Crónica

Pier Giorgio Ardeni

Este texto fue publicado originalmente en español en SinPermiso.
Fuente original: il manifesto global, 15 de junio de 2023.

Al comentar el fallecimiento de Berlusconi, el hombre, no podemos dejar de reflexionar sobre lo que representó para la economía y la sociedad italianas. El excantante de cruceros reconvertido en especulador inmobiliario comprendió que la televisión privada era el negocio del futuro, que generaba beneficios y servía como gran manipulador de las mentes, cambiando para siempre el panorama social y cultural.

No tardó en utilizar sus dotes de encantador, perfeccionadas en el piano-bar de los cruceros, para hacerse amigo de los políticos y romper el monopolio televisivo de la RAI. Ya ambicionaba el poder político —después de todo, se alistó en la [logia masónica de la] P2—, pero encontró la manera de abrirse camino.

Cuando surgió la investigación sobre la corrupción de Tangentopoli, todo un sistema se vino abajo y él explotó hábilmente su pequeño mundo de bienes inmuebles y televisión para escalar los peldaños del poder, el de verdad. Y fue sobre eso sobre lo que construyó su reinado, algo muy diferente del cuento que le puso encima.

Si nos fijamos en la historia de la economía italiana en la era Berlusconi, no podemos dejar de notar que ha sido sinónimo de declive (un término que fue objeto de debate durante algún tiempo, pero el mencionado declive se ha demostrado crónico hasta tal punto que hoy en día ha salido del rango del debate razonable).

Para quien no lo recuerde, 1992 fue el annus horribilis de la reciente historia italiana, económica y no solamente de ella. Con una crisis monetaria que nos sacó del Sistema Monetario Europeo, dando lugar a uno de los presupuestos más dolorosos de la posguerra, cuya culpa asumió Giuliano Amato (tras aprobar un impuesto repentino sobre los depósitos bancarios de los italianos en mitad de la noche, antes de que pudiera haber reacción alguna). La mafia había vuelto a hacer de las suyas, asesinando a Falcone y Borsellino; Mario Chiesa, del Partido Socialista Italiano (PSI), fue detenido por corrupción (y el líder del partido, Craxi, le llamó “canalla” en un vano intento de distanciarse); y se produjeron varias tragedias, hasta el episodio en que el mismo Craxi fue acribillado a monedas por una multitud enfurecida frente al Hotel Raphael de Roma.

La economía se puso de nuevo en marcha, pero el sistema político estaba en caída libre y, en medio de las turbulencias, surgieron el “partido-empresa” del Cavaliere y la Lega [Nord] a campo abierto de Umberto Bossi. Disuelta la Democracia Cristiana y licuado el PSI, la burguesía y las clases medias “productivas” del Norte optaron así por lo “nuevo” de lo que se les ofrecía: una mezcla de liberalismo e intervencionismo a la lombarda, disfrazada de modernidad “a la americana”.

Frente a este desafío, la izquierda, aún sumida en las penurias posteriores a 1989, estaba más interesada en preservar su pureza ideológica (aunque el famoso “Camarada G”, encarcelado por canalizar sobornos y comisiones ilegales a las arcas del PCI [Partido Comunista Italiano] y el PDS [Partido Democrático de la Izquierda], demostró lo “fuera del sistema” que estaban realmente los partidos) y se contentó con resistir. Y el mensaje de Berlusconi aterrizó, con el eslogan “si él se hizo rico, hará rico al país”.

Su primera etapa en el poder duró poco debido a la deslealtad del “popular” Bossi (según algunos, la Lega era entonces una “costilla” de la izquierda, a tenor del abrazo entre Bossi y Massimo d’Alema tras la caída del gobierno Berlusconi). Le sustituyó Lamberto Dini, del Banco de Italia, con el apoyo de la izquierda; que fue luego reemplazado por Romano Prodi, el profesor de Bolonia que iba a “llevar a Italia a Europa”, y que cayó tras conflictos entre su propia coalición.

En ese lapso de cinco años desde que Berlusconi perdió el poder por primera vez, el centro-izquierda no mostró un cambio de ritmo, ni fue capaz de legislar sobre la cuestión de los “conflictos de intereses”, por lo que el magnate de Arcore pudo recuperar el gobierno, junto con los postfascistas y la Lega, y conseguir por fin hacer lo que le viniera en gana.

La economía no se movió ni un ápice de su trayectoria descendente. Las empresas medianas-grandes siguieron marchándose del país, las medianas-pequeñas siguieron invirtiendo poco o nada, con escasa innovación y poca producción de nueva riqueza. El segundo mandato de Berlusconi no pudo mantener su impulso, y Prodi ganó las siguientes elecciones, pero cayó debido a los conflictos entre las coaliciones después de sólo dos años. Eran los largos años de la globalización, la economía puntocom, la deslocalización. Las tres “I” de “Mr. B.” —impresa, Internet, inglese (empresa, Internet, inglés)— nos parecen hoy desesperadamente ingenuas, pero constituían el argumento de telemárketing más avanzado de Arcore.

La etapa de Berlusconi en el poder cambió el país, tanto en las formas de consumo —distribución masiva, gastos suntuarios “modernos”, endeudamiento para comprar— como en los gustos y las modas, ya que el descenso a la vulgaridad reflejaba el de las instituciones públicas.

Cuando el Cavaliere volvió a ganar las elecciones por tercera vez, en 2008, no tenía ni idea de que se avecinaba la crisis, desencadenada por la especulación. El país que gobernaba, complaciendo a industriales grandes y pequeños, a una burguesía rentista y a una clase media que vivía por encima de sus posibilidades, era un país con una economía frágil, una deuda creciente —él era un “liberal” que en realidad aumentaba el gasto público— y unas diferencias de riqueza cada vez mayores. Así, la crisis del euro y el spread le derribaron: el industrial de Arcore perdió el favor de las grandes potencias, preparando el escenario para su ocaso y un nuevo periodo de dos años de apretarse el cinturón.

El PD [Partido Democrático], sin embargo, no logró imponerse; la izquierda no entendía lo que estaba pasando. Los cinco años que siguieron mostraron al PD sucumbiendo de pies a cabeza al neoliberalismo de la austeridad, mientras que en la derecha la base de Berlusconi y la Lega se mantenía compacta, arraigada en sus territorios locales y sus costumbres. Pero el cuerpo social del país se deshacía, cada vez más desconectado, atraído por los cantos de sirena del M5S [Movimiento Cinco Estrellas].

La lección del “liberalismo” de Berlusconi reside en esta deriva. Fue un liberalismo que no consiguió “liberar” las mejores energías del país, que no fomentó la innovación ni redujo la elefantiasis burocrática del Estado, que sólo condujo a un aumento de las desigualdades y las brechas y que, en última instancia, acabó plegándose al soberanismo y a la cerrazón proteccionista contra los “fracasos” de la globalización que él mismo había pregonado. Dejó tras de sí un país más pobre, económica, cultural y socialmente, en el que las clases que habían apoyado al hombre de Arcore son ahora lo suficientemente mezquinas como para apoyar a la derecha posfascista con el fin de mantener los privilegios que les habían sido garantizados durante 25 años.

Al final, los que más ganaron con la llamada “era Berlusconi” fueron el hombre mismo y la estrecha clase que se apoyó en él. Es difícil envidiar semejante legado.


Pier Giorgio Ardeni es profesor de Economía Política y Economía del Desarrollo en la Universidad de Bolonia.