gonzalez rojo enrique
Foto: Anómimo. Tomada de la Enciclopedia de la Literatura en México.

Enrique González Rojo Arthur ha fallecido. Podríamos recordarlo de muchas formas: como uno de los pocos intelectuales mexicanos que recorrieron el siglo XX mexicano hablando, discutiendo, proponiendo, actuando, solidarizándose con el presente de los obreros, con las causas que buscaban la justicia social, con los empellones que los jóvenes mexicanos daban a la historia para movilizarla hacia el futuro; como el gran poeta que escribió algunos de los poemas más lúdicos, experimentales y propositivos de nuestra tradición poética; como el crítico incómodo al establishment cultural que desnudó las falacias retóricas y argumentativas de Octavio Paz, lo que le valió el denosto, la invisibilización y la censura; como el profesor universitario que formó a muchas generaciones universitarias en la filosofía marxista y en la crítica de la historia. Habría tantos modos de recordarlo y, sin embargo, la mayoría de quienes tuvimos el honor de conocerlo nos quedamos con su calidez, su amabilidad, la palabra generosa que siempre tenía para quien se acercaba en busca de un consejo, una charla o simplemente a constatar que, más allá de la historia, Enrique fue ante todo un hombre sencillo y noble en sus palabras y sus actos.

Un acto que lo retrata de cuerpo entero es el gesto libertario que realizó con su obra: toda su producción literaria, filosófica y crítica está disponible para su descarga gratuita en su página web. Si bien parte de su producción poética fue editada en diversas colecciones editoriales de poesía importantes y algunos de sus libros de filosofía y crítica de la historia fueron publicados por editoriales como Diógenes, Posada o la UACM, la mayoría de sus textos son de difícil acceso y casi ninguno cuenta con reediciones que nos permitan acceder a ellos. Baste señalar que Para deletrar el infinito, que es a un tiempo el título de su libro más importante y el de su mayor proyecto literario, fue editado en 1972 por Cuadernos Americanos, o El quíntuple balar de los sentidos, poemario que le valió el premio Xavier Villaurrutia en 1976 y apareció en la famosa colección Las dos orillas de Joaquín Mortiz ese mismo año, son textos hoy consultables, acaso, sólo en algunas bibliotecas universitarias de difícil acceso, con muy pocos lectores y escasa atención crítica. Sin embargo, en consonancia con su proyecto y teoría autogestiva, Enrique decidió poner a disposición de los lectores cada uno de sus escritos y creo que un acto de justicia elemental sería corresponder a este gesto, leerlo y comprender por qué su obra posee una relevancia fundamental para reinterpretar el trayecto, las cuitas y el estado actual de nuestra cultura mexicana.

  Hijo y nieto de poetas, como le gustaba presentarse, González Rojo Arthur no niega la herencia que lo acompaña: su abuelo. Enrique González Martínez fue un gran tótem de la poesía mexicana en la primera mitad del siglo XX; su padre, Enrique González Rojo, fue miembro de los Contemporáneos, grupo poético que legó un saludable sentido de modernidad a nuestra tradición poética. No obstante esta prosapia literaria, Enrique supo desde muy joven que su camino no era seguir el camino marcado por su tradición personal, que había que proponer algo nuevo, distinto, y romper con la inercia. Al lado de Eduardo Lizalde, Marco Antonio Montes de Oca y Arturo González Cosío, concibió un movimiento literario, el poeticismo, que buscaba, en palabras suyas, “un arte por el arte con sentido social”. La sedimentación de esta propuesta estética constituye lo que Evodio Escalante llama “las cicatrices” de origen que otorgan sentido a las búsquedas y hallazgos estéticos posteriores que cada uno de los poeticistas desarrolló en su obra personal. En el caso particular de Enrique González Rojo Arthur, las ideas que sobre la poesía apre(he)ndió en esta primera etapa se encuentran condensadas en un libro que resume la fundamentacíon teóricó-filosófica del poeticismo (“un mamotreto de más de 500 páginas titulado Fundamentación filosófica de la Teoría Poeticista y prolegómenos al Poeticismo”), en un libro extraordinario: Reflexiones sobre la poesía, publicado por Versodestierro en 2007, y que debería ser consulta obligada para quien quiera pensar la poesía más allá de la inspiración y el genio, como un mecanismo metafórico perfectamente explicable.

En el terreno de la teoría y la crítica filosófica e histórica, creo que la gran aportación de Enrique es el desarrollo de su conceptualización del intelectual como una verdadera clase social, no sólo en términos de estrato, sino como un actante efectivo en las relaciones de producción económico-social. Tal lectura, que desde luego parte de una perspectiva marxista, surge de la interpretación hecha por este autor de las teorías del filósofo francés Louis Althusser, más los añadidos que fue formulando a lo largo de 30 años. En otra parte nos hemos ocupado de analizar este concepto, del cual ahora sólo extraigo una conclusión que me parece pertinente apuntar: como él señala, la cultura no es patrimonio exclusivo de la clase intelectual, lo que implicaría un usufructo de los medios afectivos de producción utilizados por el artista, y con ello la elitización del arte y su consiguiente aislamiento de la sociedad. Por el contrario, “la cultura, en el sentido amplio del término, hace alusión a todas las producciones, deliberadas o no, del ser humano, lo cual me lleva a la conclusión de que no sólo hay cultura burguesa o intelectual, sino también cultura campesina, obrera, urbano-popular, es decir, cultura de la clase manual” (González 2007, p. 422). En ese sentido, una reflexión profunda de las condiciones materiales de la producción estética, que implica atender también las condiciones intelectuales-afectivas de la obra artística, pretende ser una reflexión de largo aliento sobre el lugar que ocupa el intelectual en el mundo material, más allá de idealizaciones metafísicas que siempre fueron ajenas a González Rojo Arthur.

En el sentido de su aportación a la poesía mexicana sería muy difícil encontrar un proyecto poético de la magnitud del imaginado por Enrique: Para deletrar el infinito, como su nombre sugiere, intenta ser la elaboración de una poética que lo abarque todo, de manera inacabable. Cuando en 1972 González Rojo Arthur da a la imprenta Para deletrear el infinito, nos ofrece un tomo de 300 páginas, dividido en 15 cantos, con múltiples repercusiones. La intención creativa a partir de ese momento, afinada en los años subsecuentes y expuesta en todas sus líneas en 1975, será entonces la siguiente: de cada uno de los quince cantos contenidos en Para deletrear el infinito, realizar un poemario donde el tema del canto sea desarrollado a lo largo de un libro completo. Así entonces, tendremos un total de 15 libros emanados de esta primera propuesta. Pero la ambición no termina allí: el proyecto comprende, además, una vez finalizados estos 15 libros, “reemprender la tarea creativa y convertir los cantos de cada libro […] en nuevos libros, y así… al infinito” (González 1975, p. 12). El proyecto, como se ve, está destinado a la imposibilidad material de concretarse. El ciclo inicial del proyecto fue finalizado en 1998, y está contenido en cuatro volúmenes que reúnen esos 15 libros. Aunque a partir de allí su obra opta por derroteros distintos, queda la constancia de este ciclo como una de las obras más memorables y dignas de revisitar, releer y apreciar en su calidad e importancia dentro de la poesía mexicana.

Aunque habría muchos poemas de Enrique que sería necesario mencionar para valorar en su justa dimensión su calidad lírica, señalo sólo uno de muchas posiblidades: “Discurso de José Revueltas a los perros en el Parque Hundido” es, en palabras de Max Rojas, uno de los grandes poemas mexicanos del siglo XX. En él se rememora una anécdota real: José Revueltas, al lado del pintor Héctor Xavier Guerrero, dieron de comer a un grupo de perros que estaban en el Parque Hundido y, aprovechado la “efímera concentración de perros callejeros”, el autor de El apando pronunció un discurso dirigido a ellos que es una lección de sátira, desenfado, ideología y humor:

 

Camaradas perros:

Ustedes lo saben mejor que yo.

Lo espío ya en sus ojos:

hay que hacer a un lado la perrera egoísta

o el árbol por la individuación humedecido.

Desenterrar el hueso colectivo del atreverse.

Darle existencia histórica a las fauces

y soltar las tarascadas

en el número preciso requerido

para el triunfo.

Yo lo he soñado así.

En mi puño mi fuero interno mis lágrimas

clandestinas

yo he pensado que llegará un día

camaradas

en que por fin no sea

el perro hombre del perro.

En definitiva, la muerte de Enrique González Rojo Arthur debería ser el pretexto que nos llevara a reconsiderar su pensamiento, su obra literaria y su aportación a la cultura mexicana. Más allá de homenajes (que sin duda merece y deberían realizarse), permítaseme el lugar común para decir que la lectura de su prolífica producción, de la cual estamos a un sólo clic de distancia, es el mejor tributo que podemos prodigarle y, en ese camino, estoy seguro que encontraremos al filósofo, al poeta, pero sobre todo al hombre comprometido con su presente y su sociedad. Hasta siempre, querido Enrique.

Referencias

González Rojo, E. (1975) “Cuando la pluma toma la palabra”, El antiguo relato del principio. México: Diógenes.

González Rojo, E. (2007) En marcha hacia la concreción. México: UACM.