje entre pares o con la mediación de tutores, maestros o sabios; sin embargo, hay algo novedoso que comienza a fraguarse: la noción de que deben ser controlados por la iglesia y/o el Estado los procesos de enseñanza, bajo una normatividad jerárquica que inicia con el control de la lengua. Por supuesto, se trata de la concatenación de una serie de procesos de larga duración que, una vez que convergen, suscitan una serie de transformaciones que inician de manera imperceptible pero que, poco a poco, van trastocando las relaciones sociales y las pautas con las que las personas se mueven en el mundo y se relacionan las unas y con las otras.

Jean Robert lo sintetiza de manera genial en las siguientes letras:

La asociación del alfabeto y la escuela es un fenómeno específicamente europeo. Uno podría arriesgarse a decir que a partir del siglo XIII esta asociación fue el molde que dio forma a la cultura europea y, más allá de ella, a lo que se entiende por las palabras “Occidente” o “modernidad”. Desde entonces, de manera lenta y gradual se volverá obligatorio frecuentar regularmente la escuela y sujetarse al ritual, cada vez más uniforme y universal, de la alfabetización.[10]

Así, el Illich tardío llama la atención sobre la necesidad de hacer una investigación histórica no ya de la educación, sino sobre la educación, que permita situar y comprender históricamente la manera en que se sentaron las bases para la aparición de la escuela, la escolarización, pero aún antes, de la noción misma de educación vinculada a la noción de lo pedagógico.

Habría muchísimo más que decir sobre Iván Illich (con más detenimiento y cuidado), tanto de su primera etapa como de ese segundo momento, pero no es mi intención pretender condensar todas sus reflexiones en este texto; antes bien, me gustaría que, en memoria, estas letras inviten al diálogo con ese Iván Illich tardío con el que poco hemos conversado desde el ámbito educativo, un Illich aún por conocer.


Referencias

[1] Barbara Duden, “Illich, Seconde période” en Spirit, agosto-septiembre, 2010, pp. 136-157.

[2] En 1966 el CIF se convirtió en CIDOC.

[3] Selene Aldana Santana, Mariana G. Crisóstomo, Itzuri Moreno, Katya Vázquez y Amada Vollbert, Cuaderno de trabajo. La participación femenina en la sociología clásica, FCPyS, UNAM, México, 2021.

[4] Jean Robert (1930-2020). La obra de Jean Robert, colaborador cercano de Iván Illich es en sí misma un universo por descubrir. Sus últimos libros Los cronófagos. La era de los transportes devoradores de tiempo y La edad de los sistemas en el pensamiento tardío de Iván Illich son trabajos indispensables para reflexionar entorno a las certezas contemporáneas.

[5] Jean Robert, La edad de los sistemas en pensamiento tardío de Iván Illich, Era, México, 2022, p. 43.

[6] Jean Robert, ibíd. p. 165.

[7] Iván Illich, “Los Valores vernáculos” en El Trabajo fantasma, en Obras Reunidas, Vol. II,Ed. FCE, México, 2011, p. 71. Las cursivas son del original.

[8] Iván Illich, Ibídem.

[9] Iván Illich, “Los Valores vernáculos” en El Trabajo fantasma, en Obras Reunidas, Vol. II,Ed. FCE, México, 2011, p. 90.

[10] Jean Robert, La edad de los sistemas en pensamiento tardío de Iván Illich, Ed. Era, México, 2022, p. 176.