Tlayacapan, Morelos. Jueves 2 de septiembre del 2021. 18:30 horas. Llueve con inusual intensidad. Alejandra de 27 años da pecho a Clarita, su bebé de tan sólo 4 meses de nacida, mientras Jesús Eduardo, su primogénito, juega en el piso del cuarto que habitan. Nicolás, el padre de los pequeños, decidió ir a buscar suerte en los Estados Unidos al enterarse que Clarita ya venía en camino, la familia crece y es necesario buscar un mejor ingreso, el campo ya no le deja suficiente para sostenerlos. Alejandra y Nicolás decidieron juntarse al saber de su primer embarazo. Don Chelo, padre de Nicolás, les ofreció uno de los cuartos que había construido tiempo atrás junto a la barranca. Don Chelo había decidido ocupar ese espacio porque “si no la hacía él, alguien más lo iba a hacer” (P. Ríos, comunicación personal, 13 de agosto de 2022).  

Ciudad de México, 22:47. Desde el Sistema Estatal de Información Forestal de Morelos me piden información vía Twitter: “@ivanhoespinosa Buena noche, disculpa la hora ¿tendrás alguna información sobre la inundación en Tlayacapan? Muchas gracias”.  De inmediato marco los números celulares de la familia, después al teléfono fijo. Nada. En el pueblo se quedaron sin energía eléctrica, sin líneas telefónicas y sin señal de teléfono celular. Busco información en Twitter, un video impactante: “… una crecida se llevó una casa construida cerca del cauce. Vecinos subieron a redes sociales lo ocurrido esta tarde.” (Punto Por Punto, 2021).

Al día siguiente el reporte de la Comisión Nacional de Agua (CONAGUA) señaló que, de toda la lluvia que cayó el 2 de septiembre en el país, las precipitaciones máximas ocurrieron en el oriente del estado de Morelos. Las estaciones meteorológicas de Casasano (140 mm), Tepalcingo (111.7 mm) y Tlayacapan (105.6 mm) mostraron dónde vació el agua aquella tormenta (CONAGUA, 2021). En Tlayacapan, Alejandra, sus hijos y su suegro son las pérdidas más sensibles para la comunidad.

La ocurrencia de fenómenos meteorológicos extremos puede ser recurrente, debido a la estacionalidad, la evaporación del agua del mar, el aumento del número de días calientes durante el año, etc. Sin embargo, en las últimas décadas se ha observado un incremento tanto en su frecuencia como en su intensidad, lo que ha causado daños severos y pérdidas en la naturaleza y para la gente, incluso más allá de la variabilidad natural, lo cual indica que estos fenómenos están asociados a los cambios inducidos por la actividad humana en el clima (IPCC, 2022). Tormentas cada vez más severas, sequías más prolongadas, olas tanto de frío como de calor, incendios forestales, granizadas nunca antes vistas, tornados, lluvias torrenciales, son algunos de los fenómenos extremos que se están haciendo cada vez más frecuentes y se presentan con mayor fuerza en todo el planeta. El cambio climático no es de ningún modo la única fuente de desastres, los riesgos surgen a partir de diversos peligros y causas ambientales, biológicas y tecnológicas.[1] Sin embargo, el cambio climático aumenta el riesgo de desastres, haciendo aún más grande el riesgo existente y creando nuevos riesgos que incluyen el calentamiento del planeta como efecto directo, con consecuencias concatenadas en el corto, mediano y largo plazo (UNDRR, 2019). Por ello, es inminente que la sociedad emprenda proactivamente las acciones necesarias para adaptarse a esta nueva realidad.

La adaptación al cambio climático (ACC)

La noción de adaptación a estos cambios en el clima, consensuada por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) indica que:

en los sistemas humanos, es el proceso adaptativo a los efectos actuales o esperados en el clima, con el fin de moderar el daño o aprovechar las oportunidades benéficas. En los sistemas naturales, es el proceso adaptativo al clima actual y sus efectos, [donde la] intervención humana puede facilitar la adaptación al clima esperado. (IPCC, 2012, p. 3)

El tema de la adaptación es relativamente reciente en la agenda. A pesar de que ya se había señalado la relevancia de los impactos de la actividad humana durante la Conferencia Mundial del Clima en 1978, no fue sino hasta la Cumbre de Río 1992 donde se posicionó el cambio climático como tema relevante. Sin embargo, al principio la atención se centró en los acuerdos para reducir la producción de gases de efecto invernadero, es decir, en la mitigación (Lampis, 2013).

Actualmente existen por lo menos tres enfoques que tratan de llevar al terreno de la práctica la adaptación al cambio climático:

Adaptación basada en comunidades (AbC)

Este enfoque reconoce la necesidad de llevar a cabo intervenciones en el ámbito local, pero también demanda y promueve acciones en todos los niveles que permitan alcanzar cambios sistemáticos y de largo plazo. Se trata de un enfoque holístico analítico que permite que las comunidades planeen acciones informadas en la ciencia del clima, así como en las observaciones locales del cambio climático. Fortalece las capacidades de la sociedad civil local y de las instituciones de gobierno, con el fin de apoyar los esfuerzos de adaptación de las comunidades. También aborda las causas subyacentes de la vulnerabilidad, tales como gobernanza deficiente, uso inequitativo de recursos y/o servicios básicos en función de la inequidad de género, influyendo en la política y en un entorno propicio (CARE, 2014).

Adaptación basada en ecosistemas (AbE)

Este encuadre emplea soluciones a partir de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos en una estrategia global de adaptación. Incluye el manejo sustentable y restauración de ecosistemas para proveer servicios que ayuden a la gente a adaptarse a los efectos adversos del cambio climático (CDB, 2009).

Una iniciativa de adaptación basada en ecosistemas se caracteriza por tres elementos: i) uso activo de biodiversidad y servicios ecosistémicos, ii) ayuda a que la gente se adapte a los impactos adversos del cambio climático y iii) se implementa en el contexto de una estrategia más amplia. Entre las acciones que se identifican en el contexto de adaptación basada en ecosistemas (UNEP, 2022) se encuentran: la protección de hábitats costeros, la protección natural que proveen los manglares ante las inundaciones; la reforestación que puede actuar como freno a la desertificación, así como ayudar a la recarga de acuíferos subterráneos para las épocas de sequía; y los cuerpos de agua como ríos y lagos que proveen drenaje para reducir inundaciones.

Adaptación al cambio climático y reducción de riesgo de desastres

El enfoque sinérgico de la adaptación y la reducción del riesgo de desastres (RRD) pretende fomentar la resiliencia de las personas, las economías y los recursos naturales ante los probables impactos del cambio climático, especialmente de los fenómenos meteorológicos extremos. El Marco de Sendai exige a los tomadores de decisiones que elaboren políticas desde una perspectiva multiamenaza.[2] Mientras que la adaptación al cambio climático está estrechamente ligada a las amenazas hidrometeorológicas y subidas de temperatura, la RRD tiene un abanico más amplio. En años recientes se ha mejorado gradualmente la coordinación e integración para reducir riesgos de desastre y promover acciones de adaptación al cambio climático, lo que representa una enorme oportunidad para incrementar la resiliencia y avanzar en la planificación de un desarrollo más sustentable. De hecho, la Agenda 2030 establece una base convergente para coordinar la implementación tanto del Marco de Sendai como del Acuerdo de París.[3] Resulta útil pensar en la adaptación al cambio climático como un subconjunto de la RRD, mientras que la mitigación de gases efecto invernadero puede pensarse como un subconjunto del desarrollo sustentable (UNDRR 2019). Es decir, mientras que el conjunto de acciones orientadas a reducir las emisiones de carbono tienden a hacer más sustentable las actividades económicas, las acciones de adaptación al cambio climático tienden a fortalecer las características de los sistemas socio ambientales para anticipar, lidiar, resistir y recuperarse del impacto de una amenaza.

Las metodologías de RRD y adaptación al cambio climático parten de la hipótesis de que los países en desarrollo disponen de recursos económicos y capacidades de planeación limitados. Se caracterizan por llevar a cabo encuentros entre científicos del clima, diseñadores de política pública nacional e internacional, representantes de cada sector involucrado y la sociedad civil. En estos métodos se consideran relevantes los conocimientos indígenas y locales que ayudan al diseño de políticas de adaptación, un desarrollo más sustentable, la puesta en práctica de planes y acciones de adaptación más proactivas y congruentes a nivel regional que en ocasiones pueden integrar transiciones de varias opciones de adaptación entre entornos rurales y urbanos. Las medidas de adaptación combinan el enfoque integrado de la gestión de riesgos climáticos con la inversión en salud, seguridad social, transferencia de riesgos y difusión. Se reconoce que para fomentar la capacidad de adaptación son indispensables las iniciativas educativas. La RRD es una herramienta que, integrada a la adaptación, puede reducir la vulnerabilidad ante el cambio climático (GAR 2019).

Las agendas detrás de los discursos de adaptación

Andrea Lampis (2013), profesor de las universidades de Colombia y Sao Paulo, hace una revisión de los enfoques discursivos sobre el concepto de adaptación al cambio climático. Este análisis revela que el concepto de adaptación no es claro en el terreno de la ciencia, ni en la arena política. Los discursos sobre adaptación se caracterizan por constituir posturas dominantes que tienden al reduccionismo y simplificación en ciertas dimensiones. Tras estos discursos quedan relegados lo que denomina provocativamente “dobles agendas”, ocultando diversas tensiones entre intereses globales y locales, actores y poderes, cada uno con su propia agenda. En cuanto a cómo se relaciona la adaptación al cambio climático y el desarrollo, Lampis (op cit.) distingue tres paradigmas: a) la oportunidad de adaptación para un desarrollo ambientalmente más sostenible, b) la capacidad diferencial de adaptación de grupos humanos en relación con variables tales como la inequidad de ingresos y el acceso a otras oportunidades, c) la adaptación como práctica de relevancia en la reducción en los efectos del cambio climático en diversas escalas. También distingue al menos dos maneras de uso del concepto en la escala temporal con relación al evento de cambio: “una cosa es la adaptación luego de un evento o de los efectos de los patrones climáticos y otra es la preparación para prevenir los efectos de estos eventos y/o reducir la vulnerabilidad de las poblaciones” (Lempis, op cit. p 31). Es decir, se usa el concepto adaptación para tapar el pozo antes o después del niño ahogado, proactiva o reactivamente, según corresponda.

En cuanto a las “agendas dobles” Lampis (op cit.) describe cuatro, a saber: 1) la gobernanza del cambio climático. Al interior de este debate se plantean como elementos centrales las preguntas: ¿cuál es el problema prioritario de la adaptación? y ¿qué actores deben involucrarse para resolverlo? La repartición del poder político y económico es el incentivo que mueve las fuerzas de los actores tras estas agendas. 2) Las agendas técnico-políticas en el debate sobre el desarrollo. Se trata de una serie de posturas que van desde la superposición entre la adaptación y el desarrollo socioeconómico, hasta las posturas que muestran el problema como una tarea de mitigación de los efectos sobre los sistemas biofísicos. 3) La doble exposición tanto de los efectos directos e indirectos del cambio climático, como los efectos de las crisis económicas y financieras de origen global. Finalmente, 4) las epistemologías del cambio climático. En un extremo del debate, se concibe el fenómeno al interior de las ciencias naturales, mientras que en el otro, la cuestión pertenece al ámbito socioeconómico. Es fundamental interpretar tanto los conflictos como las tensiones que se entretejen en los discursos de la adaptación al cambio climático, no solamente porque se trata de cuestiones de gobernanza compleja, sino también porque las prácticas en el ámbito de las políticas y las relaciones de poder entre los actores determinan el acceso a los recursos económicos, en función del modo en que los actores posicionan su planteamiento sobre adaptación (Lampis, 2013).

La urgencia de reducir el riesgo de desastres en Latinoamérica y el Caribe

Por desgracia será muy difícil corregir las tendencias del cambio climático, más aún, el reciente informe del IPCC señala que las consecuencias de la actividad humana sobre el clima son irreversibles (Guterres, 2021). Los hechos muestran que a pesar de que Latinoamérica y el Caribe han producido poco más del 7% de los gases de efecto invernadero acumulados en el período 1990-2018, esta región es una de las más golpeadas por los cada vez más extremos fenómenos hidrometeorológicos. Según la Organización Meteorológica Mundial, es aquí donde han ocurrido el 93% de los desastres en el periodo 1998-2020, cobrando 312,000 vidas humanas (Climate Watch, 2022; OMM, 2021). Es de resaltar que los factores tras el elevado costo en vidas están determinados no sólo por la exposición a los eventos meteorológicos, sino por la elevada vulnerabilidad de las personas en esta región. Entre estos factores debemos considerar la elevada desigualdad expresada en niveles de bienestar y educación, discapacidad y salud, así como género, edad, clase social, además de otras características socio culturales (IPCC, 2012).

En cuanto a las diversas agendas en conflicto, es indispensable propiciar ejercicios deliberativos de mediano y largo aliento que logren visibilizar aquellas que se hacen presentes en cada caso. Por esto, los procesos de adaptación podrían enriquecerse de experiencias tales como los ordenamientos territoriales comunitarios, con miras siempre incluyentes. La solución al problema de las agendas encontradas es sin duda un tema que se encuentra en la esfera de la participación política y el compromiso de la ciudadanía, así como de la construcción de acuerdos complejos. Para dar el primer paso, sugiero reconocer el propio paradigma del que uno como persona parte y posteriormente identificar los paradigmas de los interlocutores, que a veces brotan en sus documentos o en sus discursos. Por ejemplo, la frase “basada en la mejor ciencia disponible” nos deja clara la pertenencia epistémica y la valoración de cierto conocimiento por encima de otros.

Dadas las circunstancias actuales, es fundamental que las personas funcionarias de instancias multilaterales, nacionales y fundaciones con capacidades de financiamiento para la adaptación comprendan que detonar los procesos de adaptación es un imperativo ético, más allá del sólo ejercicio eficiente del gasto o de la afinidad por cierto enfoque epistémico durante el proceso; es preciso apuntar hacia el bien común. Es necesario asumir la complejidad al abordar este tipo de procesos y adoptar enfoques más integradores, capaces de anidar las relaciones entre el entorno biofísico, social, económico, político e incluso cultural. Las tensiones y conflictos sociales ya son más que evidentes: mientras las pérdidas agrícolas expulsan migrantes climáticos hacia el norte, en otros frentes las luchas por el agua ahogan ciudades enteras. Es el momento de centrar la atención en la adaptación, sin soslayar los avances logrados en la mitigación.

¿A quiénes se debe poner en el centro de la adaptación?, ¿qué parámetros debemos considerar para atender la vulnerabilidad? Para quien esté interesado, Naxhelli Ruiz (2012), investigadora del Instituto de Geografía de la UNAM, ofrece una propuesta metodológica para determinar normativamente la vulnerabilidad social, que resulta útil para establecer umbrales adecuados que permitan comparar potenciales afectaciones.

Sin duda hay muchas interrogantes para abordar el tema, complejo en sí mismo y con el reto de encarar la multiescala de la gobernanza desde lo local, donde los impactos demandan acción inmediata y para el futuro que ya está a la vuelta de la esquina.


Notas

[1] En el modelo PAR (Presión y liberación, por sus siglas en inglés. Wisner et al., 2004 ), el peligro es el componente al que se es vulnerable. Este componente puede ser un evento, proceso o fenómeno. Por otro lado, el riesgo es el resultado de la exposición al peligro del componente vulnerable, ya sean personas o bienes materiales. Por ello es muy relevante determinar a qué se es vulnerable.

[2] El Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030 es el documento de acuerdo tomado por los países miembros de la ONU y sustituye al marco de Hyogo (Japón). Se trata del instrumento legal para reducir el riesgo de desastres, en el que además se subraya la importancia de la adaptación al cambio climático global y el cumplimiento de la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Establece 4 prioridades: 1) comprender el riesgo de desastres, 2) fortalecer la gobernanza del riesgo de desastres para una mejor gestión, 3) invertir en RRD para una mayor resiliencia y 4) aumentar la preparación frente a desastres para responder mejor ante ellos, con mejor recuperación, rehabilitación y reconstrucción.

[3] El Acuerdo de París es un tratado internacional sobre el cambio climático jurídicamente vinculante, adoptado por 196 países miembros de la ONU en la COP21 en París, Francia en 2015. Con el fin de limitar el calentamiento mundial por debajo de 2, preferiblemente a 1,5 grados centígrados, en comparación con los niveles preindustriales.


Referencias

CARE International (2014). Community-Based Adaptation in Practice: A global overview of CARE International’s practice of Community-Based Adaptation (CBA) to climate change. Londres y Copenhagen, Denmark.

CBD (2009). Connecting Biodiversity and Climate Change Mitigation and Adaptation: Report of the Second Ad Hoc Technical Expert Group on Biodiversity and Climate Change. Montreal: Secretariat of the Convention on Biological Diversity.

Climate Watch (2022). Washington, DC: World Resources Institute.

CONAGUA (2021). Mapas diarios de temperatura y precipitación.

Guterres, A. (2021, 9 de agosto). Las consecuencias del cambio climático son irreversibles, alerta la ONU en el informe más completo hasta la fecha.

IPCC (2012). Summary for Policymakers. A Special Report of Working Groups I and II of the Intergovernmental Panel on Climate Change. Cambridge University Press, Cambridge y Nueva York, pp. 1-19.

IPCC (2022). Summary for Policymakers, Cambridge University Press, Cambridge y Nueva York, pp. 3–33.

Lampis, A. (2013). La adaptación al cambio climático: el reto de las dobles agendas. En Postigo, J. C. (ed.) Cambio climático, movimientos sociales y políticas públicas: una vinculación necesaria, CLACSO, Santiago de Chile, pp. 29-50.

OMM (2021, 17 de agosto). Lanzamiento del Reporte del Estado del Clima en América Latina y El Caribe 2020 y la Conferencia de Alto Nivel.

UNDRR (2019). Global Assessment Report on Disaster Risk Reduction, Geneva, Switzerland, United Nations Office for Disaster Risk Reduction (UNDRR)

UNEP (2022). Harnessing Nature to Build Climate Resilience: Scaling Up the Use of Ecosystem-based Adaptation. Nairobi, pp 142.

Ruiz, N. (2012). La definición y medición de la vulnerabilidad social. Un enfoque

normativo. Investigaciones Geográficas, Boletín del Instituto de Geografía, UNAM, núm. 77, 2012, pp. 63-74.