Wilhelm Reich, en Psicología de masas del fascismo (1942), conceptualiza al fenómeno fascista como la canalización autoritaria de la estructura caracterológica irracional del ser humano—la manera estereotípica de actuar y reaccionar—, cuyos impulsos primarios y de socialización han sido reprimidos por generaciones. De tal manera que el fascismo no sería sólo un fenómeno histórico sino una salida psicológica y de convivencia en comunidad. La aproximación del psicoanalista puede ayudarnos a pensar el inicio de este turbulento 2021 y su porvenir. 

 

Por otro lado, el Dossier Ultraderechas que presentamos en Revista Común a finales del año pasado puede verse como un mapa del ascenso y consolidación de las actuales derechas alternativas a la doxa liberal y bajo banderas nativistas. Una lectura de conjunto del dossier muestra algunas similitudes en las trayectorias y estrategias para la consolidación de las ideas de ultraderecha en fuerzas políticas de masas. Entre sus rasgos compartidos destacan el empobrecimiento e incertidumbre de las poblaciones canalizados por las propuestas reaccionarias; la estigmatización del otro (migrante, mujer, disidente político o sexual) como amenaza; y la ocupación de la centralidad política a través de un radicalismo discursivo (lo “políticamente incorrecto” que grita “las cosas no pueden seguir así”) contra las elites cosmopolitas. 

Además de las proposiciones de los líderes supremacistas —difundidas por las redes sociales y favorecidas por fake news, ambas bajo una regulación discrecional corporativa y propulsadas por la acumulación de poder y capital—, hay que reparar que éstas han tenido una recepción favorable en esa estructura psicológica dolida de millones, de la que habló Reich. Como presenciamos en los primeros días del año, el fascismo del siglo XXI ya movilizó a su comunidad contra la sociedad e instituciones que la gestaron. Este ascenso puede ser expansivo considerando los impactos emocionales ocasionados por la pandemia y el encierro. Estamos enojados, agotados, frustrados y temerosos, lo cual es caldo de cultivo para el fascismo social. Cuando algunos buscan ser los primeros en vacunarse a costa del resto o le desean la muerte al presidente a manos del Covid, esas estructuras emocionales muestran su vitalidad a partir del egoísmo extremo —la nefasta “mentalidad de tiburón”— y el odio deseante de la eliminación física del adversario.

Ante la amenaza del fascismo que nos acecha podemos invocar al antifascismo como respuesta organizada y con valores que formaron comunidad a partir de la solidaridad internacional y el bien común. El recuerdo de las dos facetas del antifascismo histórico puede sernos de utilidad. Por un lado tenemos la acción partisana que combatió, sin concesiones y de manera autoorganizada, a la amenaza fascista, y que comprendió (a veces más rápido que sus gobiernos) que la tolerancia tiene como límite la degradación del otro. Por otro, y más apremiante aún, en mi opinión, sería recuperar el espíritu de ese antifascismo de la reconstrucción, el de la temprana posguerra, que vio en el trabajo y la responsabilidad compartida la mejor manera para superar un mundo devastado.  Sin ese “espíritu del 45”, como tituló Ken Loach su último documental, no existirían fenómenos tan progresivos como la Constitución italiana de 1948, que estableció una república democrática fundada en el trabajo (artículo 1), o la conformación del sistema nacional de salud inglés (National Health Service) donde, irónicamente, aplicaron la primera vacuna contra el Covid en el mundo.[1]

Rememorar el antifascismo bajo las claves de Reich no permite pensar en su repetición llana, pues éste -al igual que fascismo- sería también una forma de convivialidad. Vivimos una situación histórica única y como tal nuestras respuestas tendrán que estar ancladas en las particularidades de la crisis sanitaria, económica y ecológica que reveló la epidemia. Ante esta crisis prolongada, su superación no sólo podrá recaer en formas defensivas sino en un paso hacia delante de lo político, lo cual implica generar propuestas que disputen la seducción de los sectores populares y el sentido común a las propuestas postfascistas. En esta labor, el antifascismo como idea compartida sí puede representar una forma de conjuntar y dar fuerza ideológica a nuestras propuestas. Y como la historia no es repetición de estructuras sino contingencia, también sería plausible que el antifascismo que derrote a las fuerzas reaccionarias actuales no tenga que dar pie a un proceso de expansión capitalista similar a los “30 gloriosos” y sus estados de bienestar.  Como planteó Stuart Hall, inspirado por Gramsci y a la luz del triunfo del thatcherismo: 

Lo que plantea el thatcherismo, desde su forma radical, no es «¿a qué podemos regresar?», sino más bien, «¿por qué camino vamos a seguir adelante?». Frente a nosotros está la decisión histórica: rendirse al futuro thatcherista o encontrar otra forma de imaginarlo. No os preocupéis por la propia Thatcher; se retirará en Dulwich. Pero hay más de una tercera, cuarta y quinta generación de thatcheristas, secos como el polvo, esperando a ponerse en su lugar (Hall, El largo camino de la renovación, p. 273).

El antifascismo fue una fuerza propulsora de la liberación y la reconstrucción social. Tal vez en estos tiempos de incertidumbre merece ser evocada por los valores de solidaridad y formas de construcción de consensos que le dieron vida. Sus valores de socialización en el combate contra el autoritarismo y la solidaridad como vínculo social primigenio podrían dar frutos, si se acompañan de la imaginación y compromiso político para proponer iniciativas en las que encarnen y que nos permitan salir de la crisis actual. En combatir las formas cotidianas y psicológicas del fascismo social nos jugamos un primer paso para imaginar nuestro antifascismo de pandemia.  

Nunca sé muy bien hasta cuándo se puede o debe desear un feliz año. En las condiciones sanitarias y económicas por las que atravesamos pareciera una convención que sobra. Modifico un tanto el gesto para desearles un 2021 antifascista y repleto de gestión solidaria de lo común. Un gesto para salir airosos en estos tiempos de cambio, tristes y peligrosos.   


Notas
[1] Una minuciosa y personal descripción de su funcionamiento se incluye en el artículo de E.P. Thompson como paciente del National Health Service, publicada en Común, gracias a los compañeros de Sin Permiso y a la traducción de Julio Martínez-Cava.