El pasado 19 de septiembre de 2022, en la sede de la editorial Siglo XXI ubicada en la Ciudad de México, nos encontramos María de Jesús Guzmán, Citlalli López Rendón y Rafael Mondragón Velázquez con muchas personas más, para recuperar la praxis pedagógica de Paulo Freire y celebrar los 101 años de su nacimiento. Agradezco enormemente a Tomás Granados Salinas la invitación y a todas las personas que se reunieron ese día para seguir imaginando con Freire.
Estas letras fueron escritas para este hermoso encuentro.[1]
Agradezco la invitación de Siglo XXI para participar en este espacio y conversar en torno a las ideas y conceptos de Paulo Freire, pero, de alguna manera, y tal vez eso es lo más importante, también para conversar con él.
El 19 de septiembre de 1921 nació Paulo Freire en Recife, Estrada de Encanamento, barrio de la Casa Amarela, en Brasil. Así que el día de hoy estamos festejando su cumpleaños 101. También, en noviembre de este año, se cumplen 50 años de que se publicó en español (por la editorial que hoy nos convida a este diálogo) uno de sus primeros y más conocidos libros: La educación como práctica de la libertad, que se editó en español en 1971. La educación como práctica de la libertad es anterior a Pedagogía del Oprimido, y creo que es interesante detenernos un momento en el título de este hermoso trabajo para subrayar algo que es fundamental en la obra de Freire: no es posible dicotomizar (separar) las ideas y los conceptos de la realidad concreta y de la praxis. En Freire, ideas y conceptos están enlazados con la práctica; así, la educación liberadora no es un concepto o una idea, sino una práctica de la libertad.
El pensamiento freiriano nació enraizado en la realidad campesina del nordeste brasileño y después fue extendiendo raíces y nutriéndose de una América Latina y una África palpitantes, bullentes. Así, es posible que no podamos hablar únicamente de un pensamiento freiriano sino que tengamos que dar cuenta —más bien— de una praxis freiriana que, al mismo tiempo, se encuentra tejida con los hilos de tradiciones de pensamiento y luchas latinoamericanas y africanas.
En este mismo sentido, habría que reconocer también que la praxis freiriana, anclada a múltiples procesos históricos, fue también transformándose y decantando ciertas reflexiones y apuestas pedagógicas a lo largo de los años y los territorios. De ahí que sea posible identificar diferentes momentos en la praxis de Freire en los que se expresan con mayor énfasis ciertos aspectos. De Pedagogía del oprimido (1970) a Pedagogía de la esperanza (2013), pasando por Cartas a Guinea Bisseau y Cartas a Cristina, hay un largo camino en el que se pueden reconocer desplazamientos en el pensamiento y quehacer de Paulo Freire. No quisiera que platiquemos de eso ahora, aunque sin duda es un aspecto apasionante de la revisión de sus trabajos escritos. Antes bien, quisiera plantear dos preguntas para compartir con ustedes el día de hoy. La primera gira alrededor de ¿qué es lo que hace particularmente relevante el trabajo de Paulo Freire? Es decir, ¿qué es lo que hace que sea, quizá, el educador latinoamericano más leído y recuperado en todo el mundo? La segunda tiene que ver con su vigencia, y por ello les propongo que nos preguntemos en su cumpleaños 101 —y en medio de los 50 años de la publicación en español de uno de sus libros más conocidos—: ¿Qué es lo que tiene para decirnos Freire hoy?, ¿qué es lo que hace que volvamos una y otra vez a sus letras en busca de brújulas?
Entonces, ¿qué es lo que hace particularmente relevante a la figura de Freire? Quisiera volver a mencionar que nuestro autor abreva de, al menos, cuatro grandes matrices. 1) La tradición de educación popular latinoamericana que, aunque diversa, ha sido fraguada desde apuestas de liberación y emancipación más o menos radicales desde el siglo XIX. 2) Los movimientos revolucionarios del siglo XX en América Latina, de los que no sólo es heredero, sino a los que también abonó en algunos casos como en Nicaragua. 3) El movimiento de Cultura Popular de Recife, del que Freire hace parte y en donde emerge la propuesta pedagógica de alfabetización que él mismo diseña y empuja alrededor de 1962. 4) El pensamiento crítico latinoamericano dependentista, y el anticolonialismo africano, particularmente de Frantz Fanon. 5) El Movimiento Eclesial de Base y la Teología de la Liberación latinoamericana.
Desde este enfoque, habría que reconocer a Freire como heredero de estas tradiciones y procesos sociales, políticos y culturales de lucha; pero al mismo tiempo como un educador que condensa, de alguna manera, este cúmulo de procesos y experiencias y los orienta hacia el ámbito político-pedagógico y, desde ahí, radicaliza o, mejor dicho, enraiza su apuesta política-pedagógica.
Freire radicaliza la apuesta político-pedagógica porque la lleva hasta las raíces mismas de la opresión. Para Freire, no basta con describir las condiciones de opresión y las estructuras que las sostienen, tampoco basta con enunciarlas y repetir discursos “liberadores”; de lo que se trata es de propiciar espacios pedagógicos en los que las personas, en el encuentro cotidiano y de manera colectiva, puedan ir elaborando preguntas sobre la realidad concreta, preguntas sobre su vida, sobre el trabajo, sobre el mundo. Y, desde ahí, desvelar las condiciones de opresión que nos atraviesan en las diferentes dimensiones de la vida; no sólo para reconocerlas y poder nombrarlas (momento que es fundamental), sino para transformarlas. En esos movimientos (que no son lineales, ni se dan de una vez y para siempre, y que tampoco se suscitan con una receta de por medio), se despliega el proceso de concientización. Así, la concientización no es tampoco un concepto o una idea, o no sólo es un concepto o una idea; la concientización es praxis pedagógica, es decir, es una manera de ser y estar en el mundo y de propiciar espacios pedagógicos.
Acerca de la concientización Freire dijo en alguna ocasión:
Se cree generalmente que soy yo el autor de este extraño vocablo concientización debido a que es el concepto central de mis ideas sobre la educación. En realidad, fue creado por un equipo de profesores del Instituto Superior de Estudios del Brasil, hacia los años 64; se puede citar entre ellos al filósofo Álvaro Pinto y al profesor Ferreiro. (Freire, 1997, p. 23),
Y más adelante agrega:
… la concientización no consiste en ‘estar frente a la realidad’ asumiendo una postura falsamente intelectual. La concientización no puede existir fuera de la praxis, es decir, sin el acto acción-reflexión. Esta unidad dialéctica constituye de manera permanente, el modo de ser o de transformar el mundo que caracteriza a los hombres.
Por esta misma razón, la concientización es compromiso histórico. Es también conciencia histórica: es inserción crítica en la historia, implica que los hombres asumen el papel de sujetos que hacen y rehacen el mundo. (Freire, 1977, p. 24)
Quise retomar estas notas en torno a la concientización porque considero que nos permiten identificar algunos de rasgos que hacen relevante la praxis freiriana y que, para mí, tiene que ver con la manera en que Freire enlaza lo político-pedagógico y lo histórico-sociológico y los aterriza en los espacios pedagógicos.
Para Freire, todo proceso pedagógico está atravesado por relaciones de poder. Al mismo tiempo, todo proceso educativo, al entrañar un proyecto social, una forma de imaginar la manera en que debe ser el mundo implica un proyecto político. El problema, claro está, es que en muchos de los procesos educativos (acaso la mayoría) se tratan de ocultar no sólo las relaciones dominio que se reproducen en los propios espacios pedagógicos (aulas, jardines de niñxs, universidades, talleres); sino que también se ocultan (deliberadamente o sin querer) las relaciones de opresión y la manera en que atraviesan todas las dimensiones de nuestra vida. Peor aún, a menudo, este ocultamiento nos impide imaginar otros mundos posibles.
En esta ruta, nuestro autor advierte que es necesario que todo proceso pedagógico emerja desde el contexto, las necesidades y las palabras de las personas; de su realidad concreta, de su propia historia, que no sólo es individual, sino que es colectiva. La educación liberadora debe estar situada históricamente y, al mismo tiempo, debe permitir a los sujetos que se reconozcan en esa realidad en la que se entreteje lo político, lo social, lo cultural, lo económico, lo lingüístico, lo religioso… Desde mi perspectiva, hay una apuesta por una lectura sociológica del mundo. No en el sentido academicista, sino en su sentido de reflexividad sobre la realidad, cosa de la que todas y todos somos capaces, no solas y solos, sino colectivamente, mediadas por el mundo.
Pero más aún, para Freire, sólo este desvelamiento del mundo, nos permite reconocernos no únicamente como productos históricos, los despojos de nuestro tiempo y nuestro contexto, sino como sujetos históricos capaces de imaginar y prefigurar alternativas. Ahora bien, esas alternativas no se construyen en lo abstracto, sino que se van cocinando a fuego lento, en el día a día, en el salón de clases, en los círculos de cultura, de alfabetización, en los talleres, conversatorios… Ahí, me parece, radica el elemento más relevante, para mí, como maestra, de la praxis pedagógica freiriana: nos convida a transformar en lo concreto, en lo cotidiano, con las otras y los otros.
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En 1997, en Sao Paulo murió Paulo Freire. En mayo se cumplieron 25 años de que volvió a la tierra sobre la que crecen las mangueiras y entonces aparece la pregunta que yo les comparto y que me gustaría que rumiáramos para conversarla más tarde: ¿qué es lo que tiene para decirnos Freire hoy?, ¿qué es lo que hace que volvamos una y otra vez a sus letras? Yo me voy a permitir adelantar algunas de mis ideas. Para mí, Freire aparece como brújula. Vuelvo a él cuando las preguntas me desbordan, pero quizá, más aún, habría que volver a él cuando siento que las preguntas me abandonan. Las preguntas, en Freire, están enlazadas con el desvelamiento de la realidad, con la posibilidad de reconocer y reconocernos en el mundo, de interrogar y de escucharnos. Las preguntas en Freire no son preguntas eruditas o para exhibir la supuesta ignorancia. ¡No!, las preguntas son para encontrarnos, para conocer a las y los otros, para conocer el mundo, pero también para desestabilizarnos, para indignarnos.
De esa manera, las preguntas están entretejidas también con las posibilidades de imaginar otros mundos posibles. Si las preguntas nos permiten reconocer y comprender cómo crecen las plantas, cómo funciona un avión, pero también por qué los salarios no alcanzan y la pobreza tiene cierto color en la piel, ello nos posibilita a cuestionar también si así debe ser o puede ser otra manera. Las preguntas son fundamentales en el proceso de concientización y son las que nos permiten identificar inéditos viables. Es decir, imaginar cosas que no podíamos siquiera pensar pero que, en ciertos momentos históricos y con base en el trabajo colectivo, emergen no sólo como deseables, sino como realizables. Por supuesto, Freire estaba pensando en muchos momentos en las grandes transformaciones sociales, pero esas grandes transformaciones no se harán de la nada. Deben irse fraguando en lo cotidiano, en el día a día. Así, otra de las cosas por las que yo siempre vuelvo al diálogo con Freire es por la posibilidad de propiciar espacios pedagógicos desde el diálogo y el encuentro.
Pongamos por ejemplo el proceso de alfabetización (del que se hablará un poco más tarde). Mucho se dice sobre el método de alfabetización de Paulo Freire, también conocido como Método de la Palabra generadora. Y claro, es útil tener un método de alfabetización que permite que las personas aprendan a leer y escribir en algunas semanas; pero eso no es lo fundamental, el método de alfabetización sin el proceso de concientización, es decir, sin la transformación de la praxis pedagógica, puede tender a reproducir las relaciones de opresión.
La historia de Brasil está atravesada por fuertes discusiones en torno a quiénes tienen derecho a votar. No fue sino hasta 1985 que se posibilitó que las personas que no sabían leer y escribir tuvieran derecho al voto (Costa Dias, 2012, p. 121). Para inicios de los años 1960, cuando Freire empuja, en el marco del Movimiento de Cultura Popular, la campaña de alfabetización, en el Nordeste brasileño (la región más pobre de Brasil) había 15 millones de personas en situación de analfabetismo sobre 25 millones de habitantes. (Freire, 1977 p. 14). Imaginemos la magnitud y la manera en que las clases más privilegiadas garantizaban su dominio y la prevalencia de sus intereses por medio del gobierno, simplemente a través del sistema electoral que en sí mismo era absolutamente excluyente. Ahora bien, para Freire no era importante únicamente que las personas aprendieran a leer y escribir para ir a las urnas, era fundamental que se reconocieran como sujetos históricos, capaces de decir (y escribir) su palabra. De ahí que no baste con la lectura de las letras, sino que debe propiciarse una lectura del mundo, no basta con escribir palabras, es necesario escribir las propias palabras.
Hace apenas 11 días se celebró el día mundial de la alfabetización y a propósito Eduardo Galeano recuperó en su libro Los hijos de los días el siguiente pasaje:
Día de la alfabetización
Sergipe, nordeste del Brasil: Paulo Freire inicia una nueva jornada de trabajo con un grupo de campesinos muy pobres, que se están alfabetizando.
—¿Cómo estás, João?
João calla. Estruja su sombrero. Largo silencio, y por fin dice:
—No puede dormir. Toda la noche sin pegar los ojos.
Más palabras no le salen de la boca, hasta que murmura:
—Ayer escribí mi nombre por primera vez. (Galeano, 2012, p. 288)
Ahí se encuentra la radicalidad del pensamiento de Freire. En esa posibilidad de materializar las demandas de transformación social en lo concreto, en los espacios pedagógicos que hacemos con la carnita, el hueso y la palabra, las grandes transformaciones que cambian las vidas que cambian el mundo. Quise recuperar esta reflexión sobre los procesos de alfabetización, porque considero que ese ejemplo concreto da cuenta de que la apuesta freiriana nos convoca a una praxis pedagógica que tiene por propósito construir, habilitar, posibilitar esos espacios pedagógicos de encuentro en los que, en el trabajo cotidiano, de aprendizaje colectivo y colaborativo, podemos ir transformando, no sé si el mundo —ojalá que sí y esa sigue siendo la apuesta—, pero al menos nuestra parcela de mundo.
Nota
[1] Agradezco también a Samuel González la lectura cuidadosa y cariñosa de estas letras durante su preparación.
Referencias
Eduardo Galeano, Los hijos de los días, Siglo XXI, México, 2012.
Paulo Freire, Fundamentos Revolucionarios de pedagogía popular, Editor 904, Buenos Aires, Argentina, 1977.
Joelson Costa Días, “E-Voting en Brasil”, Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, México, 2012.