Se estima que para el 2029, la producción de carne aumentará en 40 millones de toneladas (Atlas de la Carne 2021) y buena parte de ésta se hará en países de América Latina, principalmente para exportar a otros mercados. La ganadería y la agricultura industriales, que están estrechamente relacionadas, tienen múltiples impactos negativos para el medio ambiente y son una de las principales actividades económicas causantes del cambio climático. Por ello, resulta urgente explorar la relación entre el cambio climático y la agroindustria, así como los movimientos y pueblos indígenas que se oponen a este modelo extractivista desde la resistencia a los megaproyectos y la producción de alimentos desde otras lógicas y otros modelos. En específico, este artículo explorará el complejo industrial de la producción de la carne haciendo uso de la visión de la huella ecológica de la pezuña (Weis 2013) —que constituye una herramienta heurística que mide el impacto ambiental de la industria de la carne, desde la producción de granos para su alimentación hasta su consumo— y estudiando el complejo de grano-oleaginosas-carne en la península de Yucatán, con énfasis en la producción de soya y de carne de cerdo. 

El artículo se estructura de la siguiente forma: primero, se describen los impactos medioambientales, incluyendo el climático, del agroextractivismo. Segundo, se ejemplifica estos  impactos con dos casos y la resistencia de los pueblos indígenas a megaproyectos agrícolas. Se concluye con una breve reflexión sobre modelos y formas de vida alternativas (Escobar 2011) al modelo de maldesarrollo (Svampa y Viale 2014) que constituye la agricultura industrial. En específico, se narran dos casos exitosos en la defensa territorial en la península de Yucatán: la lucha de las y los apicultores mayas contra la siembra de soya transgénica en Hopelchén y la resistencia de las y los guardianes de los cenotes de Homún en contra de las fábricas de carne. Estas experiencias no sólo visibilizan los múltiples impactos ambientales de la agroindustria, incluyendo el cambio climático, sino que además ilustran cómo desplaza otras formas de vida, como las que están basadas en la milpa, la apicultura y el turismo de cenotes de los pueblos mayas. 

El complejo agroindustrial, sus impactos al medio ambiente y su contribución al cambio climático

El extractivismo agrario (Mckay et al 2021), que caracteriza la agricultura industrial, se basa en la apropiación y la comodificación de la naturaleza, el trabajo y las relaciones sociales en un intercambio desigual y una lógica de obtención de ganancias. Es decir, las empresas se apropian de la naturaleza y del trabajo para producir y exportar granos, semillas y carne a otros mercados. Las empresas concentran las ganancias, mientras que los múltiples impactos ambientales y sociales se quedan en los territorios donde están los proyectos extractivos. Para Svampa (2013) la agroindustria es una nueva forma de extractivismo que consolida el monocultivo, la pérdida de biodiversidad, la concentración de la producción, además de que destruye y reconfigura los territorios. Este proceso tiene consecuencias como el acaparamiento de tierra, la erosión de la autonomía campesina y en algunos casos el aumento en los conflictos. Un aspecto alarmante es que el modelo agroindustrial cada vez se aleja más de la soberanía alimentaria mediante la ganadería y agricultura sostenibles. 

Cuando hablamos de agricultura y cambio climático debemos pensar en el papel diferenciado que tiene el sector agrario en el medio ambiente y cómo el cambio climático (aumento de temperatura, cambios en el ciclo del agua, huracanes, ciclones, etc.) impacta a las diferentes formas de producir alimentos. 

La agricultura y la ganadería industrial tienen múltiples impactos negativos para el medio ambiente y son una de las principales actividades económicas causantes del cambio climático. Un reporte de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (2006) concluye que la producción de ganado contamina y usa grandes cantidades de agua, tierra y otros recursos, contribuyendo al cambio climático. El sector alimentario genera entre el 21% y el 37% de las emisiones de gases de efecto invernadero globalmente (Rosenzweig et al., 2020). Además, la agroindustria es responsable de la deforestación, pérdida de biodiversidad, el acaparamiento de tierras y el desplazamiento de otras formas de producción de alimentos más sustentables.

Si bien hay debates en torno a las implicaciones ecológicas sobre los modelos agroindustriales y la agricultura campesina, la huella ecológica de la pezuña describe claramente los impactos de la agroindustria en contraste con los argumentos de que este modelo es más eficiente y ecológico que la agricultura campesina. En específico, Weis (2013) describe cómo la agricultura y la ganadería industrial, sectores que se refuerzan mutuamente, tienen múltiples impactos medio ambientales cuyas soluciones conllevan más impactos ambientales. En este sentido, la mecanización, estandarización y simplificación conlleva varias consecuencias, que se describen en los siguientes párrafos. 

En cuanto a la agroindustria, necesaria para alimentar el ganado, ésta promueve los monocultivos que erosionan los suelos, requiere más agua (por el tipo de semillas) y usa más químicos. Aproximadamente el 40% de las tierras de cultivo se usan para producir pienso (Atlas de la Carne 2021). La soya genéticamente modificada, necesaria dada la demanda de carne industrializada, tiene fuertes impactos a la salud y el medio ambiente como la deforestación, el acaparamiento de tierras y el desplazamiento de comunidades campesinas e indígenas (Petición de Audiencia Temática de Industria de la Carne ante la CIDH), como se observa en el caso de Hopelchén, Campeche.

La ganadería emite varios contaminantes a la atmósfera y al agua. Cuando los desechos de los cerdos se descomponen, liberan sulfuro de hidrógeno, amoníaco y cientos de compuestos orgánicos volátiles, junto con el metano y el óxido nitroso, dos potentes gases de efecto invernadero (Gilbert 2020). Para visibilizar este impacto podemos ver que, en 2019, la gestión del estiércol del ganado fue la cuarta fuente más grande de emisiones de metano y óxido nitroso en los Estados Unidos, más que las emisiones del combustible para el transporte (EPA 2021)[1]. Además, las fábricas de carne[2] requieren grandes cantidades de combustibles fósiles para la producción, la refrigeración y el procesamiento de la carne por lo que aumenta su impacto sobre el cambio climático. 

Ahora bien, la agroindustria también aumenta los riesgos de contaminación. El cambio climático provoca tormentas más fuertes y frecuentes, lo que incrementa la probabilidad de que las lagunas de residuos se desborden y de que el estiércol llegue a los campos, las aguas superficiales y subterráneas. Por ejemplo, tras los huracanes, las lluvias en Carolina del Norte han ocasionado en más de una ocasión que se derramen las lagunas de desechos de las fábricas de cerdos contaminando el agua y el suelo del condado (Surrusco 2018). El cambio climático también provoca la destrucción de hábitats, lo que supone una mayor amenaza para las especies y los ecosistemas que ya están en peligro debido a la contaminación de la agroindustria. 

La agroindustria en la península de Yucatán: impactos, resistencia y alternativas al desarrollo

En la península de Yucatán, se pueden observar tanto los impactos del complejo de grano-oleaginosas-carne y el agroextractivismo, como la resistencia de pueblos mayas ante este, específicamente de la siembra de la soya genéticamente modificada y la expansión de las fábricas de cerdos. 

En 2012, el gobierno otorgó un permiso para que la empresa Monsanto sembrara 253,500 hectáreas de soya genéticamente modificada en la península de Yucatán, Chiapas y la planicie Huasteca. Dicho permiso se le otorgó a pesar de que las autoridades ambientales advirtieron de los impactos ambientales negativos del monocultivo, incluyendo la contaminación del agua con glifosato —como se confirmó posteriormente (véase Polanco et al., 2020)—, la pérdida de biodiversidad y la deforestación. Este permiso se encontraba en territorios mayas, en una zona en donde se desarrolla la apicultura y otras prácticas agrícolas (Torres-Mazuera et al., 2020).

Ante las amenazas del permiso, los pueblos, las apicultoras y los apicultores y las cooperativas de miel se organizaron (Hudlet, 2017). Como parte de su lucha comunitaria presentaron un recurso jurídico. En 2015, la Suprema Corte de Justicia confirmó los amparos a favor de las comunidades de apicultores mayas en contra del permiso (Fernández, 2013). Posterior a la sentencia, la organización comunitaria tuvo que hacer frente a intentos de consulta y a la siembra ilegal de soya genéticamente modificada. Finalmente, en 2020, se revocó el permiso. 

A pesar de la sentencia, en el municipio continúa la siembra de soya, e incluso maíz, genéticamente modificados como lo demuestran los resultados de los monitoreos de las comunidades. Una de las consecuencias de los monocultivos fue la deforestación, la cual aumenta la vulnerabilidad ante el cambio climático al destruir barreras naturales y ecosistemas. En 2020, en Hopelchén, la tormenta tropical Cristóbal inundó fuertemente la región con varios impactos para la agricultura y la apicultura, destruyendo el trabajo de años de varias personas que desarrollan esta última (Canul, 2020). 

Son muchos los impactos sociales y ambientales de los monocultivos. Hoy en día, el Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes sigue exigiendo a las autoridades que tomen medidas para proteger a los pequeños productores, a la apicultura y frenar la expansión ilegal de la siembra de los cultivos genéticamente modificados mediante monitoreos y límites a la deforestación y a las fumigaciones áreas que dañan la salud de las personas y de las abejas (Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes et al., 2020). 

Además de la industria de la soya, en los últimos diez años la industria de la carne ha crecido y se ha intensificado de forma acelerada en la Península de Yucatán. De acuerdo a un informe de Greenpeace (2020), de 2016 a 2018, incrementó en 39% la producción de carne de cerdo en la región. En 2020 había 251 granjas de cerdos y únicamente 18 tenían una manifestación de impacto ambiental. Además, algunas de estas granjas se encuentran en áreas naturales protegidas y sitios RAMSAR (humedales protegidos internacionalmente).

La extensión de la industria de la carne de cerdo, con el apoyo de algunas dependencias del gobierno, tiene impactos al medio ambiente dada la contaminación al suelo, al agua y a la atmósfera de esta industria. Lo anterior aumenta en un sistema kárstico, caracterizado por sus suelos poco profundos y porosos, lo que facilita la filtración de los desechos a la reserva de agua subterránea (Bautista y Aguilar, 2021). 

La expansión de estas fábricas se ha encontrado con la defensa de la vida y la resistencia de los pueblos mayas, que exigen el respeto de sus territorios y sus derechos. Esta situación se observa de forma evidente en Homún, un pueblo maya que se encuentra en una zona natural protegida y sobre la reserva de agua subterránea más grande del país, denominada el Anillo de los Cenotes.  El pueblo de Homún, que mantiene una relación cultural con los cenotes, encontró en el ecoturismo una alternativa de vida tras el cierre de la industria henequenera (Indiganción, 2021). Mediante la resistencia de Los Guardianes de los Cenotes y el acompañamiento legal se logró la suspensión de una fábrica de 49,000 cerdos. En otras comunidades, como Sitilpech, Chapab, Kinchil (López-Fabila 2020), San Fernando y Celestún también se han organizado ante la industria porcina por la contaminación del agua (Medina et al., 2020) y el aire que afecta a las comunidades. 

Conclusión 

El agroextractivismo contribuye a ocasionar el cambio climático y además aumenta la vulnerabilidad de los territorios a los eventos climáticos al destruir las barreras naturales, como lo demuestra la deforestación por la soya en Hopelchén. La agricultura y la ganadería industrial contribuyen al cambio climático mediante la liberación de gases de efecto invernadero, la deforestación y el uso de energía e insumos fósiles que requiere. Además, la agroindustria contamina el agua con los agroquímicos, en el caso de los monocultivos, y los desechos de los animales. La huella ecológica de la pezuña (Weis, 2013) describe cómo la agroindustria (generación de granos y carne) genera fuertes impactos ambientales y cómo las soluciones propuestas aumentan la presión sobre los ecosistemas mediante el incremento en la extracción de agua o de uso de agroquímicos. 

Ante el cambio climático, diversos expertos y organismos internacionales predicen que los cambios en la temperatura y la precipitación ocasionarán daños a la agricultura. Estos daños serán desiguales, y la vulnerabilidad del cambio climático depende de múltiples variables, pero afectará de forma desproporcional a los agricultores pequeños. No obstante, es importante también tomar en cuenta que en la agricultura indígena existen varias formas creativas de adaptación ante el cambio climático, como la diversificación de cultivos, semillas que resisten la sequía, la agroforestería, entre otras (Altieri y Nicholls, 2008). 

Cuando hablamos de agricultura y cambio climático debemos de tomar en cuenta cómo se producen los alimentos y cómo es el consumo. El caso de Yucatán evidencia que en el territorio existen varios modelos de agroecología: la apicultura e incluso otras actividades rurales de desarrollo como el turismo comunitario y sustentable. Estas actividades se enfrentan a diversos megaproyectos (agroindustriales, energéticos, inmobiliarios, turísticos y de infraestructura). Los pueblos mayas de Hopelechén y Homún son ejemplos de resistencia ante el agroextractivismo. También son ejemplos de modelos de producción de apicultura, de la milpa y de turismo comunitario y sustentable que son clave para otro modelo de desarrollo.

En este sentido, el pronunciamiento de varios pueblos y organizaciones durante el Foro de Desarrollo comunitario, Biodiversidad y Derechos Humanos en Yucatán y la Declaración de América sin mega fábricas de cerdos (mega granjas industriales de cerdos) exhiben los impactos de los modelos de desarrollo impuesto y construido sobre un racismo estructural y sistémico y la urgencia de dejar de subsidiar y promover el modelo agroindustrial para invertir en una agricultura que garantice la soberanía alimentaria mediante la agroecología, el cultivo y la alimentación ancestral que respete la libre determinación a la tierra y el territorio de las comunidades indígenas y campesinas. 

Ante la crisis del cambio climático es fundamental repensar cómo entendemos el desarrollo. La agricultura es un claro ejemplo de esto. 


Notas

[1] Para más información sobre la evidencia científica de los impactos ambientales y sociales de las fábricas de cerdos, veáse Centro para la Biodiversidad biológica et al. (2021), Amicus Curiae en relación con el Juicio de Amparo Caso Homún Número de Expediente 1757/2019, disponible aquí.

[2] Se les denomina fábricas de carne porque son sistemas altamente mecanizados e intensivos en donde se explota y comodifica a la naturaleza, a los animales y a las personas.


Referencias

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