Byung-Chul Han publicó un artículo en el periódico madrileño El País (22 de marzo de 2020) reflexionando sobre las respuestas a la emergencia planetaria generada por la propagación del Covid-19. El filósofo surcoreano aborda un tema de preocupación cotidiana tanto para la gente de a pie como para los gobiernos. Pero algunos argumentos de Han me parecen debatibles. Me centro en cinco de ellos.

 

Cuarentena o no cuarentena

Su escrito comienza afirmando que Asia ya se tiene bastante controlada la epidemia, y que ello se ha logrado a pesar de que en países como Taiwán y Corea no se prohibió a la gente salir de sus casas y tampoco se cerraron tiendas y restaurantes. Pero no menciona que China, el epicentro del coronavirus, puso en cuarentena a 760 millones de personas, es decir, a la mitad de su población. Tampoco menciona que Corea tenía la experiencia relativamente reciente de la epidemia de MERS en 2015, una enfermedad respiratoria. Esto le permitió al gobierno actuar de inmediato. Además, el país tenía la capacidad logística para fabricar hasta 100,00 pruebas de detección del virus cada día, que usó para aplicarlas en 600 para identificar a los portadores del virus (New York Times, 23 de marzo de 2020). Países que no tenían esa experiencia, que no tuvieron la velocidad de reacción del gobierno coreano o que no contaban con su capacidad logística y recursos financieros tuvieron que pensar en otras opciones.

 

Cultura autoritaria como fortaleza de Asia

Luego hace una distinción entre las respuestas europeas y asiáticas. Dice: “Europa está fracasando. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que Europa no puede controlar la pandemia. En Italia mueren a diario cientos de personas. Quitan los respiradores a los pacientes ancianos para ayudar a los jóvenes. Pero también cabe observar sobreactuaciones inútiles. Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía … Pero eso es una huera exhibición de soberanía que no sirve de nada. Serviría de mucha más ayuda cooperar intensamente dentro de la Eurozona que cerrar fronteras a lo loco”. No puedo evaluar si la decisión acerca de quiénes recibirán un respirador es excesiva o no. Sólo sé que los servicios de salud pública en Italia no están preparados para esta avalancha de enfermos. En parte, ello se debe a las políticas de austeridad que afectan al presupuesto para salud. Pero Han tiene razón cuando dice que la cooperación permite mejores resultados.

Las cosas en Asia fueron diferentes, dice Han, y apela a un argumento culturalista para explicar las ventajas de Asia. Dice: “Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado …Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia … Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado. Los apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas”. Agrega que la vigilancia digital combinada con la falta de protocolos de protección de datos personales permite a las autoridades controlar a la gente con más facilidad: En China hay unos 200 millones de cámaras de vigilancia (muchas de ellas con tecnología de reconocimiento facial) y las empresas proveedoras de internet no tienen problema en compartir datos de sus clientes con el gobierno.

Esta es la visión que Byung-Chul Han nos brinda de Europa y de Asia. Quiero polemizar con las consecuencias que extrae de estas dos respuestas. Decir que el éxito de Asia se debe a la mentalidad autoritaria de sus habitantes no es muy satisfactorio cuando uno piensa que Hong Kong, uno de los países que menciona como parte de dicha mentalidad, experimentó en buena parte de 2019 manifestaciones masivas y sumamente combativas en pro de la democracia. India, que también califica como Asia, aunque Han no menciona a este país, también es prolífica en protestas. Pero démosle el beneficio de la duda y aceptemos de momento que los asiáticos son efectivamente más obedientes. Ahí surge un nuevo problema: Asia no serviría como modelo de cómo Europa y el resto del mundo deberían haber respondido a la epidemia, pues una mentalidad autoritaria, sumisa a los dictados gubernamentales, no se crea de la noche a la mañana. El autor no puede hacer juicios acerca del fracaso de unos y el éxito de otros a partir de ventajas comparativas como la generalización de una cultura de la obediencia. Sería como si alguien acusara a los noruegos de no ser capaces de cultivar mangos, o a los cubanos por no ganar medallas en los juegos olímpicos de invierno.

Hay un segundo problema. El autor no se limita a presentar dos respuestas al Covid-19. Describe el caso de Europa como errado, lo cual se pone en evidencia por el uso de adjetivos de valor como fracaso, sobreactuaciones inútiles, cierre de fronteras a lo loco, etc. El tono cambia cuando describe las ventajas de la respuesta en Asia, entre las cuales incluye el confucianismo, así como el uso de mascarillas y la importancia del big data. No sé lo que piensa Han sobre la minería de datos personales en general, sólo lo que dice al respecto en este artículo, es decir, alaba su eficiencia ante el coronavirus. Esto sugiere que el planeta debería hace un cambio de paradigma hacia la era digital basado en la ausencia de privacidad y el control riguroso de la población. La verdad es que las empresas privadas han estado haciendo minería de datos desde hace tiempo (FB probablemente conoce nuestros gustos mejor que nosotros mismos), pero eso no significa que aceptemos que los usen con una sonrisa en la boca o con la resignación de quienes saben que deben bajar la cabeza y aceptar. No lo hacemos: la gente en Europa y América se resiste a ese control. Podemos darle la razón si lo que Byung-Chul está proponiendo es que el autoritarismo puede ser ventajoso para este caso, pero no podemos pasar por alto el problema normativo que tiene una argumentación que plantee eso en nombre de la eficiencia.

 

Big data y libertades en Europa

Es llamativo que luego de concluir que para combatir el Covid-19 el big data es más eficaz que el cierre de fronteras, el autor agrega que la protección de datos personales en Europa hace imposible que el modelo asiático funcione allí. Entonces, ¿en qué quedamos? Por un lado, el cierre de fronteras y el aislamiento de la población en sus casas es un absurdo, y por el otro, hay que usar estrategias acordes a dónde hay que enfrentar la epidemia (y cuáles son los recursos que se cuenta para ello). No puede afirmar las dos cosas como verdaderas al mismo tiempo sin caer en una contradicción performativa: Han debe decidir si considera el cierre de fronteras como un absurdo o si el modelo asiático de Big Data no funciona en las sociedades en las que no hay una cultura autoritaria.

 

Virus y clase social

Byung-Chul Han cuestiona qué sentido tiene cerrar restaurantes si la gente se aglomera en el transporte público para ir al trabajo, generando una división de clases a nivel de la epidemia: los que se arriesgan en el transporte público y los que pueden desplazarse en auto. Esto es cierto, hay una división de clases sociales, pero no por la epidemia, sino porque esa es la cotidianeidad cotidiana del capitalismo. El papel de la clase, o por lo menos de la división desigual de los ingresos en un país, se ve mucho más claro cuando hay un alto porcentaje de trabajadores informales, que viven al día, o se piensa en pequeños empresarios dueños de una peluquería, un bar o una tienda de la esquina, quienes tal vez no viven al día, pero no pueden pagar salarios a sus empleados y deben seguir pagando renta, seguros, etc. El Covid-19 para ellos es un disparo al corazón de su supervivencia.

El filósofo coreano no menciona que el cierre de comercios, espectáculos, instituciones educativas y lugares de trabajo vino acompañado de pedidos de auto-cuarentena de la población, trabajo en la casa donde ello fuera posible, cierre de oficinas públicas, distancia de 1 a 2 metros entre personas, y posteriormente hubo una prohibición de salir a la calle en grupos de más de dos personas, o de desplazarse a lugares que no fueran farmacias, hospitales o supermercados. Todo ello fue para reducir el contagio. Si no hay trabajo o diversión, y no se puede salir a calles y parques, el hacinamiento en el transporte público deja de ser un problema relevante. Las imágenes provenientes de Italia, España, Chile o Alemania muestran calles y plazas vacías, o con escaso movimiento.

 

La negatividad del enemigo

Por último, Byung-Chul Han habla del retorno de la negatividad del enemigo en sociedades permisivas. Dice: “Hace exactamente diez años sostuve en mi ensayo La sociedad del cansancio la tesis de que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo”. Eso terminó, agrega, porque “La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva”. El pánico generado por el virus ha traído de vuelta el paradigma inmunológico: el enemigo ha regresado bajo la figura del Covid-19, dice Han.

No he leído ese libro, pero me cuesta comprender en qué se basa para hacer esas afirmaciones acerca de la ausencia de enemigos. Primero porque en 2010, cuando publicó el libro, llevábamos ya una década del retorno del paradigma hobbesiano de la seguridad nacional impulsado por el ataque terrorista a las Torres Gemelas en 2001. Occidente definió al terrorismo islámico (inicialmente Al-Qaeda, luego ISIS y, en Rusia, a los separatistas chechenos) como un enemigo mortal al que había que combatir de manera implacable. ¿No es esa la negatividad que Byung-Chul Han decía que había desaparecido? ¿No hemos cohabitado con la negatividad de ese enemigo desde hace dos décadas? El propio autor lo menciona, pero sólo para minimizar su impacto, diciendo que “Últimamente incluso el terrorismo islámico parecía haberse desplazado a zonas lejanas”. Eso no tiene sustento real, pues en Europa los controles fronterizos, las políticas de seguridad interna y las unidades anti-terrorismo siguen contemplando al integrismo islámico como un peligro actual.

Y segundo, la negatividad del enemigo está muy presente debido al auge espectacular de la nueva derecha que pregona nativismo, racismo y xenofobia. Estos temas dejaron de ser parte de la agenda de pequeños grupos marginales: se integraron a la política electoral de partidos más tradicionales que también impulsan el recelo hacia al migrante pobre, moreno, no cristiano y no heterosexual. Pensemos tan sólo en Estados Unidos, Hungría, Polonia, Italia, Francia, España, Austria o Brasil. ¿No se trata esto de la negatividad de un enemigo definido en términos nacionales, religiosos, raciales o de preferencia sexual? Y luego están los grupos neonazis que Byung-Chul Han debe conocer bien, pues son de Alemania, donde él vive. Incluido un partido como Alternativa para Alemania (AfD): Para ellos, el enemigo es el extranjero pobre, de tez oscura y no cristiano. También está el Brexit, paradigma del pensamiento insular que rechaza todo lo que huela a multilateralismo. Tal como con el enemigo definido por el retorno del pensamiento hobbesiano de la seguridad, ¿no hay acaso un enemigo en esta agenda de la derecha radical que lleva 20 años en ascenso y ha logrado introducir los temas de su agenda al debate público?

Es de celebrarse que filósofos como Byung-Chul Han dejen de escribir sólo para otros filósofos y que se dediquen a pensar temas que nos afectan en la vida cotidiana. Con ello Han y otros retoman la tradición de intelectuales públicos como Jean-Paul Sartre, quien no dudaba en marchar por una causa o escribir sobre lo que ocurría a su alrededor. Pero el mero hecho de que lo hagan no significa que debemos encomiar todo lo que dicen. El pensamiento crítico no es propiedad exclusiva de los pensadores profesionales. Es lo que hacemos día a día cuando reflexionamos para hacernos una opinión acerca de los que leemos, escuchamos o vemos.