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Un modo de mirar y de narrar la historia definió la travesía intelectual de Adolfo Gilly, nutrida a su vez por el amor a la vida, sus afectos, la indignación frente a la injusticia y la experiencia política en las luchas sociales. Madurada a fuego lento, esa mirada sobre la historia había nacido casi como intuición hace más de medio siglo en su estancia en tierras bolivianas: un mundo encantado que le reveló el papel activo de una civilización subalterna y la tenaz persistencia en el presente de un pasado aún vivo. Fue esa mirada, interesada en transmitir las voces, ideas y sentimientos de los dominados, la que le permitió elaborar en las condiciones del encierro carcelario un nuevo paradigma de comprensión y periodización de la Revolución mexicana: un paradigma que, encontrando en la batalla de Zacatecas, la ocupación de la Ciudad de México por los ejércitos campesinos de Villa y Zapata y la Comuna de Morelos sus momentos deslumbrantes, brindó un modo diferente de narrar y dar sentido a su historia.

Ese modo de mirar acciones humanas antes que su fijación en obras cristalizadas fue también el que le permitió a Gilly —a contrapelo de otras interpretaciones— comprender el cardenismo como un intento de realización, en el turbulento mundo de la década de 1930, de una “utopía social de raíz campesina”: el de resguardar el entramado hereditario de la comunidad agraria mexicana haciéndola partícipe del disfrute de los bienes materiales e inmateriales creados por el trabajo humano en la civilización moderna. Y fue también el que en los últimos años de su vida lo llevó a escudriñar en archivos nacionales y extranjeros en su esfuerzo por descifrar el alma del general Felipe Ángeles: singular figura de la Revolución mexicana que, educado en el Ejército Federal de Porfirio Díaz, puso su vida y sus conocimientos del arte de la guerra al servicio de los ejércitos revolucionarios para destruir al ejército de cuyas filas él provenía.

Entre la vida y las lecturas, este modo de mirar la historia fue tejiéndose con hilos cada vez más finos, perfeccionando ese oficio de artesano —coordinación del alma, del ojo y de la mano— que es el trabajo del historiador. En esa larga travesía que es también el aprendizaje del oficio, Gilly fue también tejiendo afinidades electivas con el trabajo y las ideas de pensadores e historiadores provenientes de muy distintas, pero afines, tradiciones de pensamiento. Aparecen así en su obra intelectual Walter Benjamin, Antonio Gramsci, Marc Bloch, E. P. Thompson, Carlo Ginzburg, Ranajit Guha, Bolívar Echeverría, Guillermo Bonfil Batalla y, por supuesto, Friedrich Katz, de quien Gilly se asumía como un modesto discípulo en el arte de historiar.

Adolfo Gilly en el homenaje a Luis Villoro, Caracol de Oventik, Chiapas, diciembre de 2015. Foto: Heriberto Paredes, @BSaurio.

Siguiendo las huellas de todos ellos, Gilly expuso a lo largo de su obra una visión crítica de la historia que, sin pretender hacer a un lado la rabia e indignación moral, buscó explicar y comprender el mundo. Una visión alternativa a aquélla que entiende la historia como una sucesión cronológica de hechos muertos y cuyo registro, depositado en archivos y documentos, sólo hay que saber desempolvar. Alternativa a la visión del tiempo continuo dibujado en la historia de los vencedores o de la confeccionada a modo como discurso del poder. Una que puso en cuestión aquella visión que acompañando la mitología de la modernidad concibió la aventura humana como si fuera un proceso lineal y ascendente: la de la historia como “progreso”. Crítica además de una tradición del pensamiento que, atrapada en las redes del fetichismo del capital, miró la historia como si se tratara de una estructura sin sujetos. Crítica también de esa visión elitista propia de la “conciencia dirigente” o “vanguardia” que ve en las clases subalternas eternos menores de edad.

Frente a esas visiones, otra manera de mirar la historia definió el trabajo intelectual de Adolfo Gilly. Una que, frente a la superficial percepción de la fugacidad del acontecimiento, subrayó la historicidad del mundo humano y que frente a la enceguecedora luz de los reflectores puestos en las élites —dirigentes, caudillos, gobernantes— decidió voltear la mirada hacia el mundo subalterno. Una que, por ello mismo, nos propuso abrir el lente y aguzar los sentidos para poder descubrir lo que permanece oculto desde el mirador de la política y de las instituciones estatales: la esfera autónoma de la política de los subalternos. Cepillar la historia a contrapelo, llamó Gilly a este policromo método haciendo suya una metáfora de Walter Benjamin.

Imposible es, por lo demás, comprender las preocupaciones, los modos de mirar, vivir y razonar del querido profesor sin considerar la impronta que dejó en su alma la tradición cultural del surrealismo, cuya poesía le acompañó desde su juventud. André Breton, Paul Éluard, Benjamin Péret y, por supuesto, Guillaume Apollinaire, uno de cuyos versos, narraba en 2014, le acompañó desde siempre: O Soleil c’est le temps de la Raison ardente. De esa su “educación sentimental”, como solía escribir parafraseando a Flaubert, explicaba su conexión espiritual con Octavio Paz, más allá de los avatares de la política. “Cuando salí en libertad y desde Lecumberri me condujeron, deportado, a un avión que aterrizó en París, me llevé un solo libro: La estación violenta. Lo regalé en Francia a alguien que me quiso”, escribió en Estrella y espiral, último compendio de apuntes y recuerdos publicado en la primavera de 2023 antes de irse.

Adolfo Gilly no amaba los homenajes y aceptó refunfuñando el reconocimiento a su trayectoria intelectual que colegas, amigos y discípulos organizamos en el otoño de 2009 para celebrar su vida y sus 80 años en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Sé que al final estaba contento y conmovido. Sé también que la mejor manera de mantenerlo vivo y de recordarlo es conversar con él, a través de la lectura de sus obras y de la comprensión de la intensidad de su vida y de la complejidad de su pensamiento. Y quizá también, en lo que nos toca, preservando y enriqueciendo su legado intelectual.

Ciudad de México, 7 de julio de 2023