Cuando Pierre Bourdieu dictó su famosa conferencia La opinión pública no existe en enero de 1972, su intención era dar pistas de análisis rigurosos en torno al funcionamiento y las funciones de los sondeos de opinión. En ese entonces las ciencias sociales consolidaban una epistemología o una metodología crítica para acercarse al mundo social. El sondeo de opinión era una herramienta usada no solamente en política y mercadotecnia, sino también en psicología, economía y sociología. El punto crítico que defendió Pierre Bourdieu consistió en argumentar que, en realidad, las encuestas de opinión pública responden a intereses políticos y que su objetivo principal es “imponer la ilusión” de que la opinión sumada de unos pocos refleja la verdad de la mayoría. En este sentido, los procesos políticos, estratégicos y de manejo del poder necesitan, ante todo, construir la idea de que existe una opinión pública homogénea y unánime y, por lo mismo, eso les permite legitimar su política y, sobre todo, reforzar las relaciones de fuerza que los sostienen y los hacen posibles. 

Es a partir de este punto crítico que me gustaría abundar en los recientes ataques a la economía digital y de producción de datos, que aparentemente han sumergido en una crisis reputacional a grandes imperios, como Facebook, Instagram, Twitter, Google, Youtube, Tik tok, Pinterest, etc. Las críticas son muy dispersas, discontinuas y tímidas todavía, en especial desde los sectores de izquierda y progresistas. Mientras algunos fingen no tener vínculos con la economía digital, otros la usan como espacio de ciberlucha, como el feminismo de redes, por ejemplo, o, más extravagante todavía, como espacio de autoemprendimiento intelectual y político. De hecho, todos estamos inmersos en vínculos de comunicación que hicieron emerger un nuevo orden económico global perteneciente a los nuevos gigantes corporativos financieros. Recientemente, las empresas de la industria tecnológica han acumulado más ganancias que las que ningún otro sector había logrado reunir en la historia del capitalismo. Por otra parte, tales cambios sistémicos en la comunicación marcan una transición de la era de la información a la era de la desinformación. Shoshana Zuboff, en su último libro, La era del capitalismo de la vigilancia: la lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder (2020), identifica lo que llama el capitalismo de vigilancia. En este contexto, paradójicamente, las críticas más contundentes a las redes sociales han sido acuñadas por sus propios creadores y tienen que ver, para mí, con la capacidad de definir con claridad la sociedad del algoritmo en su conjunto y, como decía Pierre Bourdieu, su función y su funcionamiento.

Cathy O´Neil, autora de Weapons of math destruction: How Big Data increases inequality (2017), define los algoritmos como opiniones en código. Esa métrica se alimenta de tus gustos e intereses, es capaz de definir tu perfil psicológico, tus preferencias, ya sea para vacacionar, encontrar la pareja ideal o predecir tu voto en las futuras elecciones. Además, es capaz de medir lo que ves y cuánto tiempo permaneces delante de una foto, un video o leyendo cierta información. Lo que producen los algoritmos es una base de información, el data, información en código. La métrica que generan los algoritmos mide cuál es el próximo contenido que te mostrarán para lograr tres objetivos: la visualización, la permanencia y el crecimiento de tu uso. Al inicio, el interés de sus creadores no pretendía, realmente, vender esa información, sino construir modelos que predijeran nuestras acciones y fueran capaces de provocarlas. El ejemplo más sencillo para ilustrarlo es ver una foto de un restaurante u otra actividad de consumo en Instagram; ésta hará que tengas ganas de visitar el lugar o de efectuar una compra. Además, a partir de “técnicas de crecimiento acelerado” el algoritmo hace crecer el tiempo y las actividades que realizas en pantalla, para generar ganancias financieras a partir de la venta de espacio de publicidad. Las ecuaciones del algoritmo son tan complejas que sus creadores las llaman inteligencia o inteligencia artificial. Sin embargo, en realidad, se trata de ecuaciones programadas para una definición de éxito. Lo que logró la industria tecnológica con un brillo financiero inigualable es que, si una empresa comercial crea un algoritmo, según su definición de éxito, lo hace para crear un mercado y una ganancia. El gran éxito de Google y después de Facebook, posteriormente generalizado y trasladado a las redes sociales, fue superar la noción de consumo y volver a los usuarios los objetos absolutos de una empresa que funciona 24 por 24 horas en todo el orbe, a partir de la producción de opiniones codificadas, el big data. Respondiendo a los ataques, Facebook ha preparado su revancha comercial, el Metaverso. Lo más impresionante ni siquiera es este puente construido en un mundo virtual en el cual Zuckerberg quiere que compres, te diviertas y trabajes, sino la inversión financiera y de recursos humanos que este tipo de revolución tecnológica implica. Según Zuckerberg, “este mundo paralelo moverá centenares de miles de millones de dólares en los próximos 10 años. Bloomberg Intelligence cifra el negocio en unos 800,000 millones de dólares para 2024”. Para formar a los jóvenes creadores del Metaverso, la compañía anunció en noviembre una inversión de 150 millones de dólares, de los cuales 50 millones de dólares se destinarían a consultoría. Aunado a ello, para desarrollar la idea, se pretende contratar a unas 10 000 personas en Europa en los próximos cinco años. Finalmente, si el algoritmo dice que nos pondremos unos lentes inteligentes e iremos a un concierto juntos, aun si vivimos en diferentes partes del mundo, o que nuestros grupos de Wathsapp se volverán salones decorados según nuestro gusto, o que nos volveremos el personaje principal de una realidad virtual… si el algoritmo lo dice, ¡así es!

Nadie entiende realmente cómo se logra el éxito; el algoritmo controla la información. Los creadores de esas herramientas se dieron cuenta de que las noticias falsas se comparten seis veces más rápido que la información verdadera; siguiendo esta lógica, una ballena muerta vale más que una ballena viva. Otro ejemplo muy ilustrativo es el de las personas que se posicionaron contra las vacunas durante la epidemia de la COVID-19: desinformación, noticias falsas, miedo, conflictos de interés. La ignorancia voluntaria se vincula a un modelo civilizatorio: populismo, alienación, polarización, consumismo. Además, asistimos a una amenaza existencial que radica en el debilitamiento de la subjetividad, visible particularmente en los jóvenes, pero no sólo. 

El algoritmo, la opinión codificada, son los aspectos de la economía de la desinformación y la ignorancia voluntaria que siento más potentes. Además, entre utopía y distopía, los jóvenes creadores del capitalismo de la opinión lograron un viejo sueño capitalista: crear la ilusión de una democracia de opinión y, en lugar de la democracia, su debilitamiento: adicción, elecciones hackeadas, robo de datos, noticias falsas, polarización, desinformación. 

Cuando nació la empresa Google en 1998, estábamos en plena explosión de la industria del sondeo de opinión. La metodología del sondeo de opinión fue creada a finales de los años 1920 y principios de los 1930 por el estadounidense Georges H. Gallup. La historia de este estudiante de periodismo de 20 años tiene mucho en común con la “success story” de los creadores de Google y Facebook: la creación, con muy poca inversión inicial, de un imperio capaz de mover la economía mundial en su conjunto. Gallup estudió en la universidad de Iowa, en Estados Unidos, y fue becario de una agencia de publicidad. Realizó una encuesta para una agencia de Misuri que pretendía determinar qué secciones del periódico leen más las y los lectores. Así, confeccionó un cuestionario de dos minutos que incluía dos preguntas: ¿qué periódico leen? y ¿qué les interesa en el periódico? De regreso a la universidad, Gallup se hizo cargo del periódico estudiantil Daily Iowan, transformándolo en el más leído de la ciudad. Para lograrlo, realizó una encuesta con 200 personas, considerando características de edad, sexo, barrio, profesión y nivel de estudio. Su método era nuevo, porque con cada entrevistado revisó el conjunto y cada página del periódico. A partir de este método, Gallup redactó una tesis en psicología titulada Una metodología objetiva para determinar el interés de los lectores para los textos de un periódico. Sus conclusiones fueron dobles: primero, un grupo es representativo y permite conocer las opiniones del conjunto de los lectores; segundo, mediante un cálculo teórico podemos determinar el número de encuestados necesario para que el grupo sea representativo. En 1932 Gallup se convirtió en director de la agencia de publicidad Young & Rubican, que realizaba estudios de mercado, y concibió el primer sondeo político. El año siguiente fundó Gallup Poll, vendió su método y empezó a generalizar la encuesta de opinión. El verdadero primer éxito del sondeo tuvo lugar en Estados-Unidos en 1936, justo antes de las elecciones presidenciales que oponían a Roosevelt y Landon. Es una revista dirigida al gran público que está a la iniciativa del proyecto. Inicialmente solicitó 10 millones de respuestas; sin embargo, se dio cuenta de que con 5,000 respuestas obtenía más representatividad. Los sondeos de opinión se volvieron un verdadero éxito, sobre todo, cuando tenían que ver con las elecciones políticas. Para los años 1990, cada país ya cuenta con institutos nacionales y privados para realizar sondeos de opinión. Uno de los países que ostenta mayor desarrollo de estos institutos es Francia, donde existen más de 300 agencias especializadas. Casi la totalidad de la población adulta ha sido sondeada al menos una vez en su vida. En 1994, en Francia se publicaron 670 sondeos. Este tipo de democracia, en la cual en todo momento un individuo puede dar su opinión, ha sido vendida en el mundo entero, una democracia de opinión en la cual las personas tienen la ilusión de poder incidir sobre las decisiones de los políticos.  

Para terminar, regresaré sobre cinco críticas formuladas por Pierre Bourdieu en torno a la opinión pública. En su época su propósito fue ofrecer pistas para analizar los postulados implícitos y contestables de los sondeos de opinión. Toma todavía más sentido hacerlo frente a la problemática de la opinión codificada y de una sociedad del algoritmo. El primer postulado señala que todo el mundo puede tener una opinión. Sin embargo, la competencia política no es la misma para todos. La probabilidad de tener una opinión cambia, sobre todo, conforme a nuestro nivel de instrucción y nuestro acceso a la información, que, de hecho, el algoritmo no permite y mucho menos, propicia. En todos los casos es más legítimo y sencillo opinar, dar un “clic” y dar una respuesta que admitir la ignorancia sobre un tema o denotar indiferencia frente al mismo. El segundo postulado supone hacer creer que todas las opiniones son equivalentes. En otras palabras, negamos que algunas personas o algunos grupos tienen más motivaciones, medios e influencias que otros. El tercer postulado apunta que las temáticas que de manera unánime aparecen como noticias en redes o en las preguntas de los sondeos dejan ver que existe un consenso sobre las preguntas que merecen ser propuestas y tratadas. Finalmente, experimentamos la imposición de problemáticas relacionadas con los intereses de ciertos grupos en particular, políticos y comerciales. Dicha imposición consiste en sugerir algunas respuestas e intereses y, por lo mismo, en imponer respuestas que otros grupos consideran pertinentes y legítimas, aunque no necesariamente lo son para quienes responden o actúan. En consecuencia, se dejan de lado temas importantes, por ejemplo. temas ligados al empleo, la cultura laboral, el nivel salarial, la vivienda, la violencia de género, etc. El cuarto postulado tiene que ver, precisamente, con el efecto de imposición. En general, la gente está inmersa en opiniones ya constituidas y mantenidas por grupos, de manera que escoger entre algunas opiniones implica escoger entre algunos grupos. Lejos de estar ante una suma de opiniones, estamos frente a fuerzas y relaciones de opinión que representan relaciones entre grupos y categorías. De alguna manera, la verdadera opinión no puede ser expresada a partir de un algoritmo, una ecuación o una métrica (sencilla adición de respuestas e intereses individuales), sino que se expresa colectivamente en un campo de fuerzas sociales. El último postulado que nos invita a tomar en cuenta Bourdieu es que tenemos más opiniones sobre un problema en la medida en que nos interesamos en él (tenemos más interés sobre este problema). Por ejemplo, las respuestas y los intereses sobre la docencia están relacionados con el nivel de proximidad que se tenga con el sistema educativo. En otras palabras, las respuestas o los intereses visibles son más artificiales en tanto no están formuladas alrededor de dinámicas reales en las que está involucrada la persona que las emite. De hecho, es aquí que vemos diferencias entre los sondeos realizados antes de las elecciones y los resultados efectivos. 

En la industria de la tecnología de opinión no hay fallas. En la actualidad es una industria que llevó a gran escala los viejos sueños del capitalismo, alcanzando la perfección en una tecnología alienante que ha seducido al planeta. El algoritmo es una herramienta de poder, al servicio del poder y de algunos grupos. Podemos decir, como afirmaba Bourdieu sobre la opinión pública, que tampoco el algoritmo existe. Sin embargo, el “ser político” no existe sin sus mecanismos de legitimación: la opinión pública está de nuestra parte, es lo que se necesita para hacer perdurar y legitimar las relaciones de fuerza existentes.  

Finalmente, al querer escapar de la realidad a través de un mundo virtual, la amplificamos. Veo muy difícil que el espacio de internet sea un lugar posible para la lucha social, el saber y la comunidad. Además, su regulación resulta urgente. La privacidad digital es un tema que preocupa a la comunidad de usuarios. Si en un mundo fantasmagórico podemos ver y pensar lo que queremos, no es ético invadir espacios privados de manera tan ofensiva. La información codificada tiene que ser limitada. Asimismo, fiscalizar el mundo digital que está acumulando grandes fortunas cuando gran parte de la población que lo usa cae en situación de precariedad y es tratada como objeto por una empresa que finge no serlo, supone un gran golpe para el capitalismo y un “golpe bajo” para la gran mayoría de sus usuarios.