
Opinión
Gabriel Ramos Carrasco
Lo que se juega en Cuba son dos proyectos, esa es la primera definición para tener clara:
Cuba debe seguir buscando en el ideal socialista la construcción de una alternativa al capitalismo, a pesar de las dificultades, los errores cometidos y las difíciles condiciones que impone el imperialismo; o ya es tiempo de buscar la solución a los problemas de la sociedad cubana en las oportunidades que ofrece el capitalismo.
A partir de esa definición, se puede condenar o aplaudir, pero no hay que ocultar a partir de qué apuesta se condena y aplaude.
Es una falsa ilusión la de aprovechar “lo bueno” sin caer en “lo malo” del capitalismo. El lugar que el sistema le otorga a Cuba en la división mundial del trabajo no es Miami, es Haití. Militar por la restauración capitalista a nombre de combatir las carencias, desigualdades y la pobreza en Cuba, es ingenuo o hipócrita. El resultado del capitalismo en países periféricos es el control imperial, la formación de oligarquías, la extensión de la pobreza. Procurar la rendición de un proyecto que busca una alternativa es rendirse abyectamente al sistema que nos lleva a la catástrofe. Pero desde esa lógica, es coherente pugnar por derrocar al gobierno y disolver al Partido Comunista de Cuba.
Apostar por un futuro socialista para Cuba y promover el derrumbe derrocamiento de la institucionalidad socialista actual es un sinsentido. Abre la oportunidad del encumbramiento de poderes imperiales, que desplazarían al ideal socialista como eje conductor de un nuevo proyecto. Hay mucha gente que se asume revolucionaria, pero está harta del burocratismo en las vías tradicionales de participación y aporta a la revolución a su manera, desde su trinchera, batallando contra el dogmatismo y el centralismo, por fuera de las instituciones. También hay quien aporta desde dentro de la institucionalidad creada por la Revolución. La existencia del actual sistema político es lo que permite plantearse la posibilidad de un futuro socialista.
Un secretario de Estado de Eisenhower explicó en 1960 el objetivo del bloqueo: “Debe utilizarse cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba. Negarle dinero y suministros para disminuir los salarios reales y monetarios, a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno” (Memorándum desclasificado, leído por Fidel Castro el 28 de enero de 2015).
Más de 60 años intentando vencer a la Revolución cubana “por hambre y desesperación,” encontraron en la pandemia y en el periodo de reajuste económico el momento en que apretar esa política criminal rindió algunos frutos: la desesperación de la población se reflejó en protestas que, pasadas por la lupa mediática internacional, generaron una percepción de debilitamiento de la gobernabilidad en Cuba. Tal como lo buscó el diseño del bloqueo: la crisis fue producida e inducida por la fuerza del imperialismo.
La obviedad de la participación masiva de sectores populares en la protesta no eclipsa otra obviedad: el contenido de la movilización estaba claramente manufacturado al interés imperial. Se aprovechó el momento de ofuscación para colocar la agenda capitalista e imperialista. La mayoría de las personas que se movilizaron no son mercenarios, pero nadie gritaba “profundicemos al socialismo” o “hagamos realidad el control obrero.” En las protestas del 11 de julio se escuchó el coro de las consignas imperialistas: “abajo la dictadura”, “muerte al comunismo” y la reciente “Patria y vida”, que junto al #SOSCuba, son de innegable fabricación desde fuera de la isla, mediante el uso de redes sociales que en contra de Cuba se utilizan de forma descarada (ver “La dictadura del algoritmo”). La premeditación, la coordinación y el contenido de las protestas son elementos para alejarse de las visiones fáciles de la máquina mediática, como la de “pueblo movilizado espontáneamente.”
Hubo protestas pacíficas, pero también actos violentos. Pasada la ofensiva mediática, cuyo resplandor enceguece, quien se quiera enterar, puede poner en perspectiva la visión de pueblo inerme y pacífico que fue reprimido sin motivo. Denuncias puntuales, imágenes inobjetables y testimonios de gente de a pie, dan cuenta de incendios provocados, saqueos, sabotajes a la infraestructura eléctrica, ataques con armas blancas contra la policía y contra otros miembros de la sociedad. (Por ejemplo, aquí.)
La protesta fue protagonizada por sectores de la población, precarizados por la pandemia, que se han alejado del discurso revolucionario, tanto del oficial (anacrónico y repetitivo), como del popular, que forma parte de la cultura cubana. La protesta es inédita y es un llamado de atención para quienes apuestan por el proyecto de la Revolución: una parte de la población asumió como horizonte de solución de sus problemas la destrucción del socialismo.
En los últimos 20 años se ha concentrado la pobreza en Cuba (oficialmente alrededor de 20%), pero también ha aumentado la concentración de riqueza en algunos sectores. Esto es resultado de la política económica del gobierno, que ha abierto espacios de economía privada como recurso para establecer un proyecto económico sostenible, bajo control socialista. Cuando los sectores que se benefician de la desigualdad gritan “libertad” ¿a qué se refieren? En ese nuevo escenario busca recomponerse la hegemonía socialista.
El gobierno reaccionó ante las protestas siguiendo el guión de épocas pasadas. Pero la presencia de Díaz-Canel en donde inició la protesta no alcanzó para desactivarla. Después de hablar cuatro horas en la televisión, se hizo el llamado a la movilización popular: “La orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios.” En este punto se muestra una de las deficiencias actuales del bloque revolucionario en Cuba: contrario a movilizaciones anteriores, esta vez las fuerzas revolucionarias se encontraron dispersas, sin dirección, sin objetivos claros. Salieron a las calles en pequeños grupos y se encontraron con una masa adversa, eufórica y agresiva frente a la reivindicación revolucionaria. Faltó organización para articular la fuerza moral y material en defensa del socialismo, las organizaciones de masas fallaron estrepitosamente. También es responsabilidad de las fuerzas revolucionarias en Cuba, dentro y fuera del gobierno.
Ante los fracasos recurrentes, el Estado no tuvo más opción que recurrir, penosamente, a la acción policiaca. Cuando la policía va a enfrentar a la masa, siempre hay un costo que pagar. Llegar a esta penosa situación es una derrota moral para el gobierno socialista, que ahora como nunca tendrá que hacerse cargo de sus propias ineficacias: la extrema centralización, la permanencia de prohibiciones absurdas, el formalismo político, el enraizado burocratismo, la falta de espacios de decisión colectiva. Todos esos son factores que impiden una respuesta efectiva a la difícil situación que atraviesa el proyecto socialista cubano.
Entre todas las urgencias económicas, destinar recursos específicos a combatir la pobreza es una necesidad imperiosa para la realización del proyecto socialista en todos los terrenos. También lanzar una nueva ofensiva cultural, que involucre al pueblo en la construcción de un ideal propio de la Cuba actual. Las fuerzas revolucionarias requieren reorganizarse, dentro y fuera del Estado, prepararse para la defensa de la revolución desde abajo, construyendo la organización directamente con el pueblo que está dispuesto a combatir la restauración capitalista.