Foto de Marco Antonio Cruz. Tomada de  4 Vientos.
Foto de Marco Antonio Cruz. Tomada de 4 Vientos.

El viernes santo anterior falleció Marco Antonio Cruz y todavía no se puede dimensionar su partida. Entre los recientes artículos publicados y los homenajes que se van organizado, se dejan ver la enorme amistad y afectos que cultivó en su trayectoria vital y profesional. 

Estas líneas las escribo como un recuerdo personalísimo sobre Marco, parcial y subjetivo sin duda, que sólo quiere dejar testimonio de agradecimiento a su paciente y motivante ejercicio como docente de un oficio combatiente, como creo que él siempre lo practicó. 

Lo conocí hacia finales de 2019, cuando convocó al 3er Taller de Fotografía Documental. Entre el 7 de septiembre y el 12 de octubre, nos reunimos con él cada sábado un grupo de compañeres en el que quizá haya sido el último taller de Imagenlatina —la agencia de la que había sido fundador cuando, con un grupo de colegas, quisieron generar un medio independiente—, que impartió en la Casa de la Memoria Indómita, un sitio emblemático en su trayectoria. 

Ese taller fue mi único contacto directo con él; de antes, conocía algunas fotografías suyas —las que suelen aparecer en los trabajos sobre fotoperiodismo mexicano (Mraz, 1996)— y, después, le mandé un par de mensajes que amablemente respondió, pero no mucho más. Se quedó pendiente, porque sobrevino la pandemia, hacer un encuentro con él y con Antonio Turok —a quien conocí ese mismo año—, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, para conversar sobre fotografía y militancias políticas. Cuando le planteé a Marco la posibilidad de ese encuentro, seguramente enredándome con las palabras, me respondió, sin dudarlo, que sí, que desde luego que sí. No logré concretarlo y ahora lo lamento muchísimo.

De aquellas sesiones con él, me quedé con la convicción de que era una persona franca y directa, sin otro interés o pretensión más que compartir lo suyo, lo que había vivido y lo que había visto a través de sus cámaras. En su conversación amena, pausada y colmada de historias, se dejaba ver también una no menos cuidada práctica de enseñanza que iba y venía entre lo estético, lo formal y el sentido político de la imagen. Nos contó, con toda naturalidad y sencillez, muchas anécdotas de su vida entera; del barrio bravo en el que había crecido en Puebla y de cómo el haber sido sensible para el dibujo desde muy joven le había hecho ganarse la amistad y confianza de los cabecillas más rudos. 

Cuando finalmente llegó a la capital para buscarse las oportunidades —ya había tenido una fugaz visita a los 14 años que, según recordaba, fue decisiva para expandir su horizonte (Cruz, 2017)—, se ubicó en un cuarto de azotea en la Colonia Roma. La formación de la Escuela Popular de Arte había dejado en él una sensibilidad y una orientación política que le acompañaron siempre. Nos habló del trabajo duro que había tenido que hacer con Héctor García antes de comenzar a meterse a su estudio y acceder a las enseñanzas del maestro; de sus proyectos y logros, de sus andanzas y no pocas experiencias complicadas a lo largo de todos los años y todos los lugares en los que había estado. Insistió, muchas veces, en que el fotodocumentalismo era un trabajo pausado, que había que definir proyectos y trabajar con paciencia y disciplina en ellos; que no era cuestión de tomar muchas fotografías, ni mucho menos tener una buena cámara. Había que leer, escribir, reflexionar y documentar. 

Estuvo en los conflictos políticos de su tiempo y en las grandes tragedias que sacudieron y trascendieron por generaciones y siempre lo hizo asumiendo un posicionamiento irrenunciable; su historia personal, sus vivencias y elecciones, le hacían ubicarse del lado de las izquierdas, en contra del poder, del abuso, de la injusticia. Sus fotografías no dejan margen de duda. Hizo parte de una generación de fotoperiodistas que registraron los primeros años de la revolución en Nicaragua; retrató la lucha de las mujeres y madres que denunciaron la desaparición forzada de sus hijas e hijos en el México de finales del siglo XX y entabló con ellas una amistad y solidaridad férreas; denunció, con sus imágenes, al poder presidencial que antes nadie se había atrevido a señalar. Dejó constancia gráfica de las disputas democráticas; de las pugnas del sindicalismo, oficialista e independiente y de diversos sectores sociales movilizados. Captó estructuras de acero y concreto derrumbadas por el sismo de 1985 y también a las personas que alzaron escombros para buscar sobrevivientes. Estuvo en el alzamiento indígena del 94 en Chiapas y, antes y después, en diversas comunidades retrató las injusticias históricas y abusos permanentes ejercidas contra ellas como, por ejemplo, en su trabajo sobre los jornaleros que cruzaban de Guatemala a Chiapas, mujeres y hombres de todas edades, incluso niños y aún bebés para recolectar café (Cruz, 1996). Se metió al metro para registrar un paro de policías (1986) y también las pausas amorosas de los viajantes (2011); asomó la cámara a las patrullas y a los ministerios públicos siguiendo a presuntos delincuentes que, antes de juicio, eran retratados (Cruz, 1993). Bebió pulque por meses antes de atreverse a fotografiar a los hombres de La hija de los Apaches que, entre curados y aguamiel, se abrazaban, bailaban y reían (1987). Acompañó también las noches de un grupo de trabajadoras sexuales (1985), llevando el ángulo de la mirada no al fetiche de los cuerpos sino a la denuncia de las violencias que vivían.

Hizo una permanente documentación fotográfica de la vida cotidiana y hasta de los asuntos celestiales, captando los pies de Jesús crucificado, otro viernes santo (1986). En el trabajo en el que mostró las maneras de “habitar la oscuridad” redimensionó el ejercicio de ver y mirar, de observar y conocer conectando con aquella imagen poderosa de tres músicos ciegos que tomó en Puebla, en 1977 (Cruz, 2011 y 2017). Fue, y no es menor, un fotógrafo del Partido Comunista siguiendo los pasos de sus aciertos y tropiezos, de sus luchas y derrotas. En 1981 se afilió al PCM y colaboró en sus “órganos de difusión” (en “Oposición” y luego en “Así es”, del PSUM) y nunca renunció a su militancia crítica, ejercicio que recientemente había retomado a través de la caricatura política, una de sus primeras incursiones artísticas y creativas. 

En una de las sesiones en la casa de la Memoria Indómita nos habló de un proyecto fotográfico en la esquina de Pino Suárez y República del Salvador, en esa donde yace, debajo de la cantera de un edificio colonial, una cabeza de serpiente emplumada. Ese mismo día, caminé hasta allí y tomé algunas fotografías. Para la semana siguiente nos encargó, como parte de las actividades del curso, que lleváramos fotografías nuestras para comentarlas y le mostré, entre otras, una que había seleccionado de esa esquina. La vio y, con su voz grave y serena, dijo: “tu fotografía ha ganado un lugar; es atemporal” (obviamente escribí sus palabras en mi libreta para tener registro de ellas y no olvidarlas). Qué puede significar que una imagen sea atemporal, debí preguntarle ese día; él, que tantas y tan maravillosas imágenes había captado en su trayectoria infinita de fotodocumentalista y que tantas otras había visto en sus incontables experiencias como redactor y editor, por qué le decía a un aprendiz improvisado algo como eso. Ya no lo sabré, pero estoy seguro de que en esas palabras iba mucha de la generosidad que era tan suya.

Foto:  Atemporal . Fernando Munguía Galeana.
Foto: Atemporal. Fernando Munguía Galeana.

En la profunda tristeza de su repentina partida, queda un archivo inmenso en el que seguramente hay todavía mucho por descubrir; entre los varios trabajos suyos y sobre su obra, se abrirán vetas de investigación para seguir teniéndolo presente (Luna Córnea, 2017; Ávila, 2019; Del Castillo, 2020).

En la última reunión del taller, nos tomamos fotografías con él, nos firmó sus libros, nos bebimos unos mezcales y así, alegres y con la ilusión de reencontrarlo, nos despedimos. Hasta cualquier momento, Mac.


Referencias

Ávila Cano, Arturo (2019). Poéticas de la ceguera. México. Centro de la Imagen. 

Cruz, Marco Antonio (1993). Contra la pared. México, Imagenlatina.

Cruz, Marco Antonio (1996). Cafetaleros. México, Fonca/Imagenlatina.

Cruz, Marco Antonio (2011). Habitar la oscuridad. México, Conaculta/Cenart/Centro de la Imagen.

Del Castillo Troncoso, Alberto (2020). Marco Antonio Cruz: la construcción de una mirada. México, Conacyt/Instituto Mora.

Luna Córnea (2017). Marco Antonio Cruz: relatos y posicionamientos 1977-2017. México, Centro de la Imagen, No. 36, 448pp.

Mraz, John (1996). La mirada inquieta. Nuevo fotoperiodismo mexicano 1976-1996.  México, Conaculta/Centro de la Imagen.