A unos días del primer ejercicio de revocación de mandato, la oposición encabezada por las fuerzas más reaccionarias a la 4T se muestra francamente derrotada. Los ataques que han esgrimido para socavar la participación ciudadana del próximo 10 de abril sólo han podido objetar tangencialmente el ejercicio, apostando al olvido, la apatía y la ausencia de mejores estructuras de base para la organización colectiva. Su mejor herramienta institucional – acaso la única efectiva– han sido el INE y sus voceros, que en un par de años y sin antecedentes que den certidumbre política y moral a sus actuales intereses, saltaron a la escena pública como adalides de la democracia. 

Centrados en mostrar la presunta futilidad del proceso, quienes han atacado el ejercicio de revocación de mandato han propagado un discurso centrado en señalar un innecesario dispendio de recursos y falta de neutralidad entre sus promotores. Lo que haría de éste un ejercicio superfluo ante la formalidad de la ya establecida duración del mandato constitucional para el ejecutivo, así como ante la evidente gran popularidad de Andrés Manuel López Obrador. Los detractores de espíritu más agorero o prospectivo insisten, sobre todo, en que de triunfar en la convocatoria del próximo domingo, el presidente gozaría de un bono político de riesgo para el futuro democrático. Con estas consideraciones, a nombre de la democracia, todo se centra en desacreditar el proceso, dada la firme popularidad de la figura presidencial, a la que no pueden objetar falta de legitimidad, pues, contra todo pronóstico, ésta se ha sostenido en niveles innéditos para nuestro país. Derrotada entre las mayorías, la reacción se queda sin argumentos para convencer a muchos más desencantados que los ya acumulados hasta ahora, a pesar de haber desplegado enormes recursos y de haber explotado al máximo todas las contradicciones, los temas irresueltos, los obstáculos y los errores cometidos por y en nombre de la 4T. 

El movimiento al que han apostado, esto es, crear una oposición organizada suficientemente fuerte como para movilizarse en las calles –que es donde verdaderamente cuenta a la hora de hacer política–, hasta el punto de absorber e invisibilizar la participación activa y el flujo de recursos del sector privado, como en el caso de Vamos por México y su rostro más proactivo Claudio X. González, o de actores políticos de clara filiación al PRI, PAN o PRD, no ha tenido éxito alguno. Pareciera que entre más invierten en generar o impulsar tendencias y en dar visibilidad a sus más belicosos voceros, más pierden el piso de la diferencia entre las tendencias artificiales y la realidad. Así, a palos de ciego, ahora con su abierta campaña en favor del abstencionismo ante el ejercicio de la revocación de mandato, contradictoriamente, han reactivado la organización de base de Morena, al tiempo que obligan a otros sectores simpatizantes a tomar postura frente al adversario común. 

En estos desplazamientos efectivos lo que se hace evidente es que uno de los puntos ciegos de la reacción más recalcitrante de este país, yace en su incapacidad por comprender de modo alguno el arraigo popular del jefe del ejecutivo y el arrastre de aceptación del ejercicio de su mandato. Lo lógico para los tecnócratas de la política sería que a estas alturas, con tanto golpeteo y sinsabores efectivos  –como la alianza con el ejército o la falta de crítica en torno a figuras como Gertz Manero–, los sectores indispuestos o indiferentes, particularmente entre las clases medias e ilustradas, fueran más amplios y activos. Sin embargo, las únicas explicaciones plausibles que encuentran ante su fracaso por crear un consenso opositor es que los programas sociales necesariamente se convierten en compra de conciencias, y que las bases sociales del obradorismo sólo actúan por mandato. Esta estrecha interpretación es el fundamento de su derrota presente y, probablemente, también futura, que por otra parte expresa un profundo desprecio por las clases subalternas y sus procesos de consolidación política, con las que claramente se sienten confrontados. Y es también la gran brecha que separa cualquier perspectiva de izquierda, de aquellos que, por vía de los hechos, se afilian a los intereses del gran capital en este país, con sus correlativos representantes mediáticos y políticos. Pues, lo verdaderamente relevante del proceso de revocación de mandato no se materializa exclusivamente en su institucionalización formal, sino en el ser ella la expresión de los campos de fuerza que avalan o rechazan la iniciativa en la que se juega uno de los muchos planos del proyecto nacional.

Visto así, se puede observar que para la reacción lo que se juega ante la pregunta:  “¿Estás de acuerdo en que a Andrés Manuel López Obrador, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, se le revoque el mandato por pérdida de la confianza o siga en la Presidencia de la República hasta que termine su periodo?”, son dos momentos de temporalidades diferidas de participación ciudadana, que le resultan igualmente peligrosas. 

Para este 10 abril, la oposición sabe que nada puede hacer frente a la popularidad del presidente, pero apuesta a opacar la participación de la ciudadanía, tratando de anticiparse a que, en la misma medida en que ésta avala al presente gobierno, esté dispuesta también a apoyar la verdadera disputa del gran capital en México, que para este año se expresa en la lucha por la Reforma Energética. Es decir, frenar la batalla en favor de que la electricidad abandone el modelo de commodity, que la subordina a la lógica del valor, y la devuelva al servicio público. Esta es la verdadera querella, frente a la cual lo único a lo que puede apostar la reacción es a socavar por todos los medios la participación ciudadana informada en este ejercicio, como en cualquier otro. El segundo momento, es el de la participación futura, pues nada resulta tan amenazante para los empresarios y los políticos gerenciales del gran capital, como la posibilidad de que el ejercicio de revocación de mandato no sólo se consolide, sino que se transforme en una demanda ciudadana para todos los puestos de representación popular.  

Con todo, si bien es evidente que la participación de este fin de semana se verá mermada por la ausencia de difusión institucional por parte del INE, así como por la estratégica falta de urnas y por la propagación de un discurso de argumentos que anticipan la presunta intención de perpetuidad del presidente, el otro plano de lo que se medirá será la capacidad que ha tenido Morena de constituirse o no en una fuerza popular organizada con capacidad de convocatoria más allá del círculo rojo de sus militantes. Es decir, lo que expresarán los resultados será la capacidad de convencimiento de base para trasladar el apoyo tácito hacia un ejercicio que se manifieste en el proceso político. Porque hay una sola cosa en la que no se equivoca la reacción: en esto no hay promotores neutrales, como tampoco detractores, ni tendría por qué haberlos. El vaciamento de los sujetos políticos en pos de una ciudadanía presuntamente neutral es uno de los argumentos más manidos para invisibilizar las tensiones y las confrontaciones sociales provocadas por la injusticia y la desigualdad. Por esto es que la indiferencia ante la conflictividad política de estos meses no es opción.

Por todo esto, el primer ejercicio de revocación de mandato resulta relevante. Y, sin duda, tendrá un peso también muy importante para un primer acomodo de fuerzas en vísperas de las elecciones en seis estados en este año, tanto como para los perfiles de las candidaturas para los comicios de 2024.