Ahora, recién en el siglo XXI, se descriminalizó el aborto en México. Quizá, ello abra la posibilidad de que otros países de nuestro continente sigan nuestro impulso. El viernes pasado, la Secretaría de Gobernación informó que serán liberadas las mujeres que fueron puestas en prisión por abortar. Esta noticia subraya, también, una dura realidad que todavía nos cuesta integrar totalmente, y que reactualiza el debate y la necesidad de aclarar cómo ese proceso tardío quedó muy arraigado en la manera en que se desarrollaron las relaciones capitalistas. En su sugerente libro, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2016), Silvia Federici argumenta que la clave de comprensión de la categoría mujeres se articula con un proceso que las invisibiliza, un proceso que debe entenderse desde una nueva categoría de explotación. Su tesis puede pensarse en términos actuales, porque ese proceso fue fundamental para el capitalismo que vivimos hoy en sus formas extremas, financieras y tecnológicas, que se radicalizaron en el contexto de la pandemia. Por lo mismo, su tesis nos permite entender con mucha claridad, por un lado, el proceso tardío de descriminalización que vivimos en nuestro continente y, por el otro, cómo se configuraron mecanismos de dominación y explotación que, en el neocapitalismo contemporáneo, mantienen presas a las mujeres.  

En general, cuando se pone sobre la mesa la cuestión del aborto se presentan tres callejones sin salida. El primero tiene que ver con asignarlo a lo estrictamente biológico y natural. Aunque no podemos eliminar por completo lo biológico, porque a veces uno se demora en eso y se va hacia el otro extremo, el argumento de Silvia Federici amplía la discusión sobre las mujeres como categoría de explotación. En segundo lugar, Federici permite pensar cómo el aborto llegó a ser criminalizado de esta forma, más allá de pensarlo como un mandato bíblico o una cuestión meramente moral proveniente únicamente de la religión. Por último, se aleja de los análisis que parecen abordarlo desde una máxima neoliberal, por ejemplo, de los argumentos que dicen “el cuerpo es mío y hago lo que se me da la gana, el cuerpo es mi propiedad”. Desgraciadamente, durante los últimos años, ese argumento floreció en los discursos de la izquierda y en las posturas de algunas mujeres y discursos feministas. Por su lado, la tesis de Federici expande la discusión, pero, sobre todo, la articula al proceso de acumulación capitalista, que adoptó formas extremas con los cambios políticos, económicos y sociales que llegaron con la pandemia.  

En Calibán y la bruja, la autora narra la historia de la caza de brujas en Europa y sus colonias entre los siglos XVI y XVII. En este sentido, Federici establece un giro interesante, mostrando que en la época de la colonización hubo influencias recíprocas entre América y Europa, entre ellas, la caza de brujas. Por eso da cuenta del papel que desempeñó el cuerpo femenino en el proceso que Marx llamó acumulación originaria, que se corresponde con el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción. Esa forma de acumulación es anterior a la acumulación capitalista, equivale al pecado original; presupone que hubo trabajadores que no necesitaban sudar para comer y atañe al momento de expropiación que despoja al trabajador de la tierra, la base del capitalismo. Según Federici, el papel del cuerpo de la mujer fue fundamental para transitar del feudalismo al capitalismo. Y es aquí que se identifica, precisamente, lo que ella señala como el punto ciego de Marx. 

Por otra parte, en diálogo con la obra de Michel Foucault, la autora hace un análisis de la producción del cuerpo disciplinado. Su abordaje del cuerpo no viene precisamente de Foucault, sino de las feministas de los años setenta. El cuerpo femenino tiene características específicas que Foucault no tomó en cuenta al señalar cómo opera el poder sobre él. Una de sus tesis centrales consiste en argumentar que la expropiación de los medios de subsistencia de los trabajadores, aunada a la colonización y esclavización de América y África, no fueron los únicos medios para la formación y la acumulación del proletariado. Además, el proceso exigió la transformación del cuerpo en una máquina de trabajo, que llevó a lo que Federici llama la distinción entre producción y reproducción. Esto es muy importante para entender quién produce y quién reproduce, así como el proceso que hizo que las mujeres fueran reducidas al espacio privado en calidad de no trabajadoras, al punto de que si realizan una tarea ésta es vista como algo no productivo, como una labor doméstica. Desde la perspectiva de Federici, el capitalismo no sólo logró segmentar la categoría obrero, sino que asignó el trabajo doméstico a la mujer, relegándolo a depender del salario masculino y, poco a poco, del patriarcado y el Estado. Es precisamente esta división laboral y salarial la que por sí misma constituye una herramienta de disciplinamiento del cuerpo. Federici abona a la idea de que, para que fuera posible este disciplinamiento, la familia tuvo que ocupar un papel central en el periodo de la acumulación primitiva, como la institución más importante para el proceso de apropiación del trabajo de las mujeres. Eso acaba de asentarse propiamente en el siglo XIX. Obviamente, para que esto pudiera ocurrir, fue esencial la redefinición de los roles masculinos y femeninos. Más sugerente todavía es que en los siglos XVI y XVII, como también lo analizó Foucault, la reproducción y el crecimiento poblacional se convirtieron en un asunto de Estado. Desde ese momento el Estado reguló la procreación, atacó todas las manifestaciones de sexualidad sin fines reproductivos, criminalizó las prácticas abortivas y de contracepción. Es en ese contexto que toman fuerza las acusaciones de brujería, centradas en señalar el asesinato de niños y otras prácticas relacionadas con las normas reproductivas. Ello ocurrió en el mismo momento histórico en que tenían lugar la colonización de América, el castigo y la persecución de los homosexuales, la censura de textos escritos y de grupos, además de una de las más grandes guerras religiosas vividas en la historia de la humanidad. 

Llevada a la pandemia, esta tesis permite vislumbrar varios aspectos preocupantes. La condición productiva de las mujeres fue radicalmente atacada y, cuando hablamos de las mujeres, no podemos separar la función reproductiva de la función productiva. En esta forma reconfigurada del capitalismo, que se desarrolló velozmente durante esos últimos años, las mujeres fueron sobreexplotadas a partir del trabajo doméstico, la violencia en el hogar y desde las instituciones del Estado. Además, se agudizaron las brechas salariales entre categorías, la pérdida de empleo, lo que llevó, por ende, a que éstas debieran ocuparse en los sectores informales. Un gran ejemplo de lo que podríamos señalar como una condición reconfigurada de la explotación femenina se identifica en el sector salud. La doble moral implícita en la explotación renovada de la condición femenina está, obviamente, en el hecho que el sector salud hace parte de los sectores esenciales, destacados durante la pandemia. En este sentido, recomiendo la crónica Marcela del Muro, en Pie de Página, quien nos ofrece un conmovedor testimonio y algunos datos: 

En el sector salud en el país, las mujeres alcanzan el 67.5% del total de las personas empleadas, pero la baja inversión en este sector aporta a la desigualdad, pues aún hay una gran brecha salarial respecto a los hombres. Los ingresos de las trabajadoras de salud son un 21% menores que el de sus compañeros, según el informe anual presentado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas. […] Un estudio presentado por la organización Amnistía Internacional documentó el caso de un médico de la Ciudad de México que gastaba el 12% de su salario para comprar su equipo de protección personal (EPP). […] Hasta la fecha, en México van 234 mil 66 contagios acumulados del personal de salud, de los cuales el 62% son mujeres, indica la última actualización de la Secretaría de Salud. Pero lo más terrible de estas cifras es que somos el país donde más personal de salud ha muerto en el mundo, con al menos 3 mil 764 decesos, según el último reporte de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

Para ampliar, un gran debate que viene —y que vamos a tener que dejar sobre la mesa— está relacionado con la prostitución. Durante el desarrollo del capitalismo, la prostitución se estableció como una práctica económica. Es urgente pensar cómo se ha configurado la prostitución en el capitalismo tardío. Hoy, la lectura de Federici abre la posibilidad de discutir cómo esos fenómenos se sustentan en el sistema patriarcal, capitalista y colonial, y reconocer que no pueden pensarse el uno sin el otro.