La noche del 8 de noviembre de 1926, en “el año napoleónico de la revolución fascista” en palabras de Mussolini, Antonio Gramsci fue detenido camino a casa después de haber tenido una reunión con sus compañeros diputados del Partido Comunista Italiano. Semanas atrás, a pesar del complejo escenario y habiendo tenido la oportunidad de salir del país, Gramsci había tomado la decisión de permanecer en Roma porque le preocupaban las discusiones sobre las “leyes liberticidas”. Creía que la inmunidad parlamentaria le daba el soporte necesario para mantenerse activo a pesar de que los diputados de la oposición habían tenido que limitar sus actividades ante la persecución.

En los años previos a su detención, los fascistas habían concretado las bases de un gobierno centralizado a través de la reestructuración del Estado. Ya a finales de 1925, en detrimento de la representación parlamentaria, comenzó el proceso legal que otorgaba poder absoluto a Mussolini. Unos días antes de la detención de Gramsci y después del fallido atentado del 31 de octubre en Bolonia contra Il Duce, el 5 noviembre de 1926, se aprobaron las llamadas leggi fascistissime. Con su aprobación se suprimieron todos los partidos políticos y la libertad de prensa. A un día de su discusión en el Parlamento, el 6 de noviembre de 1926, el secretario del partido fascista Roberto Farinacci había lanzado una iniciativa de revocación del mandato parlamentario de la oposición. Aunque en un primer momento sólo se habían considerado a los diputados del Aventino –es decir, socialistas–, la noche del 8 de noviembre, Mussolini mandó llamar a Farinacci para informarle que había incluido en la iniciativa a los diputados comunistas. Unas horas más tarde, Gramsci fue detenido.

 

 

Lo mantuvieron en aislamiento absoluto durante diez días en la cárcel de Regina Coeli, poco tiempo después fue trasladado a la isla de Ustica. Finalmente, el 20 de enero de 1927 se le asignó la cárcel San Vittore en Milán, en espera de juicio. Poco después del arresto, el 10 de noviembre, entró en acción la OVRA (Organizzazione per la Vigilanza e la Repressione dell’Antifascismo), policía política al servicio del Estado que, en esa noche, ocupó y cerró la sede de todos los partidos o asociaciones antifascistas: arrestó a muchos y forzó a otros al exilio. Con estas medidas Mussolini garantizó la inmovilidad y la desaparición de la oposición. Ya desde unos meses atrás, el 3 de abril, se había votado la ley que reconocía el llamado Pacto del Palacio de Vidoni, esto es, el acuerdo entre la Confederazione dell’Industria Italiana (Confindustria) y la Unión de sindicatos fascistas, con él se reconoció a ésta última organización como la única representación legítima de los intereses obreros. Uno de los ejes de la nueva ley prohibía la huelga. El pacto entre el fascismo y los industriales fue el último paso con el que se logró poner fin al poderoso movimiento obrero de los años precedentes, con lo que se clausuró finalmente cualquier posibilidad inmediata de la revolución social, ésa que parecía tan cercana unos años atrás.

Mientras Gramsci esperaba sentencia –bajo la posibilidad de una negociación que le permitiera recobrar la libertad–, la oposición había pasado a la clandestinidad y el movimiento obrero había sido totalmente corporativizado. La vieja oligarquía italiana había recurrido a los extremistas entre 1920 y 1922 para frenar el impulso de la clase obrera. En realidad, hasta el verano de 1920 los fascistas no eran sino un grupo de agitadores que hacía uso de la violencia como forma de choque, pero que no disponía de ninguna clase de apoyo popular. En el otoño de ese mismo año, poco después de la derrota de la clase obrera –que vivió sus mayores victorias durante el llamado Bienio rojo 1919-1920–, los bancos y los grandes propietarios financieros habían establecido una alianza con el fascismo para crear fuerzas paramilitares organizadas que enfrentaran la posible recomposición de la organización obrera.

Gramsci ya era miembro de la comisión ejecutiva del PSI en la sección de Turín, en los años en que tuvo lugar el Biennio rosso. Son los años en los que, a través del trabajo organizado en torno a la publicación de L’Ordine Nuovo, se intensifica su labor periodística y su participación en el proceso organizativo y de lucha del movimiento. Es también el periodo en que se definen algunos de los principios fundamentales de concepción sobre la organización social y sus necesidades. A través del semanario, el grupo de Gramsci logró distinguirse al interior del PSI. Los ordinovistas –como se les conoció– se colocaron en el sector comunista al interior del partido como una fuerza intelectual y política con una identidad propia. Desde ahí, Gramsci provocó una discusión en diversos artículos en los que convocaba a atesorar la experiencia de los soviets como ejemplo del ejercicio de una organicidad democrática de la clase obrera, como la forma de organización que permitió en el proceso revolucionario ruso la construcción de un nuevo Estado; al tiempo que proponía la organización de una coordinación autónoma al Partido Socialista Italiano, que sirviera como medio de articulación con las formas tradicionales de la vida social ya consolidadas entre la clase obrera italiana. 

La idea central era que, utilizando una lógica parecida a la de la organización de las Comisiones Internas –órganos de representación que eran elegidos por los trabajadores organizados en sindicatos–, se crearan Consejos de fábrica, como formas de democracia obrera con las que se limitara el poder del patrón en la fábrica; en la perspectiva de que éstas se convirtieran en el poder proletario que sustituyera al capitalista en todas sus funciones de dirección y administración. Sería, entonces, una forma de organización que permitiría a la clase obrera adquirir la experiencia necesaria para asumir el control de la producción. El planteamiento representaba un claro golpe contra el dominio absoluto del PSI sobre la organización obrera. Por su puesto, el partido debía seguir siendo el órgano de educación comunista, “el foco de la fe”, “el depositario de la doctrina”, pero sin cerrar las puertas a todos aquéllos que desde su experiencia de trabajo no estuvieran acostumbrados al ejercicio de la responsabilidad y de la disciplina que éste les demandaba.

Desde ese momento, el problema de las Comisiones Internas, como formas organizativas propias del proletariado italiano, se volvió uno de los temas centrales de discusión en el periódico. L’Ordine Nuovo era el “periódico de los consejos de fábrica”. La formulación de la organización de los Consejos de fábrica estaba inspirada directamente en la experiencia de la Comuna de París y, por supuesto, en la victoria de los soviets en la Revolución Rusa. Este debate –que enfocaba la experiencia del proletariado turinés–, manifestaba la crisis del PSI y profundizó las desavenencias entre reformistas, maximalistas y comunistas. 

No obstante, los derroteros de la discusión fueron marcados por las disposiciones que venían de la Internacional Comunista.  Del 19 julio al 7 agosto de 1920, el II Congreso de la Internacional Comunista delimitó la línea central a seguir por el comunismo internacional: la guerra contra la socialdemocracia. Es el Congreso de las Veintiuna condiciones propuestas por Lenin para la admisión de los partidos socialistas en la Tercera Internacional. No obstante, la tercera oleada del movimiento obrero trazaría el ritmo de los acontecimientos inmediatos. Para el primero de septiembre, la federación de obreros metalúrgicos convoca a cerrar algunas fábricas en búsqueda de aumento salarial, pero en Turín fueron más allá: en las fábricas, tomadas por los consejos, se reanudó la producción. En la Fiat-Centro se logra llegar a producir más del 50% de los automóviles ensamblados en tiempos normales. El éxito y las posibilidades abiertas fortalecieron entre los consejistas de la Fiat-Centro la tendencia escisionista del PSI. Gramsci aún mantenía la firme idea de que era necesario atraer a muchos más trabajadores al comunismo para garantizar la fortaleza interna del grupo antes de cualquier ruptura. Sin embargo, el cisma es inevitable, el 20 de septiembre de 1920, los comunistas se separan de la dirigencia sindical del PSI. Y en ese momento la ocupación comienza a entrar en un evidente retroceso; fuera de Turín el dominio sobre las fábricas no era tan poderoso como para dar semejante salto. Finalmente, a principios de octubre, se firma un acuerdo de tipo reformista entre el movimiento y los industriales, con el que, a cambio de una promesa de control obrero sobre las empresas, se logra que los obreros evacúen las fábricas y regresen al trabajo. 

Después de la derrota del movimiento de agosto-septiembre, la rebelión obrera italiana entró en un periodo de reflujo. En este ambiente, la línea política respecto a la aplicación de las veintiuna condiciones de Lenin, fue cuestionada por algunos reconocidos líderes socialistas como Giacino Serrati, que en un llamado a la unidad destacaba la posibilidad de una fuerte contraofensiva de los grupos reaccionarios ante la separación de los socialistas; a lo que Lenin respondió:

 

Serrati teme que la escisión debilite al partido… En un momento como éste no sólo es absolutamente indispensable alejar del partido a los reformistas…, sino que puede ser útil incluso alejar de todo los puestos de responsabilidad a excelentes comunistas que titubean… (Fiori, 2015)

 

Lenin había hablado. Así, bajo los lineamientos de la internacional, en octubre, se hace público el Manifiesto-Programa de la fracción comunista del PSI, que se ratificó a finales de noviembre de 1920. Ante lo evidente, Gramsci si bien había mantenido una postura muy crítica respecto al momento y a los medios de construcción de la separación, finalmente, se suma a la construcción del Partido Comunista Italiano. El 15 de enero de 1921 en el Congreso del PSI, en Liorna, la mayoría del proletariado italiano optó por los socialistas; no obstante, unos días después, se fundó el nuevo Partido Comunista Italiano (PCI). 

El nacimiento del PCI estuvo acompañado de algunos de los síntomas del complejo fenómeno social que encabezaría la reacción. Ya desde marzo de 1919, se fundó el primer Fascio di combattimento, al llamado de Mussolini, con el propósito de agrupar a los antiguos combatientes de guerra, conocidos como arditi, y a los viejos partidarios de la intervención en la guerra. En abril de ese año, los fascistas incendiaron la sede del periódico del PSI Avanti!, del que Mussolini fuera el director en 1914. De esta forma, frente al repliegue del movimiento obrero, en octubre de 1920, el fascismo devino en una fuerza política real sobre la que la pequeña burguesía fincó sus esperanzas de estabilidad. La violencia fascista se nutrió del fuerte sentimiento nacionalista de la posguerra, de la oposición al colectivismo rural de los socialistas y del miedo antibolchevique de la burguesía de las ciudades. El otoño de 1920 representó el momento de la alianza entre los industriales y el fascismo: a cambio de combatir al socialismo y a cualesquier formas de insurrección social, Mussolini y los suyos recibieron el apoyo económico de la pequeña burguesía. Ahora el fascismo tenía la libertad suficiente para fortalecer su crecimiento. Para finales de 1920, los fascistas encabezaron las llamadas “expediciones punitivas”, es decir, la serie de respuestas violentas contra cualquier intento de insurgencia.

El terror impuesto por las escuadras fascistas despierta una vehemente reacción popular: la violencia se empezó a enfrentar con violencia. La acción de los fascistas ya no se restringió a las manifestaciones; invadieron ciudades, destruyeron los espacios de organización social de cualquier tipo, atacaron los barrios obreros. Mussolini sabía que debía mantener el control de la situación, por lo que, en desacuerdo con los escuadristas, propuso la unidad centralizada de los fasci di combattimento para la consolidación del partido. El 7 de noviembre se funda el Partido Nacional Fascista (PNF). 

Desde principios de 1922, ante los esfuerzos de la oposición por hacer frente al fascismo, Mussolini trabajó por dar a su partido una verdadera dimensión política; el 13 de agosto, en la reunión del Consejo del PNF, declara que es hora de devenir en Estado ya sea por la vía legal o por la vía violenta. El 24 de octubre, ante 40 000 camisas negras, exige “o nos dan el poder o lo tomamos en combate sobre Roma”, él sabe que ésta es sólo una medida de presión. La muestra fue que en la movilización del 27 quienes marcharon sobre Roma fueron hombres mal armados y sin víveres, pero suficientes como para que Mussolini exigiera la jefatura de gobierno, que sin ambages le es concedida por el rey. Mientras esto sucedía, el día 29, los fascistas asaltaron e incendiaron el local del L’Ordine Nuovo –que ya era el periódico del PCI– así como el del Avanti!

Gramsci no presenció los acontecimiento de 1922 porque se encontraba en Moscú, donde además pasó una temporada en una casa de retiro, inmerso en las labores del IV Congreso. El clima de persecución no favorecía su regreso a Italia. Después, en noviembre de 1923, Gramsci fue asignado a Viena para tratar de seguir desde ahí los acontecimientos italianos. Desde allá, en abril de 1924, salió electo diputado por la circunscripción Veneto-Venecia, así, la inmunidad parlamentaria le permitió volver a Italia para mayo. Gramsci llevaba unos cuantos días en Roma cuando la eclosión política llegó al punto climático.

El 24 de mayo de 1924 en la apertura de la Cámara, el diputado socialista Giacomo Matteoti propuso la invalidación de los diputados fascistas; su discurso se convirtió en una acusación sobre el régimen. La noche del 10 de junio el diputado fue levantado y asesinado por un grupo de escuadras; durante semanas, hasta que se localizó su cuerpo, para todos sólo había desaparecido. Desde entonces, el llamado “caso Matteoti” se convirtió en el emblema de la persecución del absolutismo fascista. Como reacción al asesinato, un número importante de diputados de oposición –básicamente socialistas– decidieron boicotear con una huelga la Cámara en tanto no fuera disuelta la milicia o las organizaciones secretas de represión. La huelga de los diputados fue bautizada como l’Aventin. Mientras Mussolini, negando cualquier responsabilidad en el asesinato de Matteoti, logró que los diputados en activo de la Cámara le otorgaran un voto de confianza, con lo que garantizó el triunfo político del fascismo. Por su parte, el rey Victorio Emmanuel hizo caso omiso de las denuncias sobre la represión. Así, con las manos libres, Mussolini recrudeció la persecución: el 31 de diciembre hizo cerrar todos los periódicos de la oposición; el 3 de enero de 1925 movilizó a la milicia, cerró los círculos antifascistas, disolvió las organizaciones subversivas y arrestó a muchos opositores. De forma simultánea se reprodujeron una serie de actos terroristas, todos en una absoluta impunidad. En octubre se dio el golpe final al sindicalismo, con la firma del acuerdo del Palacio de Vidoni que aseguró a los fascistas el monopolio de la representación obrera ante la patronal. El círculo de los antecedentes de la represión se habían cerrado y, meses después, el 8 de noviembre de 1926 Gramsci fue detenido camino a casa. Lo esperaría una condena de veinte años que no cumplió, pues murió en 1937 a los cuarenta y seis años, después de que se le hubiera dado libertad condicional. En esa década, sin embargo, escribió las páginas que serían el legado intelectual que nos dejó, tal como se lo propuso, für ewig. Para siempre, Nino.

Referencias

Fiori, Giuseppe (2015), Vida de Antonio Gramsci, Barcelona, Ediciones Península.

D’Orsi, Angelo. Una nuova bografia, Feltrinelli.