1. A menudo pensamos la epidemia de Covid-19 en términos espaciales: los países que impacta, las fronteras que cierra, la mermada capacidad de los hospitales, la distancia entre los cuerpos, los pocos metros cuadrados a los que estamos confinados. Pero esta epidemia es también, y quizás ante todo, una insólita colisión temporal: en todas partes golpea en un momento singular —aunque de algún modo siempre en el peor momento— y en todas partes perturba de maneras inesperadas la trama del tiempo —a la vez acelera y desacelera, interrumpe o pospone, clausura ciclos históricos y abre de golpe el horizonte a futuros imprevistos—.

2. En México, como en tantos otros sitios, el virus impacta en una temporada histórica específica: la del neoliberalismo tardío. Han sido décadas de demolición del aparato de protección de seguridad social, y el virus, en este sentido, llega menos a destruir que a operar entre las ruinas de la destrucción neoliberal. 

3. El virus no viene a mostrar aquí ni en ninguna parte el fracaso del modelo neoliberal —eso se sabe desde hace años—. Lo sabe todo mundo desde, por lo menos, la crisis financiera de 2008. Lo sabemos los mexicanos desde diciembre de 1994. Desde entonces el neoliberalismo se ha arrastrado aquí y allá mecánicamente, sin ilusión ni promesa, entre las copiosas muestras de su propio fracaso —pero de cualquier modo dominante e imbatible—.

4. Cuando el neoliberalismo parecía muerto pero imposible de sepultar, cuando los Estados nacionales habían aceptado ya su incapacidad para alterar el paisaje económico global, cuando la imaginación política no conseguía concebir alternativas viables, cuando la realidad se obstinaba día a día en confundirse con la inercia neoliberal, de repente esto: la implosión del presente económico.

5. El virus —lo han dicho ya Bifo y el Comité Invisible— ha conseguido lo que ni la voluntad política ni el pensamiento radical habían podido: parar la máquina cuyo freno de emergencia no encontrábamos. Si esto es una revolución, es una revolución sin sujeto político: nadie la opera, nadie la detiene. Los que habían querido detener la máquina son ahora solo testigos del acontecimiento. En México, el gobierno que había prometido hallar y accionar el freno de emergencia tiene hoy como tarea casi única administrar una crisis que no ha provocado. 

6. Gobernar durante los próximos años significará, ante todo, gestionar el tiempo de la crisis.

7. Tanto tiempo invertido en acomodar de cierta manera el pasado, tanto tiempo gastado en armar y propagar un relato histórico que habría de terminar con una “cuarta gran transformación”, para que de pronto la secuencia temporal estalle y ese relato se vuelva, en un instante, letra muerta.

8. Las crisis —decía Kuhn— son prerrequisitos de las revoluciones. Aquí la crisis llega tarde: no a tiempo para posibilitar una transformación radical sino cuando un cambio de régimen —desde luego: tropezado y vacilante— estaba ya en proceso.

9. En otros países la epidemia ha supuesto —a pesar de los horrores o tal vez debido a ellos— una apertura del futuro, una redefinición de lo posible. Detenida la máquina, se ha empezado a sospechar que quizás sea posible desviarla o aun apagarla. En México es difícil encontrar hoy cualquier asomo de utopía; parece extenderse más bien la sensación de que una ilusión —o lo que quedaba de la ilusión obradorista— se ha disipado.

10. La epidemia suspende —por tiempo indefinido— el “estilo personal de gobernar” de López Obrador: las giras, los abrazos, las multitudes. Peor aún: vuelve a colocar en el centro la noción de administración, no de política, y trae de vuelta la hora de los tecnócratas y su “racionalidad” macroeconómica. 

11. El virus ha abierto una vez más el tiempo y el espacio a la oposición partidista en México. Antes de la epidemia no había —no parecía haber— resquicio alguno para el regreso de los opositores: ellos eran los responsables de la destrucción del país y carecían de toda justificación para reclamar de vuelta el poder. Ahora a esa destrucción se ha sumado otra, de la que nadie es directamente responsable, y de pronto se inaugura un mercado de opciones y propuestas para la reconstrucción del país.

12. En las próximas semanas abundarán los llamados a acelerar la vuelta a la “normalidad” económica. Eso es, justamente, lo que debe evitarse: la restauración de lo mismo.

13. Hoy la lucha política es entre aquellos que ven en esta crisis un paréntesis y los que advierten una fractura.