Una de las cosas más raras de septiembre, y hubo competencia, fue el resurgimiento del Iturbidismo en México. Parecía acuerdo nacional evitar que Agustín de Iturbide engrosase el panteón de héroes, pero diversos miembros de la élite decidieron que tampoco compartirían esa noción con el populacho. En un foro en el Colegio Nacional, los campeones de los claroscuros y matices declararon que “la historia no tiene héroes ni villanos”, pero sin duda el 27 de septiembre es “el único día feliz que recordamos”.

Los hechos parecen respaldar el acuerdo social en torno a Agustín I. Un coronel realista que combatió a los insurrectos, cambió de bando a su conveniencia y tomó el poder a la primera oportunidad. Cuando los republicanos, como Nicolás Bravo y Guerrero, tomaron relevancia en el Congreso Constituyente, Iturbide arrestó a opositores, presionó al Congreso con fusiles para nombrarlo Emperador, y terminó por disolverlo meses después. Este primer golpe de Estado del México independiente no sólo inició una terrible tradición en el país, sino que los enviados de Agustín I también desencadenaron el primer conflicto militar en la América Central independiente. 

¿Cómo Iturbide se transformó, en los últimos meses, en el campeón de los liberales más intransigentes? Es extraño, pero es algo que es un fenómeno común para la élite ilustrada en México por los últimos 150 años: el ansia de imperio.

1. Agustín

El 16 de septiembre de 1849 El Universal, el periódico que había enarbolado al partido conservador, aseguró que el Grito de Dolores no debía considerarse más el día de la independencia. En cambio, el 27 de septiembre, publicó un artículo titulado “El Gran Día de la Nación”, en el cual celebraba la entrada de Iturbide a la Ciudad de México. Hasta entonces, la fecha, también el cumpleaños del militar, había pasado más o menos desapercibida y su elección, contra el Plan de Iguala del 24 de febrero o la firma del acta de Independencia el 28 de septiembre, tenía como objetivo reivindicar la figura de Iturbide como el caudillo independentista. 

Iturbide se había convertido, en los años previos, en el campeón de la revisión conservadora de la Guerra de Independencia, en particular por su carácter antipopular y su origen criollo, blanco y lealista. Para el ideólogo del partido conservador, Lucas Alamán, los sectores populares insurrectos durante el conflicto, liderados por Hidalgo, Morelos o Guerrero, eran “unas desoladoras huestes”, mientras que los realistas como Iturbide y Santa Ana habían sido los únicos pilares de civilización, orden y propiedad durante el movimiento independentista. El ejército Trigarante para Alamán no era, en consecuencia, la conclusión de la rebelión popular de 1810, sino “el esfuerzo de la parte ilustrada y los propietarios para reprimir una revolución vandálica, que hubiera acabado con la civilización y la propiedad del país.”(Alamán, 1985)

La nostalgia de los tiempos del imperio de Alamán y el partido conservador tenía no sólo que ver con su experiencia durante la independencia, sino por la formación de poder indígena, negro y mestizo dentro del país y su identificación con líderes como Morelos y Guerrero. Después del asesinato de Vicente Guerrero, Alamán había justificado el complot aseverando que el caudillo representaba las semillas de “un fuego” que pronto consumiría a los Estados de México y Michoacán.  El grito de “Viva Guerrero”, sostenía, aterrorizaba a los propietarios y tenía el mismo carácter que “las invasiones de los pueblos bárbaros del norte en las provincias del Imperio Romano”. (Van Young, 2021, p. 469)

 En suma, el ansia de imperio, romano, español o iturbidista, tenía que ver con el terror de la élite criolla a la composición afro-india de los sectores liberales sureños y de sus líderes. La independencia de Haití, primero, y la explosión de la Guerra de Castas en México, después, habían convencido a los conservadores de que el Grito de Dolores marcaba el inicio de una guerra de razas en el país. Parte de la defensa de su raza, estatus y propiedad privada era la colonización por inmigrantes europeos, y la protección de líderes como ellos, los Iturbide de la historia, o su más cercano reemplazo en el presente, Antonio López de Santa Anna. En los siguientes años, esta élite criolla alimentó ansiedades aún más extremas, que la llevaron a buscar a un emperador europeo. 

2. Maximiliano

Todo suena ridículo, pero se trataba de la actividad más solemne para ellos. Antonio Escandón, sus hermanos Pedro y Vicente Escandón y sus sobrinos Alejandro Arango y Escandón e Ignacio Amor y Escandón llegaban a Miramar en un otoño de 1863. Para entonces, ya habían recibido condecoraciones en España, la orden de Isabel La Católica, y Roma, la orden de San Gregorio de manos del Papa, y estaban listos para iniciar los trámites de importación de un príncipe tan güero como se podían imaginar: un Habsburgo. 

Pedro y Vicente Escandón, junto con una corte de soldados sudaneses, acompañaron a su nuevo soberano y desembarcaron con él en Veracruz. Mientras tanto, Antonio se dedicó a hacer negocios en Londres, donde constituyó la “Imperial Mexican Railway Company”, para continuar la construcción del ferrocarril de Veracruz a México siguiendo a las tropas francesas. Su sobrino Alejandro viajó a Roma y, con un pequeño capital de 50 mil francos, le alcanzó para colgarse la Cruz de Jerusalén y el cargo de Cónsul General de los Estados Pontificios en México. 

Los Escandón eran, en ese entonces, la familia capitalista más importante del país. Iniciando con una compañía de arrieros habían logrado suplir diversas funciones del Estado en la década de 1830, desde la acuñación de moneda hasta el cobro de impuestos. Habían negociado con liberales y conservadores, pero su gobernante preferido había sido, definitivamente, Santa Anna. Eran ellos, también, los favoritos del dictador. El abogado de la familia, José Bernardo Couto, había estado a cargo de la negociación del Tratado de Guadalupe Hidalgo, mientras que el apoderado de Manuel Escandón, Manuel Olasagarre, fue el ministro de Hacienda encargado de la firma del Tratado de la Mesilla. Durante la negociación de venta del territorio, el precio de indemnización había caído de 50 millones a sólo 10. El enviado estadounidense había declarado que, a través de una compañía de Manuel Escandón, había pagado un soborno de 2.5 millones a Santa Anna. De los diez millones de la indemnización más de 800 mil se habían perdido por comisiones tomadas por varios enviados a Nueva York, y el resto, 6.6 millones, se habían repartido entre 6 familias burguesas del país, acreedoras del Estado. De entre ellas, los Escandón se habían embolsado la modesta cantidad 3.25 millones, un tercio del total (García Solares, 2013).

Tal vez eran unos corruptos, pero también eran hispanistas de cabo a rabo. Después de perder el control del país en las elecciones, en la Guerra de Reforma y en la Intervención Francesa, el clan Escandón junto con otras familias capitalistas de la ciudad enfocaron sus esfuerzos en ganar batallas culturales que demostraran su participación en la modernidad europea. En los años posteriores al fusilamiento del segundo emperador de México, Antonio Escandón y Alejandro Arango y Escandón retomaron un proyecto de Maximiliano de erigir un monumento a Colón en la capital. En 1872 contrataron al escultor francés Charles Cordier para construir una estatua, la cual fue instalada en el ahora Paseo de la Reforma tres años más tarde. Ese mismo año, 1875, Alejandro Arango y Escandón fundó la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente a la Real Academia de la Lengua Española, y fue nombrado silla II. Por fin había traído el Imperio a casa, pues la Academia sesionaba en su sala. 

En suma, la élite conservadora blanca capitalina había sido derrotada ya varias veces por los que más temían, afro-indígenas como Luis Álvarez o Benito Juárez, pero pronto se entendieron con las élites liberales blancas, como Sebastián Lerdo de Tejada, y con los líderes militares con tendencias europeizantes, como Don Porfirio. 

 Cesare-Dell’Acqua, La delegación mexicana recibe a Maximiliano como emperador de México (1864). Tomada de Wikimedia.

3. Los Habsburgo

El derrocamiento de Francisco José de Austria, el hermano mayor de Maximiliano, durante la Primera Guerra Mundial marcó el inicio de una nueva nostalgia, esta vez europea, del Imperio Habsburgo. En la primera posguerra, un grupo de abogados liberales austriacos, provenientes de la alta burguesía étnicamente judía y alemana, comenzaron una escuela de pensamiento basada en el individualismo liberal y altamente opuesta a la participación democrática: el neoliberalismo liderado por Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. Esta nueva nostalgia tenía las mismas características que las ambiciones imperiales mexicanas del siglo anterior: la protección de la propiedad privada, el individualismo y la exclusión de sectores populares de la política.

La nostalgia neoliberal por los Habsburgo añoraba esa particular mezcla de liberalismo económico, el dominio multiétnico, el cosmopolitismo y, sobre todo, su restricción de la participación popular en el poder político. Los profesores de Mises y Hayek (Menger, Wieser y Böhm Bawerk) habían sido cercanos a la administración imperial en Viena y habían ocupado cargos de finanzas y hacienda. El imperio, en esos años, había promovido un libre comercio al interior, una defensa férrea de la propiedad privada, bajos impuestos y había diversificado la participación de algunos grupos étnicos, como los judíos, en las élites económicas, académicas y políticas. Más aún, la redistribución era inexistente y las clases populares estaban completamente excluidas de la política. Convencido de la necesidad de esta restricción de la política, Böhm Bawerk renunció al ministerio de finanzas del imperio cuando se incrementaron las presiones para el sufragio universal igualitario para la elección del Consejo Imperial en 1905.  

El resto de la historia es más o menos sabida. El resto de su vida, Hayek, Mises y sus seguidores transitaron diversos imperios, siempre como consejeros de figuras antidemocráticas, pero en defensa de la propiedad individual. Hacia el final de sus vidas, estos nostálgicos no habían podido restaurar a los Habsburgo tal como lo imaginaban, pero habían influenciado la construcción de imperios multinacionales desde las instituciones internacionales. A la muerte de Hayek, en 1992, inició una nueva nostalgia sobre las bondades de los imperios en las Américas, con los 500 años de la llegada de Colón al continente. En México, la élite hispanista de Vuelta y Nexos estaban listos para recordar, nostálgicos, la era de esos buenos imperios europeos cosmopolitas. 

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El 16 de septiembre de 2021, Héctor Aguilar Camín publicó en Milenio una columna titulada “Enigmas del 16 de septiembre”. En ella, argumentaba que la celebración de la independencia de México el 16 de septiembre era una mentira fundadora: “¿Por qué celebramos como padres de la independencia a los curas insurgentes derrotados, Hidalgo y Morelos, y no al militar criollo que la hizo realidad en 1821?”. Como la editorial de El Universal, en 1849, el historiador despreciaba a la insurrección popular y enaltecía la conjura elitista entre realistas. “La iniciación fue un fracaso y la consumación un éxito”– declaró con completa objetividad. 

Sorpresiva, pero no nueva, el extraño resurgimiento y reivindicación de Iturbide, Maximiliano y Colón este año tienen los mismos motivos que otras iteraciones del ansia de imperio: el desprecio a la movilización popular como motor del cambio social; la defensa de la propiedad privada y del individualismo; y la restricción del gobierno a una élite ilustrada. Como Alamán en su tiempo, Camín considera que los habitantes de Guerrero no necesitan poder político, sino “civilización”; como Alejandro Arango, Krauze considera que la estatua de Colón es un monumento a “la inserción del país en la civilización occidental”;  José Antonio Crespo considera que Maximiliano, de “noble cuna”, se había opuesto a “los sectores acomodados de la sociedad mexicana”.

No deja de ser simpático que los campeones del revisionismo, y de la ridiculización de los programas de educación pública, estén tan empeñados en reciclar a emperadores y conquistadores del basurero de la historia. Su objetivo no es complejizar el debate, pues los argumentos utilizados no resisten el menor análisis crítico, y son de una simpleza nivel Aznar (como aquí). Más bien, y como en otros momentos de fascinación de las élites con poderes imperiales blancos, esta batalla cultural refleja la derrota que sienten las élites nacionales en la escena política local, y el uso e interpretación que sectores populares, morenos, hacen de la historia. Como en el México de Alamán y Escandón, las élites blancas romantizan a los líderes más antipopulares, Colón, Cortés, Iturbide y Maximiliano, para establecer una continuidad con su sentimiento antipopular del presente. Lo único que les falta ahora es un nuevo líder, liberal pero autoritario, al cual aferrarse y al que puedan susurrarle al oído. 


Referencias

Lucas Alamán , Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su Independencia en el año de 1808 hasta la época presente, Libro 5°, 1a edición, Imprenta de J.M. Lara, México 1850, edición facsimilar, FCE, México, 1985.

Israel García Solares, Los primeros burgueses mexicanos. La familia Escandón, 1824-1867 (UNAM, Tesis, Maestro en Economía, 2013.

Eric Van Young, A Life Together: Lucas Alaman and Mexico, 1792-1853. Yale University Press, 2021.